En los primeros años del siglo XIX el mundo atestiguó una de las mayores proezas humanitarias de la historia: el 30 de noviembre de 1803, un buque zarpó del puerto de La Coruña, España, entre vítores y aplausos; en su interior viajaban veintidós niños huérfanos cuya misión consistía en llevar la recién descubierta vacuna de la viruela a los territorios de ultramar, entre ellos, a la joya de la corona: la Nueva España y su capital, México.
Los niños fueron acompañados por la legendaria enfermera Isabel Zendal, encargada de cuidarlos. Los héroes de esta descabellada expedición, dirigida por el médico Francisco Xavier Balmis y su ayudante, Josep Salvany, sobrevivieron a los temporales y naufragios, pero también se enfrentaron a la oposición del clero, a la corrupción de los oficiales y a la codicia de quienes buscaban lucrar a costa de los desamparados.
De acuerdo con el escritor español Javier Moro, cuya obra más reciente, la novela A flor de piel —editorial Seix Barral—, cuenta los detalles de esta gesta heroica, una historia que es casi desconocida tanto en España como en México, por ello es importante devolver la memoria de los héroes olvidados que llevaron al Nuevo Mundo la vacuna contra la viruela.
FOTO: LUZ MONTERO
“Esta es la historia de la última expedición del imperio español, que fue protagonizada por veintidós niños que llevaban en el procedimiento brazo a brazo, en vivo, la vacuna de la viruela a América”, cuenta Moro en entrevista con Newsweek en Español. “No había cadena del frío en aquel entonces, y el doctor Francisco Xavier Balmis tuvo la idea, muy disparatada al principio, pero al final genial, de transportar el virus en vivo, y para eso necesitaba niños porque los adultos quizá ya hubieran estado en contacto con el virus, en cuyo caso la vacuna no prendería”.
De acuerdo con el escritor, el equipo de Balmis convocó a niños huérfanos porque “qué padres en su sano juicio iban a permitir que su hijo fuera a una travesía tan peligrosa”. De esta manera, “lo que es increíble de esta historia es que, para ejecutar la gran hazaña filantrópica de ir a salvar el mundo, necesitaron utilizar la parte más vulnerable y débil de la sociedad, los niños huérfanos, a quienes realmente no se les pidió su opinión”.
Increíble también es que esta expedición, a pesar de que estuvo muy mal financiada, tuvo mucho éxito en el sentido de que ayudó a que se iniciaran las vacunaciones sistemáticas, que fue lo que contribuyó a erradicar la viruela de la faz de la tierra. “La viruela es la única enfermedad erradicada por el hombre, el mundo está libre de ella desde 1978. La última batalla contra este mal la empezaron a librar precisamente los niños de esa expedición, porque si bien los ingleses inventaron la vacuna, fueron los miembros de esta expedición quienes supieron esparcirla por el mundo, trasmitirla, y que se autorreplicase, pues inventaron un sistema con un protocolo de actuación por el cual se enseñaba a la gente a vacunar y llevar una cartilla de vacunación”.
UNA HISTORIA MUY ORIGINAL
–Salvar el mundo con pocos recursos tiene mucho de quijotesco…
–El detonante que me llevó a escribir la novela se dio desde el momento en que conocí la historia porque me pareció muy original y, efectivamente, tenía algo de quijotesco porque era ir a salvar el mundo con grandes pretensiones pero con muy pocos medios, y eso me emocionó, me conmovió y me llevó a hacer la investigación, que duró bastante tiempo, porque aunque es una novela, está basada en hechos reales.
—¿Cómo queda usted, después de contar esta historia, en su vertiente intelectual e incluso sentimental?
—Nunca un libro te deja indemne. Cada libro que lees o escribes te cambia de alguna manera porque vas aprendiendo muchas cosas, aprendes experiencia, aprendes de las otras vidas que han ocurrido. Y yo lo que sí te digo es que, aunque mucha gente me dice que se vivía mucho mejor antes, eso no es verdad, ahora hemos progresado muchísimo; yo prefiero estar vivo en esta época que estarlo a finales del siglo XVIII, cuando la vida era muchísimo más dura.
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“Además, por fin ahora, gracias al libro, se ha conseguido poner un poco la atención sobre estos héroes olvidados; por ejemplo, en octubre se puso una placa en la Catedral de Cochabamba a la memoria de Josep Salvany, el médico que murió vacunando en Bolivia, el héroe arquetípico de esta historia que murió en el olvido más completo; el cura que lo enterró dijo que nunca nadie había reclamado su cuerpo, que nunca nadie le había mandado unas flores, que nunca nadie había preguntado por él. Entonces de alguna manera eso se está remediando, a veces los libros sirven para devolver la memoria a los héroes abandonados en el camino”.
—¿Cuál considera que es el riesgo y la contribución de las novelas históricas a la literatura?
—El riesgo es no respetar el rigor histórico y hacer fantasía de la historia, pero yo procuro no hacerlo. Prefiero más el término de historia novelada porque yo no invento tramas ni personajes, sino que pongo en escena personajes que han existido. Pienso que la gran aportación de la novela histórica es que aporta la historia al gran público. El gran público tiene un sentido de la historia gracias a la novela histórica, no a los libros de historia.
“Los libros de historia transmiten conocimiento, la novela histórica transmite emoción, y finalmente: ¿cuál es la mejor máquina para remontar el tiempo que ha existido jamás, inventada por el hombre? La novela histórica. Es barata, no te mareas, llegas siempre a destino y estás viviendo, durante las horas de lectura de una buena novela histórica, en esa época. El poder de la literatura, el poder de la novela histórica, es el poder de mostrar al ser humano con perspectiva histórica, y eso es importante”.
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