Se cumplieron dos años de la administración de Enrique Peña Nieto, el primer año estuvo por debajo de las expectativas. El Ejecutivo generó un clima de bienestar bajo el manto del Pacto por México y de estar “moviendo a México”; pero el discurso no ha alcanzado la realidad.
La inseguridad no ha dado tregua en parte del territorio nacional, la economía no alcanza lo que promete y, a pesar de ello, enviaron al Congreso de la Unión una reforma fiscal netamente recaudatoria, ajena a la realidad del país, y el crecimiento económico es prácticamente nulo.
En términos sociales, las noticias son tibias, la Cruzada contra el Hambre fracasó porque se construyó bajo la premisa de la comunicación y no la acción; atendió intereses electorales y no la problemática real de la pobreza.
En mi opinión, uno de los errores de esta administración es que el Ejecutivo ha dedicado mucho tiempo a promover, como logros de gobierno, el trabajo del Legislativo, generando múltiples campañas de difusión que crearon falsas expectativas en la población sobre los beneficios de las reformas aprobadas por el Congreso, pero aún dependen de una etapa de implementación exitosa.
La seguridad es claramente el mayor reto que enfrenta este gobierno; a principios de este año, Michoacán, con las autodefensas y la renuncia del gobernador, aunado a los recientes hechos en Iguala, ha sido la forma más clara de evidenciar que esta administración estaba viviendo de retórica y política, con una muy deficiente ejecución.
A poco más de dos meses de lo sucedido en Iguala, aún no hay resultados contundentes de la investigación, lo cual solo ha logrado que el descontento y desencanto ciudadano crezcan. La sensibilidad y empatía tardía han sido el hecho en este tema.
Guerrero y Michoacán son los ejemplos más recientes de la realidad de muchas zonas del país, y a pesar de ello, la entrada en vigor de la gendarmería fue retrasada de su plazo original.
Las manifestaciones y protestas ciudadanas son el reflejo del hartazgo generalizado por la falta de resultados; sin embargo, la soberbia no les ha permitido ver que la etapa de elogios y reconocimientos en medios internacionales quedó atrás; los casos de Tlatlaya, Iguala y la casa de la primera dama ocupan espacios en todos los medios más importantes de la esfera mundial, pero no de una buena manera.
El errático comportamiento sin consecuencia alguna de muchos integrantes del gabinete ha sido un sello característico de este gobierno; inició con una secretaria de Desarrollo Social evidenciada usando programas sociales con fines electorales; un secretario de Comunicaciones y Transportes que aún no logra explicar el porqué de la cancelación del contrato para la construcción del tren rápido, por la cual habrá de pagarse una millonaria indemnización que saldrá del dinero público; un secretario de Educación ausente y ajeno en los conflictos con la CNTE y con los alumnos del IPN; un procurador que se dice cansado de trabajar en medio de la crisis. El presidente ya no puede seguir asumiendo los errores de su equipo, los errores tienen consecuencias —aunque no los quieran ver.
Esta administración necesita un golpe de timón, y las acciones recientemente anunciadas por el presidente solo conllevan a agarrar a golpes el timón. Seguir enviando toda la responsabilidad al Legislativo no soluciona nada, el problema no es de creación de leyes, sino de falta de aplicación de las ya existentes, Estado de derecho.
El presidente de la república ha contado como ningún otro con una oposición responsable, que no ha regateado de manera mezquina ninguno de los instrumentos que son en beneficio de México; sin embargo, nada más podrá lograrse si solo la oposición está dispuesta a atender y mejorar la realidad.
El presidente aún está a tiempo de comenzar a tomar decisiones correctas. Él y su partido deben resistirse a las tentaciones que representa la elección del próximo año; deben, como nunca, estar atentos al mandato que los ciudadanos den en las urnas.
Pero, más allá de todo, el mayor reto con el que Enrique Peña Nieto arranca su tercer año, es el sentar las bases para que los mexicanos alcancemos el camino de la reconciliación y la paz. El presidente debe entender que no tendrá otra oportunidad, al final del día no es su proyecto sexenal o su paso a la historia lo que está en juego, sino el destino próximo y futuro de todos los mexicanos que deseamos vivir en paz.
Hoy vemos una sociedad activa que exige resultados, y eso es algo positivo y que todos los políticos debemos de asumir con seriedad y responsabilidad, pues los tiempos exigen que el gobierno reconozca lo que está mal y ofrezca soluciones reales a la altura de los problemas actuales. Es decir, dejar de pensar en las próximaselecciones y comenzar a pensar en las próximasgeneraciones.