El juicio del siglo en Alemania se caldea cuando una mala madre sube al estrado.
¿Qué pensaría Sigmund Freud de todo esto?
Más tarde este mes, Annerose Zschäpe, una modesta mujer alemana que trabaja en un negocio gubernamental de creación de empleos, subirá al estrado de los testigos en una corte de Múnich en el juicio a su hija, la tristemente célebre lideresa neonazi Beate Zschäpe, quien está acusada de múltiples asesinatos.
Madre e hija han estado distanciadas por años. El padre de Beate Zschäpe desapareció de su vida poco después de que naciera. La relación entre madre e hija fue tan fría, que tal vez haya dado lugar a que Beate Zschäpe buscase y hallase una familia sustituta en gran medida en la subterránea comunidad neonazi alemana.
Ello motiva una pregunta importante. ¿La serie de asesinatos que cometieron Beate Zschäpe y sus colaboradores neonazis —el peor caso de asesinatos neonazis en Alemania— pudo haberse evitado si Annerose se hubiese encargado apropiadamente de su hija?
Beate Zschäpe, de 38 años, es la protagonista principal del juicio del siglo en Alemania, un caso judicial acompañado de un interés tan apabullante por parte de los medios de comunicación, que se tuvieron que asignar los asientos para la prensa mediante una lotería. Única lideresa sobreviviente del grupo terrorista neonazi Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU, por sus siglas en alemán), ella está acusada de 10 asesinatos, dos atentados con bombas y 15 robos.
En el juicio previo a una generación en Alemania, que empezó en 1975, los líderes de la banda marxista Baader-Meinhof dieron todo un espectáculo, gritando obscenidades y disputando la legalidad de la corte. En contraste, Zschäpe no ha dicho una palabra desde que comenzó su juicio en abril. Ella ha escuchado a decenas de testigos que van desde sus amigos y cómplices hasta familiares de las víctimas de asesinato.
Vestida de manera impecable en trajes formales, ella da la impresión de ser una mujer que asiste de mala gana a una tediosa reunión de trabajo, no una sentada en la primera fila de su propio juicio por asesinato. Ella no solo se niega a hablar, sino que muestra su desdén por las víctimas al aparentar un completo desinterés en el proceso, frecuentemente haciendo crucigramas y masticando dulces. A veces incluso esboza una sonrisa escalofriante.
Cuatro cómplices masculinos se unen a Zschäpe, pero sus dos novios y compañeros líderes, Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt no están allí. Según la policía, el 4 de noviembre de 2011, con la ley cercándolos después de un fallido asalto bancario, Mundlos primero disparó y mató a Böhnhardt, luego se suicidó.
Por 13 años, el trío había vivido en la clandestinidad, haciéndose pasar por respetables burgueses alemanes que inocentemente se ocupaban de sus cosas. Su verdadera existencia era muy diferente. Entre 2000 y 2006 mataron a nueve extranjeros: ocho turcos y un griego. Todas sus víctimas fueron ejecutadas a sangre fría con una pistola checa Ceska 83. En 2007, mataron a una policía alemana: a ella también le dispararon a quemarropa.
Entonces, ¿quién es Beate Zschäpe? “Cuando adolescente, ella era del todo normal”, recuerda Thomas Grund, un trabajador social que la conoció bien en su juventud. “Ella tenía su propio sentido de la moda y le gustaba comprarse ropa nueva. Pero dado que no podía pagársela, robaba para conseguir el dinero. Ella asaltaba guarderías y otros lugares para conseguir dinero. Pero no robaba para conseguir dinero para comprar alcohol. Era para conseguir dinero para comprar ropa”.
Por entonces, Zschäpe vivía con su madre, pero en realidad fue su abuela quien la crió. “Ella siempre dijo: ‘Soy la niña de mi abuela’, y el único rol familiar que aprendió fue el de la abuela”, explica Grund. “Fue de la abuela de quien aprendió cosas como asegurarse de que hubiera comida en la mesa. Y no le gustaban las figuras paternas en absoluto”.
Como Mundlos y Böhnhardt, Zschäpe es oriunda de Jena, una vieja ciudad universitaria en Turingia, otrora un estado de Alemania Oriental. Desde sus años de adolescente, ella pasó su tiempo libre en el club juvenil de Grund administrado por la ciudad, el Winzerclub, ubicado en la jungla de concreto de un vecindario.
Grund describe a Zschäpe como una mujer joven y atractiva de constitución media, de 1.65 metros de estatura que atraía magnéticamente a los jóvenes. “Siempre era: ‘Te amo, Beate’, ‘Te amo, Beate’. Pero ella era muy exigente”.
“Falk”, un antiguo amigo íntimo del trío, recuerda a Zschäpe como una joven sin convicciones políticas especiales que se unió a los neonazis porque estaba enamorada de Mundlos y la “escena era su familia”. Los neonazis de Alemania Occidental hallaron en Alemania Oriental un lugar fértil para sus reclutamientos.
“Siempre era: ‘Las cosas son culpa de los extranjeros o culpa del gobierno’ y ‘Vengan con nosotros, les daremos una bratwurst [salchicha alemana], les daremos una cerveza’,” dijo él. “Uwe [Mundlos] decía cosas como: ‘Alemania está sobrepoblada’. ¿Por qué él no usó su cerebro? Es una lástima. De entre nosotros, él era quien tenía más potencial en la vida”.
De hecho, Mundlos poseía todos los atributos para una vida de éxito: provenía de un hogar estable y respetable con padres profesionistas. Su padre se había jubilado recientemente de la escuela vocacional superior de Jena donde era profesor de ciencias computacionales.
“Sabine”, una compañera de clases de Mundlos por 10 años en la primaria y secundaria, reflexiona sobre las nuevas fuerzas políticas en juego cuando todos ellos crecían: “Derecha e izquierda; inmediatamente después de la caída del Muro [de Berlín], esos eran conceptos nuevos para nosotros. Antes de eso, todos pertenecíamos a la liga [juvenil comunista], y luego, de repente, uno podía elegir una dirección política. Era un período de prueba”.
Ella recuerda a Mundlos como un estudiante rebelde que a menudo contradecía a los profesores. Él era “el payaso de la clase. Él no era estúpido, pero sí holgazán”. Y, dice ella, sus padres lo mimaron, posiblemente para compensarle el hecho de tener un hermano discapacitado. Cuando Mundlos empezó a presentarse en la escuela con el típico uniforme neonazi de chamarra de aviador y botas tipo industrial, y sacrificó sus largos rizos oscuros en favor de una cabeza rapada, Sabine y otros compañeros de clase supusieron que era una moda pasajera.
Pero no lo era. Alrededor de 1992, junto con su nueva novia Zschäpe, el joven de 19 años empezó a golpear lugareños al azar. “Mundlos y su pandilla, y otros neonazis, solían manejar por las calles de Jena, salir y atacar a la gente con bates de béisbol”, dijo Katharina König, miembro socialista del parlamento estatal de Turingia y que entonces era miembro activa de la escena juvenil izquierdista de Jena.
“Una vez rasgaron una esvástica en la muñeca de un amigo mío”, dijo ella. “Si eras un izquierdista o un extranjero, no estabas a salvo; pero en realidad cualquiera podía ser atacado”.
Grund actuó con rapidez para tratar de mantener a Zschäpe alejada de los problemas. “Le dije [a Mundlos] que se perdiera y no regresara al Winzerclub, pero Beate ya estaba enamorada de él”, recuerda.
“Ella también dejó el club. Su actitud era como: ahora soy alguien, no te necesito. Y cuando ellos empezaron a atacar cosas como el mercado de navidad, ella estaba involucrada de forma activa. No estaba allí solo como la novia de Uwe. Era notable porque era muy diferente del rol pasivo que usualmente tienen las mujeres en los grupos extremistas de derecha”.
En septiembre de 1996, Zschäpe, ahora de 21 años, se unió a un programa vocacional para jóvenes desempleados administrado por la ciudad. Ella se instruyó como jardinera, pero, como muchos otros jóvenes de Alemania Oriental por entonces, no pudo conseguir un empleo de tiempo completo.
Michael Strosche, su profesor, recuerda a una joven con confianza en sí misma. “Ella era una lideresa por naturaleza y tomó el control. Digo esto en un sentido positivo. Ella lograba que se hicieran las cosas y no trataba de escabullirse de hacer el trabajo”. Tampoco ocultó su involucramiento con los neonazis. “Era obvio; se podía adivinar por sus ropas”, dijo él. “Pero su apariencia no era provocadora, y ella no provocó a nadie en el programa”.
Cuando Mundlos dejó el área durante su servicio militar obligatorio, Zschäpe lo abandonó en favor de Böhnhardt, un tristemente célebre neonazi y alborotador, dos años menor que ella y cuatro años menor que Mundlos. Era hijo de una profesora y un ingeniero, pero ya en sus años de adolescente había adquirido una larga historia de violencia y extremismo derechista. Era conocido como un peleador callejero, y lo habían arrestado por hurto, manejar sin licencia, y por colgar de un puente una muñeca con una bomba y un letrero que decía “Judío”.
Después de que Mundlos regresó, él pareció aceptar que Zschäpe y Böhnhardt fuesen amantes, y con el tiempo se les unió en un ménage-à-trois. El trío fundó la Camaradería de Jena con cierta cantidad de amigos en 1996, y poco después establecieron la NSU.
Según Grund, Böhnhardt era el miembro más malvado del trío, un “hombre que no querías encontrarte en la calle. Él siempre portaba armas. Pero también idolatraba a Mundlos”. Los tres formaron un grupo político e íntimo en el que Mundlos, Zschäpe y Böhnhardt eran, respectivamente, el cerebro, la novia y el bruto.
Sebastian Jende, un contemporáneo de Beate Zschäpe en la escena de los clubes juveniles de Jena y ahora un trabajador social en la ciudad, dijo que los padres de Mundlos y Böhnhardt trataron de conseguirles asesoramiento psicológico a sus hijos. En contraste, Annerose no actuó en absoluto. Ella siempre mostró poco interés por su hija. Ella estudiaba odontología en Bucarest cuando se embarazó de Beate. Su padre fue un estudiante rumano de odontología que nunca reconoció a Beate Zschäpe como su hija.
Después de ir a Jena a parir, Annerose regresó a Rumania para completar sus estudios en odontología y dejó a la bebé con su madre. Solo después de casarse y divorciarse dos veces —incluido el Sr. Zschäpe cuyo apellido adoptó Beate— Annerose aceptó que su hija viviese con ella. Por entonces, Beate Zschäpe tenía cinco años de edad.
Pero era demasiado tarde. Después de estar separadas tanto tiempo, madre e hija no pudieron establecer una buena relación. No tenían intereses en común y no mostraban afecto la una por la otra, dijo Annerose a los investigadores de la agencia local de inteligencia alemana, la Bundeskriminalamt (BKA).
A decir de muchos, la vida misma de Annerose Zschäpe ha sido un fracaso rotundo: a causa de sus alergias, se vio obligada a dejar la odontología y tuvo que optar por ser una tenedora de libros. Después del colapso de Alemania Oriental en 1990, ella también perdió ese empleo, y se vio desempleada con el mínimo de probabilidades de encontrar empleo de nuevo.
“Solo me sentaba allí y no hacía nada”, dijo ella a los investigadores de la BKA. Hoy, Annerose vive con su madre en Jena, trabajando en un empleo de poco sueldo que le proveyó el gobierno. No se necesita ser un psicoanalista para concluir que Beate Zschäpe culpa a su madre por el curso sórdido que ha tomado su vida. Freud también hallaría un terreno fértil para analizar si su odio a los extranjeros se deriva de la ira contra su padre, el extranjero que la rechazó de bebé para luego abandonarla a su destino.
En agosto de 1997, Beate Zschäpe se graduó del programa de instrucción laboral de Strosche. Ella y los otros miembros de la NSU continuaron sus crímenes con motivaciones políticas. Pintarrajearon esvásticas en la lápida de una víctima de un campo de concentración, agredieron activistas de izquierda, quemaron cruces y plantaron bombas falsas en el teatro municipal y las oficinas de un periódico local. Después de que ella atacó a una mujer izquierdista y le rompió la mano, Zschäpe fue sentenciada a servicio comunitario.
Tardíamente, la policía empezó a investigarla y a sus colaboradores. En enero de 1998, hicieron una redada en el garaje de Zschäpe y descubrieron una fábrica de bombas. El trío pasó a la clandestinidad. Sus antiguos amigos estaban convencidos de que Beate y sus compinches se habían mudado a Escandinavia, donde, como explica Falk, “hay muchísimos neonazis”. De hecho, vivieron principalmente en Zwickau, a menos de 96.5 kilómetros de distancia. Los vecinos del lugar la recuerdan como una mujer sociable y aparentemente normal, en marcado contraste con su “hermano” y su “novio” de apariencia amenazadora.
De hecho, a lo largo de su carrera criminal, Zschäpe ha mantenido una fachada de respetabilidad. Durante los años en que vivió escondida, sus dos novios apenas interactuaban con los vecinos. Sin embargo, Zschäpe platicaba alegremente con ellos, a veces organizaba fiestas e incluso se prestaba como niñera. La policía encontró juguetes infantiles en el apartamento de los terroristas.
Aun cuando Zschäpe era tan fanática de sus creencias como los “dos Uwe”, como usualmente los llaman, ella parecía normal. “Quedé estupefacto cuando vi la foto de Beate después de su arresto”, dijo Grund. “La Beate que yo conocía nunca hubiera siquiera tocado esa playera hecha jirones. Ella siempre se preocupaba por su apariencia”.
El triángulo amoroso de los terroristas presentaría otra fuente rica en material para Freud. Aun cuando Zschäpe había botado a Mundlos por Böhnhardt, el trío se mantuvo inseparable. De hecho, a pesar de, o tal vez debido a, su ménage-à-trois, hubo tensiones que en una ocasión resultaron en una pelea con navajas entre los dos hombres.
Después de sus muertes, Zschäpe le prendió fuego al apartamento, regresó a Jena con los dos gatos del trío y se entregó a la policía. Los dos hombres, dijo ella a la policía, eran su familia. No mencionó a Annerose.
Las agencias locales de inteligencia alemanas estaban muy al tanto de la NSU y sus actividades, poniendo a sus miembros principales bajo vigilancia. Tal vez porque Zschäpe era vista simplemente como una fanática y no se pensaba que fuese violenta, la agencia de inteligencia de Turingia incluso consideró reclutarla como informante, finalmente decidiendo en contra de ello “a causa de su drogadicción”.
Pero la policía esperó hasta 2011 para lanzarse sobre el grupo. ¿Por qué tardaron tanto? Después de las muertes de Mundlos y Böhnhardt, se estableció una comisión parlamentaria para investigar cómo el grupo terrorista más mortal del país pudo ocultarse de la vista de todos por 13 años. Muchos alemanes creen que la policía tardó en actuar porque no quería aceptar la severidad del extremismo neonazi.
“Algunos oficiales de policía trataron de investigar, pero la policía en gran medida ignoró el problema o lo describió como una guerra de pandillas entre grupos de izquierda y de derecha”, dice König. “¿Por qué la gente de la NSU no fue arrestada cuando se halló la fábrica de bombas en el garaje de Beate? La policía siempre nos prestó mucha atención [a los izquierdistas], pero cuando los neonazis nos atacaron, nada pasó. Cuando yo fui atacada por una de las amigas de Beate, incluso di el nombre de ella a la policía, pero no hicieron nada”.
König y otros sospechan que la policía todavía no arresta a todos los que ellos sospechan que estuvieron involucrados en los 10 asesinatos. “Tres personas se refugiaron en un apartamento en Zwickau [en el este]”, dijo él. “¿Cómo podían saber ellos qué inmigrante sería un buen blanco en una ciudad como Dortmund [en el oeste]? No hay duda de que tenían gente que les buscaba los blancos”.
Los terroristas invariablemente se acreditan sus asesinatos. Sus actividades asesinas son, casi por definición, recursos publicitarios. Pero la NSU nunca publicó declaraciones explicando por qué personas como Mehmet Kuba?ik, un vendedor de quiosco germano-turco en Dortmund, merecían morir. O el verdulero turco Süleyman Ta?köprü en Hamburgo, o Abdurrahim Özüdo?ru, un sastre turco en Núremberg. De hecho, la policía supuso por mucho tiempo que fueron asesinados por compatriotas turcos.
¿Para qué ser un terrorista si nadie sabe que lo eres? Como explicó “Oliver”, otro exneonazi de Jena, en el movimiento neonazi aprendes que “eres nada”. ‘La gente’ es todo. No importa si vas a prisión, mueres o te suicidas”. (Desde entonces, Oliver ha dejado la escena neonazi con la ayuda del grupo Exit-Deutschland. Por temor a represalias de grupos neonazis, tanto él como Falk y Sabine pidieron que cambiáramos sus nombres).
Recientemente, un testigo en Dortmund apareció para afirmar que vio a Zschäpe en el lugar donde acribillaron a tiros al vendedor de quiosco Kuba?ik en 2006. El fiscal Harald Range argumenta que el trío de la NSU tomaba sus decisiones colectivamente y que Zschäpe es totalmente responsable por sus crímenes, incluso si nos los efectuó personalmente.
Al final, los líderes de la NSU sí reclamaron su responsabilidad por los asesinatos, pero de una manera extrañamente cobarde. La policía que investigaba el apartamento quemado del trío en Zwickau descubrió un DVD que ellos habían montado meticulosamente, una colección extraña de videos tomados en las escenas de los asesinatos intercalados con caricaturas y música pop. Es espeluznante verlo. Al igual que la manera en que ellos veían su rol en los asesinatos. Como una banda de rock and roll, ellos llamaron a su serie de asesinatos su “gira por Alemania”.
