“El sida no va a terminar hasta que no logremos construir sociedades inclusivas donde haya menos riesgos, pues no se trata solamente de combatir una enfermedad, se trata de cambiar la sociedad y de respetar la dignidad de las personas”: Michel Sibidé, director Ejecutivo de Onusida.
El canadiense Gaëtan Dugas era un hombre rubio, de ojos claros, cuerpo atlético y personalidad magnética. Nadie se le resistía… especialmente los hombres. Eran los primeros años de la década de 1980. Época de la liberación sexual y de la proliferación de los “cuartos oscuros”.
Pero también fue el tiempo del surgimiento de un virus nuevo y mortal que causaba estragos en la comunidad gay. Dugas, auxiliar de vuelo de Air Canada, fue señalado como el responsable de haber propagado el virus de lo que después sería conocido como el Síndrome de Inmunodeficiencia Humana (VIH-Sida). Injustamente fue considerado “el paciente cero”.
El sobrecargo era muy promiscuo. Reconoció haber tenido sexo con más de dos mil varones. Sus constantes viajes a varios países le permitieron tener relaciones con hombres en distintas nacionalidades; además, en un estudio epidemiológico se comprobó que más de cuarenta de los primeros homosexuales infectados por el VIH habían tenido encuentros sexuales con él.
Dugas murió en 1984. Tres años después, The New York Post titulaba su nota principal: “El hombre que nos dio el sida”. Y aunque no tuvo posibilidad de defenderse, con el tiempo se logró desmentir esta versión y comprobar que era imposible que una sola persona diseminara el virus por todo el mundo de una manera tan rápida.
Estudios posteriores elaborados por científicos de Oxford y Harvard, bajo la coordinación del doctor canadiense Jacques Pépin, rastrearon el origen epidemiológico de la enfermedad y su conclusión es que un cazador en 1921 fue el primer portador del virus, después de haber manipulado carne de chimpancé.
Sin embargo, el primer caso documentado es el de David Carr, quien murió en 1959 por complicaciones en el sistema inmunológico; análisis posteriores permitieron comprobar que era seropositivo.
Para finales de 2014, 36.9 millones de personas en todo el planeta tenían el virus, dos millones se habían infectado y 1.2 millones habían muerto por enfermedades relacionadas con el síndrome. Todas estas cifras hablan de una tendencia a la baja y hacen previsible cumplir con la iniciativa 90-90-90.
¿EL FIN DE LA EPIDEMIA?
En la semidesértica llanura de Kenia, Tessa Quayle, una activista, es brutalmente asesinada. Su esposo, el diplomático británico Justin Qauyle, se lanza a la peligrosa tarea de encontrar la verdad.
En su investigación, descubrirá que el crimen está vinculado con el uso del Dypraxa, un medicamento contra la tuberculosis que se está probando en la población de ese país. Con sus pesquisas, desnudará las complicidades de los gobiernos de Kenia y de Gran Bretaña con una poderosa farmacéutica.
La anterior es, a grandes rasgos, la trama de “The Constant Gardener”, la novela de John La Carré llevada al cine por el brasileño Fernando Meirelles bajo el título de “El jardinero fiel”. No es la primera vez que el cine denuncia la falta de escrúpulos de la industria farmacéutica mundial. “Contagion”, dirigida por Steven Soderbergh, es otro magnífico ejemplo.
El negocio farmacéutico mundial está calculado en más de 550 billones de dólares y cada año este crece aproximadamente 8 por ciento. La más grande transnacional, Pfizer, obtiene ganancias por 46 billones de dólares e invierte 7 billones de dólares en investigación y desarrollo.
¿Cómo entender, entonces, que a la fecha no exista una vacuna efectiva contra el VIH-sida? ¿Es posible que esta enfermedad sea vista como un perverso negocio de las farmacéuticas? ¿Es probable que la vacuna exista y que no sea lanzada al mercado porque representaría el fin de ganancias millonarias para esas empresas?
Seguramente nunca tendremos las respuestas, pero lo cierto es que los avances científicos permiten hacer viable la iniciativa 90-90-90. Un programa que, para 2020, tiene como meta que 90 por ciento de quienes tienen VIH lo sepan; que al menos 90 por ciento de ellos reciba medicación (actualmente, la cifra es de 37 por ciento), y que 90 por ciento sea capaz de eliminar el virus de su sangre.
La ONU estima que se podría reducir el número de infecciones de los 2 millones que hoy se tienen anualmente a sólo 200 000, por lo que el VIH dejaría de ser un problema de salud pública mundial. ¿Hay un exagerado optimismo en esa meta? La Onusida responde que existe el conocimiento y los medios para alcanzarla: hay pruebas rápidas, fármacos y preservativos. Empero, aún se requiere una inversión estimada en 28 000 millones de euros.
Además, esa convicción está basada en hechos concretos. Por ejemplo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que Cuba logró eliminar la transmisión del VIH y de la sífilis de madre a hijo.
Por otro lado, los científicos Jerome Zack y Scott Kitchen del Centro de Investigación en Células Madre de la Universidad de California, descubrieron una técnica que reduce los niveles de VIH en ratones de un 80 por ciento a 95 puntos porcentuales, a partir de la capacidad regeneradora de las células madre para dar una respuesta inmunitaria al virus.
Una nueva investigación del Instituto de Investigación The Scripps (TSRI), la Iniciativa Internacional por una Vacuna contra el Sida (IAVI) y la Universidad de Rockefeller ha demostrado que una posible vacuna experimental habría logrado estimular el sistema inmunitario y bloquear la infección del VIH de ratones.
No obstante, el anuncio más importante es que la vacuna contra el VIH-sida podría ser administrada a partir del próximo año, según el propio Michel Sidibé.
El objetivo de la nueva vacuna es conseguir lo que los médicos denominan “curación funcional”, es decir, lograr que los enfermos puedan dejar el tratamiento retroviral diario, que su sistema inmunológico esté intacto y que la carga viral se normalice.
“Hace unos años una persona que tenía VIH debía tomarse dieciocho pastillas diarias, hoy sólo debe tomarse una y mañana puede que con una inyección cada seis meses le baste”, destacó el propio Sidibé.
LA SITUACIÓN EN MÉXICO
Desde el primer caso registrado en nuestro país, en 1983, y hasta el 13 de noviembre de este año, el número de casos notificados es de 178 591; de ellos, 56 540 son de VIH y 68 178, de sida. En 2013, 4971 personas murieron por enfermedades derivadas de este virus.
Este 1 de diciembre, en el marco del Día Internacional de la Lucha contra el Sida, es importante reconocer que las nuevas infecciones se han reducido 35 por ciento a escala global desde el año 2000, mientras que las muertes por causas relacionadas han bajado 42 por ciento desde 2004, cuando se alcanzó el punto más alto.
Para erradicar la epidemia hacia el año 2030, el Onusida puso en operación una estrategia de respuesta rápida que busca la detección oportuna del contagio y la aplicación inmediata del tratamiento.
No obstante, lo más importante ha sido romper con la conspiración del silencio; entender que la única vacuna que nos protege es la prevención y que si el sida no discrimina, nosotros no debemos discriminar a quien lo padezca. Callar no ayuda, y si las gángsteres de algunas farmacéuticas de verdad intentan vender la cura, estaríamos salvando al mundo y no sólo vendiendo placebos.