Con el cuerpo devastado por los tratamientos de quimioterapia,
el ingeniero de radio jubilado John Kanzius pasó meses en su sótano en 2003
construyendo una máquina improvisada para matar tumores. Kanzius no tenía
educación médica. Había sido un operador de radio de aficionados y propietario
de una compañía de radio y televisión. Pero tenía leucemia, y no quería morir.
También era agudo, obstinado y aprendía rápidamente. Analizó
diversos estudios científicos y examinó detenidamente las más recientes
investigaciones acerca del cáncer. Las ondas de radio calentaban el metal, y se
preguntaba si podían transmitirse sin peligro a los seres humanos para destruir
los tumores. No lo sabía en ese momento, pero el dispositivo que surgió a
partir de este experimento atraería el apoyo de importantes investigadores
sobre el cáncer, además del de un ganador del Premio Nobel. Cuando lo
entrevisté en su casa, en Erie, Pensilvania, en 2007, juró vivir para ver el
día que su dispositivo trataría a los seres humanos. También deseaba sanar
desesperadamente.
El Dr. Steven A. Curley, que entonces era oncólogo en el Centro
para el Cáncer MD Anderson en Houston, quien hizo que la investigación de
Kanzius recibiera atención en todo el país y que dedicó toda su carrera al
proyecto, lo visitó en el hospital en 2008. Curley había tratado a muchos
pacientes, pero durante los cinco años anteriores se había vuelto
particularmente cercano a Kanzius. “Creo que me queda poco tiempo”, le dijo
Kanzius a Curley. “Sólo quiero que me prometas que no te rendirás. Harás que
esto se pruebe en seres humanos.”
Curley prometió que lo haría. “Creo en esto”, dijo. “Tiene un
potencial increíble.”
En 2009, Kanzius murió de neumonía a los 64 años, mientras era
sometido a quimioterapia. Muchas personas pensaron que la máquina de Kanzius moriría
con él.
Pero este mes de mayo, Curley presentó protocolos ante el
Ministerio de Salud italiano para probar la máquina de ondas de radio en seres
humanos diagnosticados con cáncer pancreático y hepático. La aprobación deberá
emitirse en el otoño y los ensayos clínicos en seres humanos comenzarán en la
primavera del próximo año en Nápoles, Italia.
QUEMAR CARNE ROJA
El dispositivo que Curley usará luce muy diferente del primero
que Kanzius construyó. Actualmente se encuentra en su versión de sexta generación.
Al mirar atrás a la máquina original, “era muy rudimentaria”, dice Curley.
“Pero cumplió con su objetivo.” Comenzó con algunas antenas, cables de cobre y
un sólido de sulfato de cobre que Kanzius buscó en muchas partes. Juntó todos
estos elementos, al igual que algunas de las charolas para pastel de su esposa,
y construyó un dispositivo transmisor de ondas de radio. Con él, Kanzius probó
que, cuando se les incrustaban púas metálicas y se hacían pasar ondas de radio
a través de ellas, ciertas áreas de hot dogs y rebanadas de hígado y
filete se quemaban, mientras que el resto de la carne permanecía intacta.
Entusiasmado, Kanzius consiguió una patente y le sigue la pista
a Curley, quien es especialista en extirpación por radiofrecuencia (que consiste
en insertar agujas en los tumores y sacudirlos con electrodos, un método que
los calienta y mata, pero que no puede llegar a todos los tumores y, en
ocasiones, daña a otras células). Curley recuerda: “Su médico me llamó y dijo: ‘Mira,
tengo a este paciente que ha leído tu trabajo. Cree que tiene una mejor idea
para curar el cáncer, y no me deja en paz. ¿Podrías hablar con él?’”
Curley llamó por teléfono a Kanzius, y después de escucharlo
mientras le explicaba su invento, le dijo que necesitaba encontrar una
sustancia que pudiera conectarse a las células cancerígenas y quemarlas al
bombardearlas con ondas de radio, sin dañar las células cercanas.
Nanopartículas, respondió Kanzius. Son tan diminutas que una fila de 100 000 de
ellas tendría el ancho de un hilo de coser. Más de 2000 caben en un glóbulo
rojo. Kanzius no sabía cómo conseguir algunas nanopartículas, y nadie sabía si
se quemarían, pero valía la pena intentarlo.
“Ese fue el inicio de una hermosa amistad”, señala Curley,
parafraseando un diálogo de la película Casablanca.Puso a Kanzius en
contacto con Richard Smalley, un químico galardonado con el Premio Nobel, que
se especializaba en nanociencia y estaba a punto de morir de cáncer. Smalley le
dio a Curley dos ampollas con nanotubos de carbono, una clase de nanopartículas
huecas, con una estructura cilíndrica. En junio de 2005, con el estímulo de
kanzius, Curley los puso en la máquina, que tenía un par de antenas con bobinas
de cobre en cada extremo para enviar ondas de radio de alto voltaje a través de
las nanopartículas. “Se calentaron en un nivel extraordinario.”
Para Curley, esto significaba que la máquina tenía el potencial
de tratar el cáncer sin agujas, sin la debilitante quimioterapia y sin cirugía.
Combinada con la nanociencia, posiblemente podía detectar y matar células
cancerígenas microscópicas que las máquinas actuales ni siquiera pueden hallar.
“Quedé totalmente sorprendido”, dice. “Empecé a armar propuestas de
investigación.”
Investigadores de la Universidad de Pittsburgh, el Centro para
el Cáncer MD Anderson y la Universidad Rice probaron la tecnología. El equipo
de Curley inyectó nanopartículas en células cancerígenas humanas cultivadas en
cajas de petri, así como en tumores en ratones, ratas, conejos y cerdos. Usando
la máquina de Kanzius, pudieron calentar las nanopartículas y, de esta manera,
matar todas esas células cancerosas. Los resultados fueron publicados en Cancer,
la revista médica de oncología, así como en Nano Research.Asimismo,
se dieron a conocer en todo el mundo y fueron presentados en el programa 60
Minutes.Una y otra vez, después de ser inyectadas con nanopartículas y
calentadas con ondas de radio, las células cancerígenas morían mientras las
áreas sanas circundantes permanecían intactas.
“Hemos tratado a cerdos con dosis mucho más altas de las que yo
utilizaría con un ser humano”, dice Curley. “Descubrimos que los animales que
tratamos estaban bien; sus análisis de sangre estaban bien. El tratamiento no
provocó ningún daño a otras células.”
SUFICIENTE PARA LUCHAR
Aunque estaba cada vez más delgado debido a su enfermedad, a
Kanzius todavía le gustaba disfrutar costosas comidas en la ciudad. Curley lo
acompañó en algunas de esas excursiones, mientras los residentes agitaban las
manos y gritaban: “¡Sr. Kanzius!” Dice que los habitantes trataban a Kanzius
como una estrella de rock.
Siendo un optimista imperturbable, Kanzius profería a veces
afirmaciones exageradas, como: “Creo que he encontrado una cura para el
cáncer.” Esto siempre estremecía a Curley. Tuvo que explicarle que era
peligroso hacer que las esperanzas de las personas crecieran demasiado. “No les
digo a los pacientes que están curados sino hasta ocho, nueve, diez años
después, y todo ello, una vez que he comprobado que no tienen células
cancerígenas microscópicas escondidas en algún lugar.” Si la máquina producía
un tratamiento más eficaz y menos tóxico para el cáncer, le dijo a Kanzius, ese
sería un logro enorme. Era suficiente para luchar.
Conforme la publicidad aumentaba, Curley empezó a recibir
cientos de llamadas y mensajes de correo electrónico a la semana, enviados por
pacientes de cáncer y sus familias. Curley tuvo que decirles a las personas,
muchas de ellas en sus lechos de muerte, que el tratamiento aún no estaba
listo. Sin embargo, persistieron. “Firmaré una carta responsiva. Haré cualquier
cosa”, decían. Los pacientes prometían que si pudieran someterse a pruebas
secretas, no se lo dirían a nadie. Curley decía que no, disculpándose. “Lo
entiendo”, dice Curley ahora. “El cáncer asusta muchísimo a las personas.”
Otras personas trataron de averiguar cómo construir su propia máquina de
Kanzius. “Un tipo envió un video donde aparecía él mismo en medio de dos
antenas”, dice Curley.
Kanzius finalmente dejó de decirles a las personas que tenía
una cura cuando varios pacientes con cáncer empezaron a ir a su casa pidiendo
un tratamiento improvisado. En realidad, no podía ayudarles; no tenía
nanopartículas de repuesto. Y aun si pudiera conseguirlas, no tenía ninguna
forma de introducirlas en las células cancerígenas. Kanzius lo sabía, porque
intentó tratarse a sí mismo en el verano de 2008. Llamó a Curley y le dijo que
estaba usando el dispositivo para canalizar ondas de radio hacia su propio
cuerpo. “Sólo quería ver qué ocurría”, dijo Kanzius. Pero, por supuesto, las
ondas de radio por sí mismas no marcaron ninguna diferencia.
EN EL LABORATORIO
Desde que Kanzius construyó su máquina se han producido
tremendos avances científicos en la nanotecnología y en la investigación sobre
el cáncer. Los investigadores han mostrado que es posible usar nanopartículas
para crear biosensores supersensibles capaces de detectar células cancerígenas
e incluso identificar moléculas que indican que una persona tiene un riesgo más
alto de contraer cáncer.
La división de ciencias de Google, por ejemplo, ha estado
combinando nanopartículas con un dispositivo ponible para crear el detector de
cáncer definitivo. La teoría es que las nanopartículas podrían ser ingeridas en
una pastilla, por ejemplo, y entrar en el flujo sanguíneo, donde se unirían a
una célula cancerígena. Dado que el núcleo de las nanopartículas puede ser
magnético, el dispositivo ponible detectaría y atraería estas células hacia él,
donde serían contadas mediante luz y, posiblemente, incluso ondas de radio.
Abhilash Sasidharan, del Centro Amrita de Nanociencia y
Medicina Molecular de India, se sintió tan inspirado por Kanzius y Curley que
decidió probar una técnica similar utilizando conjuntos de nanopartículas
llamadas grafeno, que son hojas de átomos de carbono en forma de panal que
conforman el cuerpo sólido más delgado jamás descubierto. El grafeno es
flexible, transparente, buen conductor de la electricidad y más fuerte que el
acero.
El equipo de Sasidharan ha utilizado ondas de radio para
destruir células cancerígenas en etapa avanzada, que son muy resistentes a
otros tratamientos, y ha descubierto que el grafeno puede calentarse a niveles
más altos que otras nanopartículas, lo que lo convierte en una máquina para
matar tumores más eficiente. Además, a diferencia de los nanotubos de carbono o
las nanopartículas de oro, que es otro material cuyo potencial para curar el
cáncer se estudia actualmente, que pueden ser tóxicos y difíciles de
descomponer en el cuerpo, el grafeno, dice Sasidharan, “es biodegradable; puede
usarse sin peligro en aplicaciones humanas”.
Curley tiene a veinte investigadores con experiencia en
nanomateriales, radiofrecuencia, función inmune y funciones de aplicación de
medicamentos trabajando en su laboratorio en el Centro Dan L. Duncan para el
Cáncer en la Universidad Baylor en Texas. Pero también ha estado realizando
investigaciones clínicas en Italia desde 1982; señala que los procesos
reguladores para los estudios en seres humanos no son tan arduos como en
Estados Unidos. Hizo ensayos clínicos iniciales para sus primeras
investigaciones de extirpación por radiofrecuencia en Italia, en 1997, que
fueron seguidos un año después por ensayos clínicos exitosos en Estados Unidos.
En la primera ronda de ensayos clínicos para el nuevo diseño de
la máquina de Kanzius se expondrá a entre quince y veinte pacientes de cáncer
pancreático y hepático a ondas de radio, principalmente para probar que el
proceso no los dañará, y para estudiar el impacto en sus células cancerígenas.
En las pruebas también se analizará qué tan eficazmente funcionan los
tratamientos con ondas de radio si se usan junto con medicamentos
quimioterapéuticos conocidos.
Desde luego, el tratamiento deberá ser aprobado por la
Administración de Alimentos y Fármacos (FDA) antes de que se pueda aplicar a
pacientes en Estados Unidos. Curley tiene esperanzas, pero es más cauteloso de
lo que Kanzius era: “Muchos de nosotros hemos podido curar el cáncer en
animales. Si intentamos hacer lo mismo con seres humanos, en ocasiones se
presentan resultados opuestos”, dice. “Uno nunca sabe.” Pero como le dijo
Kanzius antes de morir, Curley cree profundamente en el potencial. Le hizo una
promesa a su amigo, y piensa cumplirla.