El oficial de la CIA sentado enfrente de mí en el Silver
Diner de McLean, Virginia, no se parecía en nada a cómo Hollywood retrata a un
agente de inteligencia. No era tanto su apariencia —barbudo, calvo, con gafas y
camisa marrón a cuadros— lo que contradecía la ocupación de Ben Bonk. Más bien,
eran las lágrimas en sus ojos.
“Tal vez si no me hubieran engañado, hubiera podido hacer
algo”, me dijo. “Tal vez hubiera podido parar la Guerra de Irak”.
Bonk, un ex director adjunto del Centro de Contraterrorismo
de la agencia y un oficial responsable de la inteligencia en Irak en el año que
antecedió a la invasión de EE.UU. en 2003, habló conmigo bajo reserva en junio
de 2010 sobre los eventos que llevaron a la desastrosa guerra. Él murió ocho
meses después. Según nuestro acuerdo, todo lo que me dijo ahora es oficial.
Y las declaraciones de Bonk —sobre engaños que evitaron que
inteligencia sólida en Irak llegase al Presidente George W. Bush, así como otra
información ocultada al público durante el preámbulo a la guerra— de nuevo son
noticia conforme los candidatos a la nominación presidencial republicana
titubean ante pregunta respecto a si la invasión fue un error. Esto se lo han preguntado
al gobernador de Florida, Jeb Bush, y el senador Marco Rubio, cada vez con un
calificador: “Dado lo que sabemos ahora…”
Pero con ese paréntesis, los periodistas están perpetuando
una de las mayores falsedades en la historia. La verdadera pregunta debería
ser: “Dado lo que sabíamos entonces…”
Los belicistas de Bush sabían que no había buena inteligencia la cual
estableciera que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva (ADM). Y en
lo que fácilmente podría interpretarse como cuasi traición, ellos nunca le
dijeron al presidente de la debilidad de la inteligencia, según me han dicho
varios ex funcionarios de alto rango.
Muchas de las fuentes de inteligencia mejor informadas tenían
la certeza de que las AMD eran una fantasía. La inteligencia francesa lo sabía;
igual Rusia y Alemania. La inteligencia humana más fuerte que recabó la CIA —la
cual secretamente provino del ministro del exterior iraquí, Naji Sabri, y el
jefe de inteligencia de Irak, Tahir Jalil Habbush al-Tikriti— era detallada,
correcta, y fue ignorada. En su lugar, la administración construyó su
argumentación con Rafid Ahmed Alwan al-Janabi el tristemente célebre “Bola
Curva”, un hombre que la inteligencia alemana había advertido a la CIA que era
poco fiable) y Muhammad Harith, un ex oficial de inteligencia iraquí cuya
información fue descartada por la inteligencia británica como una invención 10
meses antes de que empezara la guerra.
Por entonces, la inteligencia de la agencia era pobre.
Durante la década de 1990, dependía de las inspecciones de armas realizadas por
Naciones Unidas e hizo poco para conseguir sus propias fuentes dentro del país.
Luego, en 1998, el mundo descubrió que el entonces Presidente Bill Clinton
había recibido sexo oral de una interna, y los republicanos, en conjunto con el
fiscal independiente y sabueso sexual Ken Starr, puso patas arriba al poder
ejecutivo. Starr mostró su reporte escabroso el 11 de septiembre de 1998, y los
republicanos clamaron por el desafuero. Cincuenta días después, Irak detuvo las
inspecciones de la ONU; Bonk dijo que no había duda de que la decisión de
Saddam se basó en el cálculo de que Clinton estaba paralizado, lo cual
significaba que era poco probable que Estados Unidos diese una respuesta
significativa. Y Saddam estaba en lo correcto. Cuando Clinton disparó un par de
misiles contra Irak en respuesta, los republicanos chasquearon la lengua como
si él estuviera tratando de distraer la investigación sobre su vida sexual.
Para 2002, Bonk y su equipo sabían que la afirmación de que
Irak poseía ADM se sustentaba en inteligencia equivalente a telarañas. Por otra
parte, altos funcionarios del Pentágono —incluidos el subsecretario de defensa,
Paul Wolfowitz, y el subsecretario de defensa para políticas, Douglas Feith—
presionaban a Bonk sobre conexiones entre Saddam y Osama bin Laden, el líder de
Al-Qaeda. Los dos tenían la certeza de que los lazos existían, lo que hubiera
ayudado a justificar una invasión.
