Durante décadas se dijo que no existía la literatura fantástica en México, que no había verdaderos exponentes de esta. Quizá es porque la lengua inglesa se había reservado muchos de los méritos. Posiblemente solo hacía falta que un ojo crítico y extranjero viniera a demostrar que esta idea era errónea: Augusto Monterroso (y espero no estar equivocado) fue el primero en afirmar que México tenía dos exponentes de la literatura fantástica: Juan Rulfo y Emiliano González.
El primero tardó en considerarse exponente de la literatura fantástica porque fue encasillado como literatura rural debido a que el concepto metafísico, es decir, la significación de ‘lo fantasmal’ y lo extraordinario, permeó en el tejido cultural. Pero Augusto Monterroso, a partir de la invitación a redactar una conferencia sobre el tema, advirtió que se había pasado por alto el contenido fantástico en Juan Rulfo: el profundo misticismo del pueblo mexicano había dejado de considerar extraordinaria la manifestación de espíritus o “apariciones”; esto debido a que en la cultura, especialmente en la tradición oral, las historias de fantasmas y almas en pena han sido un elemento común. ¿Acaso no todos los personajes de ‘Pedro Páramo’ están muertos?, ¿no es eso fantástico? Por lo mismo Monterroso afirma que a los mexicanos ese tema —el campo y sus misterios metaterrenos— les parece algo cotidiano. Por lo mismo no aparentaba ser fantástico.
En cuanto a Emiliano González, su hermetismo y la notable diferencia de su fama en comparación con Rulfo, lo hicieron pasar casi desapercibido. Su obra contiene al género fantástico de forma más evidente. El escritor comprendió y repitió exitosamente los gestos en la morfología narrativa de Arthur Machen y de Lovecraft, o más: de Poe, John William Polidori y Mary Shelley.
En Emiliano González se siente esa placentera esencia de lo misterioso, de lo inexplicable y también de lo aterrador que, realmente, nunca se asentó en la literatura mexicana tal cual pese a las varias invitaciones. Es Monterroso quien buscaría reivindicar el papel del autor de ‘Miedo en Castellano’ como un verdadero exponente mexicano de literatura fantástica.
La literatura fantástica en México existe. Lamentablemente las obras y sus creadores atraviesan un período similar a la extinción. O, invocando una eterna línea de ‘La Vorágine’: “¡Los devoró la selva!”. La crítica y la recepción de lo fantástico se han cerrado a partir de la comparación: pareciera inevitable argumentar que toda incursión moderna en el panorama de lo fantástico no es más que una necia imitación de Borges o Cortázar. Y así como después de ‘Rayuela’ toda novela experimental latinoamericana nacía vieja y repetida —según Vargas Llosa—, la literatura de ficción parecía haber llegado tarde porque sus exponentes más notables la habían consolidado al punto de hacerla parecer exhausta.
La probable extinción o supuesta invisibilidad de literatura fantástica en México podría ser el resultado de la gran sombra impuesta por sus precursores. Aunque puede ser peor: que, cuando ese libro existe, cuando la obra fantástica está ahí, nadie se atreva a llamarla literatura fantástica. ‘La Panza del Tepozteco’, de José Agustín, por ejemplo, no es mencionada como una obra de la literatura fantástica, ¿acaso ese renacimiento de un dios prehispánico no es fantástico?
Cuando aparece un relato medianamente fantástico, la costumbre tiende a considerarlo mera melancolía de los grandes tiempos de la escritura, pero no una expresión auténtica que ansía la innovación. Y permanece condenado al menosprecio, como si existiese un veto tácito al acto de fantasear y escribirlo. Porque eso era lo fantástico.
Fabio Marco Iván es un escritor y crítico literario mexicano. Ha publicado en revistas y periódicos artículos culturales, de ficción, poesía, entrevistas y crítica literaria. Escribe el blog ‘Palabras en reposo y otros parásitos’ en wordpress.com. Twitter: @FabioMarcoIvan