Un martes por la tarde, en julio de 2013, una mujer de alrededor de 50 años fue hallada atada, amordazada, apuñalada y envuelta en una alfombra en la entrada de su casa en Honolulú. El exmarido de la mujer no había tenido noticias de ella desde que ambos cenaron el sábado anterior, y estaba cada vez más preocupado, por lo que fue a su casa. Nadie abrió la puerta, y su automóvil no estaba, por lo que hizo señas a un guardia de seguridad de un edificio contiguo. Investigaron y notaron rápidamente un terrible olor que salía de la parte posterior de la casa. Llamaron a la policía y descubrieron el cuerpo en descomposición, enrollado en una alfombra mohosa escondida en la entrada. Luego, comenzaron a recoger pruebas de su homicidio.
En casos como éste, en los que el cuerpo se encuentra con algún grado de descomposición, uno de los misterios clave es el cronograma del crimen. Los investigadores pueden examinar los registros del teléfono celular para ver cuándo envió la víctima su último mensaje de texto. O interrogar a sus colegas sobre cuándo salió del trabajo. Podrían medir la temperatura del cadáver para ver cuánto se ha enfriado o revisar las infestaciones de insectos en los cuerpos encontrados en tumbas poco profundas. Pero estos métodos no se pueden utilizar en todos los casos de homicidio, y todos tienen fallas. Por ejemplo, la temperatura de un cuerpo desciende de manera diferente dependiendo de si se ha dejado en una habitación soleada o si está sumergido en agua fría. Y cuantos más días pasen desde la muerte de la persona hasta que el cuerpo es encontrado, tanto más difícil es determinar la hora de la muerte.
“Muchos cálculos del tiempo de muerte realmente no son nada científicos”, señala David Carter, profesor adjunto de ciencia forense de la Universidad Chaminade de Honolulú. Esto no representa ningún problema en la mayoría de las muertes, porque son naturales, resultado del envejecimiento o la enfermedad. Sin embargo, en el caso de los homicidios, ese detalle puede ser muy importante, pues los detectives lo utilizan para determinar la línea temporal del crimen y validar las coartadas. Los investigadores pronto podrían tener una herramienta mucho mejor (y más científica) a su disposición para ayudar con todo esto: el “reloj microbiano”.
Los microbios, organismos unicelulares entre los que se encuentran las bacterias y los hongos, son algunos de los organismos más numerosos y diversos de la Tierra, y existen muchas más clases de ellos que de plantas, vertebrados e insectos combinados. Muchos de ellos viven en los seres humanos: cada persona tiene aproximadamente 100 billones de microbios, principalmente en la piel y en la saliva, así como en el tracto gastrointestinal, las orejas, la nariz y la boca. Desde que la tecnología más avanzada para la secuenciación genética estuvo disponible hace cerca de una década, la microbiota humana ha sido el tema del día de los biólogos evolutivos. Los investigadores han descubierto que los microbios desempeñan una función muy importante en nuestra salud: en el cáncer, las alergias, los trastornos autoinmunes e incluso el estado de ánimo.
Pero Jessica Metcalf, bióloga evolutiva e investigadora asociada de alto rango de la Universidad de Colorado en Boulder, decidió enfocar su atención en otro lugar: quería descubrir qué le ocurre al microbioma humano después de que su anfitrión muere. Y resulta que las comunidades de microbios de cada cuerpo humano cambian durante la descomposición en una sucesión predecible, de acuerdo con un artículo escrito por Metcalf y un equipo de investigadores, y publicado el 10 de diciembre en el número en línea de Science. Carter, uno de los coautores del estudio, dice que los microbios ofrecen el método más prometedor para establecer el tiempo de muerte de cuantos ha visto, ya que es completamente independiente del mundo externo. “Ya están ahí. Ya están sobre nosotros y dentro de nosotros”.
Un cuerpo sin alterar pasa por cinco etapas de la descomposición: cuando una persona muere, el sistema inmunológico se detiene, y las bacterias dentro del cuerpo empiezan a cambiar, mientras que los microbios del entorno circundante, como hongos y gusanos microscópicos, empiezan a invadir el cadáver. Esta es la etapa “fresca”. La segunda es la etapa de “inflamación”, cuando las bacterias intestinales se extienden y producen gases que producen hinchazón. La tercera es la decadencia “activa”, cuando un evento de ruptura obliga a los orificios corporales a eliminar líquidos, y los organismos anaerobios se oxigenan, provocando cambios muy importantes en los microbios. Durante la cuarta etapa, “decadencia avanzada”, la mayoría de los tejidos blandos se han descompuesto y sólo quedan huesos, cartílagos y pelo. Por último, en la quinta etapa, “seco/restos” prácticamente sólo queda el esqueleto.
Metcalf y sus colegas (24 de ellos, que representan a 11 instituciones) querían ver si al dar seguimiento a los cambios microbianos durante el proceso de descomposición, podían calcular con exactitud el tiempo de muerte. El equipo reunió a 120 ratones muertos en un laboratorio, colocando grupos de 40 en tres tipos tierra: desierto, bosque subalpino y pradera de pasto poco elevado. Tomaron muestras de la piel y la cavidad abdominal de los ratones, así como de la tierra debajo de sus cuerpos, y usaron la secuenciación genética para identificar las distintas clases de microbios en cada muestra. Repitieron este proceso durante 71 días de descomposición, lo cual les permitió dar seguimiento a la presencia y la abundancia de microbios. Tras catalogar estos cambios en todos los ratones, los científicos pudieron crear un “reloj”, es decir, un modelo para calcular cuánto tiempo había estado muerto un mamífero. Además, descubrieron que los diferentes tipos de tierra usados con los ratones no tenían ninguna influencia en relación con las comunidades microbianas que se desarrollaron.
Simultáneamente, realizaron un experimento en la Instalación de Ciencias Forenses Aplicadas de Texas en Huntsville, que aloja una “granja de cadáveres” donde las personas donan sus cuerpos a la ciencia cuando mueren. Dos cuerpos humanos fueron colocados fuera en invierno durante 143 días y dos más en primavera durante 82 días, y estuvieron sujetos a la lluvia, los insectos, los buitres y los gusanos. Los investigadores tomaron muestras la piel y la tierra debajo de los cuerpos para encontrar especímenes de microbios y descubrieron que las variables incontrolables del experimento humano en el exterior no afectaron los patrones esperados de cambios microbianos durante la descomposición.
Por ahora, pueden dar seguimiento a los cambios en los microbios de un cadáver (y del suelo en el que se encuentra) para pronosticar el tiempo muerte en un intervalo aproximado de dos días, aún después de que los cuerpos hubieran estado en descomposición durante 25 días. El equipo planea aumentar la precisión del reloj microbiano a una escala de horas, pero quizás, dice Carter, lo que resulta más emocionante del reloj microbiano es cómo abarca pruebas espaciales (la información sobre donde han estado las personas y los objetos) y pruebas temporales (información sobre cuándo ocurrieron las cosas). Pocas veces, los detectives obtienen ambos tipos de pruebas físicas. Tomemos como ejemplo una huella digital: “No tenemos ninguna manera de fechar esa huella digital”, dice Carter. “Lo único que sabemos es que fue dejada en algún momento en el pasado; lo mismo ocurre con las pruebas de sangre”. Pero el reloj microbiano podría usarse para determinar durante cuánto tiempo ha estado muerta una persona, así como la ubicación original de un cadáver trasladado: un cuerpo en descomposición altera de manera importante a las comunidades microbianas de la tierra, dejando una pista característica.
Existen algunos importantes obstáculos que deben superarse antes de que los tribunales admitan un reloj microbiano como prueba. Siendo un nuevo método científico, deberá someterse a una audiencia de admisibilidad sin la presencia de un jurado, denominada audiencia Kelly-Frye, para mostrar que el método está establecido dentro de la comunidad científica. El fiscal llamará a testigos periciales para proporcionar esta opinión, que la defensa podía refutar. “Es el mismo proceso legal al que fueron sujetadas originalmente las pruebas de ADN antes de ser admitidas como evidencia en los casos penales”, señala Patrick McGrath, presidente de la Asociación de Fiscales de Distrito de California. “Por supuesto, ahora se han vuelto muy comunes”. Con cada evolución en el análisis de ADN, el nuevo procedimiento debe someterse al mismo proceso.
Si un abogado gana la audiencia Kelly-Frye y el tribunal permite la introducción del método, el jurado aún debe estar convencido de su exactitud y confiabilidad, y de que el procedimiento científico fue usado correctamente, los cuales son otros factores que el bando opositor tratará de desacreditar. Eso es lo que ocurrió con el uso de pruebas de ADN en el juicio de homicidio de O.J. Simpson en 1995; la fiscalía creyó que tenía una gran abundancia de pruebas que relacionaban a Simpson con el homicidio de su exesposa Nicole Brown Simpson y de su amigo Ron Goldman en su casa en Los Ángeles. Obtuvieron, por ejemplo, el análisis de ADN de la sangre identificada como perteneciente a Nicole en una media hallada en el dormitorio de Simpson. Sangre de Nicole y de Goldman fue descubierta en la camioneta Bronco blanca de Simpson. También había un guante encontrado fuera de la casa de Nicole con una mezcla de sangre perteneciente a ella, a Goldman y a Simpson. Pero la defensa convenció al jurado de que desconfiara estas pruebas, criticando la forma en que habían sido recogidas y procesadas. Y la fiscalía no logró presentar el método de ADN, que era relativamente nuevo, en una forma en que el jurado pudiera comprenderlo fácilmente.
Para usar el reloj microbiano, los investigadores de la escena de crimen también deberán recibir capacitación y los criminalistas del laboratorio deberán adquirir experiencia en el análisis del material. El salto de los experimentos controlados a su aplicación en el mundo real no será fácil. Mientras tanto, Metcalf y sus colegas pondrán en marcha otro proyecto, financiado por el Instituto Nacional de Justicia, a comienzos de 2016, en el que tomarán muestras diarias de cadáveres humanos en tres “granjas de cadáveres” diferentes en Estados Unidos durante las cuatro estaciones del año.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek