Hagop Gulludjian se convirtió en extranjero cuando aún no había
nacido. Sus ancestros fueron obligados a abandonar Cilicia, en el
sureste de Turquía, en tiempos del Imperio Otomano. Según documentos de 1915,
los turcos arrestaban arbitrariamente a los armenios, los torturaban y los
mataban en masa. Los armenios calculan que un millón y medio habrían muerto en
menos de una década, mientras, los turcos aseguran que sólo murieron 300 000, y
eso como resultado de la Primera Guerra Mundial.
Los abuelos de Gulludjian y sus ocho hijos fueron a parar a
campos de concentración, cada uno corrió diferente suerte, cada uno
enfrentó diversos horrores; una de sus tías, dice, fue arrojada viva a una fosa
común, y otras fueron violadas. “El trauma —apunta Gulludjian— no sólo pasa por
la muerte, sino por la deshumanización.” Se les condenó por su origen y por aferrarse
a su fe al rechazar convertirse al islam. Armenia, cabe anotar, fue el primer
país en el mundo en adoptar el cristianismo como religión oficial.
El ahora profesor de estudios armenios de la Universidad
de California Los Ángeles (UCLA) comparte los dolorosos relatos de su tío
Krikor Gulludjian, al cumplirse cien años de la masacre de armenios que divide
al mundo. Para veintitrés países es a todas luces un “genocidio”, para otros
como Estados Unidos, en palabras recientes del presidente Barack Obama, es una
“terrible matanza”.
Por eso el pasado viernes 24 de abril, armenios en diferentes
rincones del mundo salieron a exigir justicia. En Los Ángeles, 130 000
personas, según datos de la policía, marcharon por las calles del emblemático
Hollywood, hasta llegar frente al consulado de Turquía; exigían el
reconocimiento que han esperado por un siglo: que la muerte de más de un millón
y medio de los suyos sea admitida como un genocidio. Armenios, sobre todo
aquellos que habitan en la diáspora, exigen reconocimiento, disculpa y
restitución de los bienes desposeídos, al igual que reconstrucción de las
iglesias en todo el territorio turco que en un momento llegó ser parte de las
seis provincias armenias.
Esta aceptación es algo más que un calificativo, es admitir que
se cometió un crimen contra la humanidad y debe ser castigado. El genocidio es
el exterminio sistemático, total o parcial, de un grupo social de personas,
cuya motivación principal son las diferencias de nacionalidad, raza, religión y
diferencias étnicas, principalmente.
Armenios en América
El condado de Los Ángeles, California, es casa de alrededor de
un millón de armenios, que constituyen más del 70 por ciento de la diáspora
armenia en todo Estados Unidos, segundo país en el mundo con mayor población
armenia, fuera de la República de Armenia, después de Rusia, que tiene
aproximadamente más de dos millones y medio.
A Gulludjian le tocó nacer en Beirut, como si fuera por sorteo
de salvación; a otros armenios les tocó, en la desesperada huida de sus padres,
nacer en Siria, Azerbaiyán, Irán, Rusia, etcétera. Sus abuelos habían logrado
refugiarse y afianzarse en la capital libanesa, hasta que en 1975 vino la
guerra y los volvió a correr, esta vez sus padres resultaron heridos y el
entonces adolescente Hagop Gulludjian enfrentó en carne propia el exilio en la
lejana Argentina, la nación que ahora es hogar de la diáspora armenia más
grande de América Latina; se calcula que unos 130 000 armenios viven en Buenos
Aires y Córdoba.
Latinoamérica poco a poco se convirtió en destino de decenas de
miles de armenios. Brasil, Chile, Uruguay, México y Venezuela, entre otros
países, han visto crecer y triunfar a familias como la de Avadis Kouftaian,
quien se estableció en Cumaná, Estado Sucre, Venezuela, ahí nacieron y
crecieron sus tres hijos.
Kouftaian comparte entre sollozos y con dolor del ayer en su
mirada, la terrible tragedia de su abuela, dice que los turcos la degollaron
sin contemplación. Su familia huyó entonces a Siria, donde a Kouftain le tocó
nacer y en donde empezó su historia de trotamundos buscando una mejor vida y,
sobre todo, seguridad, así vivieron en Líbano, Venezuela y, desde hace diez
años, en Estados Unidos, en Los Ángeles.
Testimonios como los de Gulludjian o Kouftaian dolorosamente se
repiten por millones. Las heridas siguen abiertas, y la cura tiene quizás una
receta política, humana e histórica: que las autoridades turcas reconozcan el
genocidio.
Sin embargo, para el gobierno turco eso sería tergiversar
la historia, delirar, como dijo el presidente de Turquía, Tayyip Erdogan,
después de que el papa Francisco insistiera en calificar los hechos como un genocidio
innegable.
“No sé si hay recuperación —reflexiona el profesor Gulludjian—,
pero ayuda la admisión de culpa, que los otros digan lo que pasó y lo condenen,
y después que ofrezcan reparación.”