La mesera luce perpleja. Tiene en sus manos
cuatro platos, cada uno cargado con un sándwich con mucha carne y un montón de
papas fritas. Pero sólo hay dos personas en la mesa al aire libre de Burgers
and Brew, en el centro de Sacramento, California: yo y una mujer bastante
pequeña con una sudadera con capucha de color negro, sus orejas adornadas con
múltiples tachones y su piel totalmente tatuada. La mesera mira a su alrededor,
preguntándose si la comida es para una mesa de cuatro que ha pasado por alto de
algún modo. No es así. La otra mesera, la que había tomado nuestra orden, sale
finalmente para explicar el pedido: para mí, una hamburguesa de chorizo sola
con ajo frito; para la mujer sentada frente mí, un sándwich de filete, un
sándwich Philly de pollo y queso y una hamburguesa con queso y hongos.
¿Mencioné las montañas de papas fritas
repletas de grasa?
Durante la siguiente hora, esa camarera
revoloteaba alrededor de nuestra mesa para mirar a esta delgada mujer (54 kg,
1.73 m de estatura) sentada frente mí abriéndose paso con toda tranquilidad a
través del muro de carne asada a la parrilla y carbohidratos fritos que tiene
frente a de ella. Primero, desaparece un sándwich, luego otro, luego un
tercero. La camarera parece asustada, como si una grieta en el espacio-tiempo
se estuviera abriendo ante sus ojos, engullendo la comida en nuestra mesa.
Mientras pedíamos nuestros batidos de postre, consideré que era mi deber
presentar el contexto del evento digestivo que tuvo lugar en el patio de
Burgers and Brew.
“Ella es Molly Schuyler”, anuncio, señalando
a la mujer detrás de la pila de platos, sobre los que no queda ni una pizca de
papas fritas. “Es una de las mejores comilonas competitivas del mundo.” Para
ser exactos, una mujer cuyo currículo incluye consumir 363 alas en un concurso
y 26 hamburguesas en otro. El Stellanator. El Reto Mortal de las Pizzas. El
reto Goliat de Hamburguesas.
Triunfó en todos ellos.
Schuyler le hace una propuesta a la
camarera: comerá toda la carta de Burgers and Brew, que incluye, entre muchas
otras cosas, más de una docena de variaciones de hamburguesas, siempre que el
restaurante pague la cuenta si logra a) comerse todo y b) sobrevivir. La
camarera se opone sabiamente, mascullando algo sobre hablar con el propietario.
Él también actuará sabiamente si se opone.
Schuyler luce impávida, tal vez incluso un
poco hambrienta. “Podía comer más después de esto”, declara antes de beber su
batido de chocolate, a pesar de que está un poco espeso para su gusto. Yo no
pude terminar el mío, así que ella también lo devora gustosamente. Durante todo
el proceso, mantiene una despreocupación “punky” que oculta un espíritu
ferozmente competitivo.
Algunos atletas corren. Otros lanzan,
saltan, golpean. Molly Schuyler come. Su habilidad consiste, en sus propias
palabras, en ser un “barril sin fondo”, comer más allá del límite sensato de la
necesidad o del disfrute, comer tanto y tan rápidamente que parece menos un
deporte que un espectáculo de arte escénico, brillante y sin sentido a la vez,
como correr un ultramaratón disfrazado como un personaje de Plaza Sésamo.
Schuyler todavía no es tan conocida como los
comilones competitivos más famosos del mundo: Joey Chestnut, Sonya “La viuda
negra” Thomas, Takeru Kobayashi. Pero eso podía cambiar pronto. En abril,
Schuyler apareció en los titulares de todo el mundo, desde el Washington Post
hasta el Daily Mail, por el que es seguramente uno de los mayores logros de
ingesta competitiva de alimentos de este joven siglo: consumir tres filetes de
72 onzas (poco más de 2 kg, además de las guarniciones que incluían coctel de
camarón, papa horneada, ensalada y un bollo) en aproximadamente 20 minutos.
Este es un ritmo de aproximadamente 11 onzas (311 g) por minuto o, dicho en
otras palabras, una hamburguesa (con todo y bollo) cada minuto, durante 20
minutos seguidos. Y no olvidemos el coctel de camarón. Si crees por un momento
que podrías hacer lo que Schuyler, sólo piensa en el coctel de camarón.
El campo de los sueños de Schuyler fue el
restaurante Big Texan en Amarillo, que durante décadas ha desafiado a sus
comensales a comer un filete de 72 onzas en menos de una hora, un logro
alimentario que haría que el platillo fuera gratis y convertiría al comedor en
un héroe, por lo menos en la región del norte de Texas. A Schuyler sólo le tomó
4 minutos y 18 segundos terminarse el primero de ellos en el evento del 19 de
abril, que puedes apreciar en YouTube con todo su magnífico surrealismo de tres
filetes de 72 onzas.
Su carnicería de tres filetes sobrepasó por
mucho el desempeño de Joey Chestnut, el rey de los hot dogs, en el Big Texan.
De hecho, ella ya había superado su propia ejecución del año anterior, lo que
significa que, con su hazaña de 2015, rompió su propio récord. En el evento del
19 de abril también compitieron equipos de dos hombres, compuestos por
jugadores de fútbol americano y luchadores profesionales. Schuyler los trató a
todos como comilones de segunda división que jamás debieron dejar sus barbacoas
de jardín.
Pero eso no basta para ella. “Tengo que
regresar y comerme cuatro”, me dice al terminar la cena. “Totalmente factible.”
Me dice esto con la absoluta confianza de un atleta completamente consciente de
sus poderes: LeBron James con la pelota en el último cuarto de las finales de
la NBA, a cinco segundos de acabar el partido.
El Big Texan, que ha organizado el desafío
del filete de 72 onzas durante más de cinco décadas, es propiedad de la familia
Lee. Uno de los propietarios, Bobby Lee, me dice que aún recuerda el primer
desafío, organizado en 1960, cuando él tenía cinco años y su padre dirigía el
lugar, que en ese entonces servía principalmente a vaqueros. Desde entonces, ha
visto a unas cinco personas por día tratando de conquistar la Cumbre del
Filete, con muchos de sus sueños estallándose en medio de un charco de vómito.
“Nunca había visto nada igual en toda mi
vida”, señala Lee acerca del desempeño de Schuyler, que le valió un premio de
5,000 dólares otorgado por el Big Texan. “La pondría al lado de un león o un
tigre en cualquier momento.” Agarrando con las manos los cortes casi crudos de
lomo de alta calidad, Schuyler arrancaba los trozos de carne y los comía sin
mascar. Lee, que describe a Schuyler como “totalmente intrépida”, dice que
tenía a un paramédico y a un cirujano bucal a mano, en caso de que ella se
ahogara. “Ni siquiera es de este mundo”, señala Lee con admiración.
En realidad, Schuyler es completamente de
este mundo. Tiene cuatro hijos: tres niñas y un niño, el mayor de los cuales
tiene 11 años y el menor, seis. Su marido pertenece a la Fuerza Aérea, y su
trabajo fue el que la llevó a los suburbios de Sacramento, que ella describe
como “miserables.” Por lo menos, comer para ganarse la vida le permite viajar y
ganar dinero, así que ya no tiene que trabajar más en Applebee’s.
Schuyler es originaria de Nebraska, estado
al que recuerda con sólo dos sustantivos indiscutibles: “maíz y nada.” Pero es
su hogar, y anhela regresar ahí algún día. Schuyler empezó a participar en
concursos de comida hace unos tres años y firmó un contrato con All Pro Eating
en 2013. Su pasión por ese deporte tiene una sencillez típica del medio oeste:
“Es comida gratis. Adoro la comida gratis.” Y a muchos estadounidenses les
encanta observarla comer comida gratis. El crecimiento de los concursos de
comida parece estar relacionado con nuestro reconocimiento colectivo de que
somos una nación insaciable y derrochadora, y a menudo obesa. Los concursos de
comida se burlan y celebran a un tiempo nuestra conciencia de lo asquerosos que
nos hemos vuelto.
Las labores maternas de Schuyler la
distinguen de aquellos comilones competitivos libres de las responsabilidades
de la adultez. “No entro a un concurso si mi hija tiene un recital de baile”,
dice, y asistirá a una competencia sólo si piense que tiene una buena
posibilidad de ganar un premio en efectivo. En casa, come como la madre
preocupada que es. Por la mañana, bebe café mientras prepara a los niños para
ir a la escuela; por la tarde, toma un almuerzo de zanahorias miniatura
mientras hace mandados, y durante la cena, suele consumir las sobras que deja
su prole.
Schuyler es una de las varias mujeres que
ponen en tela de juicio la idea de que los concursos de comida son un club
masculino. En el nivel superior de las Ligas Mayores de Comida Competitiva (que
no clasifica a Schuyler porque no tiene un contrato con la organización),
cuatro de los 10 mayores comilones del mundo son mujeres. La más importante es
Miki Sudo, que eclipsó a Thomas, “La viuda negra”” en el concurso de comer
hot dogs de Nathan’s, realizado el año pasado en Coney Island.
Sudo, a quien Schuyler considera una amiga,
se encoleriza ante cualquier estereotipo de género relacionado con los
concursos de comida. “Hay tres hombres delante de mí”, me dice Sudo, “Pero hay
muchos, muchos más detrás de mí.” Sin embargo, Schuyler admite que cuando
empezó a participar en los concursos de comida, perdía tiempo limpiándose la
cara una y otra vez, pues no quería que la gente la viera mostrando una conducta
“poco femenina”. Es poco probable que Joey Chestnut haya tenido tales reparos
mientras se atiborrada de hot dogs.
Sudo, al igual que Schuyler, pesa alrededor
de 54 kg; Thomas pesa aún menos, apenas 45 kg, de acuerdo con un cálculo
realizado en 2014 y publicado en su sitio web. Ninguna de estas mujeres se da
atracones de comida fuera de competencia: la dieta de Sudo, por ejemplo,
incluye alimentos básicos saludables como pollo asado a la parrilla, aguacate y
col rizada. Como ella señala, los concursos de comida consumen sólo 17 días al
año. El resto del tiempo, es una comedora “increíblemente aburrida”.
Sin embargo, los atracones de comida tienen
su precio. “Hay días en lo que te sientes como basura, simplemente basura”,
dice Schuyler. La recuperación suele incluir mucho sueño y agua; la versión del
comedor competitivo de cubrir con hielo el brazo después de lanzar un juego
completo.
“Una acondiciona su cuerpo para que haga
algo para lo cual no está diseñado”, reconoce Schuyler. Eso podría ser cierto
en todos los deportes. ¿El cuerpo humano está diseñado para correr 42 km?
¿Estrellarse contra J.J. Watt? Ver deportes es ser testigo de cuerpos que
transgreden los límites de lo ordinario, trátese de Brittney Griner encestando
la pelota o de Molly Schuyler engullendo pastelillos como si fueran píldoras.
Aunque no es probable que los concursos de
comida sean tan peligrosos como jugar en la línea defensiva de los Vaqueros de
Dallas, las pocas investigaciones que existen señalan que no es la manera más
saludable de pasar el tiempo. De acuerdo con una investigación publicada en
2007 en la American Journal of Roentgenology (Revista Estadounidense de
Radiología), “los comilones de velocidad profesionales podrían contraer
obesidad mórbida, gastroparesis profunda, náusea y vómito intratables, e
incluso podrían necesitar una gastrectomía.” Los investigadores, que
aparentemente han realizado el estudio médico más completo sobre los concursos
de comida en toda la medicina estadounidense, advierten que, “a pesar de su
creciente popularidad, los concursos de comida de velocidad pueden ser una
forma de conducta autodestructiva.”
Schuyler
continuará comiendo mientras siga triunfando y ganando dinero. Cuando nos
conocimos, a mediados de mayo, esperaba con ansia un concurso de comer
salchichas empanizadas en una feria del condado que, en su opinión, podría
ganar fácilmente. Pero sabe que llegara un día en el que ya no pueda comerse
media res en el tiempo en el que a un ser humano normal le toma cepillarse los
dientes. Y cuando ese día llegue, Schuyler estará lista. “Es sólo comida”,
dice.