Imperios han surgido y caído, pero el domo
de la gran basílica persiste, dominando el horizonte de Estambul en los últimos
14 siglos. Construida por el emperador romano Justiniano en 532 como la Iglesia
de la Santa Sabiduría, Santa Sofía funcionó como la principal iglesia de la
cristiandad oriental por 916 años.
Cuando el sultán turco Mehmet II capturó la
ciudad en 1453, se detuvo ante el pórtico monumental y se inclinó para esparcir
polvo en su turbante como un gesto de humildad ante Alá el Dador de la
Victoria.
Por órdenes de Mehmet, la iglesia se
convirtió en la mezquita de Ayasofya (la ortografía turca), un símbolo del
triunfo de los turcos otomanos y de la supremacía del islam. En 1935, el
fundador de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk, ordenó que Ayasofya se
abriera como un museo, como un símbolo de la república secular y moderna que él
estaba forjando de las ruinas del Imperio Otomano.
“Atatürk convirtió a Hagia Sophia en un
monumento de lo que Turquía podría llegar a ser”, dice Antony Eastmond,
profesor adjunto A.G. Leventis de historia de arte bizantino para el Instituto
Courtauld de Arte en Londres. “Al convertirla de mezquita en museo, la hizo un
lugar para todo público”.
Ahora Santa Sofía de nuevo se ha convertido
en un símbolo, esta vez de la batalla muy contemporánea por el alma de Turquía
entre islamistas y secularistas. Vociferantes activistas religiosos
conservadores, algunos con conexiones con el gobernante Partido Justicia y
Desarrollo (AK), están presionando al gobierno para que vuelva a consagrar el
sitio para el islam. Un día a finales de mayo, mientras autobuses llenos de
turistas perplejos miraban, una multitud de más de 1,000 manifestantes se
reunió enfrente del museo portando pancartas que decían “Ayasofya debe ser
reabierta como una mezquita” y “Ojalá nuestras vidas sean sacrificadas por el
islam”. Muchos de los hombres llevaban barbas y solideos blancos; las mujeres
modelaban una mezcla muy turca de lo elegante y lo religioso, vistiendo
pañoletas de seda y gafas de sol costosas mientras blandían banderas negras y
verdes impresas con versículos coránicos.
“El Sultán Mehmet el Conquistador trajo la
paz para la gente de todas las religiones”, dice Haci Murat Uzgur de la
Asociación Juvenil de Anatolia, una organización no gubernamental conservadora
que el año pasado recopiló 15 millones de firmas en apoyo de la conversión a
mezquita. “Santa Sofía es el símbolo de la paz, la justicia y la tranquilidad
para toda la humanidad”. Pero muchos espectadores en el mitin estaban más
alarmados que calmados. “¿De dónde viene esta gente?”, preguntó Mustafa Sonmez,
propietario de un histórico restaurante de kebab enfrente del domo. “Quieren
convertir a nuestro país en Irán”.
La conversión de Santa Sofía sería el
símbolo más poderoso en un cambio decisivo para Turquía que la alejaría de
Occidente y la acercaría al Islam. Y la campaña por la conversión está cobrando
fuerza. En abril, después de que el Papa Francisco calificase los asesinatos
masivos de armenios otomanos en 1915 como “el primer genocidio del siglo XX”,
el gran muftí de Ankara, el profesor Mefail Hizli, predijo que “los comentarios
del papa sólo acelerarán el proceso para que Santa Sofía sea reabierta al culto
[musulmán]”. Él también denunció al papa como un “cruzado moderno”.
Más o menos al mismo tiempo, un clérigo
musulmán recitó el Corán en Santa Sofía por primera vez en 85 años. La ocasión
fue la inauguración de una exhibición de obras caligráficas en devoción al
Profeta Mahoma, llamada “Amor del Profeta”. Todos los líderes de la clase
religiosa de Turquía se reunieron para marcar el momento simbólico. Y desde 2012,
el muftí principal de Turquía ha reclutado a los muecines más dotados de
Estambul para que lean el llamado a orar cinco veces al día desde un pequeño
santuario islámico en los terrenos del Museo Ayasofya, transmitido con
sonoridad especial mediante altavoces en su minarete achaparrado de ladrillo.
Las guerras culturales de Turquía alcanzarán
un punto crítico con las elecciones parlamentarias del 7 de junio que
determinarán si cambia su constitución a una presidencial. Tal medida podría
darle al cada vez más autocrático Presidente Recep Tayyip Erdogan nuevos
poderes amplios. Si su partido gana una súper mayoría de 66 por ciento en el
parlamento, ello le permitiría cambiar la Constitución. No obstante, es más
probable que caiga el apoyo a su Partido AK. Las encuestas muestran que los
votantes están insatisfechos con cómo ha manejado Erdogan la economía. Durante
la gestión del Partido AK, Turquía ha gozado de un auge económico sostenido y
sin rival en la región o en Occidente. En 2002, el producto interno bruto per
cápita promedió 3,600 dólares, apenas arriba de Guinea Ecuatorial, pero para
2013 se había triplicado a 11,000. Turquía ahora está cómodamente entre las 20
principales economías del mundo, con un PIB anual superior a 800,000 millones.
Pero el crecimiento ha caído de 4 por ciento
en 2013 a 2.9 por ciento el año pasado, por arriba de la Unión Europea pero
demasiado lento para muchos votantes. Erdogan también ha perdido apoyo entre
los 15 millones de kurdos de Turquía, quienes han desertado en tropel hacia el
Partido Democrático Popular pro-kurdo, del cual se espera que pase el umbral
del 10 por ciento para entrar al parlamento y arruinar el sueño de Erdogan de
crear una presidencia poderosa al estilo ruso o estadounidense.
En sus 13 años en el poder, Erdogan –quien
fue encarcelado en 1999 por leer un poema religioso prohibido durante un
discurso– ha retirado una prohibición a las pañoletas islámicas en las
universidades, eliminado las restricciones a las escuelas religiosas y
endureció las leyes sobre el alcohol. Hace una década, Turquía estaba
obsesionada con unirse a la Unión Europea. Ahora su diplomacia se enfoca en
gran medida en liderar al mundo musulmán. Hasta ahora, Erdogan se ha abstenido
de apoyar públicamente los llamados a la conversión de Santa Sofía. Pero para
muchos turcos –incluido el vice primer ministro y cofundador del Partido AK,
Bülent Arinç, quien ya hace referencia a la “Mezquita de Santa Sofía” – la
conversión del monumento es el siguiente paso lógico en la islamización
inexorable de la república turca. “Ayasofya es un símbolo para el mundo
islámico y el símbolo de la conquista de Estambul”, dice Salih Turan, director
de la Asociación Juvenil de Anatolia. “Sin ella, la conquista está incompleta”.
Es claro que la campaña por Santa Sofía no
se trata sólo del islam; también se trata del nacionalismo turco. En la mayor
parte del siglo XX, los turcos con orientación occidental despreciaron el
pasado imperial de su país, y el legado del islam. “Deseo que todas las
religiones se hundan en el fondo del mar”, dijo Atatürk a un entrevistador en
1926, denunciando al último sultán como “un gobernante débil que necesita la
religión para sostener su gobierno… Mi pueblo va aprender los principios de la
democracia, los preceptos de la verdad y las enseñanzas de la ciencia. La
superstición debe irse”.
El gobierno de Erdogan no sólo ha revertido
la aversión de la república por el islam sino que también ha glorificado a
Mehmet el Conquistador y el pasado otomano. “La conquista significa quitar los
grilletes de los corazones de la gente”, dijo Erdogan en un mitin por el
aniversario de la caída de Constantinopla el 29 de mayo del año pasado. “Con la
conquista llegó la civilización”.
Erdogan ha acostumbrado recibir a los jefes
de estado visitantes en su nuevo palacio presidencial en Ankara, flanqueado por
recreadores tremendamente bigotudos y vestidos con armadura y armamento turcos
medievales. Una película de 2012 que describe el dramático sitio de
Constantinopla, Conquista 1453, ha sido un enorme éxito de taquilla, al igual
que Suleimán, el gran sultán, un drama de TV al estilo de Los Tudor sobre el
sultán otomano Solimán el Magnífico del siglo XVI. Un nuevo museo “Panorama
1453” se inauguró en 2009 cerca del lugar donde las fuerzas otomanas abatieron
los muros de la ciudad y mataron al último emperador bizantino, Constantino
XII, y también ha sido enormemente popular.
