Son niños de tres, cinco o nueve años. Muchachas descalzas, adolescentes perdidos. Con casa o desplazados. Con ilusiones o intensamente deprimidos. Son huérfanos que perdieron a sus padres por la violencia y los levantones. Por tortura o asesinato. Son hijos de narcos o de policías, de trabajadores del campo o de maestros, hijos desolados de oficinistas, mecánicos, amas de casa, comerciantes… son víctimas de la violencia que carcome a nuestro país.
¿Pero quién los cuida? ¿Quién los ama? ¿Dónde viven? ¿Dónde sueñan? ¿Quiénes son? ¿Quién les cura las heridas llenas de sangre, rabia y amargura a los infantes olvidados de la guerra del narcotráfico? Estas y otras preguntas intenta responder el periodista e investigador Javier Valdez Cárdenas en su libro Huérfanos del narco, el cual ya circula bajo el sello de la casa editorial Aguilar.
“Estos niños son dobles víctimas, porque sus padres pueden ser asesinados y luego porque ellos pueden ser cooptados por el crimen organizado. Y si además ellos mismos son desaparecidos o asesinados, pueden ser triple o cuádruple víctimas”, manifiesta en entrevista con Newsweek en Español.
Añade que nadie sabe cuántos niños son los olvidados de la guerra del narcotráfico. “Y pocos lo quieren saber”, subraya. No obstante, “existe una cifra que a mí me parece escalofriante basada en documentos de [la organización civil] Ririki que dice que, de cada diez desaparecidos en el gobierno de Peña Nieto, uno es un niño; estamos hablando del 10 por ciento del total de los desaparecidos, se ha contabilizado una cifra más o menos de 30 000 desaparecidos, y de esos por lo menos 3000 son niños, atendiendo este cálculo”.
—¿Si no existen más datos quiere decir que esos niños están en la invisibilidad?
—El total de los niños que están en esa condición de orfandad no lo sé, es difícil, no hay datos en general sobre eso. De hecho es parte de esta invisibilidad, el gobierno no tiene datos, no los tienen las instituciones educativas, los organismos, ni las ONG. Es un vacío monumental, no vemos el problema y no nos duele, nos volteamos para otro lado y no asumimos una responsabilidad. Yo creo que eso es una categoría que está ganando terreno en la sociedad mexicana, y por eso nadie sabe y nadie quiere saber.
—Lo que sí está claro es quiénes son los huérfanos del narco…
—Son los hijos de los desaparecidos y ejecutados. Estrictamente hablando, son hijos de periodistas, de policías, de empresarios, de comerciantes, de maestros, de gente común y corriente como tú y como yo. Pero también lo somos todos en este país, esta suerte de orfandad ha ganado terreno, a todos nos ha tocado la historia de alguien desaparecido, asesinado, nos han dolido los 43 de Ayotzinapa, es una sociedad herida y esta sensación de orfandad ha crecido, ha ganado terreno.
“Pero, estrictamente hablando, son chavitos que por cierto no buscan venganza, no tienen una actitud de que cuando crezcan van a chingarse a los que mataron a su papá o a los que lo desaparecieron; ellos piensan en que ese hombre un día va a regresar, y les duele que no haya regresado. La desaparición en México es una muerte multiplicada que no termina; es una muerte sin cadáver, es la peor muerte, porque a quién le rezas, dónde le rezas, dónde depositas flores, es una muerte sin final y son historias inconclusas”.
—¿Qué perspectiva o futuro tiene en México un niño en estas condiciones?
—Es una herida de la que no se va a recuperar. Es posible que haya un momento en el que aprenda a administrar ese dolor porque va a terapia, pero está yendo con dificultades a la escuela, apenas mantiene los estudios, ha bajado sus calificaciones, llora a solas, a oscuras, bajo las cobijas, de noche, para que su hermano, su mamá, no se enteren, y todos los demás hacen lo mismo. Entonces es un futuro herido, una herida que ahí está, que siempre está abierta, que supura tristeza, desolación, desesperanza, y a pesar de eso es gente que está de pie, luchando, que nos enseña la importancia de la heroicidad en tiempos de escombros, de ruinas, en un país tan lastimado por la violencia.
—Pero también cabe la posibilidad de que, sin una figura paterna, puedan andar un camino delictivo…
—Sí, por supuesto, porque esa condición de orfandad los ubica en la vulnerabilidad. Es fácil que caigan, porque además la vida delictiva es más fácil que la lícita, aunque muchas veces la muerte esté muy a la mano. Es cierto, ellos tienen a la mano drogas, un vecino narco protegido por la policía y un ambiente de desempleo, de marginación, de pobreza, que los empuja cada vez más a la delincuencia, así que también es mucho muy posible que el futuro de muchos de estos menores sea la vida delictiva, el narcotráfico.
—¿Cuál debería ser la responsabilidad del Estado y de la sociedad frente a estas víctimas infantiles?
—Primero regresarles la vida, pues estamos hablando de gente desaparecida. Es decir, dejar de lado esto de la invisibilidad, superarlo, desterrarlo, traerlos de nuevo, y si no los podemos traer físicamente, traerlos con políticas sociales de parte del gobierno, porque el gobierno es como si no existiera, para el gobierno no hay una política de atención de parte de la autoridad de todos los niveles hacia este sector.
“Y la responsabilidad de la sociedad es recuperar la humanidad —finaliza Valdez Cárdenas—. Recuperar la dignidad. Volver a enojarnos. La sociedad debe acompañar esta lucha de búsqueda de los desaparecidos, la lucha de los familiares, porque no veo a la sociedad junto a los activistas, no veo un ejercicio ciudadano de dignidad, de coraje, frente a la tragedia y las injusticias en México. La ciudadanía debe acoger a sus pares, a las víctimas y a sus familiares, pues eso de ‘no los veo, no los oigo’ es no asumir una responsabilidad ciudadana”.