EL 14 DE SEPTIEMBRE DE 2016, días antes del estreno de Snowden, la película hagiográfica de Oliver Stone, Human Rights Watch, la Unión de Libertades Civiles de Estados Unidos (ACLU, por sus siglas en inglés) y Amnistía Internacional lanzaron una campaña muy bien financiada con desplegados de página completa en los que imploraban al presidente Barack Obama que indultara a Edward Snowden, antiguo contratista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés), por robar una gran cantidad de documentos secretos. “Creo que Oliver hará más por Snowden en dos horas que lo que sus abogados han podido hacer en tres años”, dijo Ben Wizner, el abogado de Snowden por la ACLU.
Un presidente puede indultar a cualquier persona por cometer cualquier crimen por cualquier razón, o sin razón alguna, pero mientras se acaba el tiempo de su mandato, es inimaginable que Obama, antiguo conferencista en leyes, pase por alto todo lo que sabe acerca de lo que Snowden hizo y lo absuelva de sus crímenes.
Esto podría sorprender a muchas personas, en parte porque casi todo lo que saben del caso proviene de los labios (y de los tuits) de una sola fuente, Edward Snowden. Esta es la versión aséptica de su historia: el 20 de mayo de 2013, poco más de un mes después de que comenzó a trabajar en el Centro Criptológico de la NSA en Hawái, Snowden no fue a trabajar. Se reportó enfermo, pero no lo estaba; en realidad, estaba huyendo. Había volado a Hong Kong con una gran cantidad de secretos robados. Ya en Hong Kong entregó una porción muy reducida de esos documentos a tres periodistas cuidadosamente seleccionados: Laura Poitras, una documentalista radicada en Berlín; Glenn Greenwald, bloguero con sede en Brasil, y Barton Gellman, reportero del diario The Washington Post galardonado con el premio Pulitzer. Las revelaciones hechas por estos periodistas, basadas en los documentos que recibieron, dominaron los encabezados durante meses. Conforme pasó el tiempo, Snowden volvió a esfumarse, esta vez durante 13 días, del 11 al 23 de junio, antes de reaparecer en Rusia, país que le dio refugio y protección, además de proporcionarle la plataforma global para su campaña de revelar más secretos de la NSA y de ofrecerle protección contra toda acción judicial ocasionada por sus crímenes.
Desde Moscú, afirmó repetidamente que era un soplón idealista que había sido abandonado a su suerte en Rusia por el gobierno de Obama, el cual, insinuaba, esperaba satanizarlo porque había hecho lucir mal al gobierno estadounidense. Afirmó que el Departamento de Estado lo había dejado atrapado en Rusia al revocar su pasaporte mientras su avión estaba en el aire el 23 de junio. En cuanto a los documentos que sustrajo, insistió en que los había entregado todos a los tres periodistas mientras estaba en Hong Kong. Afirmó que no había guardado ninguna copia y que no tenía acceso a ninguno de los materiales sustraídos tras salir de Hong Kong.
Dediqué tres años a investigar la historia de Snowden para mi libro How America Lost Its Secrets: Snowden, the Man and the Theft (Cómo Estados Unidos perdió sus secretos: Snowden, el hombre y el ladrón). Viajé a los lugares de Hawái y Japón donde Snowden trabajó para la NSA, a los lugares donde organizaba sus “criptofiestas” antivigilancia en Honolulu, y a Moscú, donde entrevisté a exoficiales de inteligencia rusos, personas con información privilegiada desde el interior del Kremlin y al abogado que se desempeña como intermediario de Snowden en ese país. Además de Stone, que pagó a este abogado un millón de dólares, supuestamente por los derechos de su novela, yo soy el único periodista estadounidense que lo ha entrevistado cara a cara. Lo que he averiguado, paso a paso, de las muchas veces que dediqué a esta investigación, fue que las partes clave de la historia de Snowden, aunque han sido repetidas una y otra vez en los medios de comunicación como una verdad, no acaban de cuadrar.
