Es mediodía y estoy atrapada en el tráfico. A mi lado, un
señor manotea en el volante, grita, toca el claxon, lo hace una y otra vez, sin
miedo a que lo multen según el nuevo Reglamento de Tránsito. Todo su esfuerzo y
enojo es en vano. No avanza ni un metro. Es como si le chiflaras a un nudo,
nunca se va a desamarrar.
Entre los autos se pasean limpiaparabrisas, vendedores,
payasitos, malabaristas y personas que piden limosna. Se derriten ante un sol
inclemente. Se ahogan ante los aires de contingencia que nos ha tocado
respirar.
Son esos insultos y esos rostros el mejor termómetro de
que en el ambiente algo no está bien. Hay mal humor, una irritabilidad que se
expande, una incertidumbre preocupante, una desesperanza creciente.
¿Por qué esos sentimientos? ¿Dónde están los mexicanos
siempre dispuestos a la fiesta? ¿Qué pasó con esa población que no se deja caer
ante las adversidades, que resiste cualquier crisis económica y que es
solidaria con sus hermanos ante la tragedia?
Es el presente el que nos trae así. Y los políticos no
ayudan, por el contrario, empeoran la situación con sus declaraciones. Fue el
presidente Enrique Peña Nieto el que llevó el tema a la agenda nacional.
Al inaugurar el Tianguis Turístico 2016 en Guadalajara,
Jalisco, aseguró que el país avanza y se mantiene en crecimiento, pese a
comentarios y señalamientos que refieren a ese “mal humor social” y a que el
ánimo entre los mexicanos “está caído”.
“Sé que a veces se puede decir, leyendo algunas notas,
columnas y comentarios que recojo de aquí y de allá, que no hay buen humor, el
ánimo está caído, hay mal ambiente, un mal humor social”, acotó el mandatario.
Para alimentar nuestro optimismo, reiteró: “Hay muchas
razones y muchos argumentos para decir que México está avanzando, que México
está creciendo en distintos ámbitos, en distintos espacios”.
El primer mandatario no es el único que tiene esa
percepción. El 15 de abril, el secretario de Desarrollo Social, José Antonio
Meade, de gira por Campeche, pidió dejar atrás la crítica sin fundamento.
“Vale la pena que dejemos el mal humor, (…) vale la pena
que nos demos cuenta que tenemos un gran país, (…) tenemos mucha suerte, hoy,
de que el presidente Peña Nieto sea el presidente de México”.
¿Hay un autoengaño en el primer círculo de Los Pinos? ¿Se
trata de un mecanismo de defensa para negar una realidad que está años luz de
ese optimismo desbordado?
Si México avanza, como lo dice el mexiquense, ¿por qué la
sociedad no lo percibe? Si su gobierno ha hecho grandes reformas estructurales,
¿por qué sus beneficios no han aterrizado?
Algunas respuestas que pueden explicar ese “mal humor
social” que nos embarga, en las siguientes líneas.
VIOLENCIA DESBORDADA
La actual administración recibió una “herencia maldita” de
su antecesor, Felipe Calderón: el saldo de la guerra contra el crimen
organizado. La apuesta fue minimizar el tema y desviar la atención hacia la
agenda propia. Pero, por desgracia, la realidad es más necia.
De acuerdo con cifras oficiales, del 1 de diciembre de
2012 al 31 de marzo de 2016, se han registrado 57,000 194 homicidios dolosos y
4506 personas han sido secuestradas. De seguir la tendencia, este sexenio
podría ser más letal que el del panista.
De acuerdo con el Índice de Paz en México 2016, elaborado
por el Instituto para la Economía y la Paz, el impacto económico de la
violencia en el país el año pasado fue de 2.12 billones de pesos, lo que
equivale a 13 por ciento del PIB, a pesar de que los delitos con violencia y
los crímenes de la delincuencia organizada disminuyeron ocho y diez por ciento,
respectivamente.
Un triste ejemplo de lo que ocurre en el país es Acapulco.
En lo que va del año, la Secretaría de Seguridad Pública de Guerrero ha
contabilizado 334 homicidios. El más reciente de ellos fue el ataque del pasado
domingo 24 de abril contra elementos de la Policía Federal (PF), que provocó el
cierre de cientos de escuelas y comercios y que se suspendieran las
actividades, aún a plena luz del día.
IMPUNIDAD RAMPANTE
Después de Filipinas, México es el segundo país con mayor
índice de impunidad de los 59 países que midió el Índice Global de Impunidad
(IGI), elaborado por la Universidad de las Américas Puebla (UdlaP) y el Consejo
Ciudadano de Seguridad y Justicia de Puebla (CCSJ).
Según el estudio, el sistema de justicia mexicano enfrenta
grandes deficiencias, y muestra de ello es que 46 por ciento de la población
carcelaria carece de sentencia. Además, a escala internacional existen en
promedio 17 jueces por cada 100,000 habitantes; México sólo cuenta con cuatro
por cada 100,000.
De 1,710,636 presuntos delitos denunciados en el último
año, se iniciaron 1,254,854 averiguaciones previas que involucraban a 850,185
presuntos delincuentes. De ellos, apenas 75,593 fueron detenidos y
sentenciados.
Mientras, la cifra negra de delitos no denunciados fue de
92.8 por ciento a escala nacional durante 2014, de acuerdo con la Encuesta
Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública (ENVIPE) 2015.
Los principales motivos por los que la población víctima
de un delito no denuncia es porque lo considera una “pérdida de tiempo” (32.2
por ciento) y por desconfianza en la autoridad (16.8 por ciento).
LO QUE NO SE OBSERVA ES LO OTRO: motivos para contagiarnos
del optimismo desbordado del presidente y de su equipo. FOTO: ARTURO PÉREZ
ALFONSO/CUARTOSCURO
CORRUPCIÓN: LA MADRE DE TODOS LOS MALES
Casos como el de la Casa Blanca o la propiedad del
secretario de Hacienda, Luis Videgaray, en Malinalco; los escándalos de OHL y
Oceanografía; o las acusaciones en contra de exgobernadores, dan cuenta de por
qué México ocupa el lugar 95 entre 168 países en el Índice de Percepción de
Corrupción a escala mundial y el 11 entre los 22 países de América Latina.
El documento, elaborado por Transparencia Internacional,
está basado en la percepción de expertos del sector privado, y da al país tan
solo 35 de 100 puntos sobre cómo se percibe ese fenómeno. Es la misma
puntuación que obtuvo en 2014 y tan solo un punto por arriba de lo registrado
en 2013 y 2012.
Este fenómeno tiene enormes costos. En lo económico, la
corrupción le cuesta a los mexicanos 890,000 millones de pesos por lo que, en
promedio, una persona paga 165 pesos diarios por este mal que se ha convertido
en “una especie de impuesto regresivo”.
Así se establece en “México: anatomía de la
corrupción”, de María Amparo Casar, donde se explica que esa cifra
equivale a 7.7 veces el presupuesto de la Sedesol, y que son los estratos
sociales más bajos los más afectados por este fenómeno, ya que destinan 33 por
ciento de su gasto a asuntos relacionados con la corrupción.
POBREZA Y FALTA DE CRECIMIENTO
Ni empleo, ni salario, ni expectativas de crecimiento.
Ingredientes para un coctel explosivo… y mortal si se añade el crecimiento de
los niveles de pobreza.
La población en condiciones de pobreza pasó de 53.3
millones en 2012 a 55.3 millones en 2014, lo que equivale al 46.2 por ciento de
todos los mexicanos, reveló el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social (Coneval).
Este año, el país concluirá con 2.4 millones de desempleados
(4.1 por ciento de la Población Económicamente Activa, PEA), cantidad que no
disminuirá en 2017, según estimaciones de la Organización Internacional del
Trabajo (OIT).
Pero no nos preocupemos. Nada se está haciendo mal en lo
interno. Todo es culpa de la “volatilidad externa”.
CRISIS DE DERECHOS HUMANOS
El video de la tortura a Elvira Santibáñez Margarito, en
el que participaron militares y policías federales, dio la vuelta al mundo como
muestra fehaciente de la crisis de derechos humanos que hay en el país.
A este caso se suman muchos otros: Tlatlaya, Apatzingán,
Ayotzinapa. Sobre este último, el informe final del Grupo Interdisciplinario de
Expertos Internacionales (GIEI) asegura que la PGR obtuvo testimonios mediante
tortura, fabricó pruebas y se deshizo de evidencias, en su afán por construir
“la verdad histórica” sobre la desaparición de los 43 normalistas.
COLOFÓN
Los mexicanos somos víctimas de este hoy, de un presente
caracterizado por la violencia desbordada, la impunidad rampante, la corrupción
como madre de todos los males, la pobreza, la falta de crecimiento y la crisis
de derechos humanos.
Hay razones de sobra para que haya mal humor social, para
que nuestro estado de ánimo esté caído. Lo que no se observa es lo otro:
motivos para contagiarnos del optimismo desbordado del presidente y de su
equipo.
Vuelvo a la escena inicial, a la del tráfico. Por la
ventanilla se asoma una niña que vende golosinas. Me las enseña. No me pide
nada, pero me regala una sonrisa, muy a pesar del sol inclemente y del aire
envenenado que respiramos.
Ese solo gesto me regresa la esperanza en este pueblo
grande y hermoso que es el mexicano: por su pasado y cultura, por su
disposición permanente para la fiesta y su solidaridad. Y si hemos sobrevivido
a crisis económicas y financieras, podemos hacer frente a estos grandes
problemas que enfrentamos y, a pesar de todo, sonreír. Pero una cosa simple sí
digo: ese nudo no se desamarrará sólo chiflando.