Raúl Villasana Cantú llevaba puesta una camisa blanca y, encima, una chaqueta delgada. El potente frío de esa mañana de finales de noviembre de 2005 hacía tiritar a las personas, pero Raúl, trabajador en la mina de carbón Pasta de Conchos, no era friolento, no necesitaba otro abrigo. Ese día, sin embargo, el minero tenía una preocupación. Con la mirada distraída y un tono de voz que no ocultaba un ligero temor, en la casa de sus padres, en Nueva Rosita, Coahuila, Raúl informó:
—El ingeniero nos está instruyendo… quiere que rescatemos unas vigas de atrás y que las coloquemos adelante. El techo va quedando desprotegido.
De nombre homónimo, su papá, minero de toda la vida, lanzó un chasquido tras escuchar las palabras de su hijo de 32 años.
—¿Qué puedo hacer para no seguir desprotegiendo el techo? —insistió Raúl, como pidiendo auxilio.
—Están haciendo muy mal, están equivocados, ¿sabes qué va a pasar? Que te vas a echar la mina en la cabeza.
—Pero te mandan a hacerlo, apá, ¿qué se puede hacer? —dijo Raúl y su rostro moreno claro se tensó.
—Te mandan, tienes que hacerlo, pero tarde o temprano se les va a caer encima.
“Se les va a caer encima”. La frase se clavó en la memoria de la mamá de Raúl, Trinidad Cantú Cortés, quien escuchaba la conversación apenas a unos pasos de distancia.
“Yo no comenté nada”, dice hoy la mujer, diez años después de que colapsaron varios túneles en la mina de carbón Pasta de Conchos, el 19 de febrero de 2006. Tras la explosión, 65 mineros, entre ellos Raúl, quedaron atrapados y, a la fecha, sus cuerpos no han sido rescatados por las autoridades y Grupo México, la compañía minera más poderosa del país.
“Él se mostraba preocupado, yo sentí su miedo”, recuerda Trinidad.
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A la hora del almuerzo o en las reuniones, ingenieros y mineros se preguntaban a quiénes iba a tocar la explosión. Sabían que en cualquier momento ocurriría.
“Estaban puestas las condiciones para que la desgracia sucediera”, afirma en la charla Cristina Auerbach Benavides, defensora de derechos humanos e integrante de la organización Familia Pasta de Conchos.
“Los mineros ya sabían de las altas concentraciones de gas, y las actas de inspección de las minas realizadas por la Secretaría del Trabajo, desde el 2000, informaban sobre esto. La mina no tenía las condiciones, su forma no soportaba el volumen de carbón que se estaba extrayendo. Había una sobreextracción de carbón, pero no un mes antes o meses antes del siniestro: durante muchos años se estuvo haciendo”, denuncia la activista.
“Lo que sucedió en Pasta de Conchos fue un siniestro. Las autoridades dijeron que fue un accidente, como si hubiera sido un acto fortuito e incontrolable, y eso no es verdad. Cuando tuvimos acceso a la información, hablamos con sobrevivientes y algunos ingenieros, descubrimos que la mina no estaba en condiciones de operar”.
—Los mineros estaban al tanto sobre las altas concentraciones de gas. En 2006, los familiares declararon a los medios las preocupaciones que ellos habían manifestado —comento.
—Lo que no calcularon Grupo México y las autoridades fue la reacción de las familias. Como se trataba de mineros pobres, de gente jodida, pensaron que si los dejaban ahí no pasaría nada.
Auerbach Benavides recuerda que Grupo México logró detener el rescate porque el 3 de abril de 2007 entregó dos peritajes a la Secretaría del Trabajo —que la misma empresa realizó— con los que justificó la acción:
“En esos estudios se leía que el agua en la mina estaba contaminada por los cuerpos de los mineros”, argumenta. “Como no se sabía cuál era el estado de salud de ellos, el agua podría tener hepatitis, tuberculosis y VIH… Y que entonces los rescatistas se iban a contagiar, ellos a sus familias y sus familias a poblaciones enteras. ¡Imagínate!”.
—Suena a culpar a los mineros de no poder rescatarlos.
—Con esos peritajes, Javier Lozano —entonces titular de la Secretaría del Trabajo— detuvo el rescate. Fue como decir: “Yo sí quería rescatarlos, pero como están sidosos, no puedo”. Fue una aberración.
Cristina es una activista que, junto con los deudos de Pasta de Conchos, ha enfrentado a las autoridades por las pésimas condiciones de seguridad en las que laboran los trabajadores de las minas de carbón.
Después del desastre minero de 2006, la organización ha documentado más de 100 mineros muertos en la región carbonífera —desde Monclova hasta Piedras Negras—, la mayoría en los pozos de carbón. “En todos los casos se han rescatado los cuerpos, pero no a los de Pasta de Conchos, a los de Grupo México. En los siniestros en minas que hemos estudiado, de hace un siglo a la fecha, han sobrevivido mineros, ¿por qué en este caso no? Si hubo sobrevivientes, los dejaron adentro. Si había gas o agua, hay tecnología. Si hay voluntad, se puede hacer”, denuncia.