“Snowden ha puesto en riesgo una mayor capacidad que cualquier otro espía en la historia de Estados Unidos”. Foto: MIKHAIL KLIMENTYEV/TASS/GETTY
PECADOS IMPERDONABLES
A diferencia de mí, el presidente Barack Obama no tuvo que viajar a Rusia para saber la verdad acerca del robo de Snowden. Pudo haber leído simplemente el informe de evaluación de daños presentado por la NSA en 2013 o el documento más amplio elaborado por el Pentágono en 2014. Obama también creó su propio grupo para analizar el caso de Snowden y recibió el informe clasificado completo del Comité Selecto Permanente de la Cámara sobre Inteligencia, firmado por Adam Schiff, el demócrata de más alto rango, así como por otros ocho demócratas pertenecientes al comité; dicho informe se basó enteramente en el trabajo de los servicios de inteligencia. Por lo tanto, a diferencia de los abogados de ACLU, que no hacen más que repetir la versión de Snowden, Obama debe saber que esta historia es tan ficticia como la película de Stone.
Por ejemplo, Obama sabe que su gobierno no abandonó a Snowden en Rusia (¿Y por qué dejaría atrapado a un trabajador de inteligencia estadounidense con una gran cantidad de secretos en una nación enemiga?). El 14 de junio de 2013, el Departamento de Justicia presentó una demanda judicial contra Snowden por latrocinio y violación de las leyes de espionaje; el 22 de junio, el Departamento de Estado invalidó su pasaporte excepto para volver a Estados Unidos, y su funcionario principal de supervisión confirmó que el cónsul general estadounidense en Hong Kong había notificado a las autoridades de esa región que el pasaporte de Snowden estaba inválido (aun tomando en cuenta una diferencia horaria de 13 horas, el pasaporte ya estaba inválido cuando Snowden estaba en Hong Kong). Por ello, en lugar de tramar una conspiración para abandonarlo en Moscú, el gobierno estadounidense hizo todo lo que pudo para evitar que abordara un avión hacia esa ciudad y desertara en Rusia.
Sin embargo, eso fracasó. El 23 de junio, Snowden subió a un jet de Aeroflot que se dirigía a Moscú, aunque no tenía un pasaporte válido. El hecho de que una línea aérea básicamente controlada por el gobierno ruso le haya permitido abordar solo puede indicar que alguien intervino para lograr que Snowden subiera a ese avión y, después, montar una “operación especial”, como la bautizó el diario ruso Izvestia, para bajarlo de la nave antes que los demás pasajeros una vez que el avión aterrizó.
El 2 de septiembre de 2013, en una conferencia de prensa televisada, el presidente ruso, Vladimir Putin, resolvió el misterio sobre quién intervino a favor de Snowden. Fue él, Putin, quien autorizó personalmente el viaje de Snowden a Rusia después de que el estadounidense se reuniera con “diplomáticos” rusos en Hong Kong.
Putin hizo este extraordinario esfuerzo motivado por el altruismo o debido a que esperaba obtener algo de valor a partir de la deserción de Snowden.
También se reveló que WikiLeaks, una organización que, de acuerdo con el gobierno de Obama, es una herramienta de la inteligencia rusa por publicar correos electrónicos robados a los líderes del Partido Demócrata, contribuyó al escape de Snowden. Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, admitió que había tendido una cortina de humo al contratar una docena de vuelos que partían de Hong Kong como señuelo para ayudar a Snowden, y había mandado a su representante, Sarah Harrison, a Hong Kong para pagar los viáticos de Snowden y escoltarlo hasta Moscú.
Uno de los documentos proporcionaba un mapa de carreteras de todo el sistema de inteligencia de Estados Unidos. Foto: CAROLYN KASTER/AP
Obama también sabe que Snowden robó mucho más que simples archivos relacionados con actividades ilegales o vigilancia interna realizada por la NSA. En el informe del Comité Selecto Permanente de la Cámara sobre Inteligencia (desclasificado en parte el 22 de diciembre de 2016), se afirma que Snowden había “sustraído” (y no simplemente había tenido contacto con) 1.5 millones de documentos y que había dado a los periodistas solo una minúscula fracción de todos ellos. E, incluso, la porción que Snowden “entregó” a los periodistas, de acuerdo con el informe, ponía en riesgo “secretos que protegen al ejército estadounidense en otros países, y secretos que proporcionan defensas vitales contra terroristas y naciones-Estado”.
