Tiene una página de Facebook. Es como la página de cualquier hijo de vecino en México. Su nombre, una foto, y muchos textos. Textos donde habla de la vida cotidiana, de los problemas de una gran ciudad como resulta ser la capital mexicana, y de sus pintorescos habitantes.
Lo curioso es que el hombre de la página en la red social murió hace 30 años. Es (o mejor dicho era) Jorge Ibargüengoitia, el escritor nacido en Guanajuato y fallecido en España el 23 de noviembre de 1983 víctima de un accidente en un avión comercial. El hombre de las ojeras y la prosa impecable. Del humor ácido y el relato certero. Uno de los mejores escritores del México contemporáneo.
Por eso tiene una página en Facebook. No porque la maneje desde ultratumba, lo cual sería posiblemente parte de una de sus historias, sino porque 30 años después sigue presente para sus miles de lectores.
Y quién sabe, quizá Ibargüengoitia hubiera sido una estrella de las redes sociales, un hombre que redactara comentarios irónicos en la red social creada por Mark Zuckerberg (a quien seguramente describiría como un güerito pecoso), o lanzara al ciberespacio microrelatos de 140 caracteres. Porque en la página de Facebook de Jorge Ibargüengoitia hay más de 15 000 mil “me gusta”, que equivalen a otros tantos seguidores virtuales, un público fiel al autor desaparecido, y a la nostalgia del aspirante a ingeniero devenido en escritor.
Jorge Ibargüengoitia Antillón nació el 22 de enero de 1928 en Guanajuato, en el corazón del bajío mexicano, zona conservadora y católica, de hombres cumplidores y mujeres de hogar. Un Guanajuato capital que, según sus palabras, “era entonces casi un fantasma”.
Su padre murió cuando Jorge apenas tenía unos meses de edad, lo que causó que viviera desde entonces “entre mujeres que me adoraban” y que el niño Jorge y su familia dejaran Guanajuato para irse a vivir a la ciudad de México. Allí se formó. Allí se convirtió en escritor.
Fue boy scout, tuvo novias, estudió ingeniería a solicitud familiar, pero cambió los cálculos estructurales por las letras pese al desánimo de sus mujeres. Siguió en la UNAM, pero ya en Filosofía y Letras, de donde se recibió. Se convirtió en profesor de la universidad.
Ácido, crítico, impecable en sus textos, Ibargüengoitia publicó su primera obra en 1954 (aunque hay quien la sitúa en 1952). Era Susana y los jóvenes, una obra de teatro sobre dos jóvenes enamoradas, claro, de Susana. La obra la estrenó el director Luis G. Basurto y pronto el escritor comenzó a hacerse notar entre los críticos.
A partir de allí el guanajuatense no cesó de publicar. Lo mismo escribió teatro que novelas, cuentos y crónicas. Se convirtió en
uno de los autores más respetados de México.
Escribir teatro le valió ganar becas para especializarse en el extranjero. Muy joven, estuvo algún tiempo en Nueva York. De esa vena nacieron seis obras de teatro y dos ensayos. Ganó el premio Casa de las Américas en 1963 por El atentado.
Luego nació el Jorge Ibargüengoitia novelista. Publicó en 1965 Los relámpagos de agosto, un retrato crítico y satírico de la Revolución Mexicana, novela que resultó ser un éxito y que le mereció, otra vez, el premio Casa de las Américas.
Le siguieron Maten al león; Estas ruinas que ves (llevada al cine con ese título); Las muertas; Dos crímenes (que llegó años más tarde a la pantalla grande con Damián Alcázar como protagonista); Los conspiradores; y Los pasos de López.
Para entonces Ibargüengoitia ya era un escritor consumado que publicaba también textos cortos en el diario Excélsior de Julio Scherer. Textos cortos que escribía, según le contó a Aurelio Asiain y Juan García Oteyza en una entrevista para la revista Guernica, “en tres horas cuando mucho. Me levanto, sé lo que voy a escribir, me siento a la máquina y en una hora y media, dos horas o tres horas porque no siempre me funciona igual la cabeza, tengo listo un artículo. Si no salió muy bien no hay remedio”.
También escribió diversos cuentos, siendo La ley de Herodes (un recuento de anécdotas personales) una de sus obras más gustadas.
Se casó con la artista francesa Joy Laville, quien ilustró las portadas de sus libros desde entonces. Con ella se fue a vivir años más tarde a París. Desde el aeropuerto Charles de Gaulle, con un manuscrito inédito en las maletas, abordó un avión para viajar a Colombia a un encuentro de escritores. La leyenda cuenta que no iba del todo convencido, pero que a final de cuentas cumpliría con su compromiso. El aeroplano nunca llegó a su destino; cayó cerca del aeropuerto de Barajas, en Madrid, el 27 de noviembre de 1983. Hubo 181 muertos y 11 sobrevivientes. Ibargüengoitia estaba entre los fallecidos.
Pero como suele ocurrir con los escritores “inmortales”, el fallido ingeniero continúa presente, como ocurre gracias a las redes sociales. Allí, en Facebook, Jorge Ibargüengoitia continúa subiendo anécdotas y fotografías gracias a un hombre o mujer que nos permite mantener el contacto con el guanajuatense. Tal vez no escriba en su “face” con mucha frecuencia. Pero está allí, y eso es lo importante.