La mina medía un kilómetro y medio de largo, su profundidad era de unos 300 metros. “No hay argumento técnico. Vimos a un gobierno estatal, con Humberto Moreira, y federal que se plegaron a la voluntad de la empresa. Por eso, en 2010 solicitamos juicio ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Estamos en la etapa de admisión. Son más de 650 familiares directos y representamos a 610”.
—No ha habido ninguna consecuencia legal en contra de Grupo México, dirigida aún por Germán Larrea.
—Si como Estado no castigas una tragedia como esta, lo único que haces es empoderar a la empresa y cada vez es peor. Grupo México es el culpable del caso río Sonora, del tren la bestia, etcétera. Si no castigas, creas monstruos.
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Trinidad y su hijo Raúl eran vecinos en Nueva Rosita. Antes del 24 de diciembre de 2005 él le había comunicado sus intenciones de regresar a Estados Unidos, en donde ya había estado durante una temporada de siete meses, en San Antonio, Texas.
—¿Por qué te quieres ir si aquí tienes trabajo?
—Sí, amá, es que aquí no ganamos bien.
Raúl estaba preocupado por el futuro de sus tres hijos: Vanessa, Coraima y Raúl, cuyas edades son hoy de 23, 21 y 17 años, respectivamente.
—Tu familia se queda sola —argumentó Trinidad.
—Pero voy a ganar más dinero, es por ellos.
Días después, la familia celebró el Año Nuevo. Trinidad recuerda que su hijo Raúl, de cuerpo fornido, bailó toda la noche y que esa fue la última vez que convivió con él en un festejo.
“La empresa, Industrial Minera México, autoridades, sindicatos y gobernadores nos han ignorado. Buscábamos una respuesta favorable. Vimos que poco a poco pudimos entrar a esas instancias gubernamentales, pero nunca estuvieron dispuestos a escucharnos y menos a realizar el rescate”, indica Trinidad, de 65 años.
“Pasaron diez años, pero seguimos denunciando que esos restos deben ser sacados. Ese ha sido siempre nuestro afán. Sabemos que ahí están, que se pueden hacer las cosas con toda la seguridad del mundo, pero claro, ni empresa ni gobierno quieren invertir el dinero. Nunca les pusieron seguridad, los dejaron morir, y ahora pasa lo mismo. Nosotros seguimos esperando, terqueando”.
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NUEVA ROSITA, COAHUILA: Captada hace diez años, en febrero de 2006, esta imagen exhibe la angustia y desesperación de los familiares de los mineros que se quedaron atrapados en el interior de la mina Pasta de Conchos, luego de tres días sin recibir noticias concretas sobre ellos. FOTO: MANUEL RODRÍGUEZ MURO/CUARTOSCURO
El periodo de Javier Lozano como titular de la Secretaría del Trabajo fue el más negro para los mineros del carbón. “Él fue quien aceptó los peritajes de Grupo México —indica Cristina—. Ahora suman 105 mineros.
“En 2012, cuando él se retiró, comenzamos a tener charlas con la Secretaría. Se acordó que íbamos a ser coadyuvantes, digamos, en el tema de la inspección en las minas. Hicimos una campaña muy fuerte para que las familias denunciaran de manera anónima, para que no tuvieran miedo. Cuando hay una denuncia, yo acompaño a la Secretaría a efectuar la inspección”.
Eso sirvió para limpiar la oficina de corruptos, dice la activista. “Si se sospecha de un inspector, le ponemos un cuatro, tal cual, y una vez que cae, se va. En 2012 murieron 33 mineros, es decir, uno cada 15 días. El año siguiente, cuando comenzamos a trabajar así, murieron dos. Al siguiente, tres. A principios del año pasado, uno. Al día 7 de febrero de este año se cumplen un año y dos meses sin muertes en las minas de carbón”.
—Suena a que sí puede haber un control.
—Este es un gran logro porque prueba que los mineros no estaban destinados a morir en las minas. Mueren porque no hay condiciones de seguridad. También prueba que los de Pasta de Conchos no debieron morir. Ha costado mucho que las autoridades entiendan que la vida de las personas están por encima del carbón. Sólo ven empleos, salarios, ganancias.
—En estos casos, ¿se ha castigado a las empresas?
—Los familiares de los mineros muertos después de Pasta de Conchos denuncian, pero nunca en la historia el gobierno de Coahuila ha castigado a un empresario. Humberto Moreira determinó que la reparación del daño sería de 180 000 pesos. Varios patrones me han dicho: “Puedes hacer lo que se te pega la gana, yo mato un minero, pago 180 000 y sigo trabajando”.
