El fallecimiento de Hugo Chávez pone sobre la balanza 14 años de gobierno popular y permite hablar de sus aciertos y errores. El abatimiento de la pobreza extrema y el achicamiento de las diferencia sociales se contrasta con la continuidad de prácticas corruptas al interior del gobierno y el aumento de la criminalidad, ambas caras de la moneda han escrito la historia de Venzuela.
La desafortunada muerte de Hugo Chávez era predecible. Como predecibles fueron las emotivas muestras de luto mostradas por el pueblo llano venezolano, recordándonos los funerales de Eva Perón 51 años atrás. Más allá del futuro inmediato, la partida del líder bolivariano se presta para hacer algunas reflexiones sobre su legado, sus aciertos y sus errores. Para bien y para mal. Los días de duelo nacional decretados por la mayoría de los países latinoamericanos ayudan a dimensionar el fenómeno Chávez. La presencia de 55 jefes de Estado en su funeral completa la escena. ¿Cuán relevante pudo ser el presidente venezolano para que sus pares ordenaran izar a media asta la bandera nacional? No debemos pasar por alto que otros presidentes diametralmente distintos a Chávez, como Sebastián Piñera o Juan Manuel Santos, tuvieran una actitud republicana y reconocieran los logros de su finado colega.
El aspecto más recordado y que dará mucho que decir a los internacionalistas es el activismo de Chávez a favor de la unidad regional, por medio de organismos regionales que él mismo instó a su creación. Hablar de integración hace 15 años no pasaba de ser una declaración protocolaria, en el 2010, año del bicentenario, ya había elementos concretos para pensar que América Latina y el Caribe jugarían a la globalización en bloque. La narrativa oficial tenía elementos de peso para invocar a Bolívar y decir que las aspiraciones del prócer estaban en vías de ser cumplidas. No podríamos imaginar la fundación de la Unasur, el ingreso de Venezuela al Mercosur, el Alba, Petrocaribe, la Celac, Telesur o el Banco del Sur sin el rol protagónico de la diplomacia bolivariana. Si dejó alguna lección la primera década del siglo XXI es que las posibilidades de adicionamiento comercial, de cooperación económica y de resolución de crisis políticas podrán ser más exitosas en la medida que estas se dieran y consensuaran entre los miembros que componen dichas instancias. Existe otro aspecto que debe ser valorado sobre el fenómeno Chávez: el efecto dominó que tuvo en otros países sudamericanos en los que fuerzas y coaliciones progresistas ganaron la presidencia o por lo menos tuvieron un posicionamiento notorio. El chavismo coincidió con la crisis argentina de 2001 y el declive del neoliberalismo a nivel latinoamericano, pero también con la pujanza económica de Brasil. Pasada la intentona golpista de 2002 y el paro petrolero del año siguiente, Chávez consolidó su poder y acumuló una serie de victorias electorales cuya lectura fuera de Venezuela fue que se vieron como la posibilidad real de que la izquierda podía ganar elecciones y llevar a cabo una agenda reformista. Las Asambleas Constituyentes de Bolivia y Ecuador pueden ser interpretadas en tal sentido.
Es menester agregar a lo ya dicho la apuesta por el multilateralismo y el aggiornamento de la OPEP, un organismo desdibujado hasta el año 2000. La valoración de la petrodiplomacia chavista y de la política exterior venezolana entre 1999 y 2012 no puede ser sopesada con base en los excesos verbales y las bravuconerías que hicieran famoso a Chávez, como fue decirle “cachorro del imperio” al expresidente mexicano Vicente Fox o “ladrón de cuatro esquinas” o al expresidente peruano a Alan García. Sin embargo, su falta de tacto y su excesiva honestidad para decir las cosas no son relevantes si lo que se desea es analizar a fondo la diplomacia bolivariana. En el caso del activismo multilateral, Venezuela se destacó dentro del movimiento de los países no alineados para promover el diálogo y la cooperación como eje de las relaciones internacionales. Considero que la parte más relevante de la participación bolivariana en diversos foros es el acento que puso en una “agenda social”, como contrapeso a la obsesiva preocupación de los países industrializados por los temas financieros. En cuanto a la petrodiplomacia, Chávez logró revivir a la OPEP como mecanismo para fijar los niveles de producción del oro negro. Esta volvió a ser un instrumento de regulación de los precios del crudo ante el despilfarro de los países consumidores, particularmente EE UU. Hacia 2010, la mencionada organización se encontraba más fuerte que nunca.
En materia doméstica, el chavismo supo aprovechar el incremento del barril de petróleo para financiar programas sociales. Estas medidas bajaron los índices de extrema marginación. Desde entonces, la figura de Chávez quedó indisolublemente ligada a la construcción de obra pública y vivienda, ampliación de los derechos sociales, financiamiento a la cultura y el arte, subvención de alimentos baratos, apoyo a proyectos productivos y planes de reindustrialización. El impulso dado a la industria nacional permitió un aumento notorio en los niveles de ocupación. Como resultado del crecimiento y expansión de la economía, a tasas que van del 5 al 7 por ciento entre 2004 y 2012, el Estado fortaleció el salario mínimo hasta convertirlo en el más alto de América Latina. Por otra parte, el rostro más visible de la Revolución Bolivariana son las Misiones sociales: acciones concretas enfocadas a revertir el analfabetismo, ampliar la cobertura educativa, la universalidad de la salud, desaparecer el hambre, construir vivienda y promover la cultura y las identidades locales. Si algo destacarán los futuros historiadores de la Venezuela contemporánea será el énfasis y la importancia que Chávez le dio al tema de la exclusión y las carencias sociales. En los albores de su primer gobierno, el nivel de extrema pobreza azotaba al 40 por ciento de la población; hoy día, este bajó a menos del 10 por ciento. Tanto la Capal como las NU han reconocido la veracidad de tales cifras y el cumplimiento de las principales metas fijadas en los Objetivos del Desarrollo del Mileno. La desatención simbólica y material que postró a amplias capas de la población durante los últimos gobiernos de la IV República quedó revertida al cabo de pocos años. La popularidad de Chávez se entiende también por la proyección que hiciera de su personalidad. Recitar coplas llaneras, criticar las acciones bélicas norteamericanas con una franqueza de la que no se puede disentir, contar cuentos y refranes populares durante horas en su programa dominical, romper el protocolo para charlar con el ciudadano común o rememorar sus vivencias personales humanizaron la figura presidencial. Para la mayoría el mensaje quedaba claro: el jefe de la nación era como uno. A ello debe agregarse el color de piel y su origen social para explicar la identificación de la gente con él; que el presidente fuera mulato en un país con un alto nivel de población negra, que por mucho tiempo fue ignorada en el discurso oficial, explica su aceptación. En síntesis, la renta petrolera se ha traducido en mayor bienestar material, reducción de la pobreza y construcción de infraestructura. Ahí radica el corazón del llamado socialismo bolivariano.
“Para la mayoría el mensaje quedaba claro:el jefe de la nación era como uno”.
Así como los años de Chávez arrojan saldos positivos, la Revolución Bolivariana también tiene una contraparte de rezagos y falencias. El primero de ellos es la incapacidad para romper con la condición de país primario-exportador. Desde hace casi 100 años el petróleo es el principal protagonista de la historia económica venezolana, y hasta la fecha lo sigue siendo. A pesar de los esfuerzos industrializadores del gobierno, no ha sido posible destetar a Venezuela del crudo. Al país andino le sale más barato comprarle alimentos a Brasil o Colombia que producirlos en casa. Ni la reforma agraria ni los esfuerzos subsidiarios que recibe la industria alimentaria son suficientes para cubrir la demanda interna. Pero quizá el efecto más pernicioso de una economía petrolizada ha sido la corrupción en el sector público. Semejante lacra tampoco pudo ser derrotada por la Revolución Bolivariana, incluso más de un funcionario del régimen ha sido señalado de haberse enriquecido ilícitamente gracias al manejo de generosos presupuestos derivados de la renta petrolera. Desde los años de Pérez Jiménez el surgimiento de fortunas amasadas por funcionarios gubernamentales es un secreto a voces. Chávez no pudo barrer con este mal hábito. Camionetas Hummer, casas de playa, departamentos en zonas residenciales de Caracas y viajes de compras a Miami delatan a estos pillos de boina roja. “Aunque ellos se denominan revolucionarios, en el fondo son chavistas de última hora que antes del 98 trabajaban para los gobiernos de Acción Democrática y COPEI”, me confesó una funcionaria de la embajada de Venezuela en México en 2009. El cáncer de la corrupción también ha llevado a que las expropiaciones de empresas privadas se conviertan en un botín, que a su vez de traduce en ineficacia y baja productividad. No todas las nacionalizaciones resultaron un fracaso, pero sí buena parte de ellas.
Por último, hay otro factor igual de negativo: el aumento espeluznante de la criminalidad. Si bien desde la década de 1980 Venezuela vive un paulatino incremento de la delincuencia, ésta se ha disparado en el último lustro. Si los barrios siempre fueron sinónimo de peligrosidad y tener cuidado a determinadas horas, en la actualidad ese criterio se ha expandido al resto de las zonas urbanas. La mezcla de corrupción policial y el exceso en el circulante de armas dieron como resultado una ola imparable de crímenes; el robo de autos, los asaltos a mano armada, los secuestros, la guerra entre pequeños vendedores de droga y el involucramiento de policías en estos ilícitos, han convertido a Venezuela en uno de los países con la tasa más alta de homicidios. Según el Observatorio Venezolano de la Violencia, la nación andina cerró el 2012 con 21,692 personas asesinadas. Entre 1999 y 2009 se contabilizan 123,091 asesinatos dolosos. Las cifras son equiparables a las de una guerra civil. La inseguridad ha tocado a casi todos los estratos sociales, desde los más pobres hasta los más privilegiados. No hay ciudadano venezolano que no tenga algún conocido, amigo o familiar que no haya sido víctima del delito. La claudicación estatal en el tema de la seguridad quedó reflejada con el secuestro de 11 diplomáticos desde 2010. A tal problema se le suman los motines en el sistema penitenciario. Ciertamente la delincuencia es la principal preocupación de los venezolanos, pero también una buena razón para que las clases medias voten por la oposición.
Finalmente, la muerte del presidente bolivariano nos obliga a poner sobre la balanza cuántos fueron sus aciertos y cuántos sus errores.
Decir, como lo hace la oposición, que no ha habido cambios positivos es ignorar hechos concretos y hacer una interpretación caricaturesca de las cosas. El aprovechamiento del contexto internacional a favor de la unión latinoamericana fue una medida inteligente que debe reconocerse. El concepto de integración adoptado en la actualidad por los países sudamericanos trasciende el intercambio comercial que en los años dorados del neoliberalismo se volvió el corazón de las relaciones internacionales. En materia doméstica, Chávez capitalizó el aumento del precio del petróleo para solventar una política social incluyente y necesaria. No obstante, también desatendió problemas de larga data y otros más coyunturales cuyo tamaño agobia ya la capacidad estatal para afrontarlos. Si el chavismo sin Chávez no corrige el rumbo o si un eventual gobierno opositor no mantiene y mejora las políticas sociales de la Revolución Bolivariana, Venezuela afrontaría nuevamente un período de crisis e inestabilidad.