Sentado en un café del centro cultural Tecnópolis, en el centro de Atenas, con un cigarrillo en la mano, Antonis Kafetzopoulos, uno de los actores más conocidos de Grecia, da una historia tremendamente condensada de las tribulaciones modernas de su país.
“Grecia es un estado fallido y lo ha sido desde nuestra independencia, en la década de 1830. No hemos podido construir el tipo de Estado que queríamos. Francia tuvo una revolución y una ilustración. Pero nosotros no seguimos ese modelo. Siempre tratamos de conciliar el viejo canon otomano con la Europa moderna”, explica a través de una nube de humo azul.
En la lucha entre el modernismo y el mito, el último triunfó. “Nuestra narración se enfocó más en los valores nacionales y nuestra historia antigua, en lugar de en el Estado”, continúa Kafetzopoulos. “Ello se debe en parte a que no éramos una nación homogénea entonces. Así, cada vez que tratamos de hacer reformas, las nuevas autoridades descubren que las anteriores dejaron la situación intacta. Una razón por la que nada parece funcionar en Grecia es que tenemos tantísimas capas del viejo sistema bajo cualesquiera reglas nuevas.”
Ahora de 63 años, Kafetzopoulos se ha unido a la municipalidad de Atenas como subalcalde, dice, porque quería marcar una diferencia. “Cuando Grecia se unió a la Unión Europea, el dinero se canalizó a través de la gente incorrecta. Creó una nueva élite de ricos. Pero ahora hay una clase nueva de gente que no es corrupta, pero que está interesada en hacer reformas y hacer que Grecia funcione. Ellos todavía no están unidos, pero la realidad los reunirá.”
Después de un referéndum en el que los griegos rechazaron estrepitosamente las medidas de austeridad exigidas por los prestadores internacionales a cambio de préstamos futuros, el país enfrenta una dura realidad: una posible salida de la zona del euro, a menos de que los líderes de la Unión Europea decidan que las consecuencias de una salida son peores que otro rescate, el cual probablemente conlleve perdonar algo de la deuda y ceder en las demandas de más austeridad.
De cualquier manera, construir una Grecia nueva es algo a largo plazo, en eso están todos de acuerdo. La crisis tiene profundas raíces históricas, enfatiza Yannis Palaiologos, un reportero del periódico Kathimerini. “Hay miedo y sospechas de Occidente, un miedo a la globalización y al cambio, y detrás de la bravuconería tenemos un complejo de inferioridad. Tenemos una herencia pesada del mundo antiguo y nunca fuimos capaces de hacer la transición a la modernidad. Nos escudamos de nuestras faltas, y ahora estas nos han pasado la factura. Pero estamos conmocionados y culpamos a otros de ellas.”
Los siglos de ser gobernados por extranjeros han dejado una desconexión entre los ciudadanos y el Estado, y una tradición en la que evadir el pago de impuestos y ser más listo que el Estado se convirtió en un deber patriótico. Grecia declaró su independencia apenas en 1829, después de siglos de ser dominada por los otomanos. Ioannis Kapodistrias, el primer gobernante del país, trató de construir un Estado moderno centralizado, amenazando así los intereses de los poderosos caciques locales, y fue asesinado en 1831. Al año siguiente, Otto, el primer rey moderno de Grecia, fue coronado. Pero era un príncipe bávaro.
Después del trauma de la Primera Guerra Mundial, cientos de miles de griegos fueron expulsados en 1923 de Turquía, y los turcos fueron obligados a dejar Grecia. Durante la Segunda Guerra Mundial Grecia sufrió una salvaje ocupación nazi. “Grecia surgió [de esa guerra] completamente destruida”, dice Neni Panourgia, profesora de la Universidad de Columbia y autora de Dangerous Citizens: The Greek Left and the Terror of the State. “El país no tenía ferrocarriles, ningún camino; los puentes fueron volados; la infraestructura fue arruinada, y cuatrocientos mil murieron por la guerra, el hambre y las represalias. El país fue destruido del todo financieramente, y luego hubo una guerra civil.”
La guerra civil duró de 1945 a 1949, cuando los comunistas griegos trataron de hacerse con el control del país. Las cicatrices psicológicas de ese conflicto persisten hoy. Grecia fue gobernada por una junta militar apoyada por Estados Unidos de 1967 a 1974. Ahora una troika —el Fondo Monetario Internacional, la UE y el Banco Central Europeo— y los alemanes, en particular, son culpados por las penurias de Grecia. La lucha contra la troika ha sido incluida en una más profunda narrativa histórica sobre la lucha por la independencia. Sean cuales sean las fallas de los sucesivos gobiernos griegos, no hay duda de que, para muchos griegos, la austeridad ha sido un desastre. El desempleo y la pobreza se han disparado, y debajo de la bonhomía mediterránea hay un trasfondo sombrío de desesperación.
“Sentimos que estamos de vuelta en una situación como la posterior a la Primera Guerra Mundial, donde las grandes potencias están decidiendo los destinos de otros países”, dice Stathis Gourgouris, profesor de Columbia y autor de Dream Nation: Enlightenment, Colonization and the Institution of Modern Greece.
“La idea de que los griegos no pagan sus deudas es exagerada”, añade. “Necesitamos crear condiciones que nos permitan pagar nuestras deudas y crear crecimiento. Todo esto fue impuesto desde el exterior… La austeridad ha producido tal miseria, pero el problema también es la forma en que se hizo, lo cual ha alimentado esta sensación de injusticia. Ellos dicen que estamos siendo imprudentes, pero son los alemanes quienes están siendo imprudentes con Grecia y la UE.”
Una población gobernada por fuerzas externas por tanto tiempo, y una vez más sintiéndose sitiada, fácilmente opta por las teorías de conspiración. La mayoría de los judíos griegos fueron asesinados durante el Holocausto y sólo quedan unos cuantos miles. Pero 69 por ciento de los griegos albergan actitudes antisemitas, según la Liga Antidifamación, la proporción más alta fuera de Oriente Medio y el norte de África.
“Los griegos creen en las teorías de conspiración, que todo el mundo está en nuestra contra y trata de destruirnos”, dice Constantinos Koufopolous, director general de Axia Capital Markets, un grupo de inversión bancaria en Atenas. Él representa una nueva generación de empresarios que no tienen paciencia para las viejas excusas del torpor económico de Grecia. “Los judíos, los estadounidenses, siempre hay un chico malo al cual culpar de lo que sucede. Ahora son los alemanes. Los griegos tienen un complejo de superioridad porque se sienten inferiores… Sentimos que el mundo está en deuda con nosotros, lo cual tal vez sea cierto, pero tenemos que hacer algo nosotros mismos.”
Las décadas de gobierno compartido entre el partido socialista Pasok y el partido conservador Nueva Democracia vieron un consenso cómodo con respecto a las redes de patrocinio, dice Palaiologos, del Kathimerini. “Los desacuerdos entre Pasok y Nueva Democracia se trataron de quién administraría el Estado y extendería las redes de patrocinio. Todo esto relativiza la lealtad de los ciudadanos al Estado. Ellos preguntan: ‘¿Por qué debo pagar impuestos cuando el gobierno sólo se forra los bolsillos?’”
La ira contra las otrora élites gobernantes, tanto de derecha como de izquierda, llevaron al partido Syriza al poder en enero. Fundado en 2004 como una coalición variopinta que incluía socialdemócratas, izquierdistas radicales y feministas, Syriza es ahora el partido más grande en el parlamento griego, gobernando en coalición con el partido derechista Griegos Independientes.
“Los políticos de Syriza son diferentes a los del viejo sistema”, dice Eleni Kyramargiou. “Otros gobiernos no mostraron interés en nuestros problemas.”
Kyramargiou, de 34 años, es concejal en Drapetsona, un área desfavorecida próxima al puerto de El Pireo, cercano a Atenas. “A Syriza le preocupa la pobreza y el desempleo”, continúa. “Ellos tienen programas para los desempleados y para que los pobres encuentren trabajo.” En Drapetsona estos se necesitan en extremo. Han cerrado las curtidurías, las fábricas de cemento y fertilizantes que previamente daban empleos. Hay un alto desempleo y privación social, y una población inmigrante sustancial.
Pero, a pesar de la adversidad económica, está floreciendo un espíritu comunitario, dice Kyramargiou. “Las comunidades escolares se ayudan unas a otras. Toda escuela tiene un mercado social, donde las familias más ricas proveen comida o ayuda financiera a las familias más pobres.” Ella recibió de buen agrado el resultado del referéndum. “Nos da la oportunidad de decidir no sólo las cosas financieras, sino nuestro propio futuro, y eso es algo que es bueno decidirlo uno mismo, y no los dioses europeos. Para mí, esa es una cuestión más importante que los asuntos financieros.”
Kifissia, un suburbio del norte de Atenas, es otro mundo. Sus calles tranquilas y arboladas albergan edificios de apartamentos de lujo y casas de campo elegantes, hogar de la élite política y empresarial del país, como George Papandreou, primer ministro de 2009 a 2011. Papandreou era un político experimentado cuando asumió el poder, pero incluso a él lo pasmó el derroche del gobierno.
“Pregunté cuántos servidores públicos había. Nadie lo sabía”, manifiesta. Con el tiempo obtuvo la respuesta: 716 000 servidores públicos, para un país de 11 millones de personas. En contraste, Gran Bretaña, con una población de 64 millones, tiene 447 000. Al paso de dos años, la cantidad de servidores públicos griegos se redujo a 560 000. El sector estatal sigue inflado, pero por lo menos ahora hay un sondeo anual.
A pesar de la volatilidad de la política nacional, tanto la izquierda como la derecha están de acuerdo en que las cosas no pueden continuar como están ahora. “Necesitamos un profundo programa de reforma estructural para hacer los cambios que queremos”, dice Papandreou. “Las pensiones no son el verdadero problema. Necesitamos arreglar el sistema tributario. La corrupción y los impuestos altos llevan a más corrupción. Hemos hecho cambios, hemos introducido impuestos a la propiedad y el lujo, pero no los cambios suficientes.”
Todos los bandos también están de acuerdo en la necesidad de permanecer en la zona del euro. Un regreso a la dracma sería catastrófico, por lo menos a corto plazo. La moneda se devaluaría rápidamente, señala Papandreou. “Si hubiéramos hecho eso en 2010, hubiera sido dramático, y lo será más ahora.”
Para los visitantes, por lo menos, Grecia todavía es un paraíso vacacional. Tiene buen clima, playas, cultura e historia. La gente es amigable y hospitalaria. Y lo están sobrellevando. Aparte de las largas filas en los cajeros automáticos, la vida continúa en Atenas. “Nadie podría imaginar tal situación; es una conmoción para la sociedad”, dice Giorgos Kaminis, alcalde de Atenas. “Pero la gente lo está sobrellevando muy bien, esperan pacientemente para sacar sus 60 euros de los cajeros automáticos, y Atenas todavía tiene mucho qué ofrecer.”