La nieve caía pertinaz sobre el lago Lemán. Simona avanzó sigilosa hacia la cocina, tenía sed. Sentado en una esquina, Hervé observaba con desasosiego la danza de las horas. El reloj marcaba las cuatro de la madrugada. Sus miradas se cruzaron. No fueron necesarias las palabras. Debían huir.
Algunas prendas arremolinadas atropelladamente en dos maletas, los pasaportes al bolsillo, abrigar a la pequeña Kim de tres años y poner los dos coches de casa en marcha (en un intento de preservar la integridad de las dos mujeres) fueron sus últimas acciones. En la precipitada partida de la pareja quedó olvidada la llave en la cerradura del apartamento número 9 de la Rue des Mouettes de Ginebra.
Aquel naciente 23 de diciembre de 2008, Hervé solo podía imaginar un puerto seguro en el cual encallar, un solo sitio capaz de devolverle algún atisbo de la serenidad extinta: Castellane.
Seiscientos kilómetros más tarde, en el tibio invierno de la Costa Azul francesa, sus padres le miraban atónitos. El ordenador y los cinco DVD que tenían frente a ellos contenían información confidencial de más de 130 000 evasores internacionales con cuentas en el HSBC de Ginebra. La entidad financiera en la que Hervé había desarrollado una brillante y meteórica carrera durante los siete años previos.
La sangre franco-italiana que llevan en las venas dictó a los Falciani el camino. Debían cerrar filas como un clan y aceptar que, tras la fugaz tregua que les concedía la Navidad, vendría el infierno.
El lunes 22 de diciembre, unas horas antes de huir, el informático francés —que entonces arañaba los 36 años— había sido esposado e interrogado por la Policía Judicial Federal de Ginebra (PJFG). Pero en un acto solo concebible en Suiza, las autoridades le habían permitido regresar a casa citándole para reanudar su declaración el día siguiente.
No llegó… y no lo hará.
Mientras Hervé se sinceraba con sus padres, el fiscal ginebrino que debía escuchar su declaración, fuera de sí, estrellaba su computadora contra las baldosas del piso. El genio informático del HSBC acababa de escaparse en sus narices.
Francia, la decepción
De Falciani se ha dicho mucho. Suiza lo acusa de haber intentado lucrar con la información que robó ofreciéndola a Líbano. Él lo niega rotundamente.
Más aún, afirma que en 2006 intentó entregar la información a Suiza sin pedir recompensa monetaria alguna, pero fue ignorado. Contactó a la autoridad reguladora de los mercados financieros, pero un funcionario de alto rango le advirtió que debía buscarse un abogado. Acababa de violar de forma flagrante el secreto bancario en una plaza financiera que no lo perdonaría.
En Francia Hervé se sabía a salvo. El gobierno no extradita a sus nacionales. Pero más tarde también se sentiría burlado, aunque eso aún lo ignoraba.
Impaciente, fue él quien contactó a las autoridades francesas el 26 de diciembre. Paradojas, Francia no podía hacer uso de la información que él decía tener porque era producto de un robo. Era indispensable que Suiza pidiera asistencia bilateral para rastrear y registrar el domicilio de los padres de Hervé. Una solicitud que, por cierto, no tardó en llegar. Suiza estaba furiosa.
La demanda helvética fue dirigida a la oficina de Éric de Montgolfier, el entonces fiscal de Niza, quien pronto comprendió que en plena crisis financiera internacional Francia poseía una mina de oro.
De Montgolfier abrió una investigación, pero no contra Hervé. Puso en la mira a los sospechosos de evasión y fraude cuyos nombres se conocerían tras la decodificación de los discos que estaban en territorio francés. Acababa de nacer oficialmente la “lista Falciani”.
Hijo de banquero, Hervé creció conociendo las entrañas de las instituciones financieras. Desde las primeras campanadas de 2009 se dispuso a colaborar con las autoridades trabajando codo a codo con el inspector fiscal Jean-Patrick Martin y con un nutrido equipo de técnicos en el armado del fino rompecabezas contenido en los CD.
