El acceso a la educación es fundamental para combatir la enorme brecha de desigualdad que padece América Latina.
La construcción de un gobierno se puede visualizar como el de una vivienda, con la analogía siguiente: el piso lo constituye la educación, es el cimiento para el desarrollo deseado; los muros a desplantar se reflejan en la justicia y el estado de derecho, en el fomento de la cultura de la legalidad y el combate a la corrupción; respecto al techo, este va en dos sentidos, la inversión y la generación de empleos.
Es un boceto claro y útil sobre la visión que deben perseguir las políticas públicas. Si bien el planteamiento resulta fundamentado, aunque utópico, por la imposibilidad de los países para diseñar con tiempo y precisión ante la urgencia de los problemas preexistentes, sí alcanza para utilizarse como referencia en algunas reflexiones.
De inicio, su escribidor sugiere las siguientes: ¿qué sucede cuando las naciones instalan los cimientos sin que a la par se vayan prefabricando los muros y la techumbre? En su caso, ¿se puede afirmar que el Estado queda listo para desplantar el resto de la finca? Lo cavilo porque existen gobiernos que centran su programa en abatir el rezago educativo, en abrir espacios escolares para todos.
Brasil es punto de referencia. Hoy, una buena parte de su problemática social se origina en el desempleo, en el de los profesionistas que no encuentran oportunidades profesionales. La gestión del presidente Lula se caracterizó por abrir la cobertura educativa de par en par, porque los jóvenes tuvieran acceso a la educación superior. Y claro, la oferta de universidades no fue problema.
Y retomo el punto: ¿se crearon paralelamente los muros y la techumbre necesarios? La efervescencia social nos dice que no.
A diferencia de las viviendas, en una sociedad no se puede ir por etapas, es imperativo que se avance simultáneamente, de manera conjunta y coordinada. Para ello son los programas de gobierno, para no dejarle etapas sucesivas a las próximas generaciones.
Y bueno, claro que el acceso a la educación es fundamental para elevar la productividad, para maximizar la calidad de vida de la población y para combatir la enorme brecha de desigualdad que padece América Latina.
Empero, es una política que debe implementarse con una pauta muy estricta, pues si bien resuelve por algunos años el acceso a oportunidades educativas, también incuba otro brete social de alto impacto: la falta de espacios laborales dignos para los ciudadanos que acudieron a la universidad.
Cierto es que toda sociedad requiere de personas para trabajos de naturaleza obrera, técnica y artesanal, pero no es nada recomendable que dichos espacios sean ocupados por ciudadanos profesionistas. A ningún país conviene que sus taxistas y cocineras posean un título universitario, es algo poco congruente para cualquier nación, un cultivo de frustración social.
La educación no puede perder el enfoque sistémico. Es valioso que se utilice como eje de una planeación estratégica gubernamental, pero nunca como engrane aislado y sin articulación con el resto de los temas. Los mercados laborales se crean con políticas integrales, con acciones que incentiven los detonadores económicos. Es tema delicado, pues una nación de profesionistas sin empleo, para nada se soluciona fácilmente.
Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado le corresponde a usted.
Óscar Armando Herrera Ponce es académico y profesional de las finanzas. Escribe en diversos medios en México y América Latina. Destaca como analista y docente en posgrado. @oscar_ahp