La voz débil de Slavik denotaba pánico. “Nadie vendrá a ayudarnos, estamos rodeados por el enemigo”, dijo. Hubo muchas bajas, muchos soldados en el suelo, “algunos muertos, algunos heridos”. Los comandantes necesitaban mandar refuerzos o empezar a negociar una salida; pidió por el teléfono celular, rogándome que hiciera llegar el mensaje.
En el transcurso de ese sábado 17 de enero, Slavik, de 22 años, se ponía más y más ansioso. “Hemos estado buscando los brazos de la gente para que podamos cosérselos de vuelta”, me explicó. En nuestra tercera llamada de esa tarde, Slavik reportó que se había desangrado un colega que había perdido un brazo. “Si no vienen a ayudarnos al amanecer, estamos muertos. Muertos.”
Slavik, me dice su padre, era un niño dotado. Criado en la Ucrania occidental, nunca estudió apropiadamente, pero siempre parecía irle bien. Era “un intelectual”, con intereses que iban del saxofón al teatro. Estudió en la academia de artes Kharkiv, pero antes de un año dejó la escuela. “Dijo que no le gustaba la forma en que enseñaban y eso era típico de él: siempre buscando la injusticia al grado de la terquedad.”
Unirse a la 80aunidad de elite de paracaidistas en Leópolis no fue el peor de los resultados, y su padre recuerda su orgullo al ver a su hijo en uniforme. Pero la lengua de Slavik pronto lo metió en problemas de nuevo, y se peleó con sus superiores por un Transporte Blindado de Personal (TBP) que él afirmaba no estaba en condiciones de servir. Slavik destrozó su contrato militar y regresó a casa.
Eso fue en noviembre de 2013. Para el verano de 2014, Slavik recibía noticias aterradoras del frente, donde antiguos colegas defendían el aeropuerto de Luhansk y se hallaban cercados por las fuerzas apoyadas por los rusos. Perdió a cuatro de sus amigos más íntimos, y para septiembre, en contra del consejo de su padre, regresó al campo de entrenamiento de Leópolis. “No lo quería allí; le dije que era una guerra de los políticos”, recuerda su padre.
Poco antes de la Navidad, Slavik viajó al este; llegó finalmente al aeropuerto de Donetsk, donde pasó siete días.
Construido durante lo más álgido de la Guerra Fría, el aeropuerto de Donetsk cubría un territorio enorme y proveía de muchos escondites dentro de su red serpentina de túneles, búnkeres y comunicaciones subterráneas. Había entradas a minas cercanas, y a Donetsk, aunque mucho de la red no se había utilizado en décadas.
Para el lado rebelde, apoyado por los rusos, el aeropuerto era un talón de Aquiles. “La defensa de Donetsk es imposible sin el aeropuerto”, dice un subcomandante de batallón de los rebeldes cuyo nombre de guerra es Shiba.Por el bando ucraniano, el aeropuerto se ha convertido en un Stalingrado simbólico, sujeto de mucha propaganda bélica nacionalista.
Con la vieja terminal cambiando de manos durante un “cese al fuego”, en diciembre, la batalla de enero se enfocaba principalmente en la nueva terminal. En el transcurso de una semana, los ucranianos fueron reducidos de manera constante a los pisos segundo y tercero de este edificio y, entonces, el sábado, a una parte del segundo piso. “Ellos gateaban por todas partes como ratas: arriba, abajo y por ambos costados”, dice un paracaidista herido que aceptó hablar bajo el pseudónimo de Sasha. “Podías oírlos, acosándonos detrás de los muros. Hora de rendirse, ukis, venimos a cortarles la garganta.”
Durante el sábado hubo varios intentos de retirar a los soldados ucranianos heridos de la nueva terminal, pero todos fueron infructuosos. Sin embargo, alrededor de las 4 de la mañana del domingo, las fuerzas ucranianas montaron una contraofensiva importante a lo largo del lado sur del aeropuerto, lo cual permitió que un convoy de TBP retirase a los heridos de mayor gravedad, aunque muchos soldados ucranianos permanecieron atrapados en la nueva terminal.