El presidente también sabe, a partir de la evaluación de daños de la NSA, que Snowden puso en riesgo la seguridad de materiales de gran importancia para la guerra de inteligencia contra Rusia, entre ellos, documentos que Richard Ledgett, el subdirector de la NSA, calificó como “las llaves del reino”. Uno de sus documentos, descrito por Ledgett en una entrevista con Vanity Fair, incluía todas las solicitudes hechas a la NSA por parte de los organismos de inteligencia estadounidenses para subsanar las fallas en la cobertura de Rusia y otras naciones adversarias, por lo que constituía un mapa de carreteras de todo el sistema de inteligencia estadounidense.
Obama y Ledgett saben que Snowden tenía como objetivo los supersecretos de la NSA, los denominados documentos de Nivel 3. Para protegerse contra incursiones, la NSA ordena sus datos en capas, de acuerdo con su importancia. El nivel 1 está compuesto principalmente por material administrativo. El nivel 2 contiene datos de los que las fuentes y los métodos secretos han sido retirados, de manera que dichos datos puedan ser compartidos y analizados. Los documentos de nivel 3 no pueden ser compartidos fuera de un pequeño grupo de personas autorizadas debido a que revelan las fuentes y métodos secretos a través de los cuales la NSA obtuvo subrepticiamente esa información, e incluyen listas de fuentes en China, Rusia, Irán y otros países adversarios. Esta información podría invalidar todo el esfuerzo de inteligencia de Estados Unidos si cayera en manos de un adversario. A esto se debe que la mayoría de los datos de nivel 3 no son manejados por contratistas independientes. Booz Allen Hamilton, empresa contratista de la NSA, era la más antigua y la más confiable de estas compañías y tenía un contrato para trabajar con estos datos de nivel 3 en Hawái, por ello, en marzo de 2013 Snowden buscó trabajo en ella, aunque obtuviera un salario menor. Steven Bay, el gerente de Booz Allen que contrató y supervisaba a Snowden, dijo tras el robo que Snowden tomó ese empleo para “obtener acceso a listas de máquinas de todo el mundo que la NSA había hackeado”. Snowden admitió esto último en una entrevista con el diario South China Morning Post mientras estaba en Hong Kong.
Como resultado, las claves, fuentes y métodos que, entre otras cosas, permitieron que Estados Unidos pudiera prever y contrarrestar acciones agresivas, entre ellas varios ataques cibernéticos, perpetrados por adversarios, quedaron expuestas. Esto fue un golpe devastador para la seguridad de Estados Unidos.
Obama también sabe que los documentos de la NSA que Snowden copió y sustrajo, pero que no entregó a los periodistas en Hong Kong, fueron utilizados para avergonzar a los aliados de Estados Unidos en la OTAN mucho después de que él llegó a Moscú. Por ejemplo, la explosiva revelación de que la NSA había espiado el teléfono celular de la canciller alemana Angela Merkel fue hecha en septiembre de 2013. En junio de 2015, los documentos de la NSA robados por Snowden y publicados en WikiLeaks provocaron mayores problemas al revelar que los teléfonos de tres presidentes de Francia, Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy y François Hollande, también habían sido espiados. Estas embarazosas revelaciones, hechas mucho después de que Snowden afirmara que no tenía más documentos, dejaron a Obama muy mal parado frente a los aliados europeos de Estados Unidos.
Encima de todo eso, Obama difícilmente podía aceptar la afirmación de Snowden de que nunca había informado a los rusos ni se había reunido con ningún funcionario de ese país. El informe de la Cámara concluye que, estando en Moscú, Snowden “tuvo, y sigue teniendo, contacto con servicios de inteligencia rusos”.
Sin importar lo fuerte que sea el clamor de los partidarios de Snowden, Obama no indultará a Snowden.
MUCHO MÁS QUE DECIR: Solo una pequeña porción de los secretos que Snowden robó se relacionan con el espionaje interno realizado por la NSA, la revelación que dominó los titulares después de que logró evadir el juicio. Foto: JONATHAN ERNST/REUTERS
UN HACKER APÁTRIDA
“Los gobiernos pueden reducir nuestra dignidad a algo semejante a la de los animales marcados”: Edward Snowden, Moscú; 2016.
Las muchas y variadas consecuencias del robo de Edward Snowden se pueden dividir en tres categorías: lo bueno, lo malo y lo feo. Lo bueno es el vigoroso diálogo nacional sobre la vigilancia que fue impulsado por sus revelaciones. El incesante crecimiento de la tecnología de recolección de datos es una amenaza para la privacidad personal: teléfonos inteligentes en nuestros bolsillos, grabadoras GPS en nuestros autos, bandas para registrar signos vitales en nuestras muñecas, cámaras de circuito cerrado en las tiendas y dispositivos conectados a la red en nuestros hogares dejan un rastro digital de cualquier movimiento que hagamos. El gobierno puede solicitar el registro de nuestros datos personales como parte de una investigación, entre ellos, nuestras búsquedas en Internet, nuestras publicaciones en las redes sociales, nuestras comunicaciones electrónicas y nuestros registros de tarjeta de crédito (un fiscal acaba de intentar extraer datos del sistema Amazon Echo de un sospechoso). Snowden nos hizo un enorme favor al revelar que el gobierno husmeaba nuestros registros telefónicos y nuestras actividades en internet.
Sin embargo, hay que hacer una importante distinción. En la cultura popular, la vigilancia suele asociarse con las siniestras medidas tomadas por un gobierno totalitario para eliminar la disidencia. Sin embargo, lo que Snowden reveló no fue una operación enemiga; se trataba de programas autorizados por el presidente y el Congreso, y aprobados por 15 jueces federales. Si aceptamos que la seguridad de la nación sigue siendo una función legítima del gobierno, el problema no es si debe haber vigilancia, sino cuál es el uso adecuado de esta.
La vigilancia de los registros telefónicos realizada por la NSA y revelada por Snowden es distinta de la vigilancia efectuada, por ejemplo, durante la Guerra Fría. Los objetivos recientes provenían de una lista de entre 300 y 400 yihadistas que vivían en el extranjero. Muchos de esos individuos fueron identificados por el FBI y la CIA como fabricantes de bombas en activo, asesinos y especialistas en armas en Siria, Irak y Pakistán. No se trataba de vigilancia interna per se, sino que, cuando cualquiera de estos sospechosos marcaba un teléfono en Estados Unidos, la NSA revisaba los registros de cobro del teléfono doméstico que recibía la llamada para determinar todas las llamadas que habían salido de él. Aunque este proceso de vigilancia tenía como objetivos terroristas extranjeros y no disidentes locales, todo el conjunto de registros telefónicos podía ser usado para fines más perversos, un peligro que Snowden reveló al público. Como resultado, el Congreso modificó la Ley Patriota de manera que la NSA pudiera seguir investigando los registros de cobro (después de obtener una orden de la corte de la Ley de Vigilancia de Inteligencia Extranjera), pero no podía archivar los datos. Esto significa que el riesgo para la privacidad individual es más reducido. Snowden merece crédito por esto.
Lo malo de estas consecuencias es que Snowden dañó profundamente un sistema de inteligencia en el que los presidentes estadounidenses se habían apoyado durante más de seis décadas. El corazón de ese sistema lo constituían las fuentes y métodos utilizados para interceptar las comunicaciones de otras naciones. Por ejemplo, la NSA había desarrollado la notable capacidad de intervenir las computadoras de una nación adversaria, aunque hubieran sido aisladas de cualquier red. Sin embargo, Snowden reveló deliberadamente esta tecnología (publicado en The New York Times y otros diarios en 2013) por razones que desconocemos.
