El “MakeAmerica Great Again”,de Donald Trump, comienza a generar una involución en la historia del mundo: hace 56 años en Alemania se levantó un muro que, de la noche a la mañana, durante 28 años y 88 días, dividió al país en dos bloques, cada cual con un modelo de economía y gobierno discrepantes entre sí, con millones de familias separadas por la fuerza.
El muro que proyecta construir la administración de Trump podría generar dramas similares. Más allá de la dependencia económica de México con Estados Unidos, o de la política interna y externa de sus gobiernos, del otro lado hay 34 millones de mexicanos que mantienen sus raíces o familias repartidas entre ambas naciones.
El muro en la frontera implica violaciones a convenciones internacionales en materia de derechos humanos y atenta contra la tradición de puertas abiertas del continente americano, irónicamente en un país que antaño influyó en la caída del muro de Berlín, dicen alemanes que vivieron aquel, que fue símbolo del antagonismo político europeo.
UN MURO A TRAVÉS DE MIS OJOS DE INFANTE
Laura Schneider nació en el Berlín donde un muro de 45 kilómetros —que se extendía por otros 110 kilómetros más hacia Rostock, Schwerin, Dresde, Leipzig— separaba la República Democrática Alemana (RDA) de la República Federal de Alemania (RFA), los socialistas de los capitalistas. Berlín misma, la capital, había sido partida en dos: el Este ocupado por el régimen soviético y el Oeste por fuerzas estadounidenses, británicas y francesas.
La división databa de los años entre guerras: en la Conferencia de Yalta, en Crimea (febrero de 1945), los aliados occidentales (Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia) reclamaron terrenos en Berlín, mientras que los soviéticos ocuparon la otra parte y hasta la región oriental de Polonia, rica en minas de carbón.
Para mayo de 1949, en la posguerra, en las zonas ocupadas por los occidentales se fundó la República Federal de Alemania (RFA, o en alemán Westdeutschland) con un régimen capitalista, y en la ocupada por los soviéticos, la República Democrática Alemana (RDA, o en alemán DDR: Deutsch Demokratische Republik), que estableció un régimen socialista. Doce años después, entre la noche del 12 y la mañana del 13 de agosto de 1961, se levantó el muro que las mantendría divididas por más de 10 000 días.
Del lado Oeste, la pequeña Laura Schneider creció mirando una pared de cuatro metros de alto custodiada por guardias bien armados y reforzada con alambre de púas. Sabía que no podía acercarse, que le eran vetadas también las vallas que rodeaban las zonas de aduanas en el corazón de la ciudad, y aquellas a las que solo los militares y la policía secreta (Stasi) tenían acceso. El drama cotidiano eran las historias de los del “otro lado” que no cejaban en su propósito de cruzar. En su imaginario quedaron las anécdotas de quienes, en su intento de llegar a ese lado, habían perdido la vida bajo el fuego vigía, unos 600 según cifras oficiales.
Aunque su familia vivía en la parte de la RFA, para visitar a los tíos y abuelos tenían que cruzar por la zona de la RDA. Berlín del Oeste era una isla en Alemania del Este.
“Verlos implicaba esperar en la frontera a veces por horas y que chequearan todo el carro. Las autoridades de la RDA buscaban material y cosas que eran prohibidas en el Este, incluso libros y discos de música. Para mí como niña el muro siempre era algo curioso, algo poderoso, pero al mismo tiempo era parte de mi mundo en estos tiempos. Desde algunos puntos podíamos ver partes de la otra Alemania, y sabíamos de personas que habían huido de la RDA usando túneles, y otras que perdieron a sus amigos que fueron matados intentando cruzar la frontera. El tema de aislamiento, separación e identidad constantemente formaba parte de la vida”.
Siendo niña, en 1989 se sumó a la efervescencia de los berlineses —de ambos lados— que usaron instrumentos diversos a manera de martillo para golpear el bloque de cemento, ansiosos por su derrumbe, y que el 22 de diciembre de ese año terminaría por caer con la apertura de la Puerta de Brandemburgo, el símbolo de Berlín, que había estado cercada, como rehén, entre ambas fronteras. Laura creció luego como testigo de la deutsche Wiedervereinigung, el complejo proceso social para la reunificación de Alemania que aún continúa.
En el Berlín de hoy es posible observar bloques del muro, como reliquias de aquel periodo histórico. Y en ciudades vecinas como Leipzig (capital de Sajonia), monumentos que rememoran las multitudinarias manifestaciones que iniciaron en octubre de 1989 en el interior de la iglesia de San Nicolás, la misma donde el gran Johann Sebastian Bach creó su legado.