Todo el tiempo portavoces militares afirmaban que las fuerzas del gobierno tenían el control total del aeropuerto.
En algún momento alrededor del mediodía del lunes, el aeropuerto se cimbró con el sonido de una explosión. Según Shiba, el comandante rebelde, el estallido fue provocado por el bando ucraniano “por razones que solo ellos saben”. Evgeny, un soldado ucraniano que sirve en la 93a brigada, vio las cosas de forma diferente. “La explosión vino del centro del pasillo, tal vez a unos 36 kilómetros de donde estábamos. Y los explosivos fueron lanzados hacia dentro, a través de un agujero, desde el tercer piso, el cual nosotros simplemente no controlábamos. Todos los muros internos fueron despedazados por el estallido, dijo él. Aun cuando murieron pocos, muchos soldados sufrieron lesiones por contusión cerebral.”
Una explosión todavía mayor se dio a las 3:30 de la tarde del martes. Todos los muros de apoyo de los pisos superiores se vencieron, aplastando a los soldados con el concreto que caía. Estos fueron días oscuros, dice Evgeny. “Se nos agotaban las municiones, pero lo peor era esta sensación de fantasmas volando alrededor. Había tantísima gente retorciéndose en agonía, gimiendo, pidiendo ayuda a gritos.” Algunos de los heridos todavía disparaban desde sus posiciones horizontales, dice Evgeny. “Ellos se percataron de que era una lucha hasta el final.”
Evgeny escapó en la tarde del martes, corriendo de prisa hacia posiciones más seguras al otro lado de la pista de aterrizaje. Fue el único de su grupo original que regresó a casa. Él calcula que de los soldados en la nueva terminal, por lo menos un tercio murió y un tercio fue herido de gravedad.
Para las 7:30 de la mañana del miércoles, Slavik todavía estaba en la nueva terminal, atrapado bajo los escombros. Su padre luchaba con sus propios miedos con el fin de mantener arriba el espíritu de su hijo cuando hablaron por teléfono celular. “Al principio, teníamos esperanza. Slavik me dijo que había hablado con un periodista británico y cómo un ayudante del ministro de Defensa le había dado seguimiento y le aseguró que la ayuda iba en camino.” Sin embargo, para el miércoles, estaba claro que Slavik había sido dejado a su suerte.
“Le dije a mi esposa que iba por nuestro pequeño”, cuenta el padre de Slavik. “Junté todas las cosas en poco tiempo –pasaporte, dinero, papeles– y salí disparado en el auto. Pero yo estaba por completo desesperado y me perdí cuatro veces en la primera hora.” Él cejó en sus planes de manejar hasta allá y abordó el siguiente tren que iba al este.
En algún momento más tarde ese mismo día, Slavik fue capturado por las fuerzas rebeldes y el jueves fue visto encabezando una columna de prisioneros de guerra ucranianos a los que se obligó a marchar delante de los lugareños.
El padre de Slavik ha intentado desde entonces conseguir la liberación de su hijo y se lo ha suplicado al líder rebelde Alexander Zakharchenko. Sus acciones han sido independientes y en gran medida obstruidas por los servicios de seguridad ucranianos. “Ellos me dicen que no le estoy haciendo un favor a mi país, pero solo estoy haciendo lo que un padre necesita hacer.”
Sasha, el paracaidista herido, quien ahora está en el hospital, reconoce a Slavik por la historia que cuenta su padre. “Cada uno de esos soldados que pelearon en el aeropuerto es un héroe. Seguro, Slavik tal vez se haya cagado en los pantalones, pero todos nos cagábamos en los pantalones. No hubo un solo segundo en que no estuvieras muerto de miedo. Lo importante es que Slavik no dejó atrás a sus compañeros.”
Sasha menea la cabeza y calla por un momento. Cuando continúa, me dice que el sitio del aeropuerto es una experiencia que no le desea a nadie, pero no le impediría regresar. “Se ha perdido demasiada sangre. Incluso ahora, veo los rostros. Esos rostros…”
Una mujer joven, una enfermera, aparece detrás de la cama de hospital del soldado. “Su temperatura está por arriba de los 38. La entrevista se acaba ahora”, dice ella.