En la línea de fuego en Siria, los civiles mueren por enfermedades curables.
No pasó mucho tiempo antes de que la bebé muriera. Media hora después de que sus padres la llevaran a la improvisada sala de emergencia, iluminada por brumosas linternas, ella falleció. El médico de 26 años, un residente del tercer año, trabajó desesperadamente sobre su cuerpo sin vida. No había dormido en todo el día, pero estaba decidido a salvarle la vida.
El médico, que responde simplemente al nombre de Dr. Hamza, perdió la batalla. Después de practicarle la resucitación durante algunos minutos, la niña murió.
El doctor envolvió un paño triangular alrededor del pequeño cadáver. Su madre se desplomó conmocionada sobre una silla. Su padre iba de un lado para otro de la habitación. Aún no le habían dado un nombre.
Esta bebé no murió por heridas de metralla o por la bala de un francotirador. Murió de una enfermedad respiratoria. De acuerdo con la organización humanitaria Save the Children, la mayoría de las enfermedades infantiles en Siria, como el sarampión, la diarrea y las enfermedades respiratorias, son curables.
“Cuando veo a un bebé muerto y marchito”, señaló un funcionario de NU, “pienso: ¿realmente murió de hambre? ¿O murió por alguna horrible enfermedad? ¿O incluso por una enfermedad curable para la que no pudieron conseguir medicamentos?”.
Sesenta por ciento de los hospitales en Siria están dañados o destruidos; la mitad de los médicos han huido del país. La medicina ha retrocedido varios siglos.
Médicos sin formación operan a pacientes en clínicas de atención primaria. Los pacientes con cáncer buscan remedios herbolarios.
Y las cosas no hacen más que empeorar. Save the Children informa que los bebés recién nacidos mueren en las incubadoras debido a los cortes de energía eléctrica. Hay niños a los que se les han amputado miembros porque no se cuenta con el tratamiento apropiado. Se utilizan barras de metal para hacer que las personas pierdan el conocimiento en lugar de usar anestésico.
Hamza vio cómo un niño de dos años murió debido a una reacción alérgica a los antibióticos simplemente porque el hospital no tenía un ventilador.
El atribulado personal se turna para trabajar, dormir y comer, a menudo sin electricidad o calefacción. Sus ojos tienen la expresión vidriosa de las personas que han visto demasiado sufrimiento.
¿La bebé de 15 días de nacida habría vivido si sus padres hubieran podido llegar antes al hospital y hubieran contado con los medicamentos y el equipo adecuado?
“Muy probablemente. No era una enfermedad seria”, afirma Hamza. “Sus padres no pudieron llegar al hospital debido al bombardeo”.
Cuando se llevaron el pequeño cuerpo, alguien dijo, “tiene suerte; no tendrá que crecer durante esta guerra”.
El 15 de marzo, mientras se cumplía el sombrío tercer aniversario de la guerra, los sirios trataban en vano de contar a los muertos. La cifra que se usa generalmente es 140 000, pero podría ser mayor. Todos los habitantes del país parecen haber perdido a alguien.
Muchas personas no pueden huir porque son demasiado viejas, demasiado pobres o simplemente no tienen a dónde ir fuera de los territorios asediados. Mientras la crisis se acelera, la preocupación por los más vulnerables, los ancianos, los pobres y los enfermos crónicos y en fase terminal, se vuelve más urgente.
La Sociedad Médica Siria-Estadounidense dice que ha habido más de 200 000 “muertes excesivas”. Pero de acuerdo con la Dra. Annie Sparrow, especialista en salud pública del hospital Mount Sinai en Nueva York, que trabaja en la crisis de Siria, “Sus cálculos más actualizados están en el orden de 300 000, y aproximadamente la mitad de los enfermos crónicos han interrumpido su tratamiento”.
“La falta de datos significa que NU ha dejado de contar a los muertos, y ya ni siquiera intenta contar a las personas con enfermedades crónicas, por lo que es muy difícil saberlo”, dijo.
Tres años de guerra han destrozado hospitales, clínicas, centros de rehabilitación, laboratorios, farmacias y depósitos de medicamentos. Para los médicos, esto significa una falta de servicios de salud.
La quimioterapia, por ejemplo, no existe en Aleppo, aunque el Hospital al-Kindi fue alguna vez uno de los mejores para el tratamiento del cáncer en Siria. Al-Kindi es ahora una pila de escombros. En Homs, un activista informó que la diálisis renal era casi imposible.
Siria fue alguna vez un modelo para los sistemas médicos de la región, y el segundo productor de fármacos de Oriente Medio. Pero mientras que en Aleppo debería haber actualmente 2500 médicos activos, Save the Children informa que solo existen 36.
Hay pocas alternativas para los enfermos en fase terminal. Los pacientes de cáncer deben ir a Damasco o a Turquía para recibir tratamiento (si pueden permitírselo) o morir en casa. No hay ningún laboratorio para supervisar su recuento de glóbulos blancos. “A veces, lo único que podemos darles son calmantes”, señala Hamza. “Sufren terriblemente”.
Los especialistas en primeros auxilios de la Medialuna Roja Siria Árabe continúan trabajando. Pero pagan un alto precio: 34 de ellos han sido asesinados desde el inicio del conflicto.
“Hay médicos improvisados sin estudios que están haciendo un negocio”, señala el Dr. David Nott, un cirujano británico que tomó un permiso sin goce de sueldo para trabajar en Siria y que ha trabajado por cuenta propia para Médicos Sin Fronteras y el Comité Internacional de la Cruz Roja en el norte de Siria. “Se trata de personas sin formación que actúan como médicos para ganar un poco de dinero”.
Supo de un mecánico de automóviles que se había convertido en cirujano. “Cree que si puede arreglar automóviles, también puede arreglar a las personas”, afirma Nott.
Aunque Nott dedica la mayor parte de su tiempo a operar a víctimas de bombas de barril, tiradas por helicópteros del ejército del presidente Bashar al-Assad para infligir el mayor daño posible a las personas, afirma que no hay nada que hacer por las víctimas de enfermedades crónicas. “Las personas con cáncer, diabetes o hipertensión están en problemas”, señala Nott. “Simplemente mueren en casa”.
Otras enfermedades, como la diabetes, también son imposibles de tratar. La insulina, por ejemplo, tiene que ser refrigerada, pero a menudo los enfermos viven sin electricidad durante días, por lo que el medicamento se estropea. “Debido a esto, las personas con enfermedades crónicas acuden con síntomas avanzados, como la gangrena húmeda de la diabetes”, afirma Nott.
Hamza afirma que, incluso donde hay medicamentos disponibles, estos son costosos. El costo para su hospital de campaña en Aleppo del tratamiento por tres meses para 1500 pacientes con diabetes Tipo 1 fue de casi US$10 000.
“Ese es solo un tipo de diabetes”, dijo. “Ni siquiera hablamos de las otras formas. Ni de la hipertensión. Ni de las cardiopatías”.
La situación se ha vuelto tan mala que los activistas cercanos a Hama informan que los pacientes de cáncer, al no poder recibir quimioterapia o radiación, recurren a la leche de camello y a las frutas tropicales como medicina alternativa. Pero la leche de camello es difícil de conseguir y cuesta unos US$7 por kilo. Eso es una fortuna en la Siria actual.
“Es una guerra silenciosa para los niños que sufren enfermedades crónicas y no pueden recibir tratamiento en Siria”, afirma Juliette Touma, de UNICEF. “Tienen un mayor riesgo de morir sin que nadie se dé cuenta. El problema es que hay un millón de niños que viven en lugares sitiados y en lugares de difícil acceso, por lo que no podemos llegar a ellos periódicamente”.
En Damasco, el Dr. Bassam Barakat, que trata de abrir una clínica pediátrica en Latakia, dijo que antes de la guerra el gobierno subvencionaba casi 90 por ciento de los tratamientos contra el cáncer.
“Pero desde que se impusieron las sanciones europeas y occidentales contra Siria, no podemos obtener medicamentos de compañías importantes como Glaxo. Tenemos que depender de medicamentos provenientes de Rusia, China e Irán [cuyos gobiernos apoyan el régimen]”, dijo. “Esos medicamentos son buenos. Pero los de Tailandia y Filipinas son muy malos”.
“Sin embargo, lo que más necesitamos no son medicinas”, dice Hamza, el médico de Aleppo, riéndose de su propio humor negro, “sino detener el bombardeo”.