PREGUNTA: ¿cómo obtuvo Mike Flynn una autorización de seguridad? Ello es todavía más misterioso ahora que se han expuesto las comunicaciones secretas del otrora asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca con el Kremlin. En enero recurrí a varias agencias federales para averiguar no solo lo relativo al escrutinio a Flynn, sino también al de otros altos nominados en la administración de Trump con lazos extranjeros sospechosos. Como argumenté en mi solicitud a la Ley de Libertad de Información (FOIA, por sus siglas en inglés), “el general Flynn tiene lazos estrechos con el gobierno ruso” y “fue obligado a renunciar a la Agencia de Inteligencia de la Defensa por mala gestión”, entre otros problemas que “plantearían serias preocupaciones sobre concederle acceso a” información clasificada.
Eso fue mucho antes del reciente informe de The Washington Post respecto a que Flynn posiblemente había conspirado por teléfono con el embajador de Rusia en Washington para debilitar las sanciones del presidente Barack Obama contra Moscú por interferir en la elección de 2016. Flynn primero negó que hubiera discutido las sanciones con el embajador Sergey Kislyak. Pero un día después de que lo interrogó el FBI, que tenía transcripciones de las llamadas, cambió su historia y dijo que “no podía estar seguro de que el tema nunca se hubiera tocado”.
Esa era una negación ambigua, y simplemente abrió la puerta a otro misterio: Flynn, quien pasó sus 33 años de carrera en labores de inteligencia, ¿súbitamente había olvidado que las agencias de espionaje de Estados Unidos rutinariamente escuchan a escondidas a diplomáticos extranjeros? No es creíble.
Adam Schiff, representante de California y el más alto demócrata en el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, recientemente sugirió a CNN que Flynn quizá trató de ocultar sus discusiones con Kislyak con tecnología de encriptación. Pero según Michael Smith II, desde hace tiempo analista de contraterrorismo y especialista en las técnicas de comunicación del Estado Islámico (EI), eso no tiene sentido. “Como el general Flynn lo sabe, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) puede monitorear casi toda forma de comunicación ‘segura’”, incluidas “aplicaciones de voz y texto cifradas como Silent Circle, Telegram y Threema, así como viejas herramientas de encriptación ‘confiables’ como PGP”, dice Smith a Newsweek. Aún más, Flynn, un disgustado exjefe de la Agencia de Inteligencia de la Defensa quien ha criticado abiertamente las políticas de Obama, “podía razonablemente esperar” que agentes de contrainteligencia de Estados Unidos tuvieran los ojos puestos en él, en especial luego de que empezó a aceptar dinero de RT, el canal de TV propagandístico de Moscú.
Flynn tenía pocas opciones de conversar discretamente con Rusia. Una reunión clandestina en un sendero oscuro en un parque era impensable: ello en verdad habría apestado a traición. Con más probabilidad, conjeturan algunos veteranos de inteligencia, Flynn aceptó que la NSA lo escuchaba, por lo que eligió sus palabras cuidadosamente: “Me sorprendería que él no hubiera dicho: ‘El presidente desea’ cada dos oraciones”, se burló un exoficial de la CIA quien pidió permanecer anónimo a cambio de especular sobre las conversaciones de Flynn. Cubrirse de autoridad presidencial, real o fabricada, le daría una tarjeta para librar la cárcel si sus intrigas fueran expuestas.
Semejante escenario imaginario suena como la trama de House of Cards, pero algo similar ha pasado antes. Durante la campaña presidencial de 1968, el candidato republicano Richard Nixon conspiró para “meterle una zancadilla” a un acuerdo de paz secreto con Vietnam que podría haberle dado una victoria electoral a su oponente demócrata, el vicepresidente Hubert Humphrey. Según documentos desenterrados décadas después, Nixon le aconsejó al régimen de Saigón, apoyado por Estados Unidos, esperar un mejor acuerdo después de que él fuera elegido. Cuando el presidente Lyndon Johnson se enteró de la “traición” de Nixon, le costó decidir qué hacer y finalmente optó por no filtrarlo, porque sería un “impacto” demasiado grande para los ciudadanos estadounidenses.
