La tecnología y la nube están acabando con la oficina convencional. ¡Hurra!
Dos de los lugares de trabajo con más onda, operan desde antioficinas.
En la sede de Airbnb en San Francisco, cada sala de reunión está decorada para semejar, con increíble detalle, una de las propiedades que la compañía renta en alguna parte del mundo; y una sala de conferencias reproduce el “Cuarto de Guerra” del Dr. Strangelove. Las oficinas de Quirky –compañía para productos innovadores- ocupan una antigua bodega en la ciudad de Nueva York que parece una mezcla de centro nocturno y enorme jardín de niños, e incluye una mesa para conferencias hecha con abanicos industriales y un mapa gigante que muestra a dónde irán a vacacionar los empleados (todos pueden tomar cuantas vacaciones quieran. ¡Bravo!). El letrero de la entrada anuncia: “Entregas y humanos: 7º piso. Ejecutivos: ¡Largo!”.
La tecnología ha ocasionado una crisis de identidad a las oficinas. Incluso el vocablo “oficina” sugiere algo que hacían nuestros padres. “El trabajo experimenta una transformación que no se ha visto en 100 años”, afirma Adam Pisoni, cofundador de Yammer, hoy parte de Microsoft. “La tensión entre lo viejo y lo nuevo es perceptible”.
O como concluyó el reciente proyecto de investigación de Herman Miller: “Las normas convencionales del lugar de trabajo están cediendo ante el cambio y la incertidumbre”.
Hace 20, la oficina era el único lugar para hacer trabajo de verdad y la razón para ir a la oficina era acceder a la información y a la tecnología, amén de otros empleados. Por eso que muchos centros de trabajo eran una porquería, con minúsculos cubículos y luces fluorescentes. Como un millonario solterón, las oficinas no necesitaban lucir bien para atraer talentos.
Pero la computación en la nube está cavando la tumba de la oficina convencional. Toda la información y el software que antes se hallaba encerrado en las oficinas, se ha vuelto accesible desde cualquier parte. Piense en todo lo que le obligaba a ir a su lugar de trabajo: la computadora, una línea telefónica de larga distancia, copiadoras, fax, archivadores, correo, departamento de arte para producir las láminas para las presentaciones prePowerPoint. Hoy solo necesita una laptop para acceder a todo eso desde un Starbucks. Es más, diversos estudios revelan que las oficinas privadas permanecen desocupadas 77 por ciento del tiempo.
Por cierto, hace tiempo que Starbucks se ha promovido como el “tercer lugar” en la vida estadounidense: la casa es el primero y la oficina, el segundo. ¿Acaso la famosa cafetería sufrirá su propia crisis de identidad cuando suba a la segunda posición?
Empresas como Yammer –que produce una especie de Twitter intracompañía- y Herman Miller –fabricante de muebles que inventó el cubículo- han tratado de entender la oficina de siguiente generación y para ello, necesitan un contexto histórico.
Podemos retroceder en el tiempo hasta una época sin oficinas. Los egipcios construyeron pirámides, no torres de oficinas; y en la Edad Media, los pueblos europeos erigieron catedrales. En 1792, la Compañía de Indias Orientales construyó en Londres lo que podría considerarse el primer edificio de oficinas; no obstante, en aquellos días casi todos los profesionales trabajaban en casa, en lo que llamaban una “biblioteca”, como la que Thomas Jefferson tenía en Monticello (no la llamaba “oficina central” ni “matriz”).
Las oficinas del siglo XX reflejaban la tecnología que impulsaba los negocios y la sociedad; y como a mediados de siglo todo giraba en torno de la industria y la producción, las oficinas se parecían al lugar de trabajo de Jack Lemmon en El apartamento: largas filas de escritorios, distribuidos como una línea de armado. La década de 1960 dio origen a la “Era de la Información” y como se esperaba que los trabajadores se pusieran a pensar, las empresas instalaron cubículos.
Y ahora ¿qué?, la información es un producto; todos tenemos acceso a la tecnología; los trabajadores no necesitan ir a otro sitio para contactar con otros trabajadores, al menos no en la era de Yammer, las videollamadas de Skype y los Google Hangouts; y las compañías ya no están compuestas solo de empleados, pues en esta era ultraconectada, montones de negocios dependen de un grupo empresarial nuclear vinculado con un matriz de contratistas y trabajadores independientes.
Así pues, los activos más valiosos de muchas compañías son la creatividad y la cultura: las empresas con mejores ideas ganan, y también las que puedan labrarse una identidad e imagen.
Cuando los diseñadores analizan esos cambios en los negocios, visualizan las oficinas como lugares a los que se quiere ir por alguna razón; como un bar, aun cuando podamos prepararnos un buen cóctel en casa. Tal vez por la conexión con otros, porque es un sitio agradable para pasar el tiempo y quizá, escapar del cónyuge o del canasto de ropa sucia que debemos lavar. Escritorios y oficinas están desapareciendo para dar entrada a lugares de reunión en onda, y rincones donde conectar la laptop y pensar a solas. Lugares donde empleados y socios externos disfruten de la experiencia de forjar vínculos y colaborar, propone dice Ryan Anderson, director de tecnologías futuras de Herman Miller.
Con anterioridad, la cultura corporativa se diseminaba inculcándola en los empleados mediante programas de capacitación, memorandos y reuniones; IBM incluso escribió canciones corporativas en las décadas de 1930 y 1940. Pero hoy que las empresas se han convertido en pandillas de empleados y socios en constante transformación, las oficinas podrían ser una de las herramientas más importantes para crear una cultura empresarial. Si varios desconocidos se reúnen en un bar irlandés, empezarán a entonar canciones irlandesas; si un grupo heterogéneo de personas se reúne en Airbnb, el entorno deberá causarles una “experiencia Airbnb”.
Por eso el aspecto de Quirky es peculiar, Airbnb parece una cocina de Helsinki y Etsy tiene la sensación de un mercado de pulgas. Esas jóvenes compañías no solo son excéntricas marginales que construyen caprichosos espacios de trabajo, sino que encabezan la marcha fuera del cubículo y hacia la siguiente etapa del trabajo colaborativo.
Y si no es así, nos vemos en Starbucks.
@kmaney