“Siendo de Berlín conozco el impacto emocional enorme que tiene un muro. No solamente hace sufrir a familias separadas, sino también puede destruir identidades enteras, planes individuales y la realización de los deseos personales y oportunidades de desarrollo personal. En el caso del muro entre México y Estados Unidos su significado es más simbólico, ya que las reglas de inmigración no cambiarán necesariamente y familias todavía se van a poder ver y visitar como antes. Pero el solo hecho de saber que hay un muro físico entre tú y tus familiares y amigos es un peso emocional muy fuerte. El hecho de que será prácticamente imposible para Trump construir un muro entero en toda la frontera, por razones geográficas de la región y financieras, muestra que él juega con el simbolismo para mostrar su poder, pero que para nada tiene la intención de resolver los problemas que hacen a la gente huir de sus países y buscar mejorar la situación de la migración ilegal”, dice Laura Schneider.
Hace casi tres décadas la caída del muro de Berlín fue uno de los acontecimientos mundiales más relevantes, hoy la instalación de un muro en Norteamérica, ¿qué significa para el mundo?, se le pregunta a Schneider, doctora en comunicaciones que entre su experiencia tiene la de consultora de la Unesco en temas de periodismo y libertad de expresión a escala global:
“La construcción de un muro entre Estados Unidos y México en mi opinión definitivamente es una señal muy mala y un paso para atrás. Se siente como vivir en un tiempo en el cual el mundo era más inseguro y menos libre. Es una gran lástima que justamente Estados Unidos, el país que ayudó a Alemania a desarrollar y hacerse un país más libre después de la Segunda Guerra Mundial, ahora toma pasos para destruir parte de la libertad del mundo y crear muros otra vez. Parece que no hemos aprendido de la historia y cometemos los mismos errores”.
La construcción del muro “es un simple pretexto” para calmar los ánimos de los estadounidenses ante los problemas internos que enfrenta ese país. Foto: Joshua LOTT/AFP
UNA VIOLACIÓN DEL DERECHO HUMANO A LA FAMILIA
Rainer Huhle es un doctor en ciencias políticas, investigador del Centro de Derechos Humanos de Nuremberg, y uno de los mayores expertos alemanes en derecho penal internacional y convenciones internacionales en materia de derechos humanos. Entrevistado por Newsweek en Español, habla de las implicaciones del muro en materia de derechos humanos:
“En términos de derechos humanos no es tanto el muro como tal, sino las políticas migratorias y de control que son motivo de preocupación, las cuales en buena parte ya existen desde hace tiempo: la penalización del paso indocumentado por la frontera, el impedimento o sabotaje de ayuda humanitaria en el desierto, la detención sin debido proceso y por milicias privadas, los maltratos físicos y psicológicos, la deportación sin recurso legal y sin considerar las reglas de la Convención de Refugiados.
“Se olvida que el cierre de una frontera siempre es una medida en dos direcciones: se busca impedir la entrada, pero también impide o dificulta la salida. El patrón normal de muchos movimientos migratorios es un va y viene. Pero cuando los migrantes no pueden volver al sur, se quedan en Estados Unidos a pesar de las dificultades y los sufrimientos que significa la separación de sus familias. Es también una violación del derecho humano a la familia.
“Con la excepción de la frontera entre Estados Unidos y México y el régimen fronterizo entre Estados Unidos y Cuba, América Latina se ha destacado por tener fronteras muy pacíficas y permeables. Ya se ven las consecuencias de ese muro en otras fronteras, especialmente entre México y Centroamérica”.
—¿Para ti como alemán qué implicaciones tuvo el que existiera un muro que separaba el país en dos bloques, dos modelos económicos, dos sociedades y hasta familias en dos?
—Con el tiempo la frontera política se hace una frontera en muchos aspectos, especialmente en lo cultural. Por ejemplo, un reciente estudio de las Coreas arroja que un tercio del idioma coreano ya no es compartido entre la del Norte y la del Sur. También en Alemania sentimos las fronteras lingüísticas y culturales entre los habitantes de la ex-RDA y la antigua RFA. A pesar de los medios modernos de comunicación, la falta de contacto físico en las familias produce a lo largo una alienación por el distanciamiento físico.
“Si bien el muro de Berlín es el símbolo más conocido, la entera frontera entre las dos Alemanias era un cerco letal, con controles severos y muchas veces arbitrarios que daban susto. Requisaban minuciosamente tu carro (o tu equipaje en el tren) y nunca sabías si no te confiscaron alguna cosa. En la autopista te daban un tiempo calculado para viajar desde la entrada hasta la salida a Berlín-Oeste y si tuviste algún percance en la ruta, entrabas en problema. Tengo familia que vivía en la RDA, y a pesar de la posibilidad de vernos después de 1990, hasta hoy día vivimos sin mucho contacto”.
