“Fui papa…”. A partir del 28 de febrero, Joseph Ratzinger será el único hombre sobre la faz de la tierra, y en los últimos 600 años, que podrá responder de esta forma cuando se le pregunte a qué se dedicaba.
Pero más allá de esta particularidad, el papado de Ratzinger, reconocido en el mundo entero como Benedicto XVI, se distinguió por su estilo tan personal de hacer política.
Además de varias ciudades de Italia, sede del Vaticano, en sus casi ocho años como papa Ratzinger visitó Alemania, Polonia, España, Turquía, Brasil, Austria, Estados Unidos, Australia, Francia, Camerún, Angola, República Checa, Jordania, Israel, Malta, Portugal, Chipre, Reino Unido, Croacia, Berlin, México, Cuba y Líbano; y en cada visita dejó una huella política sobre su muy particular visión del mundo.
Joseph Aloisius Ratzinger visitó su natal Alemania en tres ocasiones. La primera vez, en agosto de 2005, se entrevistó con los entonces presidente, Horst Köhler; canciller, Gerhard Schröder, y lideresa de la oposición, Angela Merkel. En su segunda visita, en septiembre de 2006, dijo en la universidad de la localidad de Ratisbona: “Muéstrame aquello que Mahoma ha traído de nuevo y encontrarás solo cosas malas e inhumanas”. Este discurso, despojado de su contexto, suscitó duras protestas en el mundo islámico, e incluso varias iglesias católicas en Oriente Medio fueron atacadas. Por esa razón, ahora que Benedicto XVI anunció su renuncia, autoridades islámicas lamentaron que su pontificado no haya impulsado un genuino acercamiento con el mundo musulmán y que haya dañado años del cuidadoso diálogo entre religiones que cultivó Juan Pablo II.
En mayo de 2006 viajó a Polonia. Su origen alemán y el hecho de que en su adolescencia haya formado parte de las juventudes hitlerianas cargaron su visita de simbolismos, que además estuvo marcada por la poca emoción que los polacos le demostraron. Pese a todo, Benedicto XVI visitó los campos de exterminio de Auschwitz e hizo un reclamo divino: “Solo se puede guardar silencio, un silencio que es un grito hacia a Dios: ¿por qué, Señor, permaneciste callado? ¿Cómo pudiste tolerar todo esto?”.
La primera vez que visitó España, en julio de 2006, fue a petición del rey Juan Carlos y de los obispos católicos. Se reunió con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero, y aunque no ocultó sus diferencias con la política del gobierno español, cuando tocó el tema de moda en España, el de la aprobación de leyes como el matrimonio entre homosexuales, lo hizo con cautela y mucha delicadeza, invitó a los gobernantes a la reflexión y dijo que dichas leyes suscitaban “problemas”, además de que “la Iglesia católica no puede aceptar determinadas cosas”.
Su tercera y última visita a España, en agosto de 2011 —la segunda había sido nueve meses atrás—, es considerada una de las más polémicas de su período pontifical. Sumergida en una de las crisis económicas más graves de su historia, España recibió al Papa en medio de gigantescas manifestaciones de sectores laicos que criticaban el financiamiento público del viaje pastoral. No obstante, el Papa reclamó una economía centrada en “el hombre” y no en “los beneficios”, sobre todo en tiempos de crisis.
Ratzinger vs. Chávez
La llegada de Ratzinger a Turquía, a fines de noviembre de 2006, generó numerosas discusiones y polémicas entre diversos sectores a nivel mundial. Antes de pisar tierras turcas, el Papa sabía que era uno de sus viajes más difíciles, pues el 99 por ciento de la población practica la religión musulmana. En sus presentaciones públicas lo acompañaron apenas unas 30 000 personas, y de sus discursos destaca, de acuerdo con una cita de Recep Tayiip Erdogan, primer ministro de aquella nación, su pronunciamiento a favor de que Turquía ingrese en la UE y su llamado público a que exista un “diálogo verdadero” entre cristianos y musulmanes que “respete las diferencias y reconozca las cosas en común”, pues la libertad religiosa es un requisito necesario para entrar en la UE. Eso sí, después aclaró que su visita a tierras turcas tenía una intención pastoral, no política.
En Brasil, el primer país de América Latina al que viajó, en mayo de 2007, el papa fue recibido por el flamante presidente Luiz Inácio Lula da Silva. En una visita a un centro de rehabilitación de drogadictos, lanzó una dura admonición contra el narcotráfico y los gobiernos que han permitido su expansión, pues “Brasil posee una de las estadísticas más relevantes en cuanto al consumo de drogas y estupefacientes, y Latinoamérica no se queda atrás”.
Sin embargo, y sin mencionar directamente a los presidentes de Venezuela y Bolivia, Hugo Chávez y Evo morales, respectivamente, su postura más acerba la exteriorizó contra el avance del autoritarismo y el resurgimiento del marxismo en algunos gobiernos de la región: “Hay motivos de preocupación ante formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas”.
En tierras brasileñas Benedicto XVI también dijo que la evangelización de América “no supuso en ningún momento una alineación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña”. Esta declaración despertó el encono de Hugo Chávez, quien le exigió una disculpa para los indígenas, pues “aquí ocurrió algo más grave que el holocausto en la Segunda Guerra Mundial y nadie puede negar a nosotros esa verdad… ni Su Santidad puede venir aquí, a nuestra propia tierra, a negar el holocausto aborigen”.
Otro de los puntos torales de la visita de Joseph Ratzinger a Brasil fue su amenaza de excomulgar a los políticos que favorezcan el aborto. En esa época, la interrupción legal del embarazo era un tema de discusión en la nación brasileña y acababa de ser aprobada en la ciudad capital de México. “Esta excomunión no sería arbitraria, sino que está permitida por el derecho canónico, que estipula que matar a una criatura inocente es incompatible con la comunión”.
En Austria estuvo en septiembre de 2007. En Viena, en una de sus manifestaciones más duras contra la pasividad de sectores de la Iglesia frente al genocidio y las raíces religiosas del antisemitismo, rindió un homenaje a los judíos austriacos asesinados por el nazismo y rezó frente al monumento a las víctimas del Holocausto.
Favorece el intervencionismo
En abril de 2008 Ratzinger arribó a Washington, capital de Estados Unidos. En aquella época la Iglesia estaba envuelta en un escándalo mundial de sacerdotes pedófilos, y en una reunión con obispos estadounidenses, según reportó la agencia de noticias Reuters, reconoció que la Iglesia católica había enfrentado “muy” mal el problema de la pedofilia, y les pidió que buscaran la reconciliación con aquellos a los que se había hecho “tanto daño”.
Luego, en Nueva York, en la tribuna de Naciones Unidas, pronunció un discurso más que político cuando frente a la Asamblea denunció la “indiferencia” y la “falta de intervención” de la comunidad internacional ante conflictos en los que se violan los derechos básicos de las personas. “Si los estados no son capaces de garantizar la protección, se ha de intervenir con los medios jurídicos previstos por la Carta de Naciones Unidas”. Esta defensa, desde luego, no fue un espaldarazo a la política de EE UU en Oriente Medio y en la guerra de Irak, pues enseguida aclaró que a ningún país le corresponde desempeñar el papel de “hermano mayor”, sino a los organismos internacionales.
Benedicto XVI arribó a Australia en julio de 2008, un país que a la fecha había condenado a 107 curas pedófilos. Y en su discurso, considerada una disculpa vacía y decepcionante, admitió la “vergüenza” que siente la Iglesia católica por los abusos de menores cometidos por sacerdotes y religiosos. “Debe quedar claro: ser un sacerdote auténtico es incompatible con los abusos sexuales”.
En septiembre de 2008 el Papa visitó Francia, donde una vez más demostró su habilidad política. Frente a las declaraciones del presidente francés Nicolas Sarkozy sobre el papel de la religión en la vida pública, en el sentido de que sería una “locura” privar a las democracias del apoyo de las religiones, el sumo pontífice pidió dar “a Dios lo que es de Dios, y al césar lo que es del césar”, sentenció que es “fundamental insistir en la distinción entre el ámbito político y religioso”, y elogió, en cambio, la laicidad a la francesa.
Su Santidad viajó en marzo de 2009 a Camerún y Angola, en África, un continente compuesto en su mayoría por países subdesarrollados, donde advirtió que la Iglesia no se callará ante “el dolor y la violencia, la pobreza y el hambre, la corrupción y el abuso del poder”. Y respecto al sida, enfermedad que ha contraído una gran parte de la población africana, manifestó que el condón no es el camino, pues la epidemia “no se puede resolver con eslóganes publicitarios ni con la distribución de preservativos”, sino con “la humanización de la sexualidad”.
En su viaje a Jordania e Israel, en mayo de 2009, refrendó “todo el respeto por la comunidad musulmana” y defendió la libertad religiosa y los derechos fundamentales. Además, en Tierra Santa dijo que “estoy aquí para llevar adelante el diálogo entre judíos y musulmanes”. Eso sí, sugirió que la culpa de las tensiones y divisiones que se viven en la región no está en las creencias, sino en la “manipulación ideológica” de la religión.
Papa anticomunista
Cuando celebró cinco años como Sumo Pontífice, en abril de 2010, en Malta, en una reunión con jóvenes violados sexualmente por religiosos, prometió entregar a la justicia a los curas pederastas y anunció que la Iglesia estaba tomando medidas para salvaguardar a la juventud del futuro.
En mayo de 2010, en Portugal, Ratzinger no perdió oportunidad de desalentar los temas de moda en aquella nación, el aborto y el matrimonio entre homosexuales: “Las iniciativas que tienen el objetivo de tutelar los valores esenciales y primarios de la vida, desde su concepción, y de la familia, basada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, ayudan a responder a algunos de los más insidiosos y peligrosos desafíos que hoy se oponen al bien común”.
Meses después, en septiembre, el Papa llevó a Reino Unido su batalla contra el laicismo. Primero, frente a la reina Isabel de Edimburgo, denunció el ateísmo, que en cierto modo comparó con el nazismo, y luego, en la cuna política del Parlamento británico, advirtió que la religión estaba siendo marginada y que la democracia no puede basarse solo en el consenso social, sino que ha de tener en cuenta también la dimensión moral.
Benedicto XVI arribó a México en marzo de 2012, cuando las campañas presidenciales estaban a punto de arrancar. Este hecho desató una estela de especulaciones en el sentido de que la visita sería rentabilizada electoralmente por Acción Nacional, el partido católico de derecha que ejercía el poder en el país desde el año 2006 y que en esa época estaba muy abajo en las preferencias de los votantes.
Significativo también fue el hecho de que Ratzinger no se reuniera con las víctimas del sacerdote Marcial Maciel, quienes lo acusaron de querer ocultar el escándalo de abuso sexual del propio Maciel y de algunos miembros de los Legionarios de Cristo contra infinidad de infantes.
De México, el Sumo Pontífice voló a Cuba. Días antes había declarado que “hoy es evidente que el comunismo no funciona” en Cuba y que la Iglesia la ayudará a buscar otras formas de avanzar sin “traumas”. No obstante, ya en la Isla dio un giro a su discurso y pronunció más bien frases cordiales y diplomáticas, como aquella histórica de que “Cuba, en este momento especialmente importante de su historia, está mirando ya al mañana”.
El último viaje de Joseph Aloisius Ratzinger como papa fue a Líbano, en septiembre del año pasado. En Oriente Medio reiteró su discurso contra el fundamentalismo y se manifestó a favor de la pluralidad, el diálogo, la coexistencia de musulmanes y cristianos y la libertad religiosa. Asimismo, el pontífice pidió el fin de la venta de armas al vecino país Siria, pues según explicó, sin armamento no sería posible un conflicto. Incluso dijo que la venta de armas a Siria constituye “un pecado grave”. Cabe recordar que desde hace más de dos años Siria vive una sangrienta guerra entre musulmanes suníes y partidarios del régimen de Bachar el Asad.
Ahora Ratzinger ha anunciado que abandonará las tareas papales el 28 de febrero próximo argumentando cansancio y que por su edad avan-zada ya no tiene fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. En abril próximo cumplirá 86 años de edad, y quizá si esté consciente de que la Iglesia, la congregación más influyente del globo terráqueo, requiere de un hombre con más genio y carácter.