La aseveración era ridícula. Bin Laden despreciaba a Saddam;
él incluso había tratado de organizar un ejército islámico para combatir al
hombre fuerte iraquí después de que éste invadió Kuwait en 1990. Bonk dio
instrucciones a su equipo para que armase un libro blanco extenso mostrando a
los belicistas que estaban equivocados con respecto a un nexo entre Irak y
Al-Qaeda. Durante el verano de 2002, los principales expertos en Irak de la CIA
trabajaron en ello, con gente como Feith telefoneando más o menos cada semana
con nuevas pistas tontas que seguir.
Con los expertos ocupados de esta manera, los belicistas
acudieron a analistas menos cualificados para que investigasen las AMD de
Saddam. Ningún “equipo rojo” —grupos cuya función es cuestionar las
conclusiones del otro bando— se usó. A los analistas se les dijo que su trabajo
era demostrar la magnitud de la producción y localizar dónde estaban escondidas
las armas.
Y por si algún analista no tuviese claro que quería oír la
administración, el vicepresidente Dick Cheney, de quien varios funcionarios de
Bush me dijeron que no era tan inteligente como el presidente, se aseguró de
que se captara el mensaje el 26 de agosto de 2002, cuando dio un discurso
público que no había sido aprobado por la Casa Blanca o permitido por Bush. “No
hay duda de que Saddam Hussein ahora tiene armas de destrucción masiva”, dijo
él. “No hay duda de que las está amasando para usarlas contra nuestros amigos,
contra nuestros aliados y contra nosotros”.
El mensaje claro para las abejas obreras en la CIA: la Casa
Blanca sabía que Saddam tenía armas. Discrepar pone en riesgo su carrera.
Pero la amenaza tácita de Cheney llegó demasiado tarde para
influir a los analistas de la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA) del
Pentágono, quienes circulaban un reporte devastador con una conclusión simple:
la idea de que Saddam poseía ADM no tenía sustento. No había evidencia de que
alguna instalación iraquí produjese, probase o almacenase armas biológicas. No
se pudo hallar ninguna planta móvil de producción. No hallaron nada que
demostrase que Irak tenía los procesos para producir dispositivos químicos. Los
analistas incluso dudaron que Saddam tuviera misiles de largo alcance.
Este reporte, según me dijeron funcionarios de la
administración, nunca le fue presentado al presidente. Por otra parte, un
Cálculo de Inteligencia Nacional basado en la labor de los analistas menos
cualificados de la CIA fue revisado por Bush. Aparecido pocas semanas después
del reporte de la DIA, y cuatro meses después de que un análisis diferente de
la CIA minimizó el meme de “Irak tiene AMD”, este nuevo documento vociferaba
con certidumbre que Saddam no sólo poseía armas químicas y biológicas sino que
podía hacer una bomba nuclear en cuestión de meses.
Bonk me dijo que tan pronto como leyó este cálculo de
inteligencia, él sabía que lo habían engañado, persiguiendo afirmaciones
absurdas de una conexión con Bin Laden. Él sabía que la inteligencia no
respaldaba la certeza robusta del cálculo. Él acababa de leer la evaluación del
equipo de inteligencia del Pentágono; esa,
él lo sabía, era la verdad. La inteligencia era pobre; el nuevo cálculo de la
CIA era una mentira. Después de leer el documento, él caminó por el pasillo a
confrontar a una de las personas involucradas en compilar el reporte.
“¿Cómo llegamos a este punto?”, Bonk me dijo que preguntó. “¿Qué
estamos diciendo aquí? Esto ni siquiera es lo que dijimos hace cuatro meses”.
Incluso los británicos sabían que Bush había sido aislado de
la información estratégica y de inteligencia por miembros de su propia
administración. Basado en registros de una reunión durante el preámbulo de la
invasión, Sir Michael Boyce, almirante de Gran Bretaña y jefe del estado mayor
de defensa, dijo al entonces primer ministro Tony Blair que ciertos miembros de
la administración estadounidense estaban compartimentando la información sobre
Irak, a veces manteniendo al margen a Bush y la asesora de seguridad nacional,
Condoleezza Rice.