REVELACIONES SELECTIVAS: La campaña para obtener el indulto para Snowden se basa en una versión de los hechos proveniente de una sola fuente, Snowden, y pasa por alto los muchos secretos que reveló y que solo beneficiaron a los enemigos de Estados Unidos y de sus aliados. Foto: VLADIMIR VYATKIN/RIA NOVOSTI/EPA;
Es posible que nunca se llegue a conocer toda la magnitud del daño que provocó a la seguridad de Estados Unidos, aunque el Departamento de Defensa dedicó la mayor parte de un año (y decenas de miles de horas-hombre de investigación) a tratar de determinar todas las fuentes y métodos relacionados con operaciones militares y de defensa cibernética que Snowden puso en riesgo. Michael McConnell, entonces vicepresidente de Booz Allen Hamilton, declaró públicamente: “Snowden ha puesto en riesgo una mayor capacidad que cualquier otro espía en la historia de Estados Unidos”. McConnell no tenía ninguna razón evidente para exagerar la pérdida porque su empresa fue parcialmente responsable de la devastación provocada por Snowden. La empresa lo contrató, aun cuando sus analistas de antecedentes señalaron una falsa declaración en su solicitud, según la cual Snowden esperaba obtener un grado académico. McConnell dijo: “Eso tendrá un impacto en nuestra capacidad de cumplir nuestra misión durante los próximos 20 o 30 años”.
El valor práctico de la inteligencia en tiempo de paz acerca de las actividades de los estados adversarios no siempre es evidente. Lo que resulta mucho más claro para el público es la utilidad de la inteligencia que puede evitar ataques contra trenes subterráneos, clubes nocturnos y otros blancos civiles. Snowden privó a la NSA de gran parte de la efectividad de su programa PRISM al revelarlo a través de los artículos publicados a solicitud específica de él en los diarios The Guardian y The Washington Post, donde se explica cómo funcionaban. Esta sola revelación puso en riesgo un sistema, debidamente autorizado por el Congreso y el presidente, que había sido la herramienta individual más eficaz del gobierno para conocer con anticipación los ataques planeados por yihadistas contra Estados Unidos y Europa.
La parte fea de la ecuación de Snowden es el crecimiento rampante del desdén público hacia los políticos, los organismos gubernamentales e, incluso, hacia la política misma: según encuestas recientes, cuatro de cada cinco estadounidenses desconfían del gobierno. En esta cultura de suspicacia pesimista, cualquier afirmación de que los secretos que Snowden reveló provocaron daños innecesarios se desestima como propaganda gubernamental. La palabra de Snowden se considera más verídica que la de los funcionarios gubernamentales debido a que, como señala The Nation, Snowden le dice “la verdad al poder”. Tal es el aura de gloria abnegada que, aun cuando sus revelaciones pusieron en riesgo las acciones del gobierno estadounidense en tierras extranjeras, entre ellas, el supuesto espionaje de las conversaciones de funcionarios de gobiernos amigos, han quedado opacadas por los supuestos pecados del programa de vigilancia interna de la NSA. En esta cultura de desconfianza, cualquier hecho que contradiga la narrativa de una sola fuente del inocente soplón puede ser desestimado por anticipado debido a que Snowden, instalado en una ubicación desconocida en Moscú, sigue siendo el máximo revelador de la verdad. Después de tres años de investigar este caso, debo refutar esta imagen de Snowden y cualquier versión de estos sucesos que lo presente como un héroe.
Abrir de golpe una caja de Pandora de secretos gubernamentales fue una empresa peligrosa. Independientemente de si el robo de Snowden fue un intento idealista de corregir un mal, un impulso narcisista para obtener reconocimiento personal, un intento de debilitar las bases de la infraestructura de vigilancia en las que trabajaba, o todo lo anterior, en el momento en que puso un pie en aquel avión de Aeroflot en Moscú, todo ello se convirtió, intencionadamente o no, en algo mucho más simple y mucho menos admirable. Snowden reveló secretos nacionales vitales a una potencia extranjera. Las conjeturas sobre los motivos de Snowden son menos importantes que el hecho innegable de que recibió una enorme ayuda en sus esfuerzos por parte de poderosos enemigos de Estados Unidos.