¿Suena familiar? Funcionarios de Obama supuestamente revisaron intercepciones que revelan la jugada secreta rusa de Flynn y se sumieron en debates tortuosos sobre acusarlo bajo una ley oscura con siglos de antigüedad que prohíbe a los ciudadanos estadounidenses intrigar con agentes extranjeros. Algunos pensaban que presentar cargos contra Flynn “invitaría a acusaciones de persecución política”, reportó el Post. Pero después de las negaciones de Flynn de que él había conspirado con Moscú para relajar las sanciones de Obama contra Rusia (y la expulsión de 35 sospechosos de ser espías), su vacilación desapareció. Sin importar de lo que hablaron él y el ruso, concluyeron ellos, sus negaciones ahora lo dejaban abierto a chantajes de Moscú. En concordancia, a finales de enero, la fiscal general interina Sally Yates informó al consejo de la Casa Blanca de Donald Trump lo que el FBI tenía. Después de que pasaran días sin un movimiento con respecto a Flynn, la noticia de la advertencia de ella se filtró a la prensa, lo que sumió a la Casa Blanca en un caos. Lo que llevó a otro misterio prolongado, resumido en la pregunta tristemente célebre de la era de Watergate: ¿qué sabía el presidente, y cuándo lo supo? De repente, la presidencia de Donald Trump parecía en riesgo.
Flynn se ha ido, pero no ha sido olvidado. Demócratas en el Congreso, junto con los senadores republicanos Lindsey Graham y John McCain —críticos de Trump desde hace mucho tiempo—, lo persiguen como sabuesos aulladores. Richard Burr, por lo demás, un republicano leal que preside el comité de inteligencia del Senado, ha prometido una investigación completa.
Republicanos en la Cámara de Representantes primero se agazaparon en defensa de la Casa Blanca asediada, denunciando solo las filtraciones de la agencia de espionaje sobre la jugada rusa de Flynn. Pero conforme tuvo lugar una revelación tras otra, pocos salieron a defenderlo —o al presidente— por cómo manejó la administración Trump el desastre de Moscú. El republicano Devin Nunes, presidente del comité de inteligencia y amigo de Flynn, finalmente se rindió. La investigación de su panel de “cualesquiera vínculos entre Rusia e individuos asociados con campañas políticas”, anunciada a finales de enero, ahora “no descartaría preventivamente algún tema o individuo de nuestra investigación, incluidos aquellos relacionados con la contrainteligencia” (o sea, los lazos de Flynn con Kislyak), dijo su portavoz a Newsweek.
En un frente ruso diferente, la noticia era mala para otros allegados a Trump sospechosos de conversaciones con Moscú no reportadas. “Por primera vez”, reportó CNN recientemente, “investigadores de Estados Unidos dicen que han corroborado algunas de las comunicaciones [rusas] detalladas en un expediente de 35 páginas recopilado por un exagente británico de inteligencia”, el memorando llamado “Lluvias doradas”.
La salida de Flynn también ha fortalecido a otros altos funcionarios de seguridad nacional de la actual administración, como el secretario de Defensa, James Mattis, y el secretario de Seguridad Nacional, John Kelly, quienes estaban furiosos por los intentos de Flynn de plantar a sus acólitos perturbadores bajo sus techos. La CIA también se resistió a las intrusiones de Flynn, negándole una autorización de seguridad a uno de sus ayudantes, Robin Townley, especialista en África y quien supuestamente compartía su desdén por la agencia de espionaje.