LA LOCURA DE UN ARLEQUÍN
Con sus primeras acciones ejecutivas, Donald Trump generó malestar en amplios sectores y las críticas que lo señalan como un Hitler del siglo XXI, un Calígula con acciones calificadas recientemente por el Alto Comisionado de Naciones Unidas, como ilegales y “malvadas”.
La obsesión de Trump de construir el muro “muestra que la locura de este arlequín no tiene límite”, dice Harald Ihmig, exrector de la Rauhe Haus y quien en Alemania ha presidido numerosas organizaciones de defensa de derechos humanos que trabajan en México y Centroamérica.
“Cerrar definitivamente la frontera entre dos países significa cortar la comunicación directa entre seres humanos y familias, lo que es un acto de violación y de traición a la humanidad y a la paz, es decir, a la destinación humana de convivir en libertad. La Declaración General de los Derechos Humanos en su artículo 13 reconoce el derecho a la emigración, y según el artículo 14, ‘toda persona tiene derecho a buscar asilo y a disfrutar de él en cualquier país’. Por consecuencia, una exclusión total de migrantes no es compatible con sus derechos a buscar asilo o ser reconocidos como refugiados, es decir que no es compatible con los derechos humanos”.
El muro en Alemania, recuerda Harald Ihmig, “fue una crueldad que costó muchas vidas humanas, que fomentó la alienación entre personas de una cultura común y que negó la cercanía y el intercambio entre vecinos. Fue un crimen contra la humanidad. Los cruces entre la cortina de hierro eran como la entrada en un país enemigo, con recelo y miedo. Por ejemplo, para ver a Penka, mi esposa, padecíamos ser asechados por espías, sufrimos de separación y muchas dificultades para poder reunirnos por fin”.
El hecho de que será prácticamente imposible para Trump construir un muro entero en toda la frontera muestra que él juega con el simbolismo para demostrar su poder. Foto: John Moore/AFP
SÍMBOLO DE UN MURO MENTAL
Teresa Ávila es una antropóloga, economista y defensora de derechos humanos mexicanoalemana. Preside la organización Pacta Servanda y la Corporación de Organizaciones Latinoamericanas en Múnich Casa Latinoamérica. Ávila reside en Alemania desde los años 80, cuando el país y Europa misma estaban divididos por un muro.
“Cuando tuve la oportunidad de conocer gente que venía de algún país del Este o de la Alemania del Este era curioso platicar sobre sus maneras de vivir, sus limitaciones en muchos aspectos, por ejemplo, limitaciones económicas, pero por otro lado esas personas tenían una riqueza, un encanto por rehacer su vida y venían con una esperanza y unas ganas de vivir que en la Alemania Occidental estaban empolvadas.
“Cuando cayó el muro muchos lloramos simplemente por ver a las familias reunirse nuevamente, abrazarse, por sentir que este pueblo ansiaba ser uno. Fue un momento histórico increíble, en donde llenos de emociones saludamos la venida de un cambio de sistema. A mí me hubiese gustado que algunas cosas del sistema antiguo de la Alemania Oriental se hubiesen retomado desde un comienzo acá, porque, aunque ya casi van a ser treinta años de la caída del muro, aún se siente cierta ruptura social. Alemania aún tiene camino por recorrer para una verdadera unificación”.
Explica: “El gobierno alemán trata de nivelar las disparidades entre esas ‘dos Alemanias’ que físicamente hoy son una, pero cuya separación causó daños económicos, sociales y hasta psicológicos a sus habitantes con repercusiones que todavía hoy no se acaban de superar. Aún uno reconoce a quienes vienen de Alemania del Este, aunque ya no tenga la connotación de antaño, cuando a los que llegaban del Este como refugiados se les veía un tanto como héroes, un tanto como seres fuera de este mundo”.
Desde su óptica como antropóloga, considera que la postura de Estados Unidos frente a México, con la instalación del muro podría ser incluso más grave que lo ocurrido en Alemania: “Las Alemanias se reconocían a sí mismas como una nación y el muro les fue impuesto por un sistema político y económico externo. Lo que está pasando en Estados Unidos me parece que es algo más grave: es preocupante que la nación que supuestamente es o era el líder mundial económico y político sienta la necesidad de amurallarse. Denota una nación en donde hay problemas de racismo, de discriminación y que, al intentar protegerse, se está asfixiando a sí misma con estrategias simplistas y burdas.
