Las sospechas tienen bases. En 2012, dos empleados de la
central nuclear de Doel, en Bélgica, se unieron al grupo yihadista y
combatieron en Siria, donde estuvieron en la misma brigada que Abdehamid
Abaaoul, el ideólogo y organizador de los atentados de París de noviembre de
2015 en los que murieron 129 personas.
El temor de que los exempleados pudieron compartir
información confidencial sobre la instalación nuclear es verdadero, luego de
que en la casa de Ibrahim y Khalid el-Bakaoui, los hermanos que causaron los
recientes atentados en el aeropuerto y la estación central del metro de
Bruselas, estuvo previamente uno de estos científicos de la planta de Doel.
Las piezas de ese rompecabezas señalan que es probable que
los terroristas planearan un atentado más peligroso que los de París y Bruselas
juntos. Pese a que una “bomba sucia” no desencadena una explosión nuclear, sí
liberaría material radiactivo con un efecto incalculable en términos
psicológicos, médicos y económicos.
De ahí que las alarmas en la comunidad nuclear
internacional estén encendidas, pues el Estado Islámico tiene (como ya quedó
demostrado) la capacidad de extorsionar, secuestrar o coaccionar científicos
nucleares para que colaboren con ellos.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, convocó a
medio centenar de jefes de Estado y cancilleres a participar en la IV Cumbre
sobre Seguridad Nuclear, cuyo objetivo era construir una red global que
impidiera que unas 2000 toneladas de material pudieran ser usadas con fines
terroristas en la fabricación de armas.
Ben Rhodes, uno de los principales asesores de Obama en
política exterior, reconoció: “Sabemos que las organizaciones terroristas
tienen el deseo de acceder a esta materia prima para contar un dispositivo
nuclear”.
La preocupación del mandatario estadounidense no es nueva.
Desde 2009, en Praga, República Checa, pronunció un discurso en el que calificó
el terrorismo nuclear como “la amenaza más inmediata y extrema a la seguridad
global”.
En ese entonces anunció un esfuerzo internacional para
asegurar los materiales nucleares vulnerables, desarticular mercados negros, y
detectar e interceptar el contrabando. Postura que le valió el Premio Nobel de
la Paz en 2010.
La cumbre de Washington tuvo cuatro eventos destacados. El
primero fue el encuentro trilateral de Obama con el presidente de Corea del
Sur, Park Geun-hye, y el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, con el tema de
la amenaza nuclear de Corea del Norte.
El segundo encuentro importante en la agenda fue la
reunión bilateral de Obama con el presidente de China, Xi Jinping. Y el tercero
fue la reunión con los miembros del llamado grupo “P5+1”, integrado
por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China, Rusia y Alemania, que lideró
las negociaciones con Irán para reducir su programa nuclear.
Además del comunicado conjunto, se establecieron cinco
planes de acción para fortalecer la labor de la Organización de las Naciones
Unidas (ONU), el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), la
Interpol, la Iniciativa Global contra el Terrorismo Nuclear y la Asociación
Global para la no Proliferación de Materiales y Armas de Destrucción en Masa
(AG8).
Sin embargo, muchos consideran que los acuerdos alcanzados
no tuvieron el alcance esperado por ausencias notables. La más importante de
ellas: la del presidente ruso, Vladimir Putin, quien consideró que la agenda de
la cumbre ya está agotada.
Tampoco hubo representantes de Corea del Norte,
Bielorrusia e Irán, naciones con amplio potencial atómico cuya presencia era considerada
fundamental.
LA APORTACIÓN LATINOAMERICANA
Los tres países latinoamericanos que participaron en el
evento (México, Argentina y Chile; la presidenta brasileña Dilma Rousseff
canceló por la agudización de la crisis política que amenaza a su gobierno) no
llegaron a la reunión sólo como meros espectadores.
En conjunto, impulsaron un documento paralelo que colocaba
la seguridad nuclear en el contexto de un desarme generalizado y hablaba de la
necesidad de que en estos esfuerzos se requiere la cooperación de los países en
desarrollo.
“En la actualidad, cualquier hospital del mundo ya trabaja
con material radiológico. Este material puede ser usado en una bomba sucia. Hay
muchos países en esa situación que no estarán entre los 52 presentes en la
reunión y que precisan cooperación”, se argumentaba.
El texto también señalaba que los ejércitos deben rendir
cuentas del material nuclear que poseen, debido a estimaciones de que el 83 por
ciento de todo el material nuclear a escala global se encuentra en instalaciones
militares, sin que exista verificación sobre su estado y nivel de protección.
La propuesta latinoamericana contemplaba, asimismo,
reforzar el papel central de la Agencia Internacional de Energía Atómica
(AEIA), que es el órgano internacional más importante para el tema.
LA (IN)EXPERIENCIA MEXICANA
Y aun cuando el presidente Enrique Peña Nieto intentó
jugar un papel preponderante, lo cierto es que a lo largo del territorio
nacional existen instalaciones sin los mecanismos mínimos de seguridad que
manejan y almacenan material radiológico industrial cuya posesión está regulada
por la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS) de la
Secretaría de Energía.
A lo sumo, en sus fachadas y vehículos está pintado el
símbolo del trébol radiactivo como único señalamiento de riesgo. Y no sólo eso:
además de carecer de infraestructura adecuada para resguardar ese material,
tampoco cuentan con mecanismos para impedir su sustracción.
En los últimos dos años se han denunciado al menos ocho
robos por los que las autoridades de los tres niveles han emitido alertas para
su localización y evitar que la exposición pudiera generar un riesgo de salud
pública.
De acuerdo con cifras de la CNSNS, en el país existen unos
173 permisionarios que manejan productos radiactivos; el 90 por ciento de ellos
se encuentra en los estados de Guanajuato, México, Querétaro, Hidalgo,
Veracruz, Tabasco, Oaxaca, Baja California y la Ciudad de México.
Las sustancias que manejan son iridio 192, cesio 137,
iterbio 179 y tulio 170, para uso industrial; mientras que para fines de
radiología médica, los más usados son el cobalto 60, yodo 129/131 y tecnecio
99.
La exposición a ellas implica riesgos para la salud que
pueden ser letales, por lo que deben estar resguardados en contenedores sellados
y no se debe tener contacto con ellas en un perímetro de cuando menos 30
metros.
LAS PERSPECTIVAS
La cumbre, que incluyó por primera vez una sesión sobre
cómo afrontar la amenaza de un ataque terrorista en una ciudad y un simulacro
sobre cómo responder al terrorismo nuclear, se quedó corta.
A pesar de que desde la llegada de Barack Obama a la Casa
Blanca en 2009, se han eliminado casi 3000 kilos de uranio altamente
enriquecido, una cantidad que serviría para fabricar al menos 100 bombas
nucleares, algunos países como Pakistán y Rusia han ampliado sus arsenales.
Junto con ellos dos, otros 18 países mantienen reservas de
uranio altamente enriquecido que servirían para el desarrollo de miles de armas
nucleares.
Así, la amenaza terrorista nuclear sigue latente, con
consecuencias potencialmente catastróficas para toda la humanidad.