Lo que no hará la salida rápida de Flynn es limpiar la sala para el siguiente inquilino. K. T. McFarland, segunda a bordo de Flynn, sigue siendo un impedimento importante para reclutar un remplazo capaz. Exfuncionaria menor del Pentágono en la administración de Ronald Reagan, McFarland no tiene experiencia de gobierno para las exigencias del puesto. Entusiasta del Partido del Té, fracasó en su intento en 2006 de derrotar a la entonces senadora Hillary Clinton, pero obtuvo un puesto estelar en Fox News. Allí, su firme defensa de la tortura y la evaluación por perfil de los musulmanes, sus advertencias de una toma del poder en Estados Unidos por los chinos y sus ataques constantes contra Clinton por la tragedia de Bengasi le ganaron el afecto de Trump y su Svengali de extrema derecha, el estratega en jefe Steve Bannon.
Un posible sustituto de Flynn, Robert Harward, vicealmirante retirado y ex SEAL de la Armada, estuvo lo bastante disgustado por McFarland, junto con la insistencia de Trump en mantener el asiento de Bannon en el comité de principales del Consejo de Seguridad Nacional (NSC, por sus siglas en inglés), que rechazó el puesto en un desaire apenas velado. Amigo cercano de Mattis, Harward había mostrado interés suficiente en el puesto que Trump prácticamente anunció con bombo y platillo, a su llegada inminente, a los reporteros, pero el caos de la Casa Blanca lo asustó. Su explicación pública para rechazar la oferta se refirió a “asuntos financieros y familiares” que le imposibilitaban aceptar un trabajo que “exige enfocarse 24 horas al día, siete días a la semana y un compromiso de hacerlo bien”. Pero una explicación más convincente surgió momentos después en múltiples recuentos en la prensa. Fue la “poca disposición del equipo político de la Casa Blanca a ser respetuoso con el equipo de seguridad nacional de la Casa Blanca”, reportó Politico, y la “poca disposición del equipo político de la Casa Blanca a ser maleable”.
Si ese es el trato, Trump podría enfrentarse a una campaña larga y embarazosa para hallar un capitán idóneo para el adornado NSC, justo cuando enfrenta desafíos nuevos de Rusia, China, Corea del Norte e Irán, junto con otros asuntos apremiantes. Ninguna figura de seguridad nacional reputada aceptará el puesto sin la libertad de elegir a su propio personal. Y posiblemente ninguna figura semejante quiera a la inexperimentada e ideológicamente incendiaria McFarland por allí.
Todo ello presagia aún más derramamiento de sangre entre el bando de Bannon y los asesores más pragmáticos de Trump: Reince Priebus, jefe de gabinete de la Casa Blanca; Keith Kellogg (un retirado general de tres estrellas del Ejército), jefe de gabinete del NSC, y el vicepresidente Mike Pence.
Flynn está fuera, pero sigue siendo peligroso; una amenaza herida pero potencialmente mortal para Trump. Investigadores federales le notificarán que los pagos no aprobados que recibió de la televisión rusa son ilegales bajo la “cláusula de emolumentos” de la Constitución de Estados Unidos, la cual prohíbe a los generales, incluso los retirados, aceptar gratificaciones “de cualquier tipo, ya sea de un rey, príncipe o Estado extranjero”.
Tal vez ello, y la posibilidad de ser encarcelado por mentirle al FBI, provocará que Flynn explique el misterioso afecto del presidente por Vladimir Putin. Todo lo cual suscita la pregunta: ¿cómo obtuvo Flynn una autorización de seguridad? Dado que el FBI, junto con la NSA y la CIA, investigaba la intriga rusa durante toda la campaña, ¿cómo fue aprobado? ¿El FBI le dio a Flynn un permiso para poder seguirle el rastro? ¿O su proceso de autorización para altos funcionarios necesita añadir un escrutinio extremo en la mezcla?
La misma pregunta podría hacérsele a Trump. ¿El FBI rastreaba sus contactos rusos también? ¿Examinó sus declaraciones de impuestos antes de concederle la autorización? ¿O los presidentes electos también reciben un pase gratuito? Mi petición a la FOIA busca averiguarlo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek