El embajador de Libia ante Naciones Unidas, Ibrahim Dabbashi, se halla en medio de un lío diplomático, y no es la primera vez.
Dabbashi cobró cierta cantidad de fama a principios de 2011 cuando, como embajador adjunto, se puso públicamente en contra de Muammar al-Gadafi e instó a los líderes mundiales a intervenir en su país. Con el apoyo tácito de los países occidentales, que fueron inspirados por una revuelta popular libia, Dabbashi convocó a una sesión del Consejo de Seguridad de la ONU en la que denunció apasionadamente la situación local: dijo que Gadafi, desde hacía mucho el tirano gobernante de Libia, debía ser enjuiciado, y pidió una acción militar para derrocarlo.
La iniciativa de Dabbashi movilizó a las grandes potencias, allanando el camino para una intervención militar de la OTAN, que llevó al derrocamiento de Gadafi; una proeza casi inimaginable pocos meses antes. Libia se convirtió en una fuente de esperanza. La Primavera Árabe estaba floreciendo.
Ya no más. Hay dos facciones que reclaman ser el gobierno legítimo de Libia, y solo una de ellas reconoce a Dabbashi como su embajador. El relajo libio es emblema de la esperanza convertida en desesperanza de la reciente agitación panárabe. Pero aún: Libia está repleta de armas, y su desintegración podría prender de nuevo a la región.
Este mes, las principales facciones en disputa, cada una con su propia milicia armada y partidarios extranjeros, están dando los primeros pasos pequeños hacia la reconciliación nacional, pero muchos factores conspiran en contra del éxito. Una de las facciones, escogida en junio en una elección parlamentaria, está compuesta principalmente por políticos con mentalidad cívica y nacionalista. La otra, un grupo islamista conocido como Amanecer Libio, es evitada por el resto del mundo.
Amanecer Libio ha asumido el control de la mayoría de la capital, Trípoli, por la fuerza. En agosto, regresó a los legisladores islamistas que habían controlado la cámara de diputados antes de la elección al edificio parlamentario, formando un gobierno encabezado por Omar al-Hasi. Los miembros electos del parlamento huyeron hacia el este, a Tobruk. Un gobierno reconocido internacionalmente encabezado por el primer ministro Abdullah al-Thinni se reubicó en Bayda.
Salvo que sea contenida, la lucha interna en Libia podría empujar el vasto país petrolero a los brazos del siempre oportunista Estado Islámico, o EI, el cual según funcionarios estadounidenses ya está estableciendo un campamento allí.
Las armas de los vastos alijos militares de Libia son contrabandeadas fuera del país con ganancias enormes. Se está convirtiendo rápidamente en lo que muchos llaman el depósito de armas de Oriente Medio.
A principios de diciembre, en Bruselas, la OTAN expresó su “preocupación seria por el deterioro de la situación en Libia”. Le pidió a Bernardino Leon, el representante especial del secretario general de la ONU en el país, que trate de ayudar a que los libios resuelvan el impasse político. La OTAN también dejó en claro que si él fracasa, entonces consideraría “medidas especiales [no especificadas] para proteger la unidad, estabilidad y prosperidad de Libia, y contrarrestar el incremento de las amenazas terroristas en Libia y la región”.
Pero como dijo Leon en una entrevista telefónica desde Túnez: “Hay pocas probabilidades de éxito, y hay mucho operando en contra de una solución”. Él señaló que las facciones, que representan a 80 por ciento de los ciudadanos del país, tenían programado reunirse este mes para negociar, buscando un “mapa de ruta” político para resolver sus diferencias. Líderes tribales y miembros de ambos parlamentos están invitados, pero no así el gobierno no reconocido de Amanecer Libio.
Ninguna de las facciones principales puede reunir el apoyo suficiente para controlar el país, dijo Leon. Aun cuando es tribal y está dividida en facciones, Libia es más homogénea que países como Irak y Siria, donde las divisiones religiosas y étnicas dificultan la unidad nacional. Entonces, en definitiva, “es un comienzo”, dijo Leon; luego añadió: “¿Optimista? No puedo decir que lo esté”.
En cuanto se fue la OTAN se desinfló el lento proceso de establecer instituciones democráticas para remplazar las décadas del show de un solo hombre de Gadafi. En octubre, para gran disgusto del puñado de actores internacionales que quedaron en Libia, la suprema corte del país invalidó la elección parlamentaria de junio.
Y Dabbashi, el hombre que en 2011 ayudó a convencer incluso a la administración con aversión a la guerra del presidente Barack Obama de unirse en una operación militar en contra de Gadafi, ahora ha sido declarado ilegítimo por el gobierno de al-Hasi en Trípoli. El mes pasado, Dabbashi dijo al Consejo de Seguridad de la ONU que los islamistas están “cobijándose bajo el manto de la religión, están pagándoles a jóvenes para que mueran en la lucha contra sus hermanos, y la destrucción de su propiedad y la propiedad del Estado”. Pero desde entonces, aun cuando no ha llegado a las oficinas centrales de la ONU una objeción oficial a sus credenciales diplomáticas, él ha adoptado un perfil bajo. Dabbashi rechazó numerosas solicitudes de entrevistas.
Otros diplomáticos libios en las capitales del mundo sufren de una incertidumbre similar. “Tarde o temprano empezaremos a ver problemas similares”, con implicaciones todavía mayores para Libia, dijo Leon. Por ejemplo, si una compañía estadounidense de telecomunicaciones quiere firmar un contrato para operar en el país, ¿cuál de los dos gobiernos lo firmará? (Tampoco ayuda que dos gobernadores del banco central ahora compiten por ser reconocidos.) “Va a ser un desastre”, dijo Leon. “La mayoría de las compañías dirán: ‘simplemente no vamos a lidiar con ustedes’.”
Miembros de la OPEP, quienes se reunieron en Viena a finales de noviembre, fueron obligados a tomar esa decisión: los gobiernos libios en competencia trataron de enviar representantes a la reunión. La OPEP decidió invitar solo al enviado de Bayda, creando un distanciamiento con el gobierno de Trípoli.
Tales escaramuzas van más allá de batallas territoriales por la representación diplomática o comercial. El aeropuerto de Trípoli frecuentemente es atacado, incluso con fuerza aérea, la cual ahora está disponible para ambos gobiernos. A principios de noviembre, gatilleros atacaron el campo petrolífero de El Sharara, llevando a una reducción en la producción petrolera de Libia, la cual en ese momento era de 800 000 barriles por día, a 600 000. Cualquier disminución en la producción de petróleo merma las arcas del país.
Los vecinos de Libia se alarman cada vez más. “Todos estamos conscientes de lo grave de la situación”, dijo Mahamat Zene, embajador de Chad ante la ONU, que asumió la presidencia rotatoria del Consejo de Seguridad en diciembre. El consejo publicó una declaración no vinculante de su preocupación por Libia recientemente, pero como Zene dijo a Newsweek: “Entiendo su pesimismo cuando dicen [que no fue más que] otra declaración de prensa”.
Mientras tanto, en Washington, el jefe del Comando de África del Ejército de EE.UU., general David Rodriguez, dijo a los reporteros el 4 de diciembre que el Estado Islámico “ha comenzado sus acciones en el este [de Libia] para introducir parte de su gente allí”. Aun cuando la presencia de EI todavía es “pequeña y muy naciente”, contando alrededor de 200 combatientes, dijo Rodriguez, “tendremos que seguir monitoreando y observando eso con detenimiento para ver qué sucede o si crece sin cesar”.
Otra amenaza es el contrabando de armas. Este negocio lucrativo no solo aviva las guerras en el norte de África y el resto del Oriente Medio árabe, sino que también complica las esperanzas de una reconciliación nacional en Libia. Como lo reconoce Leon, tribus pequeñas con sus milicias están más interesadas en aumentar sus ganancias del contrabando de armas que en el proceso político.
La ONU calcula que más de 20 millones de armas han sido exportadas ilícitamente desde el derrocamiento de Gadafi, según Leon. Estas armas van desde rifles hasta misiles, así como pequeñas cantidades de agentes químicos y torta amarilla (una forma concentrada de uranio en bruto) de la que no se tenía registro, los cuales permanecieron incluso después de que Gadafi abolió el ilícito programa de armas nucleares y químicas de Libia.
Asegurar un mayor control sobre las armas sueltas, así como reforzar el monitoreo de los puertos marítimos y aeropuertos, será una prioridad en la agenda de las conversaciones entre las facciones, dijo Leon. Al contrario de algunos críticos, él sigue convencido de que la acción de la OTAN contra Gadafi era necesaria. “Nunca pensé que hubiera una alternativa a la intervención”, dijo Leon. “[Pero] la comunidad internacional se fue demasiado pronto.” A los extranjeros ahora les será difícil intervenir de nuevo. “Tenemos un país enorme, uno de los más grandes de África; la población está dispersa, con muchos lugares dónde esconderse”, dijo él. “Si le pregunta a cualquier experto militar si se puede controlar rápidamente el país, bueno, sí, se puede. Pero ¿luego qué?, ¿Se quedará? ¿Se irá?”
Lo cual deja a la diplomacia, porque, como lo demuestra el caso de Dabbashi, “no podemos tener una situación en la que algún diplomático será aprobado por un bando pero no por el otro”, dijo Leon.