La controversia de Santa Sofía es un reflejo
no sólo de los crecientes islamismo y nacionalismo de Turquía, sino también de
una división creciente entre los valores culturales de una Anatolia
conservadora –la base electoral del Partido AK– y los de la Estambul sin dioses
y cosmopolita. Esta fue la falla geológica que propició un estancamiento de
tres meses en los planes de construir una mezquita y plaza comercial en el
Parque Gezi en el centro de Estambul. Cientos de miles de personas tomaron las
calles, y el gobierno perdió el control de la ciudad por semanas. Las protestas
al final fueron aplastadas por una muestra enorme de fuerza policial que dejó
11 muertos y más de 8,000 heridos.
El Partido AK también ha enfurecido a los
residentes seculares de Estambul al tomar medidas enérgicas con el alcohol que
se sirve en las mesas de restaurantes sobre la acera o cerca de las mezquitas o
escuelas. La dirigencia del Partido AK también ha propuesto una mezquita enorme
en la Colina Çamlica, el punto más alto de la ciudad, y otra en Yassiada, una
isla prisión abandonada donde el ex Primer Ministro Adnan Menderes fue
sentenciado a muerte después de un golpe militar en 1960.
“Esta es una ciudad muy orgullosa; estamos
listos para luchar por ella”, dice Salih K., un miembro del grupo estambulita
de arte en grafiti Sokaklar Bizimdir (que se traduce como “Las calles son
nuestras”). Con sus tenis para patinar y gorra de béisbol, Salih K. no se vería
fuera de lugar en Berlín o Los Ángeles. Como muchos de los manifestantes que
desafiaron el gas lacrimógeno de la policía en las protestas de Gezi, él siente
que la identidad y la libertad por las que él peleó están siendo amenazadas por
un sistema de valores conservador y medio oriental impuesto desde Ankara. “Si
estos tipos quieren un lugar donde rezar, está bien”, dice Salih K. “Déjenlos
rezar en su casa, en el poblado. No traigan toda esa cosa a la ciudad. Queremos
vivir en el siglo XXI”.
El debate también resalta otro desarrollo:
la intolerancia cada vez mayor en Turquía por la disensión. En mayo de 2014, en
respuesta a un proyecto de ley pidiendo la conversión de Santa Sofía en
mezquita, puesta sobre la mesa por Hami Yildirim, diputado disidente del
Partido AK, un grupo de 28 académicos turcos y extranjeros escribió una carta
abierta al gobierno condenando la idea como “insensible” y “mal informada”, y
1,200 expertos bizantinos y otomanos alrededor del mundo añadieron sus firmas.
Desde entonces, dice uno de los firmantes originales, quien solicitó el
anonimato, “he sido sujeto de amenazas y desagradables anónimos”.
“Hay una cultura de miedo con respecto a
contar el pasado no musulmán de este país”, dice el académico, un bizantinista
reconocido mundialmente. “Esta gente teme que este pasado cristiano de alguna
forma interfiera con la capacidad de la gente de ser buenos musulmanes”. Varios
de los firmantes dicen que les han bloqueado ascensos y han sido relegados por
sus compañeros académicos. “Nuestra capacidad de hablar está siendo
silenciada”, dice uno. “Estos ataques se han vuelto la norma”.
El debate también ha puesto a políticos
conservadores y clérigos de Turquía contra la comunidad arqueológica y
museológica del mundo, así como la UNESCO, la cual lista Santa Sofía como un
Sitio del Patrimonio Mundial. El museo es el monumento más visitado de Turquía,
atrayendo alrededor de 3.3 millones de visitantes en 2012. “Ahora el edificio
está abierto a todos sin importar religión ni sexo”, dice Eastmond, del
Instituto Courtauld. “Si lo convierten en mezquita, habrá accesos diferentes
para hombres y mujeres. Cuando fue convertido en museo, tanto el aspecto
cristiano como el musulmán [de Santa Sofía] estaban representados”.
En particular, la apertura del museo
permitió que los mosaicos magníficos de la iglesia, que están entre los
ejemplos sobrevivientes más finos del ate medieval bizantino, pudieran
exhibirse por primera vez en medio milenio. (Los mosaicos, cubiertos en el
siglo XV, fueron redescubiertos por restauradores suizos en la década de 1840
pero encalados de nuevo a insistencia de las autoridades otomanas.) Estos
tendrían que ser ocultados o cubiertos si el sitio se volviera de nuevo una
mezquita.