En 2006, Moreira hacía que se peleaba con todo el mundo porque no respetaban a las familias, pero fueron él y sus peritos quienes determinaron que, a cinco días de la explosión, todos estaban muertos. Acabo de enterarme de un rescate de mineros de carbón en China después de 37 días de una explosión.
—¿En qué se basó Moreira para determinar eso?
—No tenían manera de corroborarlo. Después, sus peritos realizaron las actas de defunción de cada uno de los que estaban adentro de la mina, dijeron de qué habían muerto y la hora. Eran actas ilegales y sirvieron para que la Secretaría del Trabajo tramitara las pensiones de hambre de 3000 pesos al mes. Según ellos, los mineros murieron de explosión y derrumbe súbito. Ningún trabajador explotó, explotó la mina. Esto te habla de la falta de un mínimo de humanidad.
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“A diez años, hay un resentimiento contra la empresa y el gobierno porque se han hecho sordos”, dice Trinidad.
“Siempre nos ha quedado el dolor de no tener dónde ir a llevarles de perdida una flor. Soy una mujer de fe, sé que desde acá puedo dirigir una oración, pero duele mucho no tener una tumba y saber que es posible. Tengo coraje y una herida que jamás ha sanado. No hay dónde ir a enterrarlo. No hay consuelo, no hay nada. Si me preguntas, haz de cuenta que lo estoy viviendo”.
—¿Cómo actuaron las empresas y autoridades con ustedes?
—Esa misma semana me di cuenta de que no los iban a sacar, la empresa empezó a decir mentiras. Y hasta la fecha nunca han tenido la valentía de enfrentar a las familias, o al menos de charlar con nosotros. Decían al principio: “Están vivos, estén tranquilos, se van a rescatar”. Esas palabras dan coraje cuando se recuerdan. ¿Dónde está la promesa? La misma empresa comenzó a correr a los rescatistas, a los tres días. ¿A qué estábamos jugando?
—¿Y Humberto Moreira?
—Estuvo ahí, pero siempre con la empresa, nunca con las familias.
El sindicato de mineros marcha sobre Reforma, en la Ciudad de México, cargando 65 ataúdes de cartón para conmemorar el noveno aniversario de la tragedia de Pasta de Conchos, con la exigencia de que sean rescatados los restos de los mineros atrapados en la explosión. FOTO: DIEGO SIMÓN SÁNCHEZ/CUARTOSCURO
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—Que los números de muertos de mineros sean menos alarmantes, ¿qué significa? —pregunto a Cristina Auerbach.
—Que nos la pasamos persiguiéndolos, jugando al gato y al ratón. Ha sido un esfuerzo brutal de las familias. Sin embargo, vas en la carretera y ves cómo empiezan a construir cuevas para sacar carbón. Hablamos a las autoridades y los paramos, pero a la otra semana llega otro y hace lo mismo, ahora de noche. No hemos resuelto el problema, sólo se ha contenido. No puedo garantizar que no suceda una nueva tragedia.
—Pasta de Conchos les permitió ver lo que sucedía en toda la región.
—Las autoridades dicen: “Ya no hay muertos en las minas de carbón, ya está todo bien”. No dicen por qué. Cuando bajemos la guardia comenzarán a morir otra vez. Puedes tener absoluta certeza.
—Aquí lo importante, parece, son las ganancias. Los empresarios saben que hay una larga fila de gente esperando el trabajo.
—Y tiene que ver con que muchos de los concesionarios, los dueños de las minas, los coyotes del carbón, son priistas. Uno de los grandes coyotes de la región es Rogelio Montemayor, el del Pemexgate. Este tipo debe de tener más de 30 muertos a lo largo de su historia, y no pasa nada. Lo que veo en Pasta de Conchos y me parece realmente dramático, es que es imposible creerle a los gobiernos estatal o federal cuando dicen que buscan a más de 26 000 desaparecidos: sabe dónde están los de Pasta de Conchos y no los rescata. A diez años, Pasta de Conchos era el anticipo de lo que iba a suceder a gran escala en el país.
Y sí, los empresarios dicen a los mineros: “Si no te parece, lárgate, mañana meto a otro”. En una región de tanta hambre, porque los mineros son muy pobres, siempre hay gente dispuesta a meterse en las minas clandestinas, y sobre todo, jóvenes sin experiencia.
—Es un lastre de cosas: pobreza, desigualdad.
—La gente quiere comer, vive al día. Como país hemos sido muy irresponsables, indolentes, porque el carbón que se saca aquí, en estas condiciones tan terribles, genera el diez por ciento de la electricidad de México. ¿Cómo permitimos, como sociedad, que traten así a los mineros del carbón, si todos nos beneficiamos de sus muertes, de sus pulmones enfermos, de sus casas miserables, de pueblos devastados? Sólo prendemos la luz bien a gusto.