El Partido Libertario pasa por un buen
momento. Dicho partido, que casi siempre ha sido una idea marginal de último
momento en las elecciones estadounidenses, está recibiendo una oleada de
atención por parte de los medios de comunicación nacionales a partir de su
convención realizada el fin de semana del Día de los Caídos, donde eligió a dos
populares exgobernadores republicanos para la contienda presidencial. Todo
ello, combinado con la histórica impopularidad de Hillary Clinton y de Donald
Trump, y con los rumores acerca de una posible candidatura presidencial
independiente por parte de un republicano #NeverTrump (#NuncaTrump), cada vez
más personas piensan que 2016 podría ser el año en el que un candidato
presidencial independiente o perteneciente a un tercer partido finalmente rompa
el estrangulamiento bipartidista de Estados Unidos y organice una contienda
verdaderamente competitiva por la Casa Blanca.
Esto no va a ocurrir. El nominado del
Partido Libertario Gary Johnson o cualquier otra persona que pudiera incorporarse
a la contienda enfrentan severas barreras institucionales para su viabilidad,
reales y, quizás de manera más importante, percibidas por los votantes
estadounidenses. Además de eso, enfrentan un clima electoral hiperpartidista
distinto al que cualquier otro candidato de un tercer partido como Ross Perot o
Ralph Nader enfrentaron en su momento, donde el impulso de derrotar al partido
opositor supera a cualquier otra cosa.
Es extremadamente improbable que la de 2016
sea la elección que pueda llevar a un candidato independiente o de un tercer
partido a la Casa Blanca. Sin embargo, la exasperación con el statu quo bien
podría convertirla en un punto de quiebre. Existe un movimiento que gana
terreno en los estados de la Unión para cambiar la manera en que se realizan
las elecciones, incluso reemplazando la votación mayoritaria que podría
convertir a los contendientes no pertenecientes al sistema bipartidista en una
fuerza real en la política estadounidense.
Johnson, gobernador de Nuevo México de 1995
a 2003 y nominado presidencial por el Partido Libertario en 2012, señaló en C-SPAN
la mañana del martes que él y su compañero en la contienda, el ex gobernador de
Bill Weld, “fueron reelegidos por mayores márgenes la segunda vez que la
primera” en estados dominados por los demócratas “siendo ahorradores y
socialmente liberales.”
“¿Acaso esto no nos habla de un atractivo
potencialmente amplio?”, preguntó retóricamente.
En teoría, sí. Pero en la práctica, el
atractivo electoral es necesario pero no suficiente. En primer lugar, existe el
problema de aparecer en las boletas de los 50 estados de la Unión, cada uno con
sus propios requisitos característicos y con frecuencia bizantinos. El Partido
Libertario ha superado ese obstáculo. Pero cualquier candidato independiente
que se incorpore a la contienda a estas alturas tendrá que hacer frente a la
hercúlea tarea de reunir las suficientes firmas como para lograr que su nombre
aparezca en las boletas electorales de todo el país. A eso se debe que incluso
una figura bien financiada como el ex alcalde de Nueva York Mike Bloomberg haya
contemplado la posibilidad de incorporarse, pero decidió que simplemente sería demasiado
difícil contender como candidato independiente.
En Arizona, por ejemplo, un candidato
presidencial puede calificar para la boleta al ser nominado por “un partido
político reconocido”, ya sea uno que haya recibido 5 por ciento de los votos en
la última elección presidencial o para la gubernatura, o cuyos miembros sumen
“al menos dos tercios del 1 por ciento” de los votantes registrados en ese
estado. También existen formas para que un partido o candidato no afiliado a ningún
partido pueda registrarse para aparecer en las boletas mediante una petición,
pero para ello se necesitan miles de firmas.
Sin embargo, existe un desafío más
fundamental para los candidatos de terceros partidos. Las elecciones en Estados
Unidos, donde el ganador se queda con todo, un sistema también conocido como sufragio
indirecto, en el que el candidato que obtiene el mayor número de votos en la
contienda gana el cargo, independientemente de la proporción de los votos que
haya obtenido, favorece únicamente a dos partidos, en lugar de tres o más, una
realidad que se conoce en ciencia política como la Ley de Duverger, en honor al
sociólogo francés Maurice Duverger. Esto se debe a que un partido o candidato
puede obtener una proporción considerable de los votos en un distrito o estado
concreto y, al final, no obtener nada, ningún escaño o delegado, dependiendo de
la contienda, debido a que no obtuvo la mayoría
de los votos entre los candidatos. Los sistemas de elección por representación
proporcional, que prevalecen en la mayoría de las democracias, asignan a un
partido un cierto número de escaños legislativos en proporción con el
porcentaje de los votos que obtuvo a escala nacional o en una región
determinada.
Ha habido muchos debates sobre qué tan
adecuadamente se aplica la Ley de Duverger a escala internacional. Pero casi
todo el mundo está de acuerdo en que el sistema estadounidense, con sus
distritos electorales de un solo miembro y un colegio electoral que elige al
presidente, desalienta la formación de partidos pequeños. También desalienta a
los votantes de sufragar en favor de esos partidos alternativos, en lo que
podría considerarse un “desperdicio del voto”.
Trump advirtió a los votantes republicanos
precisamente de ese riesgo en una diatriba publicada en Twitter. Como reacción
a un tuit publicado por el magnate conservador Bill Kristol, Trump tuiteó, “El Partido Republicano debe ser listo y
fuerte si desea ganar en noviembre. ¡No puede permitir que miembros
insignificantes apoyen a un candidato independiente sin posibilidades de ganar!”
Este es apenas el último giro de una antiquísima discusión contra los
candidatos de terceros partidos. En un artículo de la revista Political Science Quarterly publicado en 1995, los
catedráticos Paul R. Abramson, John H. Aldrich, Phil Paolino y David W. Rohde
señalaron que ya desde 1932, “los partidarios de Franklin D. Roosevelt instaron
a los estadounidenses a no desperdiciar su voto en Norman Thomas, el candidato
socialista.” En 1968, cuando el senador por Carolina del Sur Strom Thurmond
instó a los votantes de Palmetto State a apoyar al republicano Richard Nixon
por encima del segregacionista George Wallace, candidato del Partido
Independiente de Estados Unidos, debido a que “un voto por Wallace es un voto
por [el demócrata Hubert] Humphrey,” escribió.
Los autores encontraron pruebas de lo que
se conoce como “efecto psicológico” en la decisión de los votantes para no
apoyar a un candidato independiente o de un tercer partido en 1968, 1980 y 1992,
aunque ello no tuvo un impacto tan grande como las barreras técnicas inherentes
al sistema electoral. Sin embargo, algunos expertos piensan que ello podría ser
una fuerza aún más poderosa en 2016, dada la rigidez que han adquirido las
identidades partidistas.
Se han realizado muchas investigaciones
que muestran que los estadounidenses se están polarizando cada vez más, no sólo
a lo largo de líneas políticas, sino también con base en sus identidades
completas, que se resumen en esas conductas de votación. Los demócratas son más
diversos, seculares y urbanos, mientras que los republicanos se han vuelto más
blancos, religiosos y rurales. Esto es producto de un proceso de varias décadas
que el periodista Bill Bishop etiqueto cómo “the Big Sort” (la Gran
Clasificación) en su libro del mismo nombre, publicado en 2008. Y esto ha
intensificado el deseo de los votantes que se encuentran a cada lado de la
división partidista de ganar las elecciones nacionales, aun cuando no les
importe mucho su propio candidato.
Lilliana Mason, catedrática de ciencia
política de la Universidad de Maryland, señala que las investigaciones de
psicología social realizadas desde la década de 1970 demuestran que “cuando una
persona se identifica fuertemente con un grupo, como un partido político, para
ella puede ser un motivador más fuerte ganar que garantizar un bien mayor”, es
decir, apoyar a un candidato de un tercer partido al que se considera mejor
calificado. Por ejemplo, los investigadores han encontrado que cuando una
persona debe decidir entre dar a todos los participantes la misma cantidad de
recursos u obtener mayores recursos para su grupo asignado (aun cuando esta
cantidad sea menor que si se otorgan los mismos recursos a todos), la mayoría
de las personas eligen la segunda opción.
“Se trata de un sentimiento psicológico
muy primario,” señala Mason, que se especializa en psicología política. Y “se
relaciona con la autoestima”. Así que cuanto más no sólo la ideología de una
persona, sino su identidad cultural y racial giren alrededor de qué partido
gane las elecciones, tanto mayor es la amenaza para su autoestima. Y tanto
menor es la posibilidad de que considere a un candidato externo.
La identidad de marca también es una
barrera para un candidato de un tercer partido como Gary Johnson. Las marcas
demócrata y republicana son ahora “poderosos indicadores de la manera en que
las personas van a votar”, señala Rob Ritchie, director ejecutivo de FairVote,
una organización sin fines de lucro que está a favor de los sistemas
electorales más representativos. Para los libertarios o para cualquier otro
tercer partido, “hay mucho trabajo que hacer para ganarse la confianza hacia su
marca, es decir, su partido, para reemplazar a uno ya existente”, afirma Ritchie.
Piensa que un candidato independiente, y no uno perteneciente a un tercer
partido, tiene mayores oportunidades en esta elección de tintes populistas,
debido a que puede presentar el argumento de que compite para actuar en favor
de los estadounidenses promedio y que no está sometido al programa de ningún
partido político. “Hemos visto a candidatos independientes que, cuando han
cruzado ese umbral de viabilidad, tiene un desempeño bastante bueno”, dice Ritchie,
señalando al gobernador de Alaska Bill Walker, al ex gobernador de Maine y
actual senador Angus King y al exgobernador de Rhode Island Lincoln Chafee.
Sin embargo, para demostrar su viabilidad,
un candidato independiente necesita aparecer en las boletas y participar en los
debates de las elecciones generales, cuyos umbrales son muy difíciles de cruzar
para un candidato sin el respaldo del partido. En 2016, los candidatos deben
tener una puntuación de 15 por ciento en las encuestas nacionales y aparecer en
suficientes boletas estatales como para tener la oportunidad matemática de
obtener un voto mayoritario en el colegio electoral para ser incluidos en los
debates.
Existen planes de realizar cambios para
derribar algunas de las barreras en los ámbitos estatal y local. Ciudades como Minneapolis,
St. Paul, Minnesota; San Francisco, Oakland y Berkeley California, ahora
seleccionan a algunos de sus funcionarios locales a través de lo que se conoce
como “votación de elección clasificada”, en la que cada votante clasifica a sus
tres candidatos preferidos para un cargo, y si ningún candidato obtiene la
mayoría de los votos como primera opción en la primera ronda, entonces se suman
los votos de las segundas y posiblemente de las terceras opciones hasta que alguno
de los candidatos obtiene una mayoría. Esto elimina la preocupación de
“desperdiciar” un voto en un candidato independiente, debido a que si pierde en
la primera ronda, el voto va a al candidato de segunda opción.
En noviembre próximo, Maine someterá a
votación una iniciativa de boletas que implementaría la votación de elección
clasificada en todo el Estado. Mientras tanto, California ha comenzado a
utilizar un sistema de votación no partidista en las contiendas estatales y del
Congreso, en el que los dos finalistas de la elección primaria,
independientemente de su partido, compiten en la elección general. Otros
estados, como Luisiana, organizan segundas vueltas para los cargos estatales si
ningún candidato obtiene la mayoría en la primera ronda.
No todos estos cambios favorecen
necesariamente a un candidato independiente o de un tercer partido, pero todos
ellos amenazan con sacudir a un sistema rígido y dominado por dos partidos.
Esta experimentación, combinada con el alboroto relacionado con el proceso en las
elecciones primarias de los partidos Demócrata y Republicano, que favorece a
los votantes registrados de los partidos y a los miembros de estos, y con la
amplia insatisfacción con los nominados de ambos partidos, tiene grandes
posibilidades de provocar una reexaminación de la forma en que los
estadounidenses eligen a sus políticos y por qué existen opciones tan limitadas.
Sin embargo, el paso de la insatisfacción a provocar un cambio real en el sistema a escala nacional será un proceso a largo plazo y
podría requerir una crisis completa en los partidos, como la caída de los Whigs
en la década de 1850, que fue el punto de partida para el Partido Republicano.
“Pienso que el dique habrá de reventarse
en un momento dado,” señala Ritchie. “Pero no creo que lo haga este año.”