Diego Quemada-Diez nació en España, emigró a Estados Unidos y, posteriormente, encontró en México el motivo para encausar su vida al cine.
Su ópera prima, La jaula de oro, se estrenó mundialmente en 2013 en la sección oficial del Festival de Cannes Una Cierta Mirada, donde cosechó el premio al mejor elenco de actores. En este año la cinta sumó diversos premios de reconocidos festivales en Chicago, Nueva York, España, Reino Unido, Francia, Lima, Cuba, República Dominicana, Argentina, China, Rusia y, por supuesto, México.
En 2014 se posicionó como la película mexicana que más reconocimientos ha sumado, como corroboró Newsweek en Español en el Instituto Mexicano de Ciencias y Artes Cinematográficas y en el Centro de Documentación de la Cineteca Nacional.
Quemada-Diez decidió mudarse a Estados Unidos a los 17 años, al morir su madre. “Hace ya casi 20 años. Llegué allá sin conocer a nadie, fue para trabajar en una película y me quedé, al principio no tenía papeles. Pude conseguir algunos trabajos y posteriormente la estancia, conseguí suficiente dinero para entrar en la escuela de cine. En EE. UU. me iba relativamente bien, podía ahorrar, pero me sentía muy vacío, esa cultura no me parecía tan interesante. Cuando venía a México me cargaba de pilas, me inspiraba, me fascinó el país.”
Fue en uno de estos viajes de trabajo en México, a finales de 2002, cuando conoció a un taxista en Mazatlán, Sinaloa, que lo invitó a quedarse una temporada en su casa, donde vivía junto a su esposa y cuatro hijos.
“Su casa estaba a un lado de las vías del tren y les dábamos comida a los migrantes que pasaban. Ellos nos contaban sus penurias y esperanzas, y comencé a recopilar sus testimonios, esto que me contaban yo tenía qué contarlo; de hecho, es lo que me pedían para que otros supieran lo que les pasaba.”
Estos relatos se convertirían en la base para su largometraje La jaula de oro: “Me involucré mucho emocionalmente. Es muy fuerte lo que te cuentan, el guion está contado con base en más de 600 testimonios que fui recopilando en centros de detención y albergues de migrantes, tanto en la frontera norte y sur, también Guatemala”.
La realidad que halló superaba lo que él imginaba; entre los migrantes halló mujeres y muchos niños de entre 12 y 17 años de edad: “Me enfoqué en los niños porque son la mayoría con la que hablé. Los tratan muy mal en los centros de detención, lleva de tres a cinco meses su proceso si no es que más, y solo el 2 o 3 por ciento de los niños migrantes consiguen quedarse. En EE. UU. están preocupados porque son muchísimos los niños que cruzan.
“La idea era darles voz y mostrar el viaje desde su punto de vista para que el espectador pudiera sentir que si estuviera en su lugar haría lo mismo. Tratar de crear puentes de entendimiento y mostrar la raíz del problema, que es económico.”
El director quiere explorar otro tipo de cine, y aunque “sea ficción y entretenimiento, también quiero que tenga un sentido social, una búsqueda colectiva. Que el espectador salga de alguna forma transformado, que no salga del cine igual que como entró, sino reflexionando, sintiendo”.