Cada día llega lleno de ejemplos de nuevas formas de
violencia, como si hubiera una especie de competencia: que le bajen los
calzones a una mujer en plena calle, le prenden fuego a un perro vivo, tiran un
gato desde el piso cuatro para ver si cae parado, o niños que juegan a los
secuestradores y matan al secuestrado, sin mencionar los enfrentamientos
armados y las matanzas como la de Orlando.
De acuerdo con la OMS (Organización Mundial de la
Salud), la violencia es una de las principales causas de muerte a nivel mundial
para las personas de entre 15 y 44 años; 14 por ciento de varones y 7 por ciento de mujeres.
Llegar al origen de las conductas violentas en los
humanos es tema de investigación en filosofía, sociología, biología, psicología
y psiquiatría, y en fechas más recientes, neurobiología y la neurofisiología,
que buscan en el cerebro las claves para estudiar y prevenir la violencia. Nuevas
disciplinas y nuevas herramientas han conseguido avances, pero entre muchas
incógnitas queda si la violencia es inherente a los humanos, o se adquiere
culturalmente.
En el siglo XVIII, Jean-Jacques Rousseau afirmaba que
el hombre es bueno por naturaleza; Thomas Hobbes, Sigmund Freud y el premio
Nobel de Medicina Konrad Lorenz sostienen, por su parte, que el humano es
naturalmente agresivo y egoísta, y esto sólo se contiene con la cultura.
Investigaciones de la Universidad de Harvard señalan
que cuando un niño sufre abuso o maltrato severo, la cascada de eventos
neurobiológicos y hormonales que le produce el estrés sufrido alteran la
estructura neuronal de su cerebro en desarrollo. En palabras llanas: es muy
probable que el pequeño de adulto sea un agresor. No siempre.
Otra vía de reproducir la violencia, sin que exista
maltrato infantil, es permitir o disculpar la conducta agresiva en la familia y
el medio. Hay papás o hermanos mayores que alientan actitudes violentas.
Intentar combatir violencia con violencia sólo logra escalarla
y aceptarla como algo natural, y hasta positivo. Los que saben recomiendan trabajar
con una cultura de cero tolerancia, o lo que es lo mismo: no se acepta la
violencia en ninguna de sus variables.
Diversos estudios afirman que en el mundo actual la
violencia es cultura, y agregan que “se debe empezar a trabajar ahora en una
cultura de convivencia, utilizando las mismas vías que sirven para, por
ejemplo, acosar, que se utilicen para promover el respeto y la aceptación de
las diferencias”; favorecer un clima de cortesía y desalentar la competencia
negativa: ser todos mejores, pero no a costa de los demás.