Desde Osama bin Laden hasta los altos mandos de Hamas, el asesinato de un objetivo como arma de guerra está al alza.
Desde las muertes de Abraham Lincoln y John F. Kennedy, el término asesinato ha significado una sola cosa: cambiar de régimen mediante el homicidio. Pero en la última docena de años, el matar a objetivos terroristas —o asesinar— se ha convertido en una herramienta legítima del arsenal occidental.
Israel fue el primer país en incorporar el asesinato de objetivos en sus libros de leyes, seguido por EE UU, que desde los ataques del 11 de septiembre de 2001 ha perfeccionado el uso de sofisticadas naves sin tripular para atacar a los líderes terroristas en Pakistán y Afganistán.
Pero muchas organizaciones internacionales y de derechos humanos todavía fruncen el ceño con esta práctica. “Como una cuestión de principios, Naciones Unidas se opone a las ejecuciones extrajudiciales”, me dijo Stéphane Dujarric, portavoz de la ONU.
Y ciertamente, cuando un ataque aéreo israelí el 21 de agosto mató a algunos de los más altos líderes militares de Hamas en Gaza, fue difícil el evitar recordar esa famosa escena de El padrino, en la que Michael Corleone secamente resumió una masacre de la mafia: “Barzini está muerto. Igual que Phillip Tataglia. Moe Greene. Stracci. Cuneo. Hoy resolví todos los asuntos familiares.
Pero aun cuando incluso en la guerra de la vida real hay un elemento de ajustar cuentas, esto no es la meta principal de las incursiones de asesinato como la que le hizo tantísimo daño a Hamas en Gaza. De hecho, en la jerga israelí el concepto es conocido como sikul memukad, u “objetivo preventivo”, en vez del término más popular en lengua inglesa de targeted killing, o “asesinato de objetivo”.
“Esto no se trata de venganza”, dice Yossi Melman, uno de los principales expertos israelíes en contraterrorismo y espionaje. “Sí, la venganza quizá tenga algo que ver, pero la meta principal es trastornar ataques futuros”.
El 19 de agosto, la Fuerza Aérea israelí dejó caer varias cargas pesadas sobre una casa de la ciudad de Gaza donde se creía que estaba Mohammed Deif, el comandante en jefe de las Brigadas Izz ad-Din al-Qassam, el ejército de Hamas, en ese momento. Funcionarios de Hamas anunciaron que la esposa de Deif y dos de sus hijos murieron en el ataque, junto con otro hombre no identificado. Pero al momento de redactar, no está claro si la incursión aérea mató a Deif.
“Nadie es inmune”, dijo crípticamente el Primer Ministro Benjamín Netanyahu conforme aumentaron las especulaciones. “Los comandantes terroristas son objetivos legítimos”. Dos días después, la Fuerza Aérea israelí destruyó otra casa, en Rafah. Tres altos comandantes de las Brigadas al-Qassam murieron.
Mohammed Abu Shamalah era el comandante en jefe del sur, Raed Attar encabezó las acciones de Hamas para construir la serie compleja de túneles para contrabando y ataques, y Mohammed Barhoum fue uno de los fundadores de las Brigadas. Su experiencia incluía contrabando de armas y de dinero ilícito en la Franja.
La muerte de tres comandantes tan importantes fue un golpe considerable, y Hamas parecía a punto de entrar en pánico, ejecutando públicamente a 18 sospechosos de colaboracionismo en las calles de la ciudad de Gaza. Algunos funcionarios israelíes expresaron su esperanza en que los ataques obligarían a Hamas a acceder finalmente a los términos del cese al fuego que pondrían fin a la guerra.
Pero ¿tales asesinatos son legítimos? El enfoque legal, ético y operacional de Israel de matar a líderes terroristas al principio fue criticado rotundamente por todo el mundo. Pero después del 11 de septiembre, fue adoptado por EE UU y otros como una de las herramientas más apreciadas en la guerra global contra el terrorismo.
Ciertamente será empleado como un arma clave en la guerra naciente que Washington les ha declarado a los militantes de Estado Islámico (EI) después de la grotesca ejecución videograbada del periodista estadounidense James Foley efectuada por un partidario sin identificar de EI el 19 de agosto.
El hombre de acento londinense que se cree es el asesino ahora está siendo cazado de manera exhaustiva y mundial por varias comunidades de inteligencia. Cuando se lo encuentre, según han dejado en claro autoridades de EE UU, no será necesario leerle sus derechos. Más adelante, EE UU podría tratar de localizar y matar a más combatientes de EI. “Haremos responsable a la gente, de una manera u otros”, juró el fiscal general Eric Holder.
Otrora considerado un pacifista por su oposición a la Guerra de Irak, el Presidente Barack Obama ha resultado ser un asesino de sangre fría, convirtiendo el asesinato mediante naves no tripuladas de los líderes de Al Qaeda en una de sus principales herramientas contra el terrorismo. Y el asesinato frío de Osama bin Laden efectuado por soldados estadounidenses de operaciones especiales en mayo de 2011 es considerado ampliamente como el momento cumbre de su carrera como comandante en jefe.
No siempre fue así. El Presidente Gerald Ford firmó un decreto en el que se prohibían los asesinatos en tierras extranjeras, y en el pasado los asesinatos israelíes eran denostados ampliamente por todo el mundo, incluido Estados Unidos.
“Hasta hace 20 años, el mundo consideraba al terrorismo como sujeto al imperio de la ley”, dice Daniel Reisner, un ex coronel del ejército que encabezó el departamento de leyes internacionales de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) entre 1995 y 2004. “Estábamos solos hace 14 años cuando inventamos el concepto” de codificar y legalizar el asesinato de líderes terroristas, dice él. “Ahora ya no estamos solos”.
Por supuesto, los agentes especiales israelíes del Mossad y las unidades de élite de las FDI han asesinado a altos enemigos desde mucho antes. El caso más famoso fue cuando la Primera Ministra Golda Meir lanzó la Operación Ira de Dios, una campaña de asesinatos planeada para eliminar a todos los miembros de la unidad palestina Septiembre Negro que perpetró la masacre de atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972.
Pero como lo hace notar Reisner, todas estas fueron operaciones clandestinas que nunca se reconocieron oficialmente. Todo cambió en 2000, durante la segunda intifada, una campaña de terrorismo marcada por bombas plantadas en autobuses en ciudades israelíes y bombas suicidas colocadas en restaurantes. Se pensó que Salah Shehade, el jefe de las Brigadas al-Qassam por entonces y quien vivía en Gaza, fue el cerebro de esa campaña.
En julio de 2002, la fuerza aérea israelí dejó caer una bomba de una tonelada sobre una casa de la ciudad de Gaza donde se escondía Shehade. Él murió junto con otras 14 personas, incluyendo su esposa, su hija y algunos de sus vecinos.
La acción se convirtió en el tema de un debate enorme en Israel y fue estudiado por varias comisiones nombradas por el estado que incluían a especialistas en ética, agentes militares retirados y expertos legales. Muchas de las pautas que el ejército ha empleado desde entonces provienen de esas deliberaciones. En 2006, la Corte Suprema de Israel dio un veredicto que incorporaba estas conclusiones en la ley.
“Esa decisión de la Suprema Corte fue un caso histórico”, dice Reisner. Después del 11 de septiembre, dijo él, EE UU también dejó de ver la guerra contra el terrorismo como un problema sujeto al imperio de la ley y optó por incorporar tácticas como el asesinato de objetivos a su arsenal.
“Por supuesto, Estados Unidos enfrenta otros problemas legales, como la legalidad de matar ciudadanos estadounidenses que se hayan unido a organizaciones terroristas, los cuales nosotros no tenemos”, dijo Reisner. Pero en líneas generales, la práctica es percibida cada vez más —aunque a veces a regañadientes— como legítima, incluso por organizaciones internacionales como la Cruz Roja.
Pero ¿funciona? “Los asesinatos son pirotecnia”, dice Yossi Melman, coautor del libro Spies Against Armageddon. “El bando israelí no se hace ilusiones de que es una cura para todo. A lo más, perturba al enemigo temporalmente. Pero esa es la naturaleza de la guerra contra el terrorismo: toda victoria es temporal”.
En algunos casos, los asesinatos pueden resultar contraproducentes. En 2009, agentes israelíes del Mossad en Ammán, Jordania, inyectaron a un líder de Hamas de grado medio, Khaled Mashaal, con una sustancia tóxica y de acción retardada que lo mataría. Pero los agentes fueron capturados, y el Rey Hussein obligó a Jerusalén a enviar un antídoto del veneno como condición para liberarlos. La supervivencia de Mashaal se convirtió en leyenda e impulsó su ascenso a la cima de la organización que ahora dirige.
Pero los asesinatos también pueden ser espectacularmente exitosos. El asesinato en 2008 del muy buscado cerebro terrorista de Hezbolá, Imad Moughniyeh, complicó las capacidades de la organización por un tiempo.
Y Reisner hace notar que conforme los ejércitos occidentales cobren cada vez más consciencia de la cantidad de bajas que sufren, asesinar a los principales líderes terroristas desde el aire es una alternativa diferente a desplegar miles de soldados en el lugar para cazarlos.
El asesinato no debería ser la única herramienta, pero es seguro que los “asesinatos de objetivos” se seguirán usando como un componente central de la guerra contra el terrorismo en muchos años por venir.
@bennyavni