Cuando se habla de conservación de la biodiversidad, las noticias suelen ser malas o peores. Pero existen algunos casos exitosos, en particular con los grandes carnívoros, que pueden ser tomados como indicadores de la salud de los ecosistemas. Estas estrategias implican la participación activa y hasta emocional de las comunidades locales.
ENTRE 1551 y 1558, el sabio alemán Conrad Gessner hizo el primer intento científico de compilar todo lo que se sabía sobre los animales. Los cinco volúmenes de su Historia animalium conjuntan más de 4,500 páginas. Si bien Gessner hizo un gran esfuerzo por distinguir entre los mitos y la realidad, en su obra es posible encontrar señalamientos como que “no se ha resuelto la cuestión sobre si el veneno que emitía la gorgona procedía de su aliento o de los ojos. Es más probable que, como el basilisco, matara con la mirada y también lo hiciera con el aliento de su boca, lo cual no es comparable con ninguna otra bestia del mundo…”.
La verdad es que no hay ni ha habido animal que mate con la mirada ni con el aliento y que no existieron ni las gorgonas ni los basiliscos. Pero de que hay animales terriblemente letales no hay duda. Porque también es verdad que, desde la época de Gessner hasta el día de hoy, han desaparecido alrededor de 350 especies de animales vertebrados debido a la acción de los seres humanos.
Esto lo asegura Rodolfo Dirzo, ecólogo mexicano e investigador de la Universidad de Stanford, ya que “la mayor parte de las extinciones sucedieron en las últimas décadas y son entre 100 y 1,000 veces más rápidas de lo que serían sin el Homo sapiens”.
Dirzo y los ecólogos Gerardo Ceballos, de la UNAM, y Paul Ehrlich, de Stanford, hicieron estos cálculos a partir del seguimiento de 27,600 especies de vertebrados, tanto actuales como del registro fósil. Los resultados fueron publicados a mediados de 2017 en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, en un artículo donde llamaron a este proceso “aniquilación biológica”, y confirmaron la ocurrencia de la llamada sexta gran extinción.
Es decir, confirmaron que los humanos estamos acabando con otros seres vivos a niveles y velocidades comparables con los que tuvieron fenómenos naturales como, por ejemplo, la caída de un meteorito en lo que actualmente es la península de Yucatán y que provocó la desaparición de los dinosaurios hace 66 millones de años, o la inmensa actividad volcánica de las Trampas Siberianas que contribuyó a la Gran Mortandad de hace 252 millones de años…
Pero, a diferencia de los meteoritos y los volcanes, los causantes de esta sexta extinción presumimos de ser seres racionales, razón por la cual, en principio, deberíamos poder detener el proceso de aniquilación biológica… ¿Cierto?
Falso. No es sino hasta que empezamos a admitir que también somos seres emotivos que podemos empezar a tener verdaderas posibilidades de detener la destrucción. Afortunadamente, ya podemos mostrar algunos ejemplos de que este enfoque funciona y puede prevenir la catástrofe.
PRIMERO, RACIONALES Y NUMÉRICOS
Es un hecho patente que, muchas personas, y desafortunadamente muchas personas poderosas política o económicamente, al conocer datos como los que acabamos de leer bien puede decir: “Y a mí eso ¿por qué habría de preocuparme?”.
Debería preocuparnos a todos porque, en última instancia, toda la riqueza, desde el oro hasta el plástico, proviene de la naturaleza. Más aún, la posibilidad de sostener la vida humana también proviene de la naturaleza.
“Alimentos, medicinas, madera, fibras, energía, agua, todas esas son contribuciones de la naturaleza”, comenta la bióloga argentina María Elena Zaccagnini. Y hay muchas otras contribuciones que, como no son materiales y concretas, no solemos tomar en cuenta. “Por ejemplo, la polinización de las flores y la dispersión de semillas. Eso tiene un valor enorme, no tendríamos plantas comestibles, frutas, verduras, sin polinizadores y dispersores; o la generación de oxígeno y el consumo de CO2 que hacen las plantas, o la renovación del agua dulce que se hace en los distintos ecosistemas… todos esos procesos de regulación que brinda la naturaleza al ser humano normalmente no están cuantificados en las cuentas nacionales”.
Hace unas semanas, en Medellín, Colombia, se llevó a cabo la sexta reunión plenaria de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por su sigla en inglés), en donde se presentó un informe especial para las Américas. En este se hizo un esfuerzo por estimar económicamente estas aportaciones que hacen los ecosistemas a las personas. Resultó ser de 24.3 billones de dólares, “una cifra equivalente al producto interno bruto de la toda región”, dice Zaccagnini, quien es copresidente de la evaluación IPBES para las Américas.
Algunas otras de las cifras que da a conocer el IPBES para las Américas son: más del 50 por ciento de la población tiene problemas de seguridad de agua; 72 por ciento de los bosques secos tropicales de Mesoamérica se han convertido en paisajes dominados por humanos desde el asentamiento preeuropeo; 88 por ciento del bosque Atlántico tropical se ha transformado en paisajes dominados por humanos desde el asentamiento preeuropeo…
Y esas no son las más alarmantes: las fuentes renovables de agua dulce han disminuido más de 50 por ciento desde 1960; 1.5 millones de hectáreas de pastizales se han perdido en las grandes praderas de América desde 2014 a 2015; más del 50 por ciento de la cubierta de arrecifes de coral que había en la década de 1970 se ha perdido…
En el informe no se especifica, pero para Zaccagnini está claro que hay una cifra que resulta significativa por ser muy pequeña, por ser, de hecho, igual a cero: “El mensaje es que no podemos seguir jugando con los límites porque ya no hay tiempo. No se trata de que va a pasar esto y aquello. No, ya está pasando. Las cifras ahí están y son contundentes. Estamos en tiempo de decir que debemos parar los procesos de degradación y establecer prácticas y políticas públicas que tiendan a revertir estas pérdidas”.
Pero aclara que “hay una serie de acciones en los informes que pueden ser tomadas por los gobiernos para establecer prioridades” y empezar a resolver los problemas.
EL PESO DE LAS PALABRAS
Para resolver los problemas hay que identificarlos y tener palabras para referirnos a ellos. Rodolfo Dirzo propone que para hablar del efecto que tenemos los humanos en la humanidad usemos el término “defaunación”.
“Todo el mundo entiende la palabra ‘deforestación’. Más allá de la conversación general, es algo que se ve de manera muy tangible en imágenes de satélite y en los mapas. Mi argumento es que necesitamos de un término equivalente con respecto a la vida animal, porque su situación es incluso más dramática” que la vida vegetal.
El problema es que un bosque sin animales es un bosque enfermo, incluso se llama el “síndrome del bosque vacío”.
Valeria Towns, experta de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), explica que si un área protegida tiene vegetación en buen estado de conservación pero no tiene fauna, “un montón de procesos ecológicos se empiezan a venir para abajo”. Pone como ejemplo lo que sucedió en el Parque Yellowstone, en Estados Unidos, cuando desaparecieron los lobos. “Se perdió el depredador tope. Empezó a haber sobrepoblación de elks (o wapitís, una especie de ciervos grandes) y se empezaron a comer toda la vegetación, empezó a cambiar la estructura de la vegetación del bosque y hasta los cauces de los ríos. En el momento en que reintrodujeron a los lobos las cosas empezaron a regresar a la normalidad… No vemos que son piezas de un engranaje supercomplejo y que si faltan ya no funciona el reloj”.
“Tenemos un ejemplo muy cerca de nuestro corazón —comenta Dirzo—, la famosa reserva de Los Tuxtlas, en Veracruz”. El caso es aun más dramático, pues “si caminas por la reserva, te va a parecer muy exuberante de vegetación e, irónicamente, esa es una indicación de la defaunación, no hay un impacto de tapires, jabalíes o venados sobre la selva. Entonces las plantas bajas crecen muchísimo. Es un bosque vacío, que se ve muy bien pero que no está completo”, por lo pronto, es un bosque enfermo quizá condenado a desaparecer.
Dirzo explica que en la defaunación hay tres grados a considerar. “Uno de ellos es la extinción global. Vienen a la mente especies animales de reciente extinción como el dodo, el tigre de Tasmania, el sapito dorado de Costa Rica. En nuestro país y el norte del continente americano, hace 10,000 años había mastodontes, mamuts, leones gigantescos, gonfoteros, camellos… toda esa fauna ya no existe, desapareció hace 10,000 años a causa de la presencia de la especie humana en este continente.
“Otro grado es el de las especies zombis: especies que tienen individuos, viviendo, comiendo reproduciéndose pero que, por ser tan pocos, ya no tienen un futuro”. Es el caso de la vaquita marina. “Es un caso muy grave, porque la población va disminuyendo y es la última que existe de la especie. Quedan tan poquitos individuos que se van a cruzar entre parientes cercanos y va a haber problemas de enfermedades genéticas”.
Hay también especies que no están desaparecidas, sino que existen solamente en algunos lugares. “Es el caso del jaguar, que antes se distribuía desde Estados Unidos hasta la Patagonia. Hoy en día de esa distribución solo queda en el sureste de México, Centroamérica y en partes de la Amazonia, al oeste de los Andes. No es una especie extinta, pero sí se extinguieron muchas de sus poblaciones. Este elemento es muy grave, aunque no se le ponga el tache de especie extinta”.
NOBLEZA FELINA, COMUNIDADES Y POLÍTICAS PÚBLICAS
Pero números, palabras y razones no son suficientes. También son necesarias las acciones, las personas y sus emociones. Afortunadamente, uno de los mejores ejemplos de que esta combinación de elementos funciona eficazmente se ha dado con el jaguar que, como gran carnívoro, no solo es una especie indicativa de la buena salud de un ecosistema, también es emblemática culturalmente.
“En México tenemos bastantes jaguares todavía, aunque sí hay poblaciones que están decreciendo. Los lugares donde ya no hay es porque tampoco hay campo, ya no existen tampoco otras especies”, explica Valeria Towns.
La conservación del jaguar se ha dado en manchones de selva que están muy cercanos a las poblaciones y sus zonas de producción agropecuaria. “El gran problema con los jaguares es que llegan a depredar al ganado… En la selva lacandona, hace diez años, había muchísimos casos y había muchas muertes de jaguares como represalia a la depredación. Hubo un caso de jaguar que mató a 30 borregos. La gente estaba furiosa…”.
Pero a lo largo de esa década se han tomado acciones. “Empezamos a meter ciertas políticas púbicas, como el pago por servicios ambientales de Conafor (Comisión Nacional Forestal), que garantizó que esos manchones de selva que estaban entre potreros y milpas afuera de las áreas protegidas se estabilizaran. Es un compromiso, el gobierno te paga 1,000 pesos por hectárea de bosque que mantengas durante cinco años y luego te va renovando”.
“Nos dimos cuenta de que dentro de esos bosques había muy poca fauna porque la gente practicaba muchísima cacería, no estaban los venados y jabalíes, las presas más frecuentes del jaguar. Entonces generamos compromisos con la gente para que disminuyeran la cacería, y en los últimos cinco años no ha habido en la región donde trabajo ni una víctima de los jaguares. Ves las huellas del jaguar que pasó por en medio del potrero sin haberse comido ni una vaca”, comenta Towns, entusiasmada.
Dado que en otras regiones ha habido uno que otro caso de depredación, aclara que “hay un seguro ganadero de Sagarpa (Secretaría de Agricultura Ganadería Desarrollo Rural y Pesca) que te paga estos animales. Y la gente sabe cómo reaccionar si llegara a suceder. Ya saben que la primera solución no es ir a matar al jaguar.
“Además, ha habido procesos muy padres del involucramiento de la gente. Se hicieron los comités comunitarios y empezaron ellos mismos a poner las cámaras-trampas y a ver su fauna. Se da un empoderamiento y un cuidado distinto, es como si dijeran: ‘Esos son mis venados y los voy a cuidar’.
“Los comités comunitarios se hacen con las ONG, que están ahí trabajando todo el tiempo con la gente local. Profepa (Procuraduría Federal de Protección al Ambiente) se dio cuenta de que esto funcionaba muy bien y empezó a certificar a los comités. Entonces les dan autoridad, están avalados por una institución. Entre Conanp, Profepa, las ONG y las comunidades hemos creado más de 500 comités de vigilancia y monitoreo participativo. Se hacen proyectos para que reciban incluso paga, se busca que sea un trabajo remunerado, aunque temporal”.
Así, los cazadores han ido cambiando de profesión. “Al principio teníamos miedo de que les íbamos a decir dónde estaban los animales, pero la verdad es que ellos saben mejor que nadie dónde están; ahora son los mejores poniendo cámaras; se vuelven los guardianes de los lugares con selva”.
Para Towns, el factor emocional ha sido determinante. “Un encuentro con jaguar en vivo dura, cuando mucho, dos segundos; pero cuando lo ves en acción delante de la cámara, no quisiera decir que lo humanizas, pero sin duda creas un vínculo con el animal. La gente se involucra. Saben que es su bosque, su fauna”.
Y el más claro ejemplo se ha dado en “un ejido donde hay una jaguara que se llama la Marquesa y la gente la adora. Como se mueve entre ejidos, escuchas que dicen: ‘Ya apareció allá, ¿qué vamos a hacer para que se venga de este lado?’ ‘¿Hay que poner más cámaras porque hace dos semanas que no sale ni una foto de la Marquesa’. Y de sus crías: ‘El Marquesito ya volvió a salir’. Hasta quieren poner en la plaza una estatua de la Marquesa”.
Towns reconoce que este tipo de casos no son abundantes, que “la situación es grave, no hay suficiente inversión y falta mucho trabajo” y espera que estos esfuerzos, “que empezaron en el sexenio anterior y tuvieron continuidad en el que se está acabando, la tengan también en el siguiente. Si se pierden los pagos de servicios, los jornales, la certificación, como no se ha consolidado que estas comunidades tengan proyectos alternativos, se destruiría lo ya avanzado”. Es necesario que se mantengan “unos 15 años más en lo que se da la consolidación”.
Y aunque suene un poco a fantasía, esa consolidación es posible.
NO SOLO HISTORIAS BONITAS
Las prácticas como la que se ha dado con el jaguar en México fueron reconocidas por el IPBES en su reunión y se hizo la propuesta de fomentarlas. En particular, “se hizo un reconocimiento de las capacidades locales de los pueblos indígenas, del conocimiento que tienen, y los arreglos de gobernanza que se han seguido se reconocen como ejemplo de cómo podemos ponernos de acuerdo a escala local para manejar la biodiversidad y los servicios ecosistémicos”, incluso sin la participación del gobierno o la academia, comenta Adriana Flores, del Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental de la UNAM y participante independiente en el IPBES.
También se señaló que, “en general, se ha tenido una política atinada en las áreas protegidas en América. Un montón de especies se han salvado de la extinción”.
Sin embargo, explica, “las historias de éxito son muy bonitas, esperanzadoras, pero de pequeña escala, no compiten aún contra toda la otra maquinaria que hay armada”. Y el informe también aborda estos puntos.
La situación más grave, dice Flores, es que “no se ha logrado empatar el uso de la biodiversidad con el bienestar social. Con los esquemas económicos, tecnológicos y productivos que existen, no se ha logrado que se resuelvan la pobreza y la inequidad, aunque la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) reconoce que en general se han reducido”. Destacan México y Honduras como los únicos países donde no se ha registrado una reducción real de la pobreza.
Flores explica por qué, a pesar de la reducción, no se ha podido ni se podrá resolver la disparidad con los esquemas actuales: “Una buena parte de la población rural, que sigue siendo pobre y marginada, es la que mantiene los bosques que nos dan los servicios ecosistémicos de los que disfrutamos el resto. En especial, satisfacen las grandes demandas de agua, comida y energía de las ciudades. Las comunidades no ven retribuidas las actividades de conservación y el manejo que están haciendo para que las ciudades puedan disfrutar”.
Pero existe una situación incluso más urgente: la biodiversidad acuática está “cinco veces más amenazada que la terrestre.
“Muchas de las especies de agua dulce están arrinconadas o en muchos lugares ya se extinguieron. En Pátzcuaro ya no hay pescado blanco. En la zona tarahumara, las truchas nativas están en uno o dos kilómetros de río para vivir. Esas poblaciones ya no son viables”. Flores pone ejemplos mexicanos, aunque este fenómeno es común en muchas regiones de Latinoamérica.
“Las algas y las plantas son también importantes y no están en mejor estado. Las riveras fluviales de las zonas evitarían inundaciones, limpiando desechos agrícolas, pero ya casi no lo están haciendo porque hay pocos árboles ahí o son introducidos y no están cumpliendo con las funciones ecosistémicas. El bosque permite filtrar agua y limpiarla”.
Flores explica que existe una gran ignorancia en la forma como usamos los ríos, para tomar el agua o para usarlos de vertederos. Sea que estén abiertos o entubados, como sucede en muchas ciudades, “se nos olvida que no son solo caudales de agua, son ecosistemas”.
SOLUCIONES, CONCORDIA Y TRANSVERSALIDAD
“Son problemas complejos y, por lo tanto, las soluciones van a ser complejas”, dice Zaccagnini. Pero que sean complejas no implica que sean imposibles, solo que “tienen que ser planteadas transversalmente”, y el en el informe del IPBES está planteado el camino para llegar a ellas.
“Esta información no va a ser útil si es tomada solo por un ministerio de cada país, digamos el de ambiente, va a tomar cuerpo e importancia en la medida en que sea retomada por el conjunto de ministerios que tengan algo que ver con los distintos temas”.
Así, se plantea que los sectores agropecuario, energético, el de desarrollo económico y el de salud tienen mucho que ver en la conservación de la naturaleza. “Deberían ser receptores de este informe, porque de eso depende su futuro… Queremos que se entienda que sin un ambiente saludable el productor agropecuario, por ejemplo, no va a poder tener ganado ni cosechas, y entonces todos perdemos”.
No es amenaza, aunque sí advertencia, y no se trata de hacer pleitos, explica Zaccagnini. “No estamos diciéndole al sector agropecuario: miren lo que ustedes están haciendo, están causando esta serie de problemas. No. Estamos planteando los problemas hacia la búsqueda de soluciones, porque la sociedad no se puede mantener si no tiene producción de alimentos, energía o medicinas. Estamos buscando que estos sectores puedan seguir produciendo ahora y a futuro. Nuestra mirada no es la del conservacionismo extremo, nuestra mirada se pone en el lugar de desarrollo sostenible”.
Resolver estos problemas requiere abordarlos “desde un lugar de respeto a los intereses y a los valores de nuestros conciudadanos, que nos dejemos de pelear y nos pongamos a trabajar en forma conjunta” y a todos los niveles. “Estos procesos se pueden dar a escala internacional, nacional, provincial, municipal, a veces dependen de que nos inviten, pero a veces de que nos hagamos invitar”.
Valeria Towns ofrece otra aproximación. “Exagerando quizás un poco, creo que así como todas las empresas tienen un contador, tendrían que tener alguien que sepa de manejo de recursos, de residuos, de sustentabilidad, de ahorro de energía. Estos perfiles no están en el imaginario de las empresas ni del mismo gobierno, fuera de algunas instituciones. En la Secretaría de Economía, por ejemplo, no hay suficientes ecólogos, entonces se toman decisiones económicas sin una visión de sustentabilidad; tampoco en la Secretaría de Turismo, entonces se hacen desarrollos turísticos sin una visión de sustentabilidad”.
“Quizás el principal mensaje —explica Flores— es que la conservación de la biodiversidad debe ser una política de Estado prioritaria. No se vale hacerse a un lado o poner por encima de biodiversidad otras cosas; nuestro bienestar, la identidad cultural, nuestros alimentos, el agua, el aire que respiramos y nuestra vida dependen directamente de la salud de los ecosistemas”.
Así, al final de las cuentas numéricas, lingüísticas, lógicas, políticas, económicas y emotivas obtenemos un resultado: debemos ser cuidadosos porque nosotros somos biodiversidad también.