“Sólo [el secretario de defensa Donald] Rumsfeld y unos
cuantos más saben lo que se está planeando”, dijo Boyce a Blair, según muestran
los registros. “Usted puede hablar con Bush o Rice, pero ¿ellos realmente saben
lo que sucede?”
Documentos internos del gobierno de Blair muestran que aun
cuando el primer ministro creía que Saddam poseía AMD —una conclusión basada en
parte en esa espuria inteligencia estadounidense—, él y su personal pensaban
que una invasión podría resultar en un desastre monumental y que la estrategia
de EE UU se basaba en ilusiones y estaba motivada por la incompetencia. Sin
embargo, Blair decidió tomar el bando de los estadounidenses, tanto para
proveer un contrapeso de razón y cautela al belicismo estúpido de Cheney y
porque él no estaba dispuesto a ponerse en contra de Estados Unidos en lo que
él dijo a sus asesores que sería “el más grande cambio en política exterior en
50 años”.
En el otoño de 2002, Estados unidos finalmente tuvo la
oportunidad de obtener inteligencia sólida desde el lugar. Con EE.UU. amenazando
con la guerra a menos que Irak entregase armas que no existían, Saddam permitió
que regresaran los inspectores de armas de la ONU. Un diplomático sueco, Hans
Blix, fue puesto a cargo y lo visitó con Cheney el 30 de octubre de 2002. Según
Blix, Cheney dio un mensaje severo: si los inspectores no descubrían las ADM,
la administración los desacreditaría.
Para febrero de 2003, Blix creía que los iraquíes cooperaban
en gran medida. Él se reunió con altos funcionarios estadounidenses, incluida
Rice, para decirles que la inteligencia que él había obtenido de los
estadounidenses era pobre y que ninguno de los sitios de armas sospechados e
identificados por la CIA contenía ADM. La inteligencia estadounidense no estaba
siendo juzgada, respondió Rice. Se suponía que Blix hallaría las armas, no
cuestionar la calidad del trabajo de la CIA.
Cuando los inspectores de Blix regresaron con las manos
vacías, la administración de Bush exigió que ellos describiesen el equivalente
de pistolas de juguete como amenazas importantes. Por ejemplo, funcionarios le
dijeron a Blix que dos objetos hallados por los inspectores —un drone hecho con madera de balsa, el
motor de una motocicleta y una bomba herrumbrosa con décadas de antigüedad que
equivalía a poco más que un pisapapeles enorme— debían ser declarados como
violaciones a las restricciones de ADM. Cuando Blix se burló de esto, funcionarios
de la administración filtraron anónimamente mentiras que tergiversaban lo que
eran los dos objetos, declararon falsamente que el equipo de inspección pensaba
que constituían violaciones a las restricciones de armas de la ONU a Irak, y
atacaron a Blix por ocultar la verdad para evitar la guerra. Al final, Blix no
halló nada. Y, tal como lo prometió Cheney, la administración despreció esta
inteligencia fuerte como un sinsentido.
Lo que nos trae de vuelta a los candidatos presidenciales
republicanos para 2016. Tal vez Jeb Bush y Rubio no tengan conocimiento de lo
que sucedió en el período previo a la Guerra de Irak. Tal vez no saben que la
“falla de inteligencia” fue, como lo creía Bonk, fabricada intencionalmente
mediante hacer a un lado a los expertos, ignorar información e inflando mala
información. O tal vez se niegan a reconocer las lecciones de la historia.
Sea cual sea la razón, para ustedes los otros candidatos, he
aquí la respuesta correcta a la pregunta: miembros de la administración de Bush
se empecinaron en invadir Irak, sin importar los hechos. Su arrogancia, su
incompetencia y sus mentiras al público y al presidente, todo ello llevó al más
grande desastre estratégico en la historia estadounidense, uno que dañará a ese
país en las décadas por venir.
Digan esas palabras y demuestren que merecen la Oficina Oval.
De lo contrario, abandonen la competencia.