El periodismo fue para él también literatura. Y las virtudes de un gran escritor son también las de un gran periodista.
“La importancia de la letra X.
“Siempre he tenido una gran admiración por la letra X. Parada en su penúltimo espacio del alfabeto, entre una W políglota y de caprichoso sonido y una injustificada Z, cuya única función parece ser la de complicar inútilmente la composición ortográfica, la X se abre de brazos, en perfecto equilibrio amoroso, y espera su turno que es, casi siempre, el más importante. Nada se me parece tanto a la X como una mujer parada en un muelle, con los dos brazos en alto, de espaldas a la ciudad, de frente a la brisa, bajo el cielo sin límite, diciendo su largo y desesperado adiós de dos pañuelos”.
Algunos calificarán esa disertación de ociosa. Mas cuando vean que es parte de una columna denominada La jirafa en El Heraldo de Barranquilla y que está firmada por un tal Septimus. Pero, ¿quién podría construir con tal perfección un racionamiento hasta poético a partir de la X, una letra tan anticlimática como la H o la K? Nadie más que él. Solo Gabriel García Márquez.
Aunque el mundo lo admira y lo conoce por su vasta obra literaria, Gabo tuvo siempre enorme pasión por el periodismo, oficio al que se refirió como “el mejor del mundo” y al que se entregó desde 1948, a sus escasos 21 años, cuando comenzó a colaborar en El Universal de Cartagena, a instancias del antropólogo Manuel Zapara Olivella, quien le consiguió una columna diaria.
Dos años después, problemas de salud lo obligaron a trasladarse a Barranquilla y se integró al diario El Heraldo de Barranquilla, en donde escribía diariamente La jirafa, caracterizada por ese estilo único que fue puliendo gracias a las enseñanzas que adquirió en el taller organizado por los periodistas y escritores Álvaro Cepeda Samudio y Alfonso Fuenmayor, fundadores del movimiento denominado La Cueva o Grupo de Barranquilla.
Con ellos compartió proyectos como Crónica, semanario que García Márquez dirigió con Fuenmayor y que desde abril de 1950 hasta enero de 1951, armó él solo.
Ahí publicó lo que, a decir de algunos, son los tres mejores cuentos de Ojos de perro azul: La mujer que llegaba a las seis, La noche de los alcaravanes y Alguien desordena estas rosas.
Un claro ejemplo de la mezcla perfecta entre noticia y literatura es Crónica de una muerte anunciada. Por una carta de su madre se enteró de que los hermanos José Joaquín y Víctor Manuel Chica Salas habían asesinado en Sucre a su gran amigo Cayetano Gentile Chimento, por un asunto de honor, la mañana del 22 de enero de 1951. Este aciago suceso, con su entramado de casualidades, motivaciones y consecuencias, daría origen 30 años después a esa reconocida obra.
Bajo esa influencia, comenzó la redacción de su primera novela, titulada entonces La Casa. Para completar sus escasos ingresos, decidió vender el inmueble donde creció, así que acompañó a su madre, Luisa Santiaga, al pequeño, caliente y polvoriento Aracataca. Ese reencuentro con sus orígenes le hicieron comprender que estaba escribiendo una novela falsa, pues su pueblo no era siquiera una sombra de lo que había conocido en su niñez y estaba muy lejano a lo que retrataba en el texto.
Así que cambió el nombre del texto por La Hojarasca, y el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo en honor de los corpulentos árboles de la familia de las bombáceas, comunes en la región y semejantes a las ceibas, que alcanzan una altura de entre 30 y 40 metros.
En 1954 comenzó a trabajar en el periódico El Espectador, para el que escribió la primera columna de cine en Colombia, lo que le permitió asumirse plenamente como reportero y cronista, ganándose el respeto de sus colegas.
Por esa misma época fue uno de los fundadores de la revista Mito, dirigida por Jorge Gaitán Durán, en la que García Márquez publicó un capítulo de La Hojarasca (El monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, en 1955), y algunos fragmentos de El coronel no tiene quien le escriba, en 1958. El futuro Premio Nobel de Literatura consideraba que fue entonces cuando comenzó su carrera. Y aunque la revista se publicó solo durante siete años, tuvo una profunda influencia en la vida cultural e intelectual de Colombia.
Fue entonces cuando el Gabo comenzó a cosechar reconocimientos. En 1955 ganó el primer premio en el concurso de la Asociación de Escritores y Artistas, pero al mismo tiempo se enfrentó a sus primeros adversarios gracias a la publicación por entregas de un extenso reportaje, Relato de un náufrago, el cual fue censurado por el régimen del general Gustavo Rojas Pinilla, ya que denunciaba que el hundimiento fue producto de un exceso de carga de contrabando.
De esta forma, los directivos de El Espectador decidieron que García Márquez viajara a Ginebra, Suiza, para cubrir la conferencia de los Cuatro Grandes (Dwight D. Eisenhower, Nikolái Bulganin, Edgar Faure y Anthony Eden), y luego a Roma, donde el papa Pío XII aparentemente agonizaba. En la capital italiana asistió, por unas semanas, al Centro Sperimentale di Cinema.
Cuatro años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París y recorrió Polonia, Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Continuó como corresponsal de El Espectador, aunque en precarias condiciones, pues si bien escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le escriba y La mala hora, apenas si tenía para comer gracias al giro mensual que el periódico le enviaba y que cada vez demoraba más debido a las dificultades con el régimen de Rojas Pinilla.
Esta situación se refleja en El coronel…, donde se relata la desesperanza de un viejo oficial de la Guerra de los Mil Días aguardando la carta oficial que había de anunciarle la pensión de retiro a que tiene derecho.
Cuando la dictadura ordenó el cierre de El Espectador, se hizo corresponsal de El Independiente y colaboró también con la revista venezolana Élite y la colombiana Cromos.
Su estancia en Europa le permitió a García Márquez ver América Latina desde otra perspectiva, además de llegar a la conclusión de que Europa era un continente viejo, en decadencia, mientras que América, y en especial Latinoamérica, representaba la renovación, lo vivo.
A finales de 1957 se sumó al equipo de la revista Momento y viajó a Venezuela. En marzo de 1958, contrajo matrimonio en Barranquilla con Mercedes Barcha, unión de la que nacieron dos hijos: Rodrigo (1959) y Gonzalo (1962). Al poco tiempo de su matrimonio, de regreso a Venezuela, dejó Momento y se entregó de lleno a un trabajo en Venezuela Gráfica, sin dejar de colaborar ocasionalmente en Élite.
En 1959 fue nombrado director de la recién creada agencia de noticias cubana Prensa Latina. En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los cubanos exiliados y finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos, se mudó a vivir a México.
Así, Gabriel García Márquez asumió con pasión su experiencia como reportero, cronista, columnista, corresponsal y escritor. “Fue el periodismo el que le soltó la muñeca y la imaginación”, señala Héctor Feliciano en el libro Gabo, periodista. Porque para él, el periodismo es también literatura y las virtudes de un gran escritor de relatos son también las de un gran periodista.
“Toda la vida he sido un periodista. Mis libros son libros de periodista aunque se vea poco. Pero esos libros tienen una cantidad de investigación y de comprobación de datos y de rigor histórico, de fidelidad a los hechos, que en el fondo son grandes reportajes novelados o fantásticos, pero el método de investigación y de manejo de la información y los hechos es de periodista”. Gabriel García Márquez.
Twitter: @HanniaNovell