Sandra Ávila Beltrán es uno de los personajes más controvertidos y venerados del crimen organizado en México, ya que es una de las pocas mujeres que ha tenido acceso a los más altos
niveles de la vida de los cárteles. Ha vivido, trabajado y amado en los más
altos escalones del mundo del narcotráfico en México desde finales de la década
de 1970. En el punto más alto de su carrera, tenía la tendencia de llevar
maletas con millones de dólares en crujientes billetes de 100 dólares.
Su estatus la llevó a ser conocida como
“la Reina del Pacífico”, en honor a su supuesta destreza para organizar una
flotilla de barcos atuneros, cada uno de ellos cargado con 10 toneladas de
cocaína, para navegar hacia el norte, desde la costa del pacífico mexicano
hasta el principal mercado de cocaína del mundo: Estados Unidos.
Ávila pasó los últimos siete años en
prisión por lavado de dinero, incluyendo dos años en incomunicación. Ahora que
está libre, concedió una entrevista exclusiva al periodista Jonathan Franklin, del diario británico The Guardian, la primera en casi una década,
desde su hogar cerca de Guadalajara, en la que arremetió contra la corrupción
de los políticos mexicanos, se burló de la inutilidad de la prohibición de las
drogas y celebró el escape de Joaquín “El Chapo” Guzmán.
Su llegada al poder, que duró tres
décadas, le proporciona una visión privilegiada de los jets privados, las
operaciones clandestinas de cirugía estética para ocultar su identidad,
violentos tiroteos en fiestas VIP y una constante ininterrumpida: enormes
sobornos a los funcionarios públicos mexicanos.
“Lo más que he escuchado fue un soborno por 100 millones de dólares a un presidente mexicano”, señala Ávila.
“Un millón de dólares no es nada. Vi a un político mirando dentro de la bolsa
para ver si el dinero estaba realmente. Él lo sabía todo.”, dijo Ávila al reportero.
De acuerdo a la información publicada, Ávila se rehusó resueltamente a ver algo malo en la carnicería de la
violencia del narcotráfico en México, comparándola con la violencia
de la época de la Prohibición en Estados Unidos, y presenta a la violencia como un resultado del terrorismo patrocinado
por el gobierno mexicano, o de las políticas prohibicionistas, y no al bien
documentado e innegable salvajismo que utilizan constantemente las bandas de
narcotraficantes mexicanos.
Foto: HO / PGR / AFP
Infancia es destino
La exlideresa del narcotráfico narra que cuando tenía unos 13 años, fue testigo
de su primer tiroteo. “Las personas iban por la calle con pistolas al cinto y
con músicos tocando detrás de ellas”, afirma. “Al atardecer, podías escuchar la
música, los disparos, era entonces cuando mataban a la gente.”
Mientras que sus amigos de la infancia
ascendieron rápidamente para convertirse en líderes del cártel de Sinaloa, la
joven Sandra exploró otras vías, tomando todo su brillo e inscribiéndose a
clases de periodismo cuando era una animosa muchacha de 17 años. Sin embargo,
tras pasar tres años estudiando Comunicación en la Universidad Autónoma de
Guadalajara, un novio celoso la secuestró. Era un joven poderoso ligado
estrechamente a los cárteles. Pocos meses después, ella abandonó la ciudad,
terminando así sus esperanzas de convertirse en periodista de investigación.
En lugar de ello, Sandra Ávila se
incorporó al bajo mundo de las drogas. Le favoreció el hecho de ser una veloz
conductora, una experta jinete y una gran tiradora. También, dice, aprovechó al
máximo sus habilidades de coqueteo.
El Chapo
Ella dedicó su vida de tiempo completo
al cártel. Siendo una astuta aprendiz, logró ascender rápidamente en los
distintos rangos y era codiciada por los hombres a cada paso del camino, sin embargo, Ávila se propuso nunca
consumir cocaína, escribe Franklin en el texto publicado el pasado lunes.
“Si lo haces, los hombres piensan que no es más que otra
mujer desechable y no serás respetada,” dijo Ávila a The Guardian.
Las mujeres en este mundo, explica,
sufren abusos, son descartadas y desechadas casi con la misma facilidad con la
que una niña abandona una muñeca Barbie. Los líderes del narcotráfico mantienen
un harén de hasta 10 mujeres y esta libertad sexual, enfatiza, no se extiende a
sus equivalentes femeninos. Las mujeres, dice, son vistas como objetos, adornos
o como una necesidad, pero “nunca como un ser luchador, o como una persona
hecha de triunfos y logros”.
Jonathan Franklin explica en el texto que para Ávila era muy importante ser
respetada, ya que no sólo quería ser invitada a la fiesta, sino que estaba decidida
a convertirse en la Reina de la Cocaína. “Y en menos de 10 años logró su
coronación”, asegura.
Entonces se hizo amiga de “El Chapo” Guzmán,
salía con uno de los principales líderes del cártel de Sinaloa, controlaba una
flotilla de 30 automóviles y ganaba competencias de tiro con el principal
guardaespaldas de Rafael Caro Quintero, fundador del cártel de Guadalajara, señala el reportero del diario británico.
Foto: HO / Prosecutor’s Prtess Office / AFP
Giro inesperado
La mujer que llegó a asignar hasta 40 mil dólares mensuales a su hijo para sus gastos, señala que escapar de la ley es muy agotador.
“Es cansado. Muy cansado. Todos tenemos
nuestra propia esencia, nuestra personalidad, que es única y es fuerte para
cada persona. Cambiar eso, ser otra persona, es difícil”, dice, recordando
aquellos tiempos. Cambiaba constantemente de casa, de color de cabello, e
incluso de voz.
Esto, luego de que 2002 su suerte cambió: el hijo de Ávila fue secuestrado y cuando ella pagó el rescate de 5 millones de dólares, la policía aumentó su vigilancia; su nombre adornaba ahora un cartel de “los más buscados”. Se dio a la fuga y vivió durante años como fugitiva, señala la “Reina del Pacífico”.
Fue más o menos en esa época que una
banda llamada Los Tucanes de Tijuana convirtió a Ávila en una celebridad como
la “Reina del Pacífico” en su éxito “Fiesta en la sierra”. Conocida como narcocorrido,
esta oda a la vida de los cárteles describe cómo Ávila una vez llegó
elegantemente tarde a una fiesta de cumpleaños clandestina celebrada en las
colinas, describe Franklin en el texto.
La canción fue un éxito, pero Ávila estaba
furiosa: había sido expuesta por una banda de músicos.
Su preciado anonimato había sido
sacudido, y su mala suerte continuó. Meses después, ella y su pareja, Joel,
fueron emboscados mientras iban a desayunar. Dos pistoleros le cerraron el paso
a su automóvil y descendieron lanzando una descarga de plomo. Ávila se tiró al
piso y, mirando al cielo, se imaginó que eran sus últimos instantes en la
Tierra. Pero de repente recordó a su hermano, recientemente asesinado, y cómo
su muerte le había pesado tanto a su madre. Decidió arriesgarse.
“Decidí
abrir la puerta y correr. Pensé que tenía más probabilidades de sobrevivir si
salía. Quizás podía salvarme entre los otros autos. Y eso fue lo que pasó.
Comencé a correr, llegué hasta la acera, entré en un edificio de departamentos
y me escondí detrás de un pequeño arbusto. Podía ver que seguían buscándome y
me agaché. Y cuando escuchó el sonido de las sirenas, el pistolero que iba tras
de mí comenzó a correr para escapar. Acordonaron el área y pude ver a Joel
tirado en la calle. Muerto.”
La exlideresa del narcotráfico narra cómo durante los siguientes tres años continuó su vida como fugitiva y conoce a su nuevo amor, Juan Diego Espinoza,
un joven y apuesto colombiano distribuidor de cocaína quien, al ser
entrevistado en prisión varios años después, calculó que transportaba 10
toneladas de cocaína cada mes de Colombia a Estados Unidos, pasando por México.
Ambos fueron arrestados el 27 de
septiembre de 2007. Esta vez, Ávila no trató de escapar. “No podía creer cuando
fui arrestada y que me llamaran por mi nombre… Fue un alivio ser detenida.”, expresa la mujer que recuerda cómo durante gran parte de la siguiente década
vivió tras las rejas, pero con estilo.
“Mientras que las otras prisioneras
recibían a sus visitas en una sala común, los invitados de Ávila eran
escoltados hasta su celda donde sus tres mucamas servían comida, alcohol y
cigarrillos”, señala la “Reina del Pacífico”
“Usábamos los tubos de los rollos de papel higiénico para rizarnos el
cabello. Para teñirnos las canas, utilizábamos rímel y delineador”, explica
alegremente. “En lugar de loción para la cara, utilizábamos la crema blanca
para las hemorroides”, recuerda.
Tras ser liberada en febrero de 2015, ha
comenzado lentamente a recuperar sus contactos y su compostura. La mayor parte
de su fortuna está enterrada, y ella y un grupo de abogados luchan furiosamente
para recuperar aproximadamente 15 casas, 30 autos deportivos y unas 300 joyas. “Camaros,
Trans-Am, Mercedes, Audi, los tenía todos,” dice, recordando su favorito, un Bentley.
“Fuera de juego”
En junio, USA Network lanzará una serie
de televisión titulada Queen of the South, estelarizada por Alicia Braga como
una reina ficticia de la cocaína o como la más reciente encarnación de Ávila.
La serie es un remake de la versión en español titulada La Reina del Sur,
estelarizada por Kate del Castillo, la actriz que hizo equipo con Sean Penn
para realizar una entrevista clandestina y muy controvertida con “El Chapo”.
Para Ávila, se trata de acciones de diletantes,
de aspirantes hollywoodienses que nunca penetrarán en las verdaderas intrigas
del mundo del narcotráfico.
Al describir la huida de prisión de Guzmán,
a cuya fiesta asistió cuando estaba huyendo, dijo: “No me sorprendió, el dinero
lo compra todo en México. Pero me sentí feliz.”
Cuando se le preguntó qué tipo de
colaboración por parte de oficiales corruptos podría haber necesitado Guzmán, respondió:
“Tuvo que ser ayuda de los más altos niveles de gobierno. El sistema federal de
prisiones es difícil. ¿Para comprar ese sistema? Tuvo que haber sido en lo más
alto, no con el director de la prisión. Ni con los guardias. Tuvo que haber
sido en el nivel del gabinete.”
¿Qué medida única tomaría si fuera
Presidenta de México y estuviera interesada en erradicar la violencia provocada
por las drogas?
“En primer lugar, tienes que atacar a la
pobreza. La pobreza es lo que provoca la violencia. Comienzas siendo un
delincuente y luego te vuelves violento”, afirma.
¿Entonces es cuestión de oportunidades?
“El narcotráfico es un negocio que no ha sido legalizado”, afirma Ávila. “Es un
negocio como el alcohol (durante la Prohibición) que no era legal… En aquellos
días un vendedor de alcohol era considerado una mala persona, pero cuando lo
legalizaron, las personas que lo vendían se volvieron respetables. No veo que
los vendedores de alcohol o de tabaco se hayan arrepentido. Puedes ir a un
restaurante o a un bar y los propietarios no se sienten culpables.”
Al preguntársele cómo reaccionarían los
cárteles ante la legalización de la marihuana y el posible fin de una lucrativa
línea de negocios, ella dice que no importa porque “siempre se inventarán
nuevas drogas. Lo importante es continuar con el negocio.”
Hay personas con mucho dinero pero que no se salen. No
quieren hacerlo.
Este texto apareció publicado en The Guardian por Jonathan Franklin.
Con información adicional de Víctor Gutiérrez