No es necesario que yo lo diga: el crimen fue aborrecible, sin ninguna razón esgrimible para justificarlo. No hay argumento que pueda validar las vidas de 12 personas al momento y dos más después. Fue una acción atroz, pero también, desgraciadamente, evitable.
La revista Charlie Hebdo es una publicación más que proclive al escándalo. Algunos dirían que incluso lo buscaba. Desde sus orígenes, cuando se hacía llamar Hara-Kiri Hebdo, fue prohibida cuando hizo mofa de la muerte de Charles de Gaulle haciendo mención a la vez de un trágico incendio que había cobrado las vidas de 146 personas. Y desde el año 2000 hasta 2015 se ha visto envuelta en por lo menos cuatro controversias relacionadas por sus burlas contra el islam.
El semanario siempre tuvo dos disculpas para continuar con su accionar: primero, que sus caricaturas son sátiras; segundo, la libertad de expresión. Por lo pronto, enfoquémonos en el primer argumento.
A mi entender, la sátira es el lado oscuro de la fábula: una denuncia de que algo está mal, pero dicha a través de los ojos de la comedia, con la intención de cambiarlo en la medida de lo posible. De esta manera, el cómico argentino Enrique Pinti, en su espectáculo Salsa criolla, decía que en la acción colonial de los españoles en América la civilización rubia y la civilización aborigen se fundirían naturalmente en una penetración cultural indolora, mientras al fondo un conquistador violentaba a una india. Y eso es una sátira. Por el contrario, cuando Charlie Hebdo publicó una caricatura en la que se ve a Mahoma pretendiendo parar seis balas con un Corán y quejándose de que el libro sagrado es una porquería, pues no sirve para eso, no se trata de una sátira, sino de una burla rotunda rayando en la (o de plano total) befa. En pocas palabras, la sátira denuncia; la burla, ofende. Y Charlie Hebdo en más de una ocasión no pretendió denunciar, únicamente ofender.
Ahora sí podemos hablar sin problemas de la segunda disculpa de Charlie Hebdo. La libertad de expresión es, sin duda, uno de los mayores logros y poderes que puede tener una sociedad cualquiera. Cuando esta no existe, las sociedades pueden llegar incluso a anquilosarse, pues cuando se pierde la capacidad para criticar, se pierde también la de progresar.
Pero la libertad de expresión puede ser engañosa, como en el presente caso. Puede utilizarse como argumento para evadir responsabilidades. En lo tocante a Charlie Hebdo, con todo el respeto a la memoria de los fallecidos, la actitud de muchos occidentales fue muy similar a la de un niño que le está pica y pica el hombro a un compañero de escuela, hasta que este se harta y responde a la agresión con un golpe en la cara; entonces, el primer niño va y se queja con la maestra porque el segundo lo golpeó.
Los medios de comunicación occidentales son muy proclives a valorar otras culturas de acuerdo con sus propias características, muchas veces sin considerar que, precisamente, se trata de otras culturas. Cuando se dio la controversia de las caricaturas de Mahoma en un periódico danés en 2005, la entonces editora de esta revista comentó en nuestras oficinas que no entendía la actitud exacerbada de los musulmanes. ¿Cuántos chistes se hacen aquí [el mundo occidental] de Cristo y nadie reacciona así?, fue su argumento. Y bueno, tampoco se puede entender cómo una occidental podía pretender que los musulmanes reaccionaran de la misma manera ante una ofensa a su religión. Si los cristianos no exigen respeto a su creencia, es problema de ellos; si los cristianos no respetan la creencia de los musulmanes, entonces ya el problema es de estos últimos.
En este momento, cuando Europa ha visto un aumento considerable en el número de musulmanes en su territorio, es perentorio que sus sociedades se planteen cómo habrá de darse la convivencia entre dos culturas que, como ha quedado en claro más de una vez, no son tan fáciles de congeniar. Hay valores en ambas que chocan, cierto; pero en muchas ocasiones, como lo hizo Charlie Hebdo, en vez de buscar los valores que pudieran tener en común, se opta por enfatizar las diferencias.
Y de nuevo volvemos al argumento de la libertad de expresión. Cuando Charlie Hebdo publica una caricatura de Mahoma desnudo frente a una cámara de cine, preguntándonos si nos gustan sus nalgas, no se está buscando un diálogo, se está buscando pura y llanamente ofender y escandalizar. Y lo más curioso es que en la gran mayoría de (si no es que en todos) los países donde existe la libertad de expresión como derecho inalienable, también existen cotas legales claramente establecidas de esta. La difamación está prohibida, el daño moral está prohibido, la mentira flagrante está prohibida. Entonces, ¿por qué no se castigó a Charlie Hebdosegún la misma ley cuando su acción fue la de ofender y producir un daño moral?
La respuesta es obvia: porque se trataba de un ataque al islam. Cuando en 2006 Charlie Hebdo se unió a la controversia del periódico Jyllands-Posten, 12 de sus escritores firmaron una declaración en la que advertían en contra del islamismo. Sarkozy defendió el semanario invocando la larga tradición francesa de la sátira, y François Hollande defendió la libertad de expresión. En ambos casos, sabemos los beneficios políticos que ello pudo traer a la larga. A pesar de los continuos llamados de la comunidad musulmana francesa para que se detuvieran los ataques flagrantes contra su creencia religiosa, los políticos franceses optaron por desdeñar el diálogo cultural y fomentar una actitud discriminatoria.
En su célebre libro Elogio de la locura, Erasmo de Rotterdam criticó y censuró lo que él veía como excesos de la Iglesia católica, pero no el cristianismo per se. Él supo diferenciar entre los vicios de una institución que, a su parecer, se había corrompido y desviado de su carácter original y las virtudes de una religión que no solo profesaba, sino que entendía cabalmente. Pero este no es el caso con el trato que dan muchos medios de comunicación occidentales a su problema con el mundo musulmán. En las caricaturas de Charlie Hebdo no siempre había una diferenciación clara entre los extremistas musulmanes tipo Al-Qaeda y los musulmanes posiblemente moderados que pudieran caminar por las calles de Francia. Todos fueron metidos en el mismo saco, y el resultado tuvo las consecuencias trágicas que hoy lloramos y, ojalá, debatiremos largo y tendido en los próximos meses.
Hoy Occidente se ha visto obligado de una manera muy cruel a plantearse tres preguntas apremiantes: primero, cómo plantear un diálogo cultural con una población forastera y creciente en su territorio; segundo, cómo plantear el entendimiento de sus propios valores de frente a un mundo que no está tan dispuesto a la imposición de valores ajenos; tercero, cómo dejar de escudarse en la libertad de expresión para no hacerse responsable de las respuestas de aquellos a quienes discrimina y hostiga.
Por ello, el título de esta nota: “Yo soy Charlie… pero no del todo”.