Siete meses más tarde, en pleno verano, el entonces ministro del Presupuesto, Eric Woerth, anunció por todo lo alto que el gobierno francés había identificado un total de 2932 ciudadanos franceses con cuentas opacas en Suiza que ocultaban fondos por 3650 millones de euros. La lista comprendía nombres icónicos como el del cineasta Cédric Klapisch, el célebre chef Paul Bocuse o el renombrado psicoanalista Gérard Miller.
Pero Woerth decidió reservarse un detalle capital: nunca dijo a la opinión pública que se trataba de clientes del HSBC. Su estrategia surtió efecto. El temor que despertó entre las principales fortunas galas llevó ante las autoridades a 4725 infractores confesos que pagaron multas por 7300 millones de euros en un año de vacas flacas para las arcas públicas. Curiosamente, solo 68 de los arrepentidos contribuyentes estaban en la base de datos de Hervé.
Pero Woerth “olvidó” algo más. De acuerdo con De Montgolfier, la información original que entregó a la administración pública contemplaba coordenadas de al menos 6000 sospechosos de evasión.
¿Por qué entonces el ministro había anunciado un listado de menos de 3000?
Demasiados intereses en juego. Woerth negó sistemáticamente que el gobierno hubiera “rasurado” la lista. Argumentó que simplemente se habían eliminado nombres y cuentas duplicados. El misterio sigue sin esclarecerse, pero para entonces Hervé ya había decidido que necesitaba nuevos horizontes.
España, la absolución
Cuando 2010 hizo su arribo, la relación diplomática entre Suiza y Francia era toda tensión. Los vecinos franceses habían utilizado sin titubeos la información de Falciani, pero no habían remitido aún los discos originales a la Confederación Helvética.
El tesoro se hizo esperar, aunque finalmente llegó a Suiza en febrero de ese año. Pero antes, la entonces ministra de Economía y Finanzas de Francia, Christine Lagarde, compartió la información con un pequeño grupo de países con los que tenía acuerdos de colaboración fiscal. Grecia y España fueron dos de los beneficiarios.
En el caso español, la información permitió a la Agencia Tributaria madrileña conocer la identidad de 659 evasores, entre los que se contaban leyendas como el hoy finado Emilio Botín, presidente de Grupo Santander, o el piloto Fernando Alonso.
El 2011 fue para Hervé un año de bajo perfil. Él mismo explicó la razón más tarde: Estados Unidos le habría prevenido que era buscado para asesinarlo. Cierto o no, lo que sí era un hecho es que Suiza había lanzado una orden internacional para aprehenderlo. “Tuve que planear mi huida, esta vez, al milímetro. Elegí España sabiendo que iría a la cárcel y que Suiza pediría mi extradición. Nada ha sido casual”, expresó posteriormente ante la Audiencia Nacional ibérica.
Y así fue. Fue arrestado poco después de su llegada a Barcelona. La presidenta suiza, Eveline Widmer-Schlumpf, se frotó las manos, al fin procedería la extradición. Pero la oriunda del cantón de Los Grisones se equivocó.
La legislación española no tipifica como delito revelar el secreto bancario, hecho que jugó a favor del detenido. El alto tribunal español decidió conceder a Falciani la libertad provisional en diciembre de 2012 pidiéndole a cambio —nada es gratis en esta vida— ayuda para identificar una serie de cuentas bancarias suizas vinculadas a un escándalo local: el “caso Gürtel”.
Hervé empezó a colaborar nuevamente con un gobierno europeo, esta vez a través del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) de España. Un gesto que le fue recompensado. En mayo de 2013, la Audiencia Nacional emitió una resolución en la que le anunció que era un hombre totalmente libre.
Y lo era en la teoría, pero no en la práctica. Por razones de seguridad, Hervé debía permanecer permanentemente escoltado. Salía poco. A menudo, disfrazado.
Un centinela en cada hijo te dio
Falciani no es un alma impoluta. Lleva a cuestas la reputación de jugador de póker, mujeriego y cínico. En su primera juventud trabajó como marino en el barco de un multimillonario. Es un bon vivant.
Pero hasta ahora nadie ha podido probarle que haya recibido dinero a cambio de las coordenadas que prodigó, e insiste en la porfiada tarea de desvelar la inconmensurable red de evasión que tejió el HSBC de Ginebra durante años.
En 2013, su vida dio un giro. Un nuevo movimiento social español llamado Partido X lo invitó a sumarse a sus filas. Se trata de una fuerza surgida de la sociedad civil que busca devolver el poder a los ciudadanos. “Si los políticos son el problema… Nosotros seremos el gran problema de los políticos”, resume su plataforma.
El perfil de Falciani era ideal para encabezar la Comisión Anticorrupción de esta fuerza política. El franco-italiano aceptó y en una accidentada conferencia sostenida con la prensa vía Skype, aseguró que “en cada ciudadano hay un centinela que debe observar y anticipar los peligros”.
Ahí anunció que crearía un sistema de alertas ciudadanas para enlazar a España, Francia e Italia en la tarea de denunciar irregularidades cometidas dentro de los sectores público y privado. El sistema está en marcha y reporta regularmente sus avances.
Pero la política siguió llamándole. En mayo de 2014, Falciani encabezó una lista de candidatos del Partido X a las elecciones europeas. Los resultados fueron pobres. Pero este año aceptó colaborar con el partido español Podemos en la preparación de un informe sobre mecanismos para combatir el fraude.
SwissLeaks
La “lista Falciani”, producto de la información que el informático sustrajo al HSBC de Ginebra entre 2006 y 2007, fue también el manantial en el cual abrevó el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) para preparar el expediente SwissLeaks.
La hoy célebre red de fraude fiscal y lavado de dinero involucra a más de 20 000 empresas offshore y 103 000 individuos de 188 países que han defraudado a sus fiscos locales por un monto sumado equivalente a 180 000 millones de euros. El triple de lo que Estados Unidos gasta anualmente en defensa.
Entre los mexicanos que forman parte de la lista se cuentan Luis Téllez, Eugenio Ebrard, Alfredo Elías Ayub y Jaime Camil. La mayoría de ellos se apresuró a deslindarse, pero la Subsecretaria de Ingresos de la SHCP, a cargo de Miguel Messmacher, ha dejado entrever posibles auditorías. El tiempo dirá quién tenía razón.
Miles de evasores están por caer en el mundo en los meses venideros. Pese a ello, el mundo financiero internacional no termina de ponerse de acuerdo sobre si Falciani es un Robin Hood 2.0 o si se trata de un vulgar delator.
La figura del denunciante, lanzador de alertas o whistle blower —que alude a la policía de antaño que llamaba al orden público sonando un silbato— aún es difusa.
La Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción considera la protección de las voces que denuncian obrando de buena fe. Y países como Luxemburgo, Reino Unido y Estados Unidos poseen legislaciones específicas que prodigan resguardo a quienes ofrecen este tipo de alertas.
En México el panorama es mucho más ambiguo. El Capítulo Séptimo del Código Penal de la Federación contempla el delito de intimidación cometido por servidores públicos que intentan evitar la denuncia de actos ilícitos. Pero no existe un marco jurídico que proteja a los empleados del sector privado dispuestos a revelar, de buena fe, actos irregulares.
No existe un Hervé Falciani o un Bradley Birkenfeld, un exempleado del UBS que se enfrentó al gigante bancario revelando las entrañas del sistema de evasión que este operaba en Estados Unidos, lo que le valió una recompensa de 100 millones de dólares. Y es claro que esto no se debe a la pulcritud del sistema financiero mexicano. No.
Se explica en que en un país acostumbrado a la corrupción perenne, a las prebendas y a la comisión de delitos, la falta de normatividad simplemente se suma a una realidad aún más grave y lacerante: quien sabe demasiado y cuestiona un delito, estorba…
Y el que estorba siempre puede ser eliminado en medio de la más grande impunidad.