“Ese muro es el símbolo de un muro mental en la cosmovisión de los habitantes de Estados Unidos y esa manera de ver el mundo afectará las relaciones internacionales y conmocionará muchos ámbitos de nuestra vida hoy en cualquier región del mundo. Es un regresar a un pasado que se creía superado”.
Teresa Ávila, quien es miembro del Consejo de Migración de la ciudad de Múnich, considera que la construcción del muro “es un simple pretexto” para calmar los ánimos de los estadounidenses, ante los problemas internos que enfrenta ese país, “para poder decir ‘estoy haciendo algo por el pueblo’, pero será un pretexto muy caro para Estados Unidos. Ese muro no parará ni el flujo migratorio, ni el de drogas. Donde hay demanda de trabajos baratos y de drogas habrá una oferta. Puede ser que los precios de las drogas y de la mano de obra barata se incrementen. Igualmente, de Estados Unidos estarán llegando armas a México, muy a pesar del muro. La zona fronteriza siempre había servido para ventilar muchos problemas de ambos países y eso probablemente cambiará en ritmo, pero no en esencia”.
En materia de derechos humanos, explica la defensora, “al aislarse una nación viola el derecho de sus ciudadanos, pues implica que el sistema se vuelve persecutorio y viola las libertades, no únicamente de los perseguidos, porque para saber a quiénes hay que perseguir se buscará tener un control total de la sociedad. Crear un muro implicará abrir las puertas a un sistema dictatorial, persecutorio y carente de libertad”.
El muro, dice, “activará la inventiva de muchas personas para cruzar ese muro o esquivarlo; activará también nuevas redes de contrabando y de criminales a un nivel más sofisticado”. Aunque en esa adversidad, considera, “México tiene oportunidad de quitarse de esa dependencia obsoleta y dañina con Estados Unidos y buscar nuevas relaciones. Creo que el mundo le dará la bienvenida comercial y humana a México”.
HABRÁ MUCHA RESISTENCIA ANTE LAS IDEAS DE UN TAL TRUMP
Wolfgang Grenz, del grupo de coordinación para México y Centroamérica de Amnistía Internacional, explica que el muro viola la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, aprobada en la Novena Conferencia Internacional Americana, en Bogotá, Colombia, y la Declaración Universal de Derechos Humanos, ambas aprobadas en 1948 y signadas por Estados Unidos.
“Pienso en las ciudades gemelas a lo largo de la frontera, en los dos lados del Río Grande, hoy asentamientos humanos que abarcan más de un millón de personas. Son como un collar que, más allá de la fortificación fronteriza ya existente, funcionan de alguna manera como un hábitat social y económico, con una vida pulsativa. Por lo demás, en su gran mayoría los latinos viven en todo el terreno nacional de Estados Unidos, particularmente en las regiones altamente industrializadas como Washington y Nueva York, en el distrito de Los Ángeles y hasta en Seattle en el noroeste. En California y otros estados existen zonas ‘santuarias’, protegidas por grupos de cristianos. Quiero decir que habrá mucha resistencia ante las ideas de un tal Trump.
“Respecto a las remesas, transferencias esenciales para millones de familias en México y sus vecinos en el sur, creo que se desarrollarán caminos alternativos, igual que el tráfico de drogas y armas (recíprocamente) seguirá funcionando sin grandes dificultades, debido a que en los dos lados de la frontera existen estructuras suficientes e ideas sofisticadas para vencer los obstáculos. Sin embargo, es de temer que tarde o temprano crecerá un distanciamiento, tal como lo experimentamos en las décadas pasadas entre las dos Alemanias”.
Al respecto, rememora: “En diciembre de 1981 unos amigos de Berlín oriental nos invitaron para festejar Navidad. Como alemanes occidentales pudimos pasar la frontera sin problemas, los alemanes orientales quedaron encarcelados en su jaula dorada. Me di cuenta del grado de separación: la misma ciudad fue cortada como una tarta entre dos piezas. Dos líneas del metro occidental pasaban subterráneamente por el centro de la ciudad que pertenecía a Berlín oriental. Los trenes pasaron lentamente por las estaciones cerradas iluminadas a media luz y vigilados por la policía popular de la RDA, hasta llegar nuevamente al terreno de Berlín occidental. Fue un ejemplo de lo absurdo, perfectamente bien organizado”.
El pasado 25 de enero, solo cinco días después de su llegada a la Casa Blanca, el presidente Trump emitió la orden ejecutiva para la construcción del muro, desde entonces las manifestaciones son también pan de cada día en la Unión Americana. “Espero —dice Grenz, de Amnistía Internacional— que las fuerzas de oposición, los tribunales y la sociedad civil eviten que los decretos de ese señor no tengan las repercusiones temidas”.