Con su adquisición de WhatsApp por US$19 000 millones, Facebook trata de evitar acabar como Microsoft.
Hace apenas dos años, Mark Zuckerberg pudo haber subastado un viejo par de sus chancletas de baño por más de lo que valía WhatsApp.
Esto es lo emocionante acerca de la tecnología ahora mismo, y resulta terrorífico para una compañía dominante como Facebook. Un pequeño cigoto tecnológico puede desarrollarse hasta convertirse en un monstruo fugitivo valorado en US$19 000 millones en un tiempo un poco mayor que lo que le toma a una canción de Katy Perry volverse insoportable. En el cuarto año de vida de WhatsApp, tiene tres veces más usuarios que los que tenía Facebook en su cuarto año, y ocho veces más que Twitter también que su cuarto año. Los picos nunca han sido más pronunciados.
Facebook se encuentra en una posición difícil a partir de ahora. En una nueva era de “perturbaciones de tipo Big Bang”, como se les califica en un libro reciente, Facebook será una de las empresas más perturbadas. Facebook ha estado en la cima durante un tiempo exageradamente largo, según los estándares temporales de la tecnología. La compañía tiene ahora 10 años. Tiene más de mil millones de miembros en todo el mundo. Ha tenido ya su oferta pública inicial. Hizo su jugada. Ganó.
Y la victoria trae sus propias pruebas. Una vez que una compañía, un equipo o una persona están en la cima durante un tiempo, puede ponerse en marcha una dinámica confusa. Esta dinámica se describe en forma elocuente en The Game, un libro publicado en 1983 por Ken Dryden, exportero de los Montreal Canadiens y miembro del parlamento canadiense. En sus primeras páginas, Dryden describe cómo es jugar en un equipo tan dominante en la década de 1970 que ganó cinco campeonatos en siete años.
Se había establecido la expectativa de que los Canadiens serían campeones siempre, y que cualquier cosa menos que eso sería un desastre. “Hemos establecido un estándar que no podemos cumplir, así que al competir contra nosotros mismos, perdemos”, escribió Dryden. “La alegría se convierte en una obligación, la satisfacción se transforma en alivio, y el propósito del triunfo se relaciona menos con ganar y más con no perder”.
Facebook parece estar jugando para no perder, porque, al igual que el equipo de Dryden, tiene todo que perder. Todas las compañías de tecnología dominantes llegan a encontrarse en esa posición. IBM, AOL y Microsoft han estado ahí. Lo mismo ha ocurrido con incontables miembros de incontables compañías del sector de la tecnología: Wang, Lotus Development, BlackBerry. Google está ahí ahora, luchando por mantenerse tan relevante en la era móvil como lo fue en la era de los navegadores de internet.
Pocas compañías llegan a una cumbre y encuentran otra que puedan escalar. Microsoft no pudo hacerlo. El equipo de Bill Gates dominó el mundo de las computadoras personales como Godzilla sobre Tokio. Pero ahora que las PC son una herramienta rutinaria y la emoción se ha movido a otros lugares, Microsoft ha dejado de ganar mucho dinero (ingresos de US$5 mil millones en 2013) mientras sufre la percepción pública de que ha perdido (como se refleja en el precio de sus acciones, estancado en niveles de 1998).
Cuando alguien ha sido un ganador durante tanto tiempo, lo único que tiene que hacer es perder solo un poquito para ser aporreado.
WhatsApp mostró que Facebook tenía ahora este problema, y que la estrategia más prudente de Zuckerberg era jugar con las ganancias de la oferta pública inicial de Facebook, tratando de hacerse de cualquier cosa que pareciera un nuevo éxito en el espacio donde se espera que gane.
Esto comenzó en 2012, con Instagram, una compra de US$ mil millones. Luego, Facebook trató de adquirir Snapchat por US$3 mil millones. Ahora fue WhatsApp por US$19 mil millones. Y WhatsApp no será el último de los perturbadores de tipo Big Bang. Vendrán con mayor fuerza y mayor velocidad.
El costo de crear nuevas compañías que ofrecen nuevos productos o servicios ha bajado en picada durante la última década. Como explican Larry Downes y Paul Nunes en Big Bang Disruption (Perturbación tipo Big Bang): “Cuando el costo es bajo y las expectativas son modestas, los empresarios pueden simplemente poner en marcha sus ideas y ver qué ocurre. En el mundo bizarro de los perturbadores de tipo Big Bang, es perfectamente racional lanzar docenas de nuevos productos y ver cuál logra arraigarse. La mayoría de ellos fracasarán miserablemente. Pero un solo éxito puede producir enormes ganancias”.
En el mundo hiperconectado, cuando algo alcanza una gran popularidad, lo hace muy velozmente. Facebook puede simplemente explorar el horizonte y esperar. “Las compañías como Facebook tienen que caminar por la cuerda floja”, me dijo Downes. “Si adquiere demasiado pronto, obtendrá tan solo otro experimento fallido. Si adquiere demasiado tarde, tendrá que pagar por el mercado donde el ganador se queda con todo. Sospecho que una vez que WhatsApp llegó a tener mil millones de usuarios, no habría sido vendido a nadie, excepto en el mercado público”.
En otras palabras, Facebook no pudo haber actuado mucho antes para comprar WhatsApp, ni tampoco mucho después. WhatsApp pudo haberse convertido en un competidor con mil millones de usuarios en un año más.
Existe otro efecto insidioso del dominio sobre una compañía como Facebook. Imagine lo que piensan los mejores empleados jóvenes de Facebook después del acuerdo de WhatsApp. WhatsApp tiene aproximadamente 55 empleados, así que, con un costo de US$19 mil millones, la compañía ha obtenido aproximadamente US$345 millones por empleado.
Evidentemente, todo esto es muy sorprendente. Además, siempre es más divertido jugar para ganar que jugar para no perder. Cuanto más produzca la industria estos éxitos de tipo Big Bang, tanto más las personas listas se verán tentadas a dejar a los campeones establecidos para unirse a los usurpadores.
¿Facebook podrá revertir esta tendencia y jugar para ganar? Posiblemente, si articula un objetivo emocionante y se compromete con él. Facebook ha dicho que, ahora mismo, la misión es: “Dar a las personas el poder de compartir y hacer que el mundo sea más abierto y conectado”. Esto se asemeja más a un comercial de Coca-Cola que a una búsqueda inspiradora. Si esto significa “ganar” para Facebook, no estoy muy seguro de cómo luce la victoria.
En este contexto, es difícil de creer que Facebook esté pagando US$19 000 millones por el lado positivo de WhatsApp. Muy probablemente, Facebook pagó todo ese dinero para proteger su propio trasero.