Desde hace unas semanas, algunas aplicaciones de transporte están en la palestra latinoamericana. Yaxi, Easy Taxi y TaxiBeat son algunas de estas. Sin embargo, la que más llama la atención, por lo depredador de su negocio, es Uber.
Esta empresa fue creada en 2009, en San Francisco, y en cinco años ha logrado expandirse a más de 200 ciudades en al menos 45 países. En México está presente en el Distrito Federal, Guadalajara, Monterrey y Tijuana.
¿Cómo funciona?
Se descarga la aplicación para teléfono móvil y después los clientes deben registrarse. En dicho registro se introduce el número de tarjeta de crédito con la que se hará el pago. Una vez concluido el trámite, aparece una pantalla con un mapa en el que se señala la ubicación del cliente y los autos disponibles en dicha zona. El usuario decide dónde ser recogido y pide el servicio. No se realiza ningún pago en efectivo. Gran ventaja.
La calidad del producto es maravillosa si se compara con la de cualquier taxi en América Latina. Sin embargo, Uber se ofrece como un servicio de chofer privado y la realidad es que es como un taxi de sitio (base), pedido a través de una aplicación para celular. Y ahí es donde choca con los intereses de los taxistas convencionales y que poco a poco han visto invadido su negocio.
Bogotá y Las Vegas fueron las últimas ciudades en prohibir el servicio de Uber, y en la ciudad de México, los choferes de la empresa han sido agredidos por taxistas en los prestigiosos centros comerciales de Arcos Bosques y Antara. En las últimas horas, el gobierno de la ciudad de México reveló que, durante diciembre, Uber será regulado porque cumple la misma función que los taxis y esquiva la ley al no tener placas (matrícula) correspondientes.
Los comentarios de los clientes suelen ser buenos, pero no todo es color de rosa. Aunque los choferes de Uber son sometidos a controles de confianza, eso no evita que en muchos casos abusen de los usuarios. Existen bonos de productividad para los dueños de los coches (al cumplir cierta cantidad de viajes). Algunos conductores, al saber que no llegarán a la cuota, inician los servicios y al instante los dan por terminados para que se considere un trayecto. ¿Qué ocurre? Al cliente le cobran la tarifa y sin recibir el servicio. La empresa abre una investigación a petición del cliente, aunque reiteradamente dichas quejas no son atendidas (el autor de esta columna tiene pruebas de ello).
Otra forma de engañar: una vez que el chofer llega, por reglamento habrá unos minutos de tolerancia para que el usuario aborde el auto y sin comenzar a cobrar el servicio. Sin embargo, en algunos casos no obedecen esta tolerancia y los operadores le dan clic a la opción de “iniciar viaje” a la aplicación o, peor aún, le dicen al cliente que no van a esperar, lo que obliga a este último a cancelar el viaje. Al instante, el usuario recibe un correo electrónico avisando que de cualquier forma se le cobró el servicio.
Las irregularidades no se limitan a eso. Al menos un vehículo de Uber en la ciudad de México opera con placas especiales de personas con discapacidad. Esto, según el chofer, lo hacen para evitar la verificación del automóvil.
No se puede negar que Uber es un producto mucho más confiable que los taxis convencionales, pero es evidente que opera gracias a muchas lagunas en la ley e, incluso, en medio de la impunidad.