Los refugiados que arriesgan la vida cruzando el Mediterráneo y Europa ya tienen una heroína: la canciller alemana Ángela Merkel. Mientras el viejo continente se convulsiona ante la crisis más grande desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Merkel proporciona un raro ejemplo de liderazgo. El país más poderoso de Europa espera asimilar más de ochocientas mil personas este año, cuatro veces más que en 2014. En vez de estrechar sus controles fronterizos e insistir en que no tiene cabida para más refugiados, como hacen otros gobiernos, Alemania ha dejado claro que recibirá mayor cantidad de seres humanos que huyen del conflicto en Siria y otras regiones de Oriente Medio, África y el sur de Asia. Por ello los refugiados han dado en llamar “Mamá Merkel” a la lideresa alemana.
En agosto, la canciller tomó la decisión más significativa para la crisis actual, cuando su gobierno anunció que no seguiría aplicando el Protocolo Dublín a los refugiados sirios. Según dicho protocolo, los refugiados son sometidos a pruebas para determinar si ingresaron inicialmente en la Unión Europea (UE) a través de otro Estado miembro, y si los funcionarios determinan que así lo hicieron, pueden regresarlos a dicho Estado. En una medida adicional, Alemania canceló todas las deportaciones programadas de sirios. La disposición fue celebrada por la Comisión Europea (brazo ejecutivo de UE) como un “acto de solidaridad europea”.
No hace mucho, la imagen de Merkel en el continente era menos compasiva. Cuando Grecia se encontraba a punto de abandonar la eurozona, la alemana y su gobierno se mantuvieron firmes en la exigencia de que el gobierno izquierdista griego debía aceptar nuevas medidas de austeridad antes de entregarle otro rescate financiero, aunque ello significara más sufrimiento económico para el pueblo de aquel país. Entonces, ¿cómo explicar esta transformación radical de Merkel, tendiente a la compasión?
Según sus allegados, dos factores clave han condicionado su respuesta frente a la crisis. El primero es la considerable experiencia de Alemania —y Merkel— a lo largo de setenta años de recibir la bondad de extraños. Después de la guerra, Estados Unidos y otros antiguos enemigos de Alemania aportaron enormes recursos, financieros y prácticos, para contribuir a la recuperación económica y política del país. En fecha más reciente, los alemanes orientales (incluida Merkel, quien nació en Alemania Occidental, pero fue criada en Alemania Oriental debido a que su padre, pastor luterano, aceptó una parroquia en el protectorado soviético) fueron acogidos por los vecinos occidentales al caer el Muro de Berlín, en 1989. “Ángela Merkel muestra una gran compresión por las personas que huyen de la guerra y la desesperación”, dice Stefan Kornelius, autor deAngela Merkel: The Authorized Biography. “No hay un cuestionamiento moral en sus motivos.”
No obstante, el segundo factor que motiva a Merkel poco tiene que ver con la generosidad. Aceptar refugiados capacitados y educados, como son muchos de los sirios desplazados, sirve a los intereses económicos de Alemania. La población del país está menguando aceleradamente —en parte, por la baja tasa de natalidad— y la maquinaria económica alemana necesita nuevos trabajadores.
La apertura de la canciller a los refugiados sin duda impactará, de manera importante, en la respuesta europea ante la crisis. “Alemania ha redescubierto el liderazgo”, dice Mark Leonard, director del grupo de análisis Consejo Europeo sobre Relaciones Exteriores. “Alemania es el poder crítico en los temas más importantes que encaran muchas otras naciones de la UE.” El país tiene la capacidad inusual de vincular temas disímiles, agrega Leonard. “Por ejemplo, Alemania puede decir que será solidaria con Europa Oriental en el tema de Rusia porque son buenos europeos. Pero también dirá que esos países, a su vez, tienen que ser buenos europeos en el tema de la migración.”
Uno de los países con menos inclinación a ser lo que Merkel considera un “buen europeo” en el asunto de la crisis —el Reino Unido— ha repetido insistentemente que no tiene espacio para más refugiados. Pero el 3 de septiembre, al agudizarse las críticas contra gobiernos que se han mantenido firmes en su rechazo de los asilados, el primer ministro David Cameron pareció ceder a la presión. Funcionarios británicos dijeron a la prensa que Cameron ha decidido que el Reino Unido debe recibir otros miles de refugiados sirios. Agregaron que Cameron respondía, en parte, a una serie de impresionantes imágenes de un niño de tres años cuyo cadáver fue arrastrado a una playa en Turquía.
Europa muestra otras señales de cambio hacia los refugiados, tanto entre sus políticos como en la ciudadanía. Yvette Cooper, candidata a líder del opositor Partido Laborista, exigió que Gran Bretaña acogiera diez mil refugiados sirios incluso antes de que Cameron tomara su decisión. Ferenc Gyurcsány, exprimer ministro húngaro, recibió a varios refugiados en su hogar para que pasaran la noche. Redes de voluntarios empiezan a surgir por toda Europa, ofreciendo refugio y comida. Autoridades alemanas se han visto tan abrumadas con donativos de alimentos, agua, ropa y pañales en la principal estación de trenes de Múnich, que han pedido al público que no siga llevando provisiones.
