La presentación de Ted Cruz con Sean Hannity iba bastante
bien. Era febrero de 2015 y Cruz, como todos los aspirantes del Partido
Republicano, asistía a la Conferencia de Acción Política Conservadora cerca de
Washington, D. C. Estaba respondiendo preguntas del presentador estrella de Fox
News, las cuales habían sido diseñadas para hacer que Cruz quedara bien parado.
De pronto, Hannity propuso hacer un juego de palabras. “Voy a preguntarte sobre
tres personas y quiero oír lo primero que te venga a la cabeza”, dijo.
Después de obtener respuestas rápidas para Bill y Hillary
Clinton, Hannity lanzó el tercero: “Barack Hussein Obama”. Cruz demoró unos
segundos y contestó: “Imperatoranárquico”.
Lo de anárquico no sorprende. Las órdenes ejecutivas del
presidente Obama han hecho rabiar a varios republicanos, particularmente Cruz.
La otra palabra es la que resulta intrigante. Imperatores un término latino, y no uno
de un puñado como et, cetera, ady hoc,que se han
introducido en el vocabulario cotidiano (aunque cabe señalar que fue muy
prominente en la candidata a la mejor película, Mad Max: furia en el camino, donde Charlize Theron encarna un
personaje llamado Imperator Furiosa).
En la Roma republicana, imperatorera el título militar que designaba al comandante; es
decir, cualquiera que recibía un imperium
o comando del Senado. Más tarde, cuando Julio César derrocó la República y se declaró
dios, su heredero, César Augusto (también divino) arrogó el uso exclusivo del
término para él y su familia, la dinastía Julio-Claudia. El vocablo se
utilizaba en vez de rex—rey—porque,
aunque los romanos aceptaban el gobierno de un autócrata, no toleraban que se
los echaran en cara. Así que usaron términos más digeribles, como imperatory princeps, al menos hasta que se acostumbraron a la idea de vivir
bajo un tirano.
Es incuestionable que los emperadores eran tiranos. Y
probablemente fue en ese sentido que Cruz usó el término para referirse a
Obama, según Robert George, filósofo conservador y asesor de tesis del senador
cuando era estudiante de pregrado en Princeton. “Hay que tener cuidado de no
atribuirle más de lo que dice”, señala George. “Lo que sugiere es que hay mucho
de dictatorial, de cesáreo, en cualquier presidente que actúa por la orden
ejecutiva de legislar —como ahora hace Obama—, sobre todo cuando el propio
mandatario reconoce que carece de la autoridad legal”.
que combate tiranos.
TIMOTHY A. CLARY/AFP
Cruz sabe más de antigüedad clásica que cualquiera de sus
contrincantes por la nominación republicana. Todo aspirante a la presidencia
tiene iconos políticos —John McCain admira a Theodore Roosevelt—, pero para
Cruz, la Roma antigua es tan relevante como Ronald Reagan. Fue el escenario
donde se desarrollaron los temas que más le apasionan. Sin embargo, en un mundo
donde pocos, fuera del Vaticano, hablan latín (y menos aún, latín clásico, la
variante en que están escritos casi todos los textos existentes del último
periodo de la República y los primeros siglos del Imperio), ¿por qué hace Cruz
esas referencias tan incomprensibles? Sara Monoson, profesora de estudios
clásicos y presidenta del departamento de ciencias políticas de la Universidad
Northwestern, tiene una idea.
“Sospecho que está tratando de crearse la imagen de un
hombre con conocimientos especiales”, dice. En otras palabras, un imán para
quienes poseen conocimientos clásicos. “Es una forma de cubrirse con un manto
de perdurabilidad, su manera de no ser flor de un día”, explica, “y por ello
participa en algún tipo de tema profundamente importante que no desaparecerá”.
Puede ser cierto, pero las referencias clásicas de Cruz
rara vez encuentran eco en el público.
Tomemos el caso de su discurso senatorial del 20 de
noviembre de 2014, cuando habló de las acciones ejecutivas de Obama sobre
inmigración. “Díganos, presidente Obama, ¿cuándo dejará de abusar de nuestra
paciencia?”, preguntó Cruz. “¿Cuánto tiempo más esa locura suya habrá de
mofarse de nosotros? ¿Cuándo pondrá poner fin a esa desenfrenada audacia suya,
pavoneándose como hace ahora?… Vergüenza sobre la era y sobre sus principios
perdidos. El Senado está al tanto de estas cosas; el Senado las ve; y no
obstante, este hombre dicta por su pluma y su teléfono. Dicta”.
Si las palabras parecen algo arcaicas, es porque lo son:
el discurso es una adaptación de la traducción de 1856 del original en latín
clásico pronunciado en 63 a. C. Hubo algunos cambios —por supuesto, la palabra
teléfono no figuraba en el original—, pero por lo demás, Cruz se mantuvo fiel
al texto, que pretendía convencer al Senado romano de ejecutar a Lucio Sergio
Catilina, mejor conocido como Catilina, miembro del Senado y heredero de una
antigua familia venida a menos. Según el discurso, Catilina urdió un plan para
derrocar la República y asesinar a buena parte de sus colegas senadores.
Después de la alocución y temeroso por su vida, Catilina huyó de Roma y reunió
un ejército. Murió en la Batalla de Pistoria, cerca de la actual Toscana, en 62
a. C.
El senador cuyas palabras precipitaron el exilio y la
eventual muerte de Catilina fue Marco Tulio Cicerón, el estadista y orador
romano más famoso de la historia. Cicerón tenía dos enemigos políticos
poderosos: César y Catilina. Si Cruz equipara sus enemigos políticos con los de
Cicerón, ¿podemos asumir que se considera un Cicerón moderno que defiende la
República contra el usurpador Obama?
“Estoy seguro de que [Cruz] no se considera un Cicerón
contemporáneo”, afirma George. “Cualquiera que se postule a la presidencia debe
tener un ego bien desarrollado… pero no tiene que creerse un Cicerón, un
Platón o un Justiniano”. Sin embargo, otros que conocieron a Cruz en Princeton
están en desacuerdo. “Conservo la clara impresión de que Ted nada tenía que
aprender de los demás”, dijo Erik Leitch, quien compartiera el dormitorio con
Cruz en Princeton, en una entrevista con Daily
Beast.
Hay muchos paralelos entre Cruz y Cicerón, agrega John
Wynne, profesor asociado de estudios clásicos en la Universidad Northwestern, y
especialista en el orador romano. Ambos se presentan como defensores de órdenes
más antiguos y puros contra la depredación de tiranos populistas. En el caso de
Cicerón, se trataba de la fatídica sombra del Imperio; para Cruz, es la sombra
de una supuesta “presidencia imperial”. Y ninguno de ellos era un hijo nativo:
Cicerón nació en Arpinum, a unos 120 kilómetros al sur de Roma y así, debido a
su nacimiento extranjero, fue excluido de la clase más alta de la sociedad
romana. Por su parte, Cruz nació en Canadá, hijo de padre cubano y madre
estadounidense (el senador renunció a su ciudadanía canadiense en 2014).
Además, los dos recibieron educaciones impecables: Cicerón tuvo los mejores
tutores posibles, y Cruz estudió en colegios preparatorios de Texas antes de asistir
a Princeton y, luego, a la escuela de leyes en Harvard.
No es una analogía perfecta, claro. Por ejemplo, Cicerón
era muy apreciado por sus pares. En cambio, nadie soporta a Cruz. Foreign
Policy lo llamó “el hombre más odiado del Senado”, y el excandidato
presidencial republicano, Bob Dole, ha comentado que esta vez le agradan todos
los aspirantes del partido “excepto Cruz”. Aunque Cicerón era conservador (como
Cruz), concordaba en principio con muchas de las reformas populistas de
Catilina, como la condonación de deudas. Con lo que no estaba de acuerdo era
con los métodos de Catilina; por ejemplo, no le sentaba bien aligerar la carga
de la deuda asesinando a los prestamistas.
A diferencia de Cicerón, Cruz no está interesado
únicamente en la opinión de los optimates
(los “hombres excelentes” o miembros más respetados de la sociedad romana).
Y no todas sus referencias sobre la antigüedad clásica están pensadas para los
oídos de la clase donadora tradicional. Por ejemplo, tomemos su conocido refrán
sobre el control de armas: “¡Vengan a tomarlas!”. Se supone que la incitación
fue hecha por los defensores del Álamo durante la guerra
mexicano-estadounidense, cuando el general mexicano Antonio López de Santa Anna
exigió que entregaran los cañones que protegían dicho fuerte. La frase se ha
convertido en eslogan para el cabildo que se opone al control de armas, y los
defensores del Álamo son venerados como héroes que combatieron y murieron
contra un dictador arrogante para proteger las libertades que Dios les dio.
Por supuesto, los defensores del Álamo combatían en
defensa de la esclavitud, y Santa Anna sólo protegía el territorio de su país.
Y Santa Anna ciertamente fue y lo tomó: los defensores del Álamo fueron
masacrados hasta el último hombre. Con todo, la frase enciende los ánimos de
los texanos apasionados. Y también provoca respuestas entre los seguidores de
Cruz versados en los clásicos, porque evoca la antigüedad clásica. Y es que,
presuntamente, fue pronunciada por primera vez por el rey Leónidas de Esparta en
la Batalla de las Termópilas (en la cual basaron, de manera muy general, la
película 300). El monarca persa
Jerjes exigió que Esparta le fuera entregada, a lo cual Leónidas respondió con
la célebre frase: “Molon labe”, que se traduce como “Ven y toma”. Aquella vez,
el resultado fue algo distinto: aunque masacraron a los espartanos, los persas
no pudieron tomar Esparta. Sin embargo, los resultados no importan realmente.
Lo importante es la forma como Cruz canalice la beligerancia del soberano
espartano para influir en los votantes, tanto los eruditos como los menos
educados. No obstante, sólo los historiadores habrán de decirnos si las
invocaciones de Cicerón y Leónidas ayudaron a Cruz a conquistar a los
electores, quienes parecen haberse aficionado mucho al panem et circenses —pan y circo— de Donald Trump.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek