Llamémosle un milagro, o simplemente un
ejercicio de ingeniosa negociación, pero al actuar como intermediario en las
históricas conversaciones entre Estados Unidos y Cuba, que dieron por terminado
un embargo de cinco décadas, el Papa Francisco pudo lograr algo que había
eludido durante largo tiempo a muchos de los mejores diplomáticos del mundo:
resolver un punto muerto aparentemente insoluble entre dos acérrimos rivales de
la Guerra Fría.
Sin embargo, la audacia diplomática del
Papa ante Washington y La Habana puede ser sólo el principio de una diplomacia
más sutil y enérgica por parte del pontífice en América Latina, Asia y quizás
incluso el Medio Oriente. De hecho, las negociaciones de Cuba fueron tan
exitosas que uno de los participantes, el cardenal Pietro Parolin, Secretario
de Estado del Vaticano a cargo de las relaciones internacionales de la Santa
Sede, afirmó que fueron un “modelo” para futuras conversaciones.
“Lo que se unió aquí fue la flor y
nata de uno de los cuerpos diplomáticos más antiguos y más refinados del mundo,
y alguien completamente externo a eso”, señaló otro funcionario del
Vaticano, que, al igual que otras personas de la Santa Sede, habló desde el
anonimato porque no estaba autorizado a hacer declaraciones a los medios de
comunicación sobre este tema. “Y trabajaron brillantemente juntos.”
El acuerdo no se produjo de la nada. A
pesar de todas sus dificultades con el líder cubano Fidel Castro, el Vaticano
nunca rompió las relaciones diplomáticas con La Habana después de la revolución
comunista de 1959. De hecho, en la primera mitad de la década de 1980, los dos principales
clérigos católicos de Estados Unidos, el cardenal de Nueva York John O’Connor y
el de Boston Bernard Law, comenzaron a visitar la isla y a reunirse
periódicamente con Castro. Ambos presentaron un informe a Washington y
comenzaron a presionar a la Casa Blanca para relajar el embargo en las áreas
del comercio, los viajes y las finanzas.
Durante las siguientes tres décadas, con
resultados mixtos, otros prelados católicos de alto rango siguieron insistiendo
en mejorar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. En 1998, organizaron la
visita del Papa Juan Pablo II a La Habana, la primera realizada por un
pontífice reinante. Esperaban que ello creara las condiciones para un deshielo
de gran magnitud. Desafortunadamente, poco después de que el pontífice aterrizó
en Cuba, estalló el escándalo sexual de Monica Lewinsky, eclipsando esa
histórica reunión entre ambos líderes. Actualmente, el Vaticano le resta
importancia a lo que algunas personas consideran sus grandilocuentes ambiciones
para aquella reunión.
“Sí, el asunto de Lewinsky borró toda
la estrategia del mapa”, afirma una persona enterada de los asuntos del
Vaticano. “Pero no creo que, en ese momento, las cosas estuvieran cerca de
llegar a buen término. La idea de que todo pudo haberse arreglado con la visita
del Papa Juan Pablo es una exageración.”
La visita resultó ser parte del largo juego
del Vaticano y ayudó a preparar el terreno para el reciente avance diplomático.
Aunque los intentos anteriores de Barack Obama para lograr una distensión con
Cuba fracasaron durante su primer período, después de su reelección en 2012 el
presidente dijo que quería que el mejoramiento en las relaciones con La Habana
fuera parte de su legado. Cuando el Vaticano se enteró de las intenciones de
Obama, los emisarios diplomáticos de la Iglesia empezaron a trabajar entre
bastidores. Cuando Obama estrechó la mano del líder cubano Raúl Castro en la
ceremonia en honor de Nelson Mandela frente a una alborozada multitud en
Johannesburgo en 2013, el pontífice y su equipo ya trabajaban arduamente,
buscando formas de fomentar un acuerdo.
Meses después, en marzo, Obama visitó el
Vaticano, y el Papa hizo su jugada. Ambos pasaron juntos gran parte de su
tiempo hablando sobre las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y de Alan Gross,
un miembro del personal de ayuda estadounidense enfermo y encarcelado en la
isla. “Gross había estado en nuestro mapa durante mucho tiempo”, dijo
un funcionario del Vaticano. “El Papa Benedicto había realizado una
petición a Castro en Cuba [en 2012] para que lo liberara.” Apoyado por su
conversación, el Papa le pidió al cardenal Jaime Ortega, el católico de más
alto rango en La Habana, que fuera a Roma para empezar a actuar como
intermediario en las negociaciones con el estado comunista.
Las conversaciones se desarrollaron
adecuadamente, al tiempo que los diplomáticos de ambos lados entraban y salían
de Canadá, donde tuvo lugar la mayoría de las reuniones secretas. Pero
tropezaron con una dificultad a principios de este año en relación con una propuesta
de intercambiar a tres espías cubanos encarcelados en Estados Unidos por un
agente preso en Cuba, junto con la liberación de Gross por motivos
humanitarios. Francisco instó a Obama y Castro a llegar a un acuerdo. La
enfermedad de Gross se había agravado mientras estaba tras las rejas, y John
Kerry, el Secretario de Estado de Estados Unidos, advirtió a los cubanos que si
Gross moría, también lo harían las negociaciones. El plan funcionó, y ambas
partes llegaron a un acuerdo. “Todas las estrellas se alinearon”,
señaló un miembro del Vaticano. “Obama no estaba postulándose para
presidente otra vez. Alan Gross estaba muy enfermo. Y además se tenía la
increíble autoridad moral del Papa.”
El histórico acuerdo podría ayudar a
aliviar la irritable relación entre Estados Unidos y Venezuela o incluso ayudar
al gobierno colombiano a dar pasos hacia el logro de la paz en Colombia con los
rebeldes de las FARC. Pero la autoridad moral del Papa Francisco no producirá
milagros, señalan los diplomáticos del Vaticano. Algunos observadores han
esperado que el Papa pudiera intervenir con el Talibán en Afganistán o con ISIS
en Siria e Irak, pero eso es improbable. “El Papa Francisco está listo
para poner en riesgo su prestigio con quien sea, en los casos en los que él
piense que existe una posibilidad real de éxito”, dijo un embajador ante
la Santa Sede. “Ha instruido a los diplomáticos papales para que asuman
riesgos. No debemos subestimarlo. Pero tampoco debemos ser ingenuos. Él
comprende también las limitaciones del poder político.”
Este pragmatismo es lo que impulsará los
futuros esfuerzos diplomáticos de la Santa Sede. Es posible que la diplomacia
requiera gestos imponentes, pero como dijo Francisco después de actuar como
intermediario en el acuerdo con Cuba, también necesita piccoli passi, es decir,
pequeños pasos. Mover lentamente la aguja hacia adelante es lo que el Papa
hacía a principios de este año cuando invitó a los presidentes de Israel y
Palestina a una cumbre de oración en el Vaticano después de su visita a Tierra
Santa.
Actualmente, el Papa y el cardenal Parolin
usan una estrategia similar en China. Los 12 millones de católicos del país
están divididos entre iglesias subterráneas leales a Roma y una iglesia
auspiciada por el gobierno con obispos nombrados por el Partido Comunista
chino. Ambos lados han logrado avances, y a eso se debe que el Papa haya
declinado recientemente reunirse con el Dalai Lama, a quien Beijing ve como un
enemigo tibetano separatista. “El Papa no se arriesgará donde no hay
ningún fruto”, declaró un funcionario del Vaticano. “Tiene que ver un
posible resultado. Conoce la política real.”
A pesar de su reputación de inconformista,
el Papa también sabe que tiene que escuchar consejos. El año pasado, estaba
listo para ir al Kurdistan iraquí para apoyar a los cristianos perseguidos por
fanáticos islamistas. Esperaba que su visita pudiera ayudar a detener la
violencia, pero cuando sus funcionarios de seguridad le dijeron que era
demasiado peligroso, se opuso. Como lo demostró el acuerdo con Cuba, debemos
esperar lo inesperado del Papa Francisco, pero quizás no lo imposible.