Por ello nunca podrá ser indultado.
****
Foto: BOBBY YIP/REUTERS
Soporte técnico de Al-Qaeda
LAS MATANZAS DE CIVILES perpetradas por terroristas que utilizan armas de fuego, bombas e, incluso, camiones no muestran signos de disminuir. Durante las fiestas decembrinas se produjeron ataques mortíferos en Bagdad, Berlín y Estambul que proporcionaron sangrientos titulares. Dado que el grupo Estado Islámico (EI) está perdiendo su guerra tradicional en el campo de batalla, está llevando un mayor caos a las ciudades, que ofrecen un número casi infinito de objetivos suaves. La policía no puede protegerlos a todos; su única esperanza es detectar los planes antes de que terminen en una carnicería. Sin embargo, estos perpetradores coordinan sus ataques mediante el uso de encriptación de punto a punto en internet y en sus dispositivos móviles, lo que hace que resulte casi imposible que los servicios de inteligencia gubernamentales les sigan la pista.
La situación era muy diferente hace tres años, antes de que Edward Snowden saboteara intencionadamente algunas de las mejores armas de Estados Unidos contra estos ataques. El primer sistema que reveló fue el que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés) denominó programa “215” porque había sido autorizado por la Sección 215 de la Ley Patriota. Este programa recopilaba los registros de cobro de todas las llamadas telefónicas hechas en Estados Unidos, incluido el número al que se llamó y la duración de la llamada, pero no el nombre de quien la hacía. Estos datos anónimos se archivaban en una enorme base de datos, y cuando cualquier extranjero que se encontrara en la lista de observación de terroristas del FBI llamaba a cualquier número de Estados Unidos, el FBI podía seguir la pista a toda la cadena de contactos telefónicos de esa persona para intentar determinar si estaba conectada con alguna célula conocida.
Sin embargo, el programa tenía una falla importante: después de que Osama bin Laden fue localizado en su complejo de Pakistán y muerto en 2011, las organizaciones militaristas se dieron cuenta de lo vulnerables que eran las llamadas internacionales y trasladaron la mayor parte de sus comunicaciones a la internet. Por ello, en este caso, las revelaciones de Snowden provocaron un daño limitado.
Snowden hizo un daño mucho mayor al revelar el alcance del programa PRISM, que era extraordinariamente eficaz debido a que organizaciones militaristas de Irak, Siria, Afganistán y Pakistán creían que la encriptación y otras salvaguardas utilizadas por gigantes de internet como Apple, Google, Twitter y WhatsApp protegían sus comunicaciones. Evidentemente, ignoraban que la NSA podía interceptar sus datos antes de que fueran encriptados. A pesar de las metáforas como la nube y el ciberespacio, todos los datos de la internet viajan inicialmente a través de cables de fibra, casi todos los cuales pasan por el territorio de Estados Unidos y Las Bahamas. Estas comunicaciones incluyen tuits, publicaciones en redes sociales, comunicaciones por Skype e, incluso, mensajes de Xbox.
De acuerdo con los documentos que Snowden hizo públicos el 6 de junio de 2013, PRISM era, en palabras de la inteligencia estadounidense, “la fuente número uno de inteligencia sin procesar utilizada para los informes analíticos de la NSA”. El general Michael Hayden, que era director de la NSA durante los tres años que siguieron a los ataques del 11/9, escribió que esos poderes de vigilancia, entre otras cosas, “descubrieron redes de financiación ilegal, detectaron viajes sospechosos, descubrieron enlaces con escuelas de aviación, llegaron a empleados de transporte con socios de terroristas, establecieron conexiones con la adquisición ilícita de armas, ligaron a varias personas con Khalid Sheikh Mohammed [el planificador del 9/11] y descubrieron a un sospechoso de terrorismo que se encontraba en la lista de personas a las que se había prohibido volar y que se encontraba ya en Estados Unidos”.
LEYENDA D LA PANTALLA: La narrativa de Snowden, que en su mayor parte no ha sido puesta en duda, lo presenta como un idealista, un héroe desinteresado. Foto: MARK BLINCH/REUTERS
Funcionarios de la NSA y del FBI han dado testimonio de que PRISM ayudó a impedir al menos 45 ataques terroristas entre 2007 y 2013, entre ellos, una conspiración para colocar potentes explosivos en las vías subterráneas que pasan por debajo de la Estación Grand Central de la ciudad de Nueva York y de la estación del metro de Times Square en el horario de mayor tránsito. La inteligencia británica proporcionó a la NSA su pista inicial: la dirección de correo electrónico del sospechoso Najibullah Zazi, que vivía en Colorado. El programa de vigilancia PRISM le siguió la pista hasta una dirección de protocolo de internet que se encontraba en la lista de vigilancia asociada con un fabricante de bombas de Al-Qaeda en Pakistán. Zazi, que evidentemente no sabía que los correos electrónicos enviados a través de Yahoo! podían ser interceptados antes de ser encriptados, continuó enviando correos electrónicos a Pakistán mientras se preparaba para armar las bombas a principios de septiembre de 2009. Varios correos electrónicos recuperados mediante el programa PRISM condujeron al arresto de Zazi y sus cómplices.
El tercer programa de la NSA que Snowden reveló se denominaba XKeyscore. Mediante el uso de datos provenientes del programa PRISM, la NSA creó el equivalente de las huellas digitales informáticas para los extranjeros sospechosos de terrorismo. La “huella digital” de cada sospechoso se basaba en su patrón de búsquedas en la internet. Una vez que un sospechoso era identificado mediante esa “huella digital”, cualquier intento de evadir la vigilancia utilizando una computadora distinta y otro nombre de usuario sería detectado por los algoritmos de XKeyscore. Una vez que Snowden reveló ese programa, los sospechosos podían evadir la vigilancia modificando sus patrones de búsqueda cuando cambiaban su alias.
Snowden también ayudó a posibles terroristas al ofrecerles consejos específicos sobre las fuentes y métodos secretos utilizados por la NSA y su equivalente británico, el Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno (GCHQ, por sus siglas en inglés). Por ejemplo, reveló en una entrevista pública, que el GCHQ había desplegado el primer interceptor “total” de internet. Luego ofreció consejos para burlarlo: “Nunca deben enrutarse ni enlazarse a través del Reino Unido bajo ninguna circunstancia. Sus fibras son radiactivas, y hasta las fotos que envía la reina al chico de la piscina son registradas”. También advirtió a los usuarios de internet que no confiaran en la encriptación de ninguna empresa de internet con sede en Estados Unidos debido a que tienen relaciones secretas con la NSA. También advirtió que la NSA estaba poniendo mucha atención a los “foros yihadistas” e instó a las personas a que se mantuvieran alejadas de ellos para evitar ser “señaladas” automáticamente por la NSA.
Además, Snowden sugirió una alternativa para aquellos que deseaban evadir la vigilancia del gobierno. Recomendó que utilizaran encriptación punto a punto, que hace que los mensajes estén encriptados antes de que sean enviados a través de internet. Casi todos los grupos militaristas han seguido los consejos de Snowden. Tras sus revelaciones, el Estado Islámico incluso publicó un tutorial en sus sitios web sobre el uso de la encriptación punto a punto.
Tras los ataques del Estado Islámico en París, los investigadores franceses estaban estancados, dice François Molins, antiguo fiscal principal de París. Tenían sus teléfonos, pero no mucha información no encriptada. “No podemos penetrar en ciertas conversaciones”, explica, y como resultado, “enfrentamos este gigantesco hoyo negro, una zona oscura donde ocurren tantas cosas peligrosas”.