Tal modificación radical ya ha sucedido dos
veces en años recientes. Otra importante iglesia bizantina del siglo XII, la
Santa Sofía en la ciudad de Trabzon en el Mar Negro, fue convertida en mezquita
en 2013, resultando en que los frescos invaluables fueron cubiertos y los pisos
con mosaicos medievales ocultos bajo alfombras, para el horror de los
historiadores y la decepción de los turistas. El mismo destino ha soportado
otra Santa Sofía, esta vez en la ciudad turca nororiental de Iznik. La ciudad
era otrora conocida como Nicea y es donde los obispos de todo el Imperio Romano
se reunieron para el Primer Consejo Ecuménico en el año 325 y formularon el
Credo de Nicea, el cual es repetido en toda misa cristiana. Y este mes el
consejo local del distrito Enez de Edirne –la antigua Adrianópolis– decretó que
las ruinas de una tercera Santa Sofía, también datada del siglo XII, serían
renovadas como una mezquita, anulando los planes previos de restaurarlas como
un museo.
“El núcleo de estos monumentos es bizantino.
Fueron diseñados y construidos en la época bizantina, y hay rasgos
arquitectónicos que se han perdido cuando los han transformado en mezquitas”,
dice un erudito domiciliado en Estambul, quien pidió el anonimato por miedo a
represalias. “Esta es una manera de distorsionar la autenticidad arquitectónica
de los edificios”.
La Comisión de Libertad Religiosa
Internacional de EE. UU. –un panel asesor y bipartidista establecido por el
Congreso estadounidense– ha advertido que “abrir Santa Sofía como una mezquita
claramente sería una acción divisiva y provocativa” que podría amenazar la
posición internacional de Turquía y reabrir querellas por su maltrato a los
cristianos armenios y griegos en el siglo pasado. Sin embargo, la mayoría de
los eruditos internacionales odian la idea de convertir a Santa Sofía porque
ella enfatiza una capa de la historia de la ciudad sobre todas las otras. “La
riqueza de esta ciudad es que está compuesta de muchos niveles históricos;
Bizancio es uno de ellos”, dice Alessandra Ricci, una arqueóloga que ha pasado
una década excavando un importante monasterio bizantino en el suburbio
estambulita de Kucukyali.
Incluso quienes cabildean por la conversión
de la Santa Sofía de Estambul aceptan que su campaña se trata del simbolismo,
no de proveer lugares de adoración. Estambul presume más de 3,000 mezquitas, y
la más cercana a Santa Sofía, la enorme mezquita del Sultán Ahmed del siglo
XVII, está casi vacía de devotos. Bartolomé I, el patriarca ecuménico de
Constantinopla y alto patriarca de todas las iglesias ortodoxas, tiene una grey
en la menguante comunidad ortodoxa griega de Estambul que apenas suma 5,000
personas. Pero es el jefe de una comunidad griega mundial de expatriados
superior a las 300,000 personas y cree que su iglesia es la que mejor podría reclamar
la propiedad de la basílica. “La basílica de Santa Sofía fue construida en
testimonio de la fe cristiana de la ciudad, y si ha de ser devuelta al culto,
no puede ser algún otro que el cristiano”, dijo Bartolomé a reporteros
previamente este año.
Algunos comentaristas turcos han sugerido
que algunas áreas del edificio se destinen a diferentes fes. “A la gente como
yo le gustaría ver el santuario reabierto al culto como una mezquita/iglesia,
donde ambas fes puedan compartir el lugar para sus respectivos rituales, con
respeto de unos a otros”, dice Mustafa Akyol, autor de Islam Without Extremes:
A Muslim Case for Liberty. “Pero dudo que la ‘Nueva Turquía’ de Erdogan fomente
tal ecumenismo liberal. Más bien, parece estar comprometida en un triunfalismo
desafiante”.
Las encuestas indican que las elecciones de
Turquía posiblemente enfríen las ambiciones súper presidenciales de Erdogan, e
incluso podría ver a su partido obligado a formar una coalición por primera
vez. Pero los llamados de conservadores religiosos de convertir Santa Sofía
probablemente continúen. Esto es, hasta que Turquía aprenda hacer las paces con
su herencia, lo cual significa caminar una línea entre suprimir el islam, como
lo Atatürk, y promoverlo a expensas de todas las otras culturas. Como escribe
el bloguero Nervana Mahmoud: “Después de todo, no podemos cambiar la historia;
sólo podemos aprender de ella”.