Justo en el proceso electoral de mitad de
sexenio, el gobierno del presidente Peña Nieto ha tenido que afrontar que la
economía mexicana no atraviesa por un buen momento. En realidad no se trata de
una circunstancia de esta administración, sino que hace muchos años que no se
cuenta con una buena situación económica en la nación. Es cierto que hemos
tenido algunos buenos años en cuestión de indicadores, pero los números
acumulados en los cuatro últimos lustros son tan mediocres que hasta celebramos
o nos deprimirnos por variaciones apenas decimales del PIB.
El problema focal es la ausencia de
crecimiento económico. En veinte años, ni siquiera promediamos un 4 por ciento
de desarrollo sostenido, cifra muy insuficiente para un país como México. El
consenso entre los especialistas es unánime: se requieren tasas permanentes y
superiores a 5 por ciento y 6 por ciento para detonar mejores condiciones de
vida y progreso. Es el reto.
Si bien la problemática es multifactorial,
sí puede englobarse en que tenemos una gran carencia de productividad. Igual
puede afirmarse que las empresas mexicanas, sobre todo las pymes, son más
heroicas que productivas. Lo digo porque a diario enfrentan condiciones que las
orillan más al fracaso que a la productividad, y porque, a pesar de ello,
mantienen en pie de lucha a la microeconomía del país. Ello dista mucho de ser
una ventaja competitiva y aún menos una opción para la viabilidad de largo
plazo.
El doctor Pedro Aspe Armella, otrora secretario
de Hacienda y Crédito Público, coincidió hace días en que el 75 por ciento del
problema se origina en la baja productividad, en el exiguo efecto multiplicador
de nuestras inversiones públicas. Y bueno, ni cómo contradecir al especialista,
pues México es, en escala mundial, de los países que más invierte en diversos temas
críticos, como el de la educación, pero también de los que menores resultados
obtiene. Somos muy improductivos, se nos dificulta mucho generar valor.
Partiendo entonces de que tenemos
productividad insuficiente, puede llevarse el análisis un poco más a fondo. La
premisa es que un país no puede aspirar a que su economía sea productiva, si
antes no es capaz de generar y garantizar condiciones suficientes para la
competitividad de las empresas. Me refiero a que las instituciones del Estado y
las políticas públicas que de ellas emanan resultan fundamentales para
propiciar tal entorno. Resulta que el gobierno no sólo es el encargado de
pintar la cancha de juego, sino de hacerlo en forma adecuada a las mejores
prácticas globales.
Visto así, es manifiesto que en México aún
batallamos bastante, pues las líneas de la cancha usualmente no están muy
claras y menos aún del todo “derechitas”. El reglamento de juego igual es muy
ambiguo, con todo lo negativo que ello propicia.
Al respecto, en el Reporte de Competitividad
Global 2014-2015, el Foro Económico Mundial hace referencia a una docena de
factores básicos para alcanzar condiciones de competitividad en una economía.
Al observar dicha lista, se distinguen elementos en los que México es muy
destacado, como la solidez macroeconómica y la fortaleza del sistema
financiero, e igual se aprecian oportunidades como el tamaño que tienen
nuestros mercados de consumo y servicios. Sin embargo, la lista de debilidades
es mucho mayor: instituciones eficientes, justicia y corrupción; desarrollo de
infraestructura; oferta de salud y educación básica; entrenamiento y educación
de alto desempeño para el trabajo; eficiencia del mercado laboral, y avances
tecnológicos.
Como puede verse, el camino por recorrer aún
es muy largo, empero, es el único que existe para que alcancemos mejores
condiciones sociales. Se trata de una vía que jamás se construirá sola desde el
gobierno. Me refiero a que el Estado lo conformamos todos y a que, en una
democracia, corresponde a la sociedad ser un contrapeso efectivo de los poderes
públicos. Dejar todo en manos de los gobiernos es tan cómodo como inútil, pues
la presuposición de que las cosas se arreglarán solas es de muy baja
probabilidad.
Lo comento porque, al escribir estas líneas,
las campañas electorales han llegado a su fin y sólo nos resta conocer el
resultado de las votaciones. Fueron semanas de ínfimas propuestas, pero también
de nula exigencia ciudadana. Creo que se trata de otro indicador importante a
considerar en las valoraciones internacionales: el nivel de participación social
que muestran las sociedades.
Amable lector, recuerde que aquí le
proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le
corresponde a usted.