Por Ana Martínez
“Jodorowsky decía que México era un país que siempre estaba
en la cuerda y nunca se derrumbaba, que siempre vive en el borde, pero nunca se
cae. Yo le decía, bueno no se cae porque ya está tirado”.
Aún después de terminado el encuentro con el escritor
Guillermo Fadanelli, esta frase resuena en mi cabeza como el estribillo de esa
canción que tanto odias pero que no puedes sacarte. Y es que es una verdad
incómoda, que nos gustaría no escuchar, pero no podemos huir de ella.
Mexicano, ingeniero a medias, escritor autodidacta y
pesimista falso; así se auto define
Guillermo Fadanelli. El autor de obras como El
día que la vea la voy a matar, El hombre nacido en danzing, La otra cara de
Rock Hudson y Más alemán que Hitler
habla acerca de esta crisis permanente que vivimos los mexicanos. Una crisis
que es como los árboles, lo cortas, y vuelve a salir, se cae uno pero ahí están
los demás.
Para Fadanelli el principal problema que al cual nos
enfrentamos los mexicanos, son esos enormes muros que nosotros mismos creamos.
Muros que no podemos atravesar y que se forman como círculos concéntricos
alrededor de nosotros. Muros de pobreza, de falta de educación y sobre todo,
falta de libros.
Él mismo habla de los muros en los que creció. Su infancia en la colonia
Obrera, con los muros de la delincuencia, que más tarde plasmaría en La otra cara de Rock Hudson; su nueva
vida en Portales donde todos decían que sería mejor, pero terminó siendo igual;
y finalmente los muros de la colonia Coapa, donde el pesimismo de su madre le
enseñó a ver todo lo malo de la vida.
El escritor hace algunos rayones en la hoja, se acomoda la
gorra con nerviosismo y entonces afirma: “El hombre moderno quiere ver, se
siente intimidado por la televisión y el
cine”. Ve, pero no reflexiona, es por eso que la literatura es importante para
promover el autoanálisis, para aceptar que estamos tirados y que necesitamos
levantarnos y comenzar a construirnos, también construir al país. La literatura
tiene un poco de memoria, y la memoria, de acuerdo al autor, debería servirnos
para volver a crear. Pero esta vez, debemos crear algo nuevo, algo que incluya
sólo los resultados y deje atrás los errores.
Es entonces, cuando intentamos reunir la memoria colectiva,
cuando nos topamos con otro problema: el individualismo. “Cada uno camina como
zombi, siguiendo una línea, buscando el éxito”. Ya no somos una sociedad, sino
seres autónomos que caminan dentro de un mismo entorno, sin hacer caso del
otro, y agrega que “la tecnología avanza a pasos agigantados, pero la ética
parece estar estancada”.
Seguimos siendo Ricardo estrellándonos contra la pared, y la tecnología ha
venido a hacernos creer que por fin la atravesamos, pero la realidad es que no
hemos avanzado nada como personas.
Finalmente, cuando el tema de la clase política salta a la
mesa sonríe, toma un trago de agua y dice: “Soy sarcástico y me gusta el humor
negro porque cuando escucho las declaraciones del presidente no me inspiran ni
siquiera a la crítica, sólo al sarcasmo. Ni siquiera sé si existe un
presidente, yo creo que es un holograma.”
Y habla sobre el humor negro y sobre el cinismo. Y sobre cómo se refugia en sus novelas y en sus aforismos,
porque al final de cuenta sabe que Dios siempre se equivoca; que los mexicanos
jugamos entre Lodo, que Compraré un rifleporque Clarisa ya tiene un muerto; que el Hotel
DF ya sólo muestra su Malacara
y no queda más que andar En busca
de un lugar habitable.