Organizada en conjunto con el Museo del Palacio de
Bellas Artes de Ciudad de México, la muestra se centra en los pioneros del
movimiento mexicano en busca de un nacionalismo artístico, que sigue la
cronología de los acontecimientos revolucionarios. Incluye obras que derrochan
energía de los más importantes muralistas, así como imágenes hermosas, suaves y
románticas de artistas renombrados.
La narrativa de la exposición arranca en 1911, cuando el
presidente mexicano Porfirio Díaz fue derrocado; Díaz había mantenido la paz
durante décadas al consentir a la élite, enriquecer al ejército y tratar a los
pobres.
Las obras cuentan cómo en el gobierno de Díaz
prevaleció el gusto cultural europeo, que perduró durante un tiempo tras su
partida, con algunos toques de mexicanidad que empezaron a aflorar. Por ejemplo,
las pinturas de Saturnino Herrán que retrata a campesinos, o las obras de
juventud de David Alfaro Siqueiros.
El arte pronto comenzó a reflejar la realidad. En
1914, Francisco Goitia producía escenas de terror que mostraban las atrocidades
de los campos de batalla. José Clemente Orozco trató de superar a Goya en
caricaturas periodísticas grotescas. Diego Rivera manifestó su apoyo con el
cubismo de acento mexicano. Gerardo Murillo, Dr. Atl, adoptó una radical
postura nacionalista con un autorretrato en el que su cabeza se funde con una
imagen del volcán más activo de México.
Y así, para 1921, cuando llegó el tiempo de hacer
limpieza y organizarse, de transformar la revolución de un evento pasajero a
una institución, se designó la pintura mural, de dimensiones espectaculares y
atrevidas, como la forma oficial, y a tres artistas los responsables: Orozco,
Siqueiros y Rivera.
Para mucha gente, los tres muralistas son el
modernismo mexicano: tres gigantes que dialogan entre sí desde la cima. Se les reconoce
y en la muestra ocupan mucho espacio, entre pinturas, dibujos y grabados,
además de un par de murales portátiles de Rivera, y algunos relieves murales de
Siqueiros. El arte de escala arquitectónica aparece en proyecciones digitales. Los
expertos señalan que se trata de arte político evangelizador, diseñado para subyugar,
para verse sobrehumano.
También está Frida Kahlo con cinco obras; escenas
duras y otras más festivas, como el cuadro en el que ella sostiene un cigarro
en una mano y una banderita mexicana en la otra y viste unos guantes blancos a
la altura de los codos y luce un vestido rosa con volantes.
En resumen, el mundo del arte político modernista en
México, aunque incluyente en teoría, traía su propia e íntima revolución entre
creadores. Dicen los especialistas que al caminar por la exhibición, el
golpeteo del propósito ideológico se vuelve tan presente y enfático, que el
visitante comienza a anhelar un respiro.