Sylvia Earle se enamoró del océano cuando era adolescente en la década de 1950. Ella se maravilló con la riqueza de la vida acuática en el golfo de México, cerca del hogar de su familia en Clearwater, Florida. Se embelesó con el curioso pez mero, los juguetones camarones e, incluso, el tremendamente subvalorado plancton, que produce la mayor parte del oxígeno de la Tierra.
Earle creció para tener una carrera notable como oceanógrafa. En 1970 estuvo en primera plana cuando lideró al primer equipo totalmente femenino de submarinistas en una expedición de dos semanas, viviendo bajo el agua en un módulo cercano a las Islas Vírgenes. Se convirtió en la primera científica en jefe de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica; impuso marcas de buceo y pasó más de siete mil horas bajo el agua; ayudó a iniciar un par de compañías que hacen submarinos, y ahora es una exploradora residente de National Geographic. Pero en los últimos cuarenta años también ha tenido que ver sufrir dramáticamente al océano y la vida en este.
Desde 1950, dice Earle, “hemos visto más grandes cambios en el océano que en toda la historia humana precedente”. Un estudio de 2003 descubrió que la cantidad de grandes peces oceánicos ha disminuido 90 por ciento en el medio siglo previo. Y no está mejorando: un informe de 2014 de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura calcula que 90 por ciento de las pesquerías del mundo están sobreexplotadas o agotadas.
Desde que Earle pasó ese tiempo en el coral en las Islas Vírgenes, los arrecifes caribeños han disminuido a la mitad, propiciado en gran parte por la extinción de los erizos de mar y peces loros, los cuales comen algas que, cuando se les permite crecer sin control, bloquean la capacidad del coral para hacer fotosíntesis. Tanto los erizos de mar como los peces loros han sido diezmados por la sobrepesca.
En gran medida, todo esto se debe a que los peces son un negocio cada vez mayor. Por ejemplo, casi nadie comía atún en la década de 1950; era considerado un pescado basura, dijo Earle en el Retiro Curiosidad de 2015. Después de que comer pescado crudo y sushi se hizo popular en Japón en la década de 1960, en parte como resultado de una mejor refrigeración, la práctica se extendió a Estados Unidos y otras partes del mundo en las décadas de 1970 y 1980; los restaurantes estadounidenses de sushi ahora generan 2000 millones de dólares al año. Un gran porcentaje de los pescados comidos en Estados Unidos hoy no se usaba como fuente de alimento hace cincuenta años.
Earle vincula la comida marina como “carne silvestre acuática”. Usualmente se refiere como carne silvestre al consumo de toda una gama de vida silvestre terrestre —desde lagartos hasta murciélagos y monos— que está amenazando la biodiversidad en África y el sureste asiático. Earle dice que necesitamos empezar a pensar sobre la comida marina de una manera similar: “Es una locura cómo agrupamos estos animales maravillosamente diversos en un pequeño término de tres letras: pez”. Earle señala que mucha gente come pescado sin pensar en qué especie está ingiriendo, de dónde provino o cómo fue faenado, y que muchas de estas criaturas son animales silvestres, arrancados violentamente de sus hogares acuáticos y dejados caer en nuestros platos. Ella insiste en que no es diferente de la carne silvestre por la manera en que daña el ecosistema.
Earle añade que si la gente va a comer pescado, debería “hacerlo con mucho respeto: averigüen de dónde proviene… Pero lo más importante, piense en estos pescados como criaturas silvestres. Usted podría sentir repulsión si ve águila, búho, leopardo de las nieves o rinoceronte en el menú”.
No todos están de acuerdo. Brett Tolley, un organizador comunitario de la Alianza Marina del Atlántico Noroeste, una organización sin fines de lucro que trabaja con comunidades pesqueras en asuntos de mercado y política, dice que la idea del pescado como “carne silvestre acuática” es simplificar demasiado. Los peces son bestias del todo diferentes que, digamos, los hipopótamos o los gorilas, y hay muchos pescadores que siguen prácticas sustentables de pesca. Ed Barrett, un pescador de Marshfield, Massachusetts, dice que es “propaganda medioambientalista”. E incluso muchos grupos medioambientalistas no ven algo malo en la pesca que se hace de manera responsable.
Pero es increíblemente difícil rastrear la procedencia de una pieza de pescado. La única ley relevante que gobierna el etiquetado de la comida marina es un mandato del Departamento de Agricultura de Estados Unidos en el que la comida marina sea etiquetada con su “país de origen”, dice Tolley. No obstante, esta ley es ineficaz porque la comida marina procesada —una categoría que incluye más del 50 por ciento de todo el pescado que se vende en Estados Unidos— está exenta, reporta Food & Water Watch. La ley también exige que las compañías declaren sólo el último lugar por donde pasó el pescado. Así, los pescados atrapados en Estados Unidos pero exportados para su procesamiento a China, y luego para más procesamiento a Indonesia —lo cual ocurre comúnmente—, serán etiquetados como provenientes de Indonesia, si es que siquiera son etiquetados, dice Carl Safina, un ecologista marino y escritor medioambientalista.
“El pescado es diferente a cualquier otro tipo de carne: no sólo mucho de ello es silvestre, pero a menudo es interpretado inadecuadamente”, dice Safina. Por ello él comenzó una prestigiosa guía de comida marina que da información detallada sobre cada especie de pez, y le da una clasificación verde, amarilla o roja, como un semáforo. El verde significa que el pez es relativamente abundante y faenado hace poco daño; amarillo significa que comer la especie podría ser problemático, y rojo significa que debería evitarse. El atún aleta azul es de un rojo profundo. “Cuando empezamos la lista en 1998, pescado era sólo una pieza de pescado, como una rebanada de pan”, explica. “En realidad no había un lugar en el cual informarse sobre las especies individuales, pero ahora cualquiera que esté interesado puede buscar esta información.”
Los pescadores y medioambientalistas por lo general están de acuerdo en que si alguien va a comer pescado, elegir especies locales abundantes es lo mejor que puede hacer. Por desgracia, eso no pasa usualmente. Los consumidores quieren su pez espada de Nueva Escocia o su atún aleta azul japonés, incluso si viven en Phoenix. Esa demanda ha llevado a una pesca a escala industrial alrededor del orbe, la cual faena alrededor de la mitad del pescado mundial, y ha llevado al agotamiento de muchos tipos de peces, a menudo especies que ni siquiera eran el objetivo. Esto lo logran navíos pesqueros como los supercerqueros, barcos enormes que rodean el atún y otras especies con grandes redes circulares que se cierran en el fondo y sacan todo lo que esté dentro del agua. O el “palangre”, miles de anzuelos con carnada que se extienden en una línea de hasta 40 millas que es arrastrada por un barco, enganchando más de ochenta especies de animales no buscados como tortugas marinas, marlines y atunes aleta azul, según Pew Charitable Trusts, un grupo medioambientalista y de defensoría. La pesca de arrastre, en la que las redes son arrastradas por el lecho marino, también puede dañar los corales de aguas profundas y destruir el hábitat de los peces.
Mientras tanto, las leyes ineficaces o la falta de regulación en general siguen siendo un problema enorme, en especial en África y Asia, las cuales están “fuera de control y [son] un desastre”, dice Safina. En estas ubicaciones, la pesca ilegal e imprudente se da con regularidad sin que haya consecuencias para quienes la hacen, manifiesta. Por otra parte, las regulaciones en Estados Unidos y Europa se vuelven más estrictas, dice Michele Kuruc, vicepresidente de política oceánica del Fondo Mundial para la Naturaleza, y las existencias de algunos peces en las costas de estas áreas, como el bacalao, están creciendo.
Mucho del problema proviene del mercadeo y la percepción. Aun cuando el pescado es nutritivo, no es necesario para una dieta sana, a pesar de lo que afirman los medios emocionados. “Creo que la profesión médica ha sido irresponsable en sus recomendaciones” que promueven la ingesta de pescado, dice Boyce Thorne-Miller, un ascensor de política en ciencias para la Alianza Marina del Atlántico Noroeste. “Ciertamente ellos no han tomado en cuenta la salud de los ecosistemas marinos, y no creo que hayan siquiera tomado en cuenta lo que es mejor para el interés de sus pacientes.” Puede haber inconvenientes, señala, en comer pescados como los grandes atunes o pez espada que contienen cantidades significativas de mercurio, un metal pesado tóxico.
Por ejemplo, hay muchas otras fuentes de ácidos grasos omega-3, un componente saludable del pescado promocionado por los médicos que en realidad se deriva de las algas, dice Thorne-Miller. Varias compañías ahora ofrecen productos ricos en omega-3 hechos con algas, los cuales están libres de los contaminantes hallados en el pescado, dice Earle. Estos productos tampoco propiciarán la “sobrepesca a escala industrial de especies de peces para forraje tan críticas para las redes alimentarias marinas” con el fin de conseguir aceite de pescado, añade Thorne-Miller.
Earle argumenta que si la gente en verdad pensara en lo que hace —matar y comer animales silvestres, cada uno con personalidades únicas—, podría cambiar su comportamiento. Ella menciona una época en la década de 1970 cuando, bajo el agua, filmó peces al ser pescados con red. “Los peces en la red sufren de pánico”, explica. “Nos hemos endurecido en nuestra visión del dolor que les infligimos gratuitamente a los peces. No pensamos en ellos como criaturas que valga la pena notar.”