Por
Marla Goodman y Richard Sousa. Este artículo apareció primero en el
sitio de la Institución Hoover.
Peleas
en Twitter, vapuleos a héroes, insultar no a uno sino a dos grupos étnicos,
ataques personales ad hominem contra oponentes, confrontaciones frente a
frente, sólo un escándalo tras otro; esto no está sacado de episodios de Keeping Up With the Kardashians, sino de
la “Saga de Trump”.
Al
comienzo de la campaña, Trump insultó a diestra y siniestra: desde llamar
“asesinos” y “violadores” a los inmigrantes indocumentados hasta insultar al
venerado héroe de guerra John McCain. Luego se lanzó contra la presentadora de
TV Megyn Kelly, el locutor de radio Erick Erickson, el reportero de Univisión
Jorge Ramos, el papa, Carly Fiorina y el canal Fox News.
Demócratas
y republicanos por igual no tomaron con mucha seriedad a Trump cuando él entró
a la contienda en junio, pero conforme aumenta su lista de meteduras de pata,
también lo hace su lista de partidarios. En una campaña que cambia diariamente,
la candidatura de Trump ha mostrado un patrón de apoyo en aumento.
Las
encuestas actuales siguen colocando a Trump como el líder entre los
republicanos. Se ubicaba en 6 por ciento a principios de julio; para finales de
julio, le había quitado la delantera a Jeb Bush. La encuesta más reciente de
CNN muestra que él sigue liderando al grupo, con 24 por ciento de los
republicanos e independientes con inclinación republicana favoreciéndolo.
De
alguna forma Trump ha capeado una metedura de pata tras otra, y a pesar de ser
visto más desfavorablemente que cualquier otro candidato, ha repelido a un
oponente republicano tras otro.
Su
nueva antagonista de importancia, después de “ganar” el segundo debate, es
Fiorina. Ben Carson y Marco Rubio no están muy atrás, mientras que Bush, Cruz y
Christie están batallando para seguirles el ritmo. Hasta ahora, Fiorina es la
única candidata que ha sido capaz de frenar la aplanadora Trump, ya que por
primera vez desde finales de julio, su ventaja cayó por debajo del 10 por
ciento delante de su competidor más cercano.
Entonces,
¿por qué Trump todavía es popular en las encuestas, y por qué seguimos
observándolo y hablando de él?
A
primera vista, la popularidad de Trump puede atribuirse a las mismas razones
por las que vemos cualquier programa de realidad: las puñaladas traperas, los
insultos y las peleas en marcha, lo cual indica nuestra fascinación y obsesión
con las confrontaciones, las catástrofes, los desastres y lo inusual.
En
verdad, nunca antes hemos visto un candidato como este. ¿Qué candidato en la
memoria reciente ha dicho de otro candidato: “Miren esa cara. ¿Alguien votaría
por eso?”
Pero
aquí hay algo más que eso. Considere a los tres principales candidatos
presidenciales republicanos al momento: Trump, Fiorina y Carson. ¿Qué tienen en
común un controvertido magnate de los bienes raíces, un neurocirujano jubilado
y (a decir de algunos) una fallida ejecutiva empresarial? Ninguno ha tenido
jamás un cargo de elección popular; todos son nuevos en la política.
Lo
cual nos lleva a otra obsesión actual de los estadounidenses: el disgusto con
nuestros políticos de Washington. Trump, Carson, Fiorina e incluso Rubio
(senador en su primer período) ofrecen una alternativa. Trump, Fiorina y Carson
no tienen lazos fuertes con la clase dominante republicana. Rubio también es un
poco extraño a los republicanos. Él llegó a Washington en 2010 como parte de la
revolución del Partido del Té.
Trump
claramente está apoyando un mensaje de cambio en la política habitual.
Aprovechando el descontento de los votantes, su mensaje resuena en un bloque
grande del electorado. Él les está llegando a los votantes que se sienten
excluidos, cuyas voces no son oídas, gente que está enojada con el sistema en
general.
Así
como el candidato Obama ofreció un programa de “esperanza y cambio” en 2008, el
candidato Trump (canalizando al candidato y presidente Ronald Reagan de 1980)
ofrece “regresar su grandeza a EE UU”. Otros candidatos ven la popularidad de
este mensaje y lo han repetido desde entonces; en una entrevista reciente, Ted
Cruz dijo: “Reconocemos que la gente está hambrienta de cambio; ellos reconocen
que lo que estamos haciendo no funciona”.
