Algún día, mujeres de todo el mundo disolverán en sus vaginas
una laminilla traslúcida del tamaño de una estampilla que estará cubierta con
compuestos capaces de paralizar espermatozoides para evitar que fecunden sus
óvulos, y quizás hasta impidan el paso de los virus herpes y VIH que viajan en
el semen. ¡Ah! Y esos compuestos podrían sintetizarse en un laboratorio, a
partir de plantas de tabaco.
No se trata de fútil ejercicio en tecno-futurismo, sino de la
descripción de un producto a punto de ingresar en la etapa de investigación y
que forma parte de un grupo de fármacos emergentes que están cambiando,
radicalmente, el tratamiento de las enfermedades infecciosas.
En un cuarto oscuro, en el sótano de un edificio de
investigación biomédica del Centro Médico Boston, Jai Marathe se inclina sobre
un microscopio láser de barrido y ajusta la laminilla que contiene un corte
circular de tejido humano: un fragmento de células de cérvix, del tamaño de una
ficha de póker obtenido de una compañía que ofrece modelos vaginales para
investigación. Poco antes, Marathe preparó el tejido con un anticuerpo que
ataca las células espermáticas ocasionando que se adhieran entre sí e
impidiendo que se desplacen y luego, bañó la muestra con semen donado por un
estudiante de la Universidad de Boston. El anticuerpo que utilizó se obtuvo de
una planta de tabaco en un laboratorio de bioprocesamiento de Kentucky. Ese y
otros anticuerpos producidos en plantas reciben el nombre de “planticuerpos” y
son resultado de décadas de experimentación y grandes esperanzas.
Cuando me comuniqué con Richard Cone, en Agosto, parecía muy
emocionado. Cone es biofísico molecular de la Universidad Johns Hopkins y uno
de los primeros investigadores que se interesaron en los planticuerpos en la
década de 1980. Días antes, ZMapp (fármaco experimental contra el ébola,
desarrollado con anticuerpos de tabaco) fue administrado a dos trabajadores de
salud estadounidenses infectados con el virus y el medicamento, jamás utilizado
en personas, pareció salvarles la vida. Kevin Whaley y Larry Zeitlin, los
científicos de la pequeña compañía que sintetizó la sustancia, fueron
investigadores postdoctorales del laboratorio de Cone en los años noventa,
hasta que se independizaron para fundar Mapp Biopharmaceuticals.
Igual que Cone, el objetivo de Whaley y Zeitlin era crear un
sistema de anticoncepción novedoso que también protegiera contra enfermedades.
Sin embargo, señala Cone, Mapp Biopharmaceuticals tuvo dificultades para hallar
fondos. “Sabíamos que los planticuerpos iban a funcionar, pues seguíamos los
dictados de la naturaleza. Mas eso no significaba que todos fueran a creernos”,
explica.
A la larga, Whaley y Zeitlin recibieron el apoyo de la Agencia
para Proyectos de Investigación Avanzados del Departamento de la Defensa de
Estados Unidos (DARPA, por sus siglas en inglés), que percibía el potencial de
los planticuerpos para crear arsenales de fármacos contra posibles agentes
bioterroristas como ébola y así, decidió proporcionar fondos para investigar
una nueva sustancia capaz de combatir esa enfermedad. Y entonces, con la
epidemia actual, ZMapp irrumpió repentinamente en escena gozando de un momento
de fama. “Lo que ha ocurrido es muy importante para los planticuerpos. Hemos
tardado 30 largos años en llegar a este punto”, revela Cone. Pero ahora, es
posible que el advenimiento de los planticuerpos sea inminente, agrega. “Tengo
78 años y solía pensar que no viviría lo suficiente para verlo. Mas empiezo a
creer que se hará realidad antes de mi muerte”.
Junto con Mapp Biopharmaceuticals y el laboratorio de Marathe
en Boston, Cone es co-investigador en el proyecto anticonceptivo y cree
firmemente en el potencial de los planticuerpos para cambiar la postura de la
medicina frente a la prevención y el tratamiento de casi todas las enfermedades
físicas.
“Estamos seguros de que la estrategia funcionará porque hacemos
justo lo que naturaleza ha demostrado”, insiste Cone. “Lo que hacen las
mamíferas para proteger a sus crías”. A lo largo de su vida, la madre se ve
expuesta a miles de patógenos y adquiere la capacidad de producir miles de
anticuerpos para combatirlos. “La cría llega a ese ambiente y queda protegida
contra todas esas cosas. La leche materna está repleta de anticuerpos. En
esencia, el calostro es una pasta de anticuerpos”, informa.
Inmunización pasiva
Hoy día, es posible prevenir muchas enfermedades utilizando
vacunas. Unas actúan mediante el mecanismo de “inmunización activa”; es decir,
activan al sistema inmunológico para producir anticuerpos que combaten
infecciones. Otras son anticuerpos que se producen en el laboratorio y se
inyectan o se absorben por la piel en un mecanismo de “inmunización pasiva”,
pues el sistema inmunológico permanece pasivo mientras que los anticuerpos
recién introducidos combaten por su cuenta al patógeno.
El proceso de producción de planticuerpos es bastante simple.
Primero, los investigadores eligen un anticuerpo humano capaz de combatir un
patógeno específico (en el caso del planticuerpo anticonceptivo, en la década
de 1980 investigadores japoneses descubrieron dicho anticuerpo en mujeres
estériles, el cual resultó ser un recubrimiento del espermatozoide). A seguir,
los investigadores identifican el gen del anticuerpo, lo sintetizan e
introducen en un virus vegetal, el cual debe ser capaz de diseminarse en una
planta de ocho a 10 semanas de edad sin matarla demasiado pronto. Y al parecer,
los investigadores han encontrado su candidato ideal: el virus del mosaico del
tabaco, bien conocido tras años de investigación de la industria tabacalera,
debido a que infecta la planta y acaba con ella en dos semanas.
Sin embargo, antes que eso suceda y conforme la planta se
desarrolla, el virus prolifera haciendo que el anticuerpo se multiplique con
él. Cuando el tabaco alcanza cierto nivel de madurez, cosechan la planta y
destilan el anticuerpo. “Obtenemos una hoja repleta de anticuerpos
monoclonales; la machacamos y utilizamos procesos farmacéuticos normales para
purificarla”, explica Charles Arntzen, biólogo vegetal de la Universidad
Estatal de Arizona quien, a principios de los años 2000, colaboró con Zeitlin
en el trabajo con planticuerpos.
Mapp Biopharmaceuticals es parte de un puñado de empresas que
experimentan con planticuerpos y sus múltiples aplicaciones. Además de su labor
en anticoncepción vaginal y ébola, su objetivo es combatir la inflamación y
ciertas formas de cáncer. Whaley calcula que otras compañías han lanzado al
mercado unos 30 productos basados en anticuerpos y que, por lo menos, otros 100
están en proceso de investigación. “Lo que nos gusta de los anticuerpos es que
son increíblemente específicos”, revela, pues pueden ligarse a elementos tan
específicos como la región particular de una molécula específica de un virus
determinado. Los anticuerpos solo atacan sus objetivos, así que son
completamente distintos de los antibióticos, que acaban con bacterias benéficas
junto con las que causan la enfermedad; y además, son fáciles de crear, pues
para producir más planticuerpos basta infectar y cultivar más plantas de
tabaco.
“Desde la perspectiva de biodefensa, quizás no haga falta usar
el producto [todo el tiempo], pero cuando sea necesario, tal vez haya que usar
grandes cantidades”, comenta Michael Kurilla, director del programa de
investigación en biodefensa de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus
siglas en inglés). Y eso es crítico para responder a un mundo donde los viajes
aéreos globales diseminan enfermedades infecciosas cada vez más rápido y más
lejos, y donde el cambio climático podría complicar futuras epidemias. Los
gobiernos deben estar preparados para combatir nuevas cepas en un santiamén y
es allí donde podrían intervenir los planticuerpos.
“Si se trata de proteger, inmediatamente, a una gran cantidad
de personas, hay que producir planticuerpos que actúan de inmediato”, insiste
Cone. La industria de la inmunología está eminentemente dedicada a la producción
de vacunas, pero estas tardan semanas en actuar y en una crisis epidémica, la
población no tiene tiempo que perder. Con anticuerpos, la protección es
virtualmente instantánea.
Sin embargo, los planticuerpos tienen una gran desventaja
frente a las vacunas: los anticuerpos inoculados se eliminan con relativa
rapidez –en cuestión de horas o días- y el cuerpo no aprende a producirlos por
su cuenta. En cambio, las vacunas enseñan al organismo a crear anticuerpos, de
modo que un par de dosis protege al individuo durante años. Así que, si se
utiliza un planticuerpo para prevenir una enfermedad, el paciente tendrá que
recibir nuevas dosis de manera indefinida.
No obstante, aun cuando el paciente sea inoculado, la
protección resulta inútil si el patógeno muta. Por ello, en casos como VIH, la
mutación vuelve increíblemente difícil el diseño de una vacuna confiable. “En
realidad, no usaríamos [planticuerpos] si pudiéramos producir una vacuna”,
reconoce Cone. “ Han demorado mucho en crear una vacuna, bastante mala, contra
VIH debido a que el virus evoluciona rápidamente dentro del paciente. Ante esa
situación, cualquiera se pregunta: ‘¿Cómo hacer una vacuna?’. En cambio, es
posible producir anticuerpos monoclonales”.
La resistencia farmacológica es otra consideración y en esta
era de abuso antibiótico, empiezan a desarrollarse cepas de gérmenes virulentos
resistentes a medicamentos. Una posible respuesta son los planticuerpos
diseñados para aniquilar cepas específicas de súper bacterias resistentes.
“Estamos contemplando muchas aplicaciones de anticuerpos monoclonales en
enfermedades infecciosas, tanto para tratar de resolver el problema de la
resistencia medicamentosa como en casos donde los fármacos, por sí solos, no
son suficientes”, informa Kurilla.
El laboratorio de Whaley se esfuerza en producir más ZMapp para
responder a la epidemia actual de ébola en África Occidental y el investigador
dice que, si todo marcha bien, la próxima remesa de su producto estará lista
para la etapa de pruebas clínicas en enero. Según Whaley, ZMapp será un
parámetro “de la máxima escala y el menor costo que podremos lograr” para
futuros productos, como el planticuerpo anticonceptivo. El objetivo es
ofrecerlo a un precio tan accesible como el de los condones. “Calculamos que harán
falta 20 a 25 hectáreas [de tabaco] para producir suficientes [anticonceptivos]
para todas las mujeres del planeta”, dice Cone.
Estrellitas verdes
Mientras el resto de Boston disfrutaba de un soleado día de
octubre, Marathe vestía una negra chaqueta de lana para calentarse en el gélido
sótano donde contaba cuántas células del plasma seminal se habían abierto paso
hasta el preparado histológico de cérvix.
Los eritrocitos seminales –células blancas de la sangre,
conocidas transmisoras del VIH- estaban teñidos de verde fluorescente. Marathe
me ofreció el objetivo del microscopio para observar el corte de tejido que
había tratado con planticuerpo. Mi campo visual fue invadido completamente por
minúsculos puntos luminosos verdes sobre fondo oscuro, cual estrellas en el
domo de un planetario. La capa superior del tejido estaba repleta de ellos. En
un monitor contiguo, Marathe consultó un gráfico tridimensional compuesto de
varias imágenes del campo estrellado. “¡Estupendo!”, exclama. “Tengo que tomar
más imágenes, pero esto es muy bueno”.
En una muestra anterior no tratada, Marathe contó 77 células
verdes que cruzaron la escamosa capa de células muertas; sin embargo, en la
muestra cubierta con el planticuerpo antiesperma, todas las células
permanecieron en la superficie: ni un solo eritrocito –que, de haber estado en
la sangre de hombre con VIH, pudo haber transportado al virus del SIDA- había
llegado a la “vagina” de prueba.
La prueba de Marathe es un buen presagio para el futuro del
producto, que NIH considera un posible hito en la Tecnología de Prevención
Multipropósitos o “TPM”, término para describir soluciones que conjuntan la
prevención de infecciones de transmisión sexual con la anticoncepción. En estos
momentos, los únicos productos en el mercado son los condones, pero eso podría
cambiar muy pronto.
Bethany Young Holt, directora ejecutiva de CAMI Health,
organización investigadora que trata de obtener más fondos para desarrollo TPM
señala que el estigma que pesa sobre la prevención VIH no es igual de marcado
en el tema de la anticoncepción, de modo que las mujeres que aún no ejercen
control sobre los condones de sus parejas muy pronto podrán recurrir a TPM como
anticoncepción estándar y al mismo tiempo, protegerse de enfermedades.
Marathe también vaticina que habrá poco o ningún efecto
colateral sistémico con el uso de planticuerpos anticonceptivos, importante
ventaja respecto de las pastillas anticonceptivas cuyos efectos secundarios
incluyen alteraciones de peso o estado de ánimo. Aunque los investigadores aún
tratan de determinar la duración de los efectos de cada laminilla soluble, se
especula que el tiempo de acción podría prolongarse entre seis horas y todo un
día. Si todo marcha como se espera, el alcance de la protección –desde
anticoncepción hasta herpes y VIH- no tendrá precedentes.
Marathe evita exagerar los resultados de la investigación, pero
su optimismo se hace presente momentáneamente. “El proyecto puede descartarse
en cualquier momento. Pero si esto resulta, no habrá algo comparable”, asegura.