Tras las protestas políticas en Bagdad, Barham Salih, funcionario de alto rango de la Unión Patriótica de Kurdistán (PUK, Patriotic Union of Kurdistan) que ha ocupado distintos cargos en el gobierno central iraquí y en el Kurdistán Iraquí, escribió en un tuit: “Caos en Bagdad, fin definitivo del sistema de gobierno de 2003. Ya no se trata de cambiar al gobierno, sino de cambiar el fallido sistema político.”
Barham tiene razón en cuanto a que las protestas anticorrupción, que han culminado en una sentada mayormente pacífica en la Zona Verde, son un elemento de cambio. El agitador chiíta Muqtada al-Sadr podría ser la antítesis de un gobierno limpio y de la transparencia financiera, pero sus llamados contra la corrupción han tenido resonancia.
Al mismo tiempo, las dificultades que ha tenido el Primer Ministro Haider al-Abadi para instalar un gabinete de tecnócratas en lugar de políticos comprometidos con diferentes caudillos y agentes de poder sectarios y étnicos, han subrayado los desacuerdos en los que se encuentra ahora el sistema.
Sin embargo, el tuit de Barham es principalmente pábulo: es fácil condenar el empantanamiento, pero ¿cuál es la alternativa? Barham no lo dice. No obstante, esperemos que no signifique que dará la espalda a la idea de la democracia en Irak. Descartar el proceso democrático sería contraproducente.
Durante el período de Barham como primer ministro del Kurdistán Iraquí, las fuerzas de seguridad abatieron a tiros a manifestantes en las calles. Por su parte, Abadi manejó pacíficamente a las multitudes.
La dictadura tampoco es la respuesta. Lo que buscan los iraquíes es una mayor rendición de cuentas por parte de sus gobernantes. De nueva cuenta, el Kurdistán Iraquí ha hecho lo contrario: al enfrentar el final de su presidencia, Masoud Barzani se rehusó a dejar el cargo, y mandó a fuerzas militares a las calles como una exhibición de poder y expulsó por la fuerza al vocero del parlamento que, de acuerdo con los términos de la ley de la presidencia, es el Presidente interino hasta que se celebren nuevas elecciones.
Los iraquíes se muestran pesimistas con respecto a su parlamento (y con buenas razones), sin embargo, a diferencia del de Erbil, el parlamento iraquí realmente se reúne.
Aunque la estabilidad de las dictaduras puede parecer atractiva, es importante recordar lo que éstas han provocado. Saddam Hussein tomó un país rico y, en ausencia de un sistema de rendición de cuentas, lo llevó a la ruina. También promovió el sectarismo que ahora aflige a Irak.
Mientras tanto, el presidente sirio Bashar al-Assad dirigió un estado policiaco tan riguroso como el que más. Se convirtió en un potentado del Medio Oriente, pero es imposible oprimir eternamente a los ciudadanos.
Algunas personas podrían ver la salvación en un golpe de Estado al estilo egipcio que busque revertir el poder hacia un hombre fuerte y sin compromisos religiosos, pero Egipto no tiene ni de lejos la complejidad sectaria que tiene Iraq, y muy pocos de los partidos islamistas iraquíes aspiran a establecer una dictadura teocrática en la forma en que la Hermandad Musulmana de Egipto lo desea.
Es posible que las dictaduras brinden la ilusión de la seguridad, pero con frecuencia, contribuyen a una explosión aún más violenta a futuro, especialmente cuando los presidentes tratan de heredar el poder a sus hijos o monopolizarlo mediante sus familias.
Esta es una de las razones por las que la política del Enviado Especial Brett McGurk para reconocer la ampliación ilegal del periodo de gobierno de Barzani es tan miope: no hay ninguna prueba de que las dictaduras respondan mejor que los gobiernos representativos a los desafíos de seguridad como los que plantea ISIS.
Irak tiene muchos problemas, y existen arreglos al sistema que podrían promover una mejor gobernanza. De hecho, eso es lo que Abadi ha tratado de lograr al favorecer la capacidad tecnocrática por encima del patrocinio político y las cuotas étnicas y sectarias.
Es una pena que Estados Unidos, cuando ha tenido la oportunidad, no haya hecho más para fomentar la creación de partidos políticos basados en la filosofía económica y no en el origen étnico o la religión.
Sin embargo, el hecho de revertir la dictadura no resolverá ahora mismo el problema; sólo el tiempo lo hará, conforme los iraquíes reconozcan que el chovinismo étnico y/o el islamismo no resuelven las muy reales preocupaciones estructurales y financieras de Irak.
Michael Rubin es becario residente del American Enterprise Institute. Ex oficial del pentágono, sus principales áreas de investigación son el Medio Oriente, Turquía, Irán y la diplomacia.