Trump
ve que la gente está enojada, y él, a su vez, dice que cuando sea presidente,
las cosas serán diferentes. Él argumenta que administrará el gobierno de EE UU
como una empresa, creando nuevos empleos y generando beneficios para todos.
Por
supuesto, él rara vez pone sobre la mesa dos factores claves. Primero, su éxito
empresarial ha sido tumultuoso; fue obligado a declararse en bancarrota cuatro
veces. Segundo, no es un hombre que se haya hecho a sí mismo; recibió una buena
parte de su fortuna y su inicio en el negocio mediante herencia.
Sin
considerar su mensaje, hay algo que parece resonar de manera convincente en los
votantes. Un sondeo reciente de YouGov entre los republicanos y quienes se
inclinan por los republicanos halló que los partidarios de Trump son
conservadores y un poco mayores, con menos educación y tienen salarios más
bajos que el republicano típico.
La
pregunta es: ¿Quiénes responden a estos sondeos y que tienen “inclinación
republicana” van a votar en las elecciones primarias y en la elección general?
De ser así, ¿serán capaces de conservar su fuerza y proveer los votos indecisos
necesarios para ganar una elección nacional?
A
Trump tal vez le ayuden las tendencias de voto de quienes tienen 45 años o más,
un grupo al que le es atractivo. Desde 1996, el volumen de votos en las
elecciones presidenciales de quienes tienen 45 años o más ha tenido una
tendencia ascendente, posiblemente un reflejo del envejecimiento de la
generación de la posguerra. Ellos representaron 61 por ciento de los votos en
2012, por encima del 53 por ciento en 1996. El sondeo de YouGov mostró que más
de 80 por ciento de los partidarios de Trump tienen 45 años o más.
El
primer caucus y la primera elección primaria están a cuatro meses de distancia.
¿Trump podrá sobrevivir lo que sin duda será una embestida de la clase
dominante republicana? Posiblemente no. El panorama político está plagado de
candidatos que apoyan visiones extremas de izquierda o derecha durante la
temporada de las elecciones primarias. Uno tiene que remontarse sólo cuatro
años para ver a Michele Bachmann.
Según
el Centro de Investigación Pew, menos de la mitad de los estadounidenses se
considera demócrata o republicano. En la temporada de elecciones primarias, los
candidatos atraen a los votantes más liberales o más conservadores, sólo, en la
mayoría de los casos, para encaminarse de vuelta al centro para la elección
general.
Aun
cuando los datos muestran que sus seguidores son conservadores, Trump es más un
populista new age y podría atraer
exitosamente a esa mayoría que se niega a identificarse con uno de los partidos
grandes: la gente que ve más allá de la “maquinaria política” en busca de
respuestas a los asuntos más apremiantes de nuestro gobierno.
El
futuro de nuestra nación es un problema serio, no una serie de realidad en TV.
Las amenazas en marcha de EI e Irán acechan en el horizonte, y problemas
nacionales como los servicios de salud, la desigualdad en los ingresos, la
inmigración y los debates sobre raza y cultura necesitan manejarse con
diplomacia y reflexión, no con hostilidad y falta de tacto.
Es
bien sabido que Trump no está al día con respecto a los kurdos y los quds, y
dio traspiés durante el segundo debate en preguntas relacionadas con las
finanzas estatales y la política exterior. En particular, él mencionó que
Wisconsin tiene un déficit presupuestal de $2,200 millones (no es así) y luego
admitió su ignorancia de la política exterior y se excusó con esta declaración:
“Sabré más sobre los problemas de este mundo para cuando me siente”.
¿Qué
tipo de equipo experimentado en política puede juntar Trump cuando las
siguientes palabras que salgan de su boca podrían ser “Estás despedido”? De
hecho, en agosto, su principal asesor de campaña, Roger Stone, renunció en
medio de toda la controversia alrededor de su campaña.
Después
de irse por las ramas en el primer debate, Trump firmó un compromiso de apoyar
a quienquiera que sea el candidato republicano, aparentemente negando la
posibilidad de postularse como independiente. ¿Pero sus partidarios —quienes
quieren regresarle su grandeza a EE UU— quedarán satisfechos?
El
anuncio de Trump de que había firmado la promesa de lealtad republicana fue
recibió con poco entusiasmo por la gente entre el público; el aplauso se sintió
tímido. Una postulación independiente bien financiada no es tan descabellada, y
cosas más extrañas han sucedido en la TV de realidad.
Veremos
si la “Saga de Trump” aparece en 2016, en un canal independiente o en uno de
los principales.
—-
Marla Goodman es una ex analista de
investigaciones y Richard Sousa es miembro investigador de la Institución
Hoover.