TRAVIS KALANICK, CEOde Uber, es famoso por decir cosas que le hacen parecer un Dr. Evil de la tecnología, pero ahora está soltando la retórica más perjudicial que puedas imaginar: promete que Uber no se hará pública en otra década. Añade que, cuando finalmente haga la oferta pública inicial (IPO, por sus siglas en inglés), “el día anterior, mis empleados y allegados vendrán a mi oficina armados con antorchas y horquetas”.
Pues bien, tal vez ya es hora de esa cacería de brujas. Los datos demuestran que si Kalanick mantiene Uber como compañía privada durante los próximos diez años, es probable que la empresa compañía muera, y la preocupación en cuanto a su truculencia va más allá de Uber. Nos afecta a todos, y se refleja en el crecimiento mundial y en la volátil brecha del ingreso. Kalanick está mirando fijamente a la clase media estadounidense —al tipo de personas que quiere comprar sus acciones como un medio para construir algo de riqueza— y nos manda al carajo.
Peor. La mayor parte del ecosistema startup del sector de tecnología está de acuerdo. La industria más dinámica del planeta ha decidido conservar para sí la mayor proporción posible, y mantener a raya al populacho evitando ofertas de acciones públicas.
Al escribir esto, una empresa tecnológica razonablemente exitosa —Twilio, lo bastante desconocida para hacerte pensar que es una nueva dulcería— está a punto de hacerse pública. Los mercados están celebrando el acontecimiento como los padres que se entusiasman con la primera palabra del bebé. Antes de Twilio, la cifra de los llamados “unicornios de tecnología” que se habían hecho públicos en 2016 era de exactamente cero. En todo 2015, sólo cinco se hicieron públicos. Ahora, retrocedamos a 2006, y veremos que ese año hubo 84 IPO tecnológicas.
(Por cierto, las empresas privadas de 1000 millones de dólares ya no son unicornios en la actualidad. Son más como conejos, propagándose por todas partes. Si siguen así, tendremos una plaga.)
Mantenerte privado tiene implicaciones profundas. Mientras investigábamos nuestro libro, Play Bigger, mis colegas Al Ramadan, Dave Peterson y Christopher Lochhead analizaron los datos de miles de empresas de tecnología respaldadas con capital de riesgo y fundadas a partir del año 2000. Y encontraron algo que, al principio, les parecía raro: los datos demuestran que el mejor momento para que una compañía salga a la bolsa es cuando tiene entre seis y 10 años. Cisco, Google, VMware y Facebook se cuentan entre las muchas empresas perdurables que se hicieron públicas justo en ese “punto dulce”…
La edad de la compañía al momento de la IPO era más relevante para la creación de valor posIPO que la cantidad invertida mientras que era privada. Hay una correlación de cero entre el dinero generado por una empresa antes de hacerse pública y su creación de valor posIPO. Recuerda esto la próxima vez que leas sobre una ronda de financiación privada multimillonaria. Las acciones de las empresas que se hicieron públicas antes de los seis años a menudo colapsaron después. Groupon lo hizo a los tres años, y no le fue bien. Entre tanto, las acciones de empresas que se hicieron públicas después de los diez años casi siempre se mantuvieron planas, manteniéndose a duras penas.
Averiguamos por qué el punto dulce era real cuando dimos un vistazo a los estudios sobre la evolución de los mercados nuevos. Desde sus inicios, cualquier categoría nueva de producto o servicio necesita años de trabajo para llegar a la corriente principal, casi siempre contra un grupo de recién llegados que lucha por alcanzar la categoría de rey. Luego de cinco o seis años, sólo una empresa lo logra, los competidores se separan, y la categoría despega. El pico de crecimiento máximo de casi cualquier categoría nueva ocurre en una ventana de seis a diez años.
Una década después de que nace el rey de la nueva categoría, el crecimiento explosivo se disipa. A esas alturas, el producto o servicio ha penetrado la mayor parte de su mercado objetivo. La emoción intensa simplemente se convierte en un negocio sólido y perdurable, del tipo que rara vez genera ganancias muy altas sobre acciones. Detectamos este patrón continuamente. Presentamos el hallazgo a banqueros de inversión y administradores de capital de riesgo, y nos dijeron que era justo lo que dictaban sus corazonadas.
Así pues, los datos proporcionan una nueva perspectiva para afirmar por qué un tipo como Kalanick está jodiendo tanto su compañía como al público. Si una empresa se vuelve pública en el punto dulce, lleva consigo a una mayor cantidad de inversores en la escalada, y casi cualquiera puede participar en la creación de valor explosivo. Pero cuando una empresa se mantiene privada durante más de diez años, los únicos que se benefician de la creación de valor explosivo son un grupo relativamente pequeño de inversores privados, los fundadores de la empresa, y los primeros empleados. Así es como los ricos se hacen más ricos.
Uber ya tiene siete años. Si permanece privada hasta los 15 o 17 caminaría por territorio desconocido para una empresa en su posición. Y si el pasado es prólogo, salir a bolsa en el año 15 o 17 sería un insulto para sus futuros accionistas pues, probablemente para entonces, habrá terminado la gran creación de valor. Kalanick se habrá dado un festín y dejará las sobras a los demás.
Algunas de las mejores empresas, tras su surgimiento inicial creando la categoría, se han expandido hacia otra completamente nueva y han reiniciado el ciclo. Toma el ejemplo de Amazon, que creó su Amazon Web Services para la nube en 2006, 12 años después de su fundación. Tal vez Uber hará lo mismo. Tal vez no. Digamos que lo que hizo Amazon es una rareza.
¿Y por qué una IPO tardía podría arruinar la empresa? Parece que hay un montón de razones. La gente talentosa evita unirse a la compañía, a menos de que pueda conseguir acciones y participar en la creación de valor. Pero sin la supervisión que se impone a las compañías públicas, una empresa privada puede descuidar sus finanzas. Tal vez no disponga de acciones para adquisiciones. Permanecer en privado demasiado tiempo es como vivir con mamá demasiado tiempo: tarde o temprano, pierdes los medios para tener éxito en el mundo real.
Durante años, Mark Zuckerberg, CEO de Facebook, dijo que las compañías deben permanecer privadas el mayor tiempo posible. Tras hacerse pública, cambió de opinión. “En realidad, creo que ha hecho mucho más fuerte a nuestra empresa”, declaró en una conferencia TechCrunch. “Ahora dirigimos nuestra compañía mucho mejor”.
Para ser justos, el prejuicio contra la oferta pública inicial no es una locura. Una IPO es una pesadilla. Cuesta millones de dólares. Obliga a los CEO a enfocarse en las ganancias trimestrales, a veces sacrificando el largo plazo. Los reglamentos Sarbanes-Oxley imponen una carga. Y hay tanto dinero privado haciendo fila para ingresar en tecnología que cualquier empresa que simplemente respire puede hacer ronda tras ronda de financiación. Entonces, ¿por qué molestarse con una IPO? Una encuesta reveló que sólo 17 por ciento de las empresas de Silicon Valley reconocen siquiera que IPO es un objetivo.
Sin embargo, los datos muestran que deben tomarse la molestia. Por el bien de la empresa, hay un momento perfecto para salir a bolsa, igual que lo hay para sacar la tarta del horno. Pero también hay un riesgo para el bien público mayor. Si Silicon Valley no reconsidera su postura hacia las IPO, tal vez no sean —como bromeó Kalanick— sus empleados y allegados quienes aparezcan con antorchas y horquetas.
Quizá lo hagamos todos los demás.
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Publicado en cooperación con Newsweek /Published in cooperation with Newsweek