Cada día que se intensifica el drama humano y político de la crisis se hace más evidente que el sistema europeo para atender a los refugiados es insuficiente y defectuoso. Según información de Frontex, la agencia fronteriza de la Unión Europea, sólo en junio se detectaron 107 500 personas en fronteras de la UE, más del triple que en julio de 2014. Funcionarios húngaros informan que cada día más de dos mil personas cruzan la frontera de Serbia a Hungría para ingresar en la Región Schengen, donde pueden circular sin visado; el total de este año asciende a más de ciento cincuenta mil migrantes.
La respuesta de la UE ha sido un rotundo fracaso, afirma Zoltán Kovács, portavoz del gobierno húngaro, de centro-derecha. “No distingue entre quienes realmente necesitan ayuda. Los verdaderos refugiados quedan agrupados con los migrantes económicos. No estamos afrontando una crisis de refugiados, sino una crisis migratoria. La gente viene aquí procedente de cientos de países de todo el mundo. Es completamente inaceptable que se haya institucionalizado un medio de desplazamiento ilegal.”
Para empeorar la situación, han reaparecido las antiguas divisiones. Alemania, Francia y los países escandinavos —el núcleo liberal del proyecto europeo— han aceptado cientos de miles de asilados, mientras que los antiguos países comunistas como Polonia, Eslovaquia y Hungría —con historias democráticas más breves y poblaciones menos multiétnicas que muchas otras naciones de Europa Occidental— se resisten a recibir más que un puñado. Hungría y Bulgaria han levantado cercados con alambres de serpentina en sus fronteras, y el primer ministro húngaro, Viktor Orban, dijo que el mensaje de los líderes europeos a los refugiados debe ser: “Por favor, no vengan aquí”. En agosto, Robert Fico, primer ministro de Eslovaquia, ofreció acoger doscientos refugiados sirios, pero sólo cristianos, y explicó la razón: no había mezquitas en Eslovaquia. A principios de septiembre, la policía de la ciudad de Breclav, República Checa, bajó a doscientos refugiados de un tren y usó bolígrafos para marcar sus brazos con números. Grupos judíos y activistas pro derechos humanos dijeron que el procedimiento recordaba el tatuado de prisioneros en Auschwitz. Funcionarios argumentaron que era el método más simple para procesar a un gran número de individuos que no hablaban checo ni inglés y para mantener unidas a las familias, aunque accedieron a interrumpir la práctica.
Semejantes incidentes ponen de relieve la incapacidad de Europa para desarrollar una respuesta estrategia ante la crisis, dice Gauri van Gulik, subdirectora en Europa de Amnistía Internacional. En su opinión, es probable que Merkel encabece una reforma radical del sistema europeo para asilados y refugiados. “Alemania ha reconocido que la situación es inevitable y que es necesario responder a la migración en una escala continental.”
Los recuerdos de 1989, cuando decenas de miles de alemanes occidentales escaparon por Hungría hacia Occidente, ayudan a impulsar la respuesta de Alemania ante la crisis, afirma Julian Rappold, del Consejo Alemán para Relaciones Exteriores. “Los medios alemanes hacen referencia a la experiencia de 1989 y la solidaridad que recibieron los alemanes orientales cuando llegaron a Hungría y Checoslovaquia.”
Mas la postura de Merkel se sustenta en la demografía y la economía tanto como en la historia y la ética, dice Leonard. Los alemanes no tienen suficientes hijos y, por ello, según proyecciones de Eurostat, oficina estadística de la Unión Europea, se espera que, para 2080, la población se desplome de 82 millones a 65.4 millones. Poderosas empresas alemanas han dejado claro que necesitan más trabajadores, de modo que no es coincidencia que Alemania haya abandonado el Protocolo Dublín para el caso específico de los sirios, en vez de cualquier otra población. Según el Alto Comisionado de la ONU para Refugiados, 40 por ciento de los refugiados sirios arraigados actualmente en Grecia recibió educación universitaria. Muchos hablan inglés y es de esperar que puedan aprender alemán en poco tiempo. Los sirios que llegaron a Europa han demostrado un valor y una resistencia notables, y ahora muchos creen haber identificado un país que puede darles una nueva oportunidad.
Ahmed, abogado sirio de veintiocho años que se contaba entre los miles de refugiados detenidos en la estación Keleti de Budapest, a principios de septiembre, abandonó su país hace un año. En compañía de sus padres, su esposa e hijo, viajó dos semanas por tierra desde su hogar temporal en Turquía, cruzando Grecia, Macedonia y Turquía. Mientras otros migrantes estacionados frente a la estación coreaban “Alemania, Alemania”, Ahmed, quien pidió que no se divulgara su apellido, mostró un puñado de boletos de tren con destino a Múnich. “Quiero vivir en un país que me dé seguridad, libertad y un futuro para mi familia.”
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek.