Algo inusitado ocurrió el primer día de las audiencias públicas celebradas por la Comisión Nacional de Verdad y Dignidad de Túnez. Sami Brahim se presentó a dar testimonio personal de haber sobrevivido a la violencia sexual cuando estuvo encarcelado durante el régimen de Zine El Abidine Ben Ali.
Frente a los cientos de tunecinos presentes en la sala, y a otros miles que seguían su comparecencia por televisión y en la Internet, el señor Brahim describió su arresto siendo estudiante en la década de 1990, y su experiencia de abuso y tortura durante el encierro:
Desnudaron a todos los prisioneros, jóvenes y ancianos. Durante toda una semana, todos permanecimos desnudos. ¿Por qué? ¿Cuál fue nuestro crimen? ¿Cuál era nuestro castigo?
Su testimonio sirvió para sacar a la luz un tema que se considera demasiado delicado en la mayoría de los países, de suerte que incontables víctimas viven en las sombras. Pues demuestra que la violencia sexual no es un problema exclusivo de las mujeres y que debe quedar en manos de los defensores de los derechos femeninos. Se trata un asunto que requiere de una atención y una acción mucho más amplia, sobre todo, dada la universalidad de su alcance.
Citaremos unos pocos ejemplos. Sabemos, por nuestro trabajo, que estos abusos ocurrieron en Chile en la década de 1980; en Sudáfrica durante el apartheid; en Bosnia durante la guerra yugoslava; y ahora, en Siria, bajo Bashar al-Assad.
Conforme los crecientes esfuerzos internacionales descubren los detalles de un pasado doloroso –con la finalidad de asegurar que las víctimas sean reconocidas, para castigar y retirar a los perpetradores de posiciones de poder, y garantizar que esos abusos jamás vuelvan a ocurrir-, más y más relatos como el del señor Brahim salen a la luz.
Y si bien existe un amplio consenso en cuanto a que las víctimas de violaciones de derechos humanos merecen tanto justicia como reconocimiento de los daños que han experimentado, y que la verdad debe preservarse en el recuerdo nacional de una sociedad afectada, casi todos esos esfuerzos han excluido a las víctimas masculinas de la violencia sexual.
En muchos casos, las víctimas masculinas llegan a sentir que es inútil o hasta peligroso notificar de actos de violencia sexual, incluso a las comisiones de verdad y a los tribunales de crímenes de guerra. Pues, en el mejor de los casos, los esfuerzos anteriores han resultado infructuosos y denigrantes, como los médicos ugandeses enviando a las víctimas masculinas con ginecólogos; y en el peor, culpando, avergonzando y acusando a los hombres de haberlo “deseado” o etiquetándolos de homosexuales, incluso en contextos en que la homosexualidad es socialmente inaceptable o ilegal.
Según nuestras conclusiones, publicadas en un informe reciente, parte del problema es que las medidas para rendición de cuentas y reconocimiento –como las comisiones de verdad, los desagravios, los juicios, y las reformas policiacas y de otras agencias de seguridad- no incorporan las mismas medidas especiales para fomentar y facilitar que las víctimas masculinas hagan denuncias, como hacen con creciente frecuencia las mujeres.
Por ejemplo, aunque las comisiones de verdad suelen celebrar audiencias a puertas cerradas donde las víctimas femeninas de la violencia sexual pueden testificar con niveles de privacidad más altos, no han hecho lo mismo por los varones. Del mismo modo, si bien los investigadores y quienes toman declaraciones de las víctimas están entrenados para detectar lenguaje “codificado” de las mujeres, el cual pueda sugerir que han sufrido violencia sexual, ese personal no ha recibido capacitación para identificar indicios equivalentes en los hombres.
Otro desafío es que, aun cuando las víctimas masculinas comparezcan para informar de sus experiencias, la índole sexual de esas violaciones tiende a ser ignorada. Los golpes en los genitales, la desnudez forzada o la castración suelen asentarse y tratarse, simplemente, como formas de violencia física, pese a que las violaciones similares contra las mujeres se reconocen como de naturaleza sexual.
Semejante criterio minimiza las experiencias de víctimas como el señor Brahim, quien expresó el prolongado sufrimiento que vivió en los siguientes términos: “Estás derrotado, te sientes humillado, pierdes toda tu dignidad. Ese es el objetivo”.
Sin un reconocimiento activo de las violaciones sexuales de hombres y niños, cualquier esfuerzo para resarcir las injusticias del pasado (incluyendo los de dependencias gubernamentales, autoridades de justicia criminal, empleados de organizaciones no gubernamentales, proveedores de salud y organizaciones internacionales) encontrará grandes obstáculos para desarrollar respuestas inclusivas y eficaces.
Y eso puede dificultar o impedir que estas víctimas tengan acceso a formas especializadas de rectificación por parte del Estado. Esto ocurrió en Sierra Leona, donde los hombres que notificaron ciertas formas de violencia sexual a la comisión de verdad del país quedaron registrados como víctimas de “violencia física”, lo que les volvió inelegibles al apoyo especializado para supervivientes de violencia sexual.
También hace imposible que una sociedad que encara una historia de violencia y opresión entienda, plenamente, el alcance del daño que ha ocasionado. Testimonios como el del señor Brahim en las actuales audiencias de la comisión de verdad de Túnez, están cambiando la percepción que los tunecinos tienen de su pasado. En circunstancias ideales, esto conducirá a un debate más amplio sobre la violencia sexual en Túnez y la manera de abordarla.
Todos los que trabajamos a favor del reconocimiento y la rendición de cuentas por los crímenes cometidos durante una dictadura o una guerra, debemos responder al desafío de encontrar los medios eficaces para descubrir, responder y prevenir la violencia sexual contratodas las víctimas, incluidos los hombres y los niños. Esto inicia con las lecciones inherentes a los errores pasados y de empezar a abordar, activamente, las experiencias y las perspectivas de las víctimas masculinas de la violencia sexual.
De lo contrario, corremos el riesgo de defraudar a muchos miles de víctimas, a quienes dejaremos con la dignidad destruida y con necesidades crónicas, y